Al despertarse, Thomas vio que Brenda le miraba. Parecía preocupada. Tenía la piel pálida y marcada con rayas de sangre seca, la frente manchada de negro y se le estaba formando un moretón en la mejilla. Como si las heridas de la chica fueran un recordatorio, de pronto sintió las suyas por todo el cuerpo. No tenía ni idea de cómo funcionaban esos lanzagranadas, pero se alegraba de que sólo le hubieran alcanzado una vez.
—Me acabo de levantar —dijo Brenda—. ¿Cómo te encuentras?
Thomas se movió para apoyarse sobre su codo e hizo un gesto de dolor cuando sintió un fuerte pinchazo en la pierna, donde le había rozado la bala.
—Como un cubo de clonc.
Estaba tumbado en un catre dentro del compartimento de carga, que ahora no cargaba nada, salvo unos cuantos muebles desparejados. Minho y Newt se estaban echando una merecida siesta en un par de feos sofás, cubiertos por unas mantas que les tapaban hasta la barbilla. Thomas sospechaba que Brenda era la que les había arropado. Parecían niños pequeños, acurrucados y calentitos.
Brenda había estado arrodillada junto a su cama y ahora se levantaba para sentarse en un anticuado sillón a unos pasos de distancia.
—Hemos dormido casi diez horas.
—¿En serio? —Thomas no podía creérselo. Era como si se hubiera quedado traspuesto. O, mejor dicho, como si se hubiera desmayado.
Brenda asintió.
—¿Hemos estado volando todo ese tiempo? ¿Adónde vamos, a la luna? —bajó las piernas del catre y se sentó en el borde.
—No. Jorge nos llevó a unos ciento sesenta kilómetros y aterrizó en un gran claro. Ahora también está echando una cabezada. El piloto no puede estar cansado.
—No puedo creer que a ambos nos hayan disparado con un lanzagranadas. Prefiero ser el que aprieta el gatillo —Thomas se frotó la cara y dio un gran bostezo. Luego examinó algunas de las quemaduras en sus brazos—. ¿Crees que dejarán cicatriz?
Brenda se rio.
—¡Menudas cosas te preocupan!
No pudo evitar sonreír. Tenía razón.
—Bueno —comenzó a decir, y luego continuó despacio—, lo de escapar de CRUEL en su momento me pareció genial, pero… no tengo ni idea de cómo es el mundo real… No es todo como la Quemadura, ¿verdad?
—No —respondió ella—, sólo la zona entre los Trópicos es tierra baldía. En el resto del planeta se producen cambios extremos en el clima. Existen unas cuantas ciudades en las que podemos estar a salvo, sobre todo al ser inmunes. Encontraremos trabajo con facilidad.
—Trabajo —repitió Thomas, como si aquella palabra fuera la más extraña que había oído en su vida—. ¿Ya estás pensando en buscar trabajo?
—Quieres comer, ¿no?
Él no contestó, abrumado por el peso de la realidad. Si iban a escapar al mundo real, tenían que empezar a vivir como la gente real. Pero ¿era posible en un mundo donde existía el Destello? Pensó en sus amigos.
—Teresa —dijo.
Brenda se echó un poco hacia atrás, sorprendida.
—¿Qué pasa?
—¿Hay alguna manera de saber adónde han ido ella y los otros?
—Jorge ya lo ha averiguado; comprobó el sistema de rastreo del iceberg. Han ido a una ciudad llamada Denver.
Thomas se alarmó.
—¿Significa eso que CRUEL podrá localizarnos?
—No conoces a Jorge —repuso con una sonrisa pícara en su rostro—. Puede manipular el sistema de forma increíble. Como mínimo, deberíamos llevarles cierta ventaja durante un rato.
—Denver —repitió él al cabo de un rato. Sonaba extraño en su boca—. ¿Dónde está?
—En las Montañas Rocosas, en una ubicación elevada. Es una de las elecciones obvias como zona de cuarentena porque allí el clima se recuperó rápido tras las erupciones solares. Un sitio tan bueno como otro cualquiera.
A Thomas no le importaba dónde estuviera la ciudad, sólo la certeza de que tenía que reunirse con Teresa y los otros. Aún no sabía muy bien por qué y no estaba preparado para discutirlo con Brenda, así que se quedó paralizado un momento.
—¿Cómo es? —preguntó al final.
—Bueno, como en la mayoría de las grandes ciudades, son implacables en cuanto a mantener fuera a los raros, y por eso a menudo se hacen pruebas al azar a los residentes para comprobar si tienen el Destello. De hecho, han edificado una ciudad al otro lado del valle, donde envían a los nuevos infectados. Los inmunes que se encargan de ellos cobran mucho, dado que es extremadamente peligroso. Ambos lugares están muy vigilados.
Aunque había recuperado algunos recuerdos, Thomas no sabía muchas cosas sobre la población que era inmune al Destello. Pero se acordaba de lo que le había contado el Hombre Rata.
—Janson dijo que la gente odia a los inmunes y que los llama «munes». ¿A qué se refería?
—Cuando tienes el Destello, sabes que vas a volverte loco y que morirás; la cuestión estriba en cuándo sucederá. Y aunque el mundo se ha esforzado mucho, el virus siempre encuentra una forma de abrirse paso entre los raros en cuarentena. Imagínate saber eso y que a los inmunes no les va a pasar nada. El Destello no nos hace nada, ni siquiera transmitimos el virus. ¿No odiarías tú a los sanos?
—Probablemente —respondió Thomas, contento de estar en el bando de los inmunes. Mejor ser odiado que estar enfermo—. Pero ¿no les parece útil tenernos cerca? Bueno, saben que no podemos contagiarnos.
Brenda se encogió de hombros.
—Están acostumbrados, sobre todo los del gobierno y seguridad, pero el resto nos trata como basura. Hay muchísimas más personas que no son inmunes. Por eso a los munes les pagan tanto por ser guardias; de lo contrario, no lo aguantarían. Muchos de ellos incluso tratan de ocultar su inmunidad. O se meten a trabajar para CRUEL, como hicimos Jorge y yo.
—Entonces, ¿ya os conocíais antes de trabajar allí?
—Nos conocimos en Alaska, después de averiguar que éramos inmunes. Había un lugar de reunión para las personas como nosotros, una especie de campamento escondido. Jorge era como un tío para mí y juró ser mi guardián. A mi padre ya lo habían matado y mi madre me apartó de ella cuando cogió el Destello.
Thomas se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas.
—Me dijiste que CRUEL había matado a tu padre. ¿Y aun así te prestaste voluntaria para trabajar con ellos?
—Supervivencia, Thomas —una sombra oscureció su rostro por un momento—. No sabes lo fácil que lo has tenido al criarte bajo el ala de CRUEL. En el mundo real, la mayoría de la gente haría lo que fuera por sobrevivir un día más. Los raros y los inmunes tienen problemas diferentes, sí, pero ambos tratan de sobrevivir. Todos quieren vivir.
Thomas no respondió, no sabía qué decir. Lo único que sabía de la vida era lo que había experimentado en el Laberinto y en la Quemadura, y algunos recuerdos difusos de su infancia con CRUEL. Se sentía vacío y perdido, como si en realidad no perteneciera a ninguna parte. Un dolor repentino le sacudió.
—Me pregunto qué le pasó a mi madre —dijo, sorprendiéndose a sí mismo.
—¿A tu madre? —inquirió Brenda—. ¿Te acuerdas de ella?
—He tenido unos cuantos sueños. Creo que eran recuerdos.
—¿Qué viste? ¿Cómo era?
—Era… una madre. Ya sabes, me quería, se ocupaba de mí, se preocupaba por mí —se le quebró la voz—. Creo que nadie más lo ha hecho desde que me separaron de ella. Me duele pensar que se volvió loca, pensar en lo que pudo haberle pasado, que algún raro sediento de sangre le…
—Basta, Thomas. Basta —le cogió la mano y se la apretó; aquel gesto le ayudó—. Piensa en lo feliz que sería al saber que sigues vivo, que sigues luchando. Murió sabiendo que eras inmune y que tendrías oportunidad de envejecer, a pesar de la porquería de mundo en el que nos encontramos. Además, estás totalmente equivocado.
Thomas había estado con la mirada clavada en el suelo, pero al oír aquello alzó la vista hacia Brenda.
—¿Eh?
—Minho, Newt, Fritanga. Todos tus amigos se preocupan por ti, incluso Teresa. Hizo todas aquellas cosas en la Quemadura porque pensaba que no le quedaba otra opción —Brenda hizo una pausa y luego añadió en voz baja—: Chuck.
La punzada que Thomas sentía en el pecho aumentó.
—Chuck. Él…, él… —tuvo que callarse un momento para recuperar la compostura. Chuck era la razón más vívida por la que despreciaba a CRUEL. ¿Cómo podían sacar nada bueno matando a un niño como Chuck? Después continuó—: Me quedé mirando cómo moría el chaval. En sus últimos segundos de vida, sus ojos reflejaron puro terror. No se puede hacer eso; no se le puede hacer eso a una persona. No me importa lo que digan, no me importa cuánta gente se haya vuelto loca y haya muerto, no me importa que se extinga la fuca raza humana. Aunque esa fuera la única manera de encontrar la cura, seguiría estando en contra.
—Thomas, relájate. Vas a arrancarte los dedos.
No recordaba haberle soltado la mano. Bajó la vista para ver que se estaba aferrando sus propias manos y la piel estaba completamente blanca. Se calmó un poco y notó cómo la sangre volvía a ellas.
Brenda asintió con aire de gravedad.
—Cambié cuando volví a la ciudad en la Quemadura. Me arrepiento de todo.
Thomas negó con la cabeza.
—No tienes más motivos que yo para pedir disculpas. Es todo un desastre —se quejó, y volvió a recostarse en el catre con la vista clavada en la rejilla metálica del techo.
Tras una larga pausa, Brenda volvió a hablar:
—¿Sabes?, a lo mejor podemos encontrar a Teresa y a los demás para juntarnos todos. Escaparon, lo que significa que están de nuestro lado. Creo que deberíamos darles el beneficio de la duda. Quizá no les quedó más remedio que marcharse sin nosotros. Y no me sorprende nada que hayan ido allí.
Thomas se movió para mirarla y se atrevió a albergar la esperanza de que tuviera razón.
—Así que crees que tenemos que ir a…
—Denver.
Él asintió; de repente se sentía seguro, una sensación que le encantó.
—Sí, a Denver.
—Pero tus amigos no son el único motivo —Brenda sonrió—. Allí hay algo todavía más importante.