Capítulo 32

Thomas no podía estar más sorprendido. Al principio vaciló, pero luego salió a toda prisa del coche. La máquina poli estaba a sólo unos metros de distancia y en su lateral se había abierto un panel con una pantalla desde la que le miraba el rostro de Janson.

El alivio le inundó. Era el Hombre Rata, pero no estaba en la máquina poli, no era más que una imagen de vídeo. Supuso que el hombre también le veía.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, todavía asombrado. Intentó apartar la vista del hombre que ahora yacía en el suelo—. ¿Cómo me has encontrado?

Janson tenía la expresión más adusta que nunca.

—Hizo falta una cantidad considerable de esfuerzos y suerte, créeme. Y de nada. Acabo de salvarte de este cazarrecompensas.

Thomas se rio.

—Bueno, vosotros sois los que les pagáis. ¿Qué quieres?

—Thomas, voy a ser franco contigo. La única razón por la que no hemos ido a Denver para recuperarte es porque la infección allí aumenta de manera astronómica. Este es el medio más seguro de contactar contigo. Te pido que vuelvas y completes las pruebas.

Thomas tuvo ganas de gritar al hombre. ¿Por qué iba a volver a CRUEL? Pero el ataque al Camisa Roja, cuyo cadáver se hallaba ahí mismo, seguía demasiado vívido en su mente. Tenía que hacerlo bien.

—¿Por qué iba a regresar?

La expresión de Janson era impávida.

—Hemos estado usando nuestros datos para seleccionar al candidato final y ese eres tú. Te necesitamos, Thomas; todo depende de ti.

«Ni en un millón de años», pensó. Pero, aunque dijera eso, no se libraría del Hombre Rata, así que ladeó la cabeza y fingió planteárselo antes de responder:

—Lo pensaré.

—Confiaba en que lo harías —el Hombre Rata hizo una pausa—. Hay algo que me siento obligado a contarte, sobre todo porque creo que influirá en tu decisión y te hará darte cuenta de que tienes que hacer lo que te pedimos.

Thomas apoyó la espalda en el capó redondo del coche. Aquella terrible experiencia le había agotado emocional y físicamente.

—¿Qué?

El Hombre Rata torció el gesto para parecer todavía más malhumorado, como si se deleitara dando malas noticias.

—Es sobre tu amigo, Newt. Me temo que está metido en una gran cantidad de problemas.

—¿Qué tipo de problemas? —preguntó Thomas con el alma a los pies.

—Sé que eres consciente de que tiene el Destello y ya has visto algunos de sus efectos.

Thomas asintió; de pronto, recordó la nota de su bolsillo.

—Sí.

—Bien, pues parece que está sucumbiendo a ellos rápidamente. El hecho de que hayas visto síntomas de ira y pérdida de concentración antes de que os marcharais significa que enloquecerá muy pronto.

Thomas notó como si un puño le apretara el corazón. Había asumido que Newt no era inmune, pero creía que tardaría semanas, incluso meses, en empeorar. Aun así, lo que decía Janson tenía sentido; el estrés al que se había visto sometido podía estar acelerando la enfermedad de Newt. Y lo habían dejado solo fuera de la ciudad.

—Podrías salvarlo —dijo Janson en voz baja.

—¿Disfrutas con esto? —espetó Thomas—. Porque a veces parece que disfrutas mucho.

Janson negó con la cabeza.

—Tan sólo hago mi trabajo, Thomas. Deseo esta cura más que nadie. Salvo tú, quizás, antes de que te quitáramos la memoria.

—Vete —dijo Thomas.

—Espero que vengas —respondió Janson—. Tienes la oportunidad de hacer algo importante. Siento nuestras diferencias; pero, Thomas, debes darte prisa. Se nos agota el tiempo.

—Lo pensaré —se obligó a repetir.

Le ponía enfermo apaciguar al Hombre Rata, pero era la única cosa que se le ocurría para ganar tiempo. Y cabía la posibilidad de que, si no le daba coba, acabara como el Camisa Roja: acribillado por la máquina poli que flotaba delante de él.

Janson sonrió.

—Eso es lo único que pido. Espero verte aquí.

La pantalla se apagó y el panel se cerró. A continuación, la máquina poli se elevó por los aires y se marchó, mientras su zumbido se perdía lentamente. Thomas la observó hasta que desapareció al doblar una esquina. Entonces bajó la vista hacia el muerto, aunque enseguida la apartó: aquello era lo último que quería ver.

—¡Allí está!

Giró la cabeza para ver a Minho corriendo por la acera hacia él, con Brenda y Jorge a la zaga. Nunca se había alegrado tanto de ver a alguien.

Minho se paró en seco cuando vio al Camisa Roja en el suelo.

—Dios… ¿Qué le ha pasado? —se fijó en Thomas—. ¿Y tú? ¿Estás bien? ¿Has hecho tú eso?

A él le entraron unas ganas absurdas de reírse.

—Sí, saqué mi arma y le hice estallar en pedacitos.

A su amigo no pareció hacerle gracia el sarcasmo, pero Brenda habló antes de que pudiera salir con una réplica:

—¿Quién le ha matado?

Thomas señaló al cielo.

—Una de esas máquinas poli. Vino volando, le disparó hasta matarlo y lo siguiente que recuerdo es que el Hombre Rata apareció en una pantalla e intentó convencerme de que tenía que volver a CRUEL.

—Tío —dijo Minho—, ni siquiera…

—¡Confía un poco en mí! —gritó Thomas—. No voy a regresar, pero quizá podamos aprovecharnos de que me necesiten tanto. El que debería preocuparnos es Newt. Janson cree que Newt está sucumbiendo al Destello mucho más rápido que la media. Tenemos que ir a ver cómo se encuentra.

—¿De verdad dijo eso?

—Sí —se sintió mal por haber perdido los nervios con su amigo—, y esta vez le creo. Ya habéis visto cómo ha actuado Newt últimamente.

Minho clavó la vista en él con los ojos llenos de dolor, y entonces Thomas cayó en la cuenta de que el chico conoció a Newt dos años antes que él. Habían tenido más tiempo para hacerse amigos.

—Será mejor que vayamos a ver cómo está —repitió—. Que hagamos algo por él.

Minho asintió y apartó la mirada. Thomas se sintió tentado de sacar la nota de su bolsillo y leerla allí mismo, pero le había prometido a Newt que lo haría cuando llegara el momento adecuado.

—Se está haciendo tarde —intervino Brenda— y no dejan entrar ni salir de la ciudad por la noche. Ya es bastante difícil mantener la situación controlada por el día.

Thomas advirtió por primera vez que empezaba a oscurecer y el cielo sobre los edificios adquiría un tono anaranjado.

Jorge, que había estado callado hasta entonces, habló:

—Ese es el menor de nuestros problemas. Aquí ocurre algo extraño, muchachos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Thomas.

—Es como si hubiera desaparecido todo el mundo en la última media hora, y los pocos que he visto no tenían muy buen aspecto.

—La escena de la cafetería ha dispersado a la población —señaló Brenda.

Jorge se encogió de hombros.

—No sé. Esta ciudad me pone los pelos de punta, hermana. Como si estuviera viva y fuera a desatar algo muy desagradable.

Un extraño desasosiego subió por la columna vertebral de Thomas. Volvió a concentrarse en Newt.

—¿Podemos salir si nos damos prisa? ¿O escapar sin que nadie nos vea?

—Podemos intentarlo —respondió Brenda—. Será mejor que encontremos un taxi, porque estamos en la otra punta de la ciudad.

—Intentémoslo —asintió él.

Comenzaron a caminar, pero la expresión del rostro de Minho no era alentadora. Thomas esperaba que no fuera una señal de que algo malo iba a suceder.