Capítulo 13

La expresión de Brenda era una extraña mezcla de enfado y entusiasmo. Thomas se preparó junto a ella, agarrando con firmeza el lanzagranadas que tenía en las manos. Sabía que se arriesgaba al confiar en la chica: casi todo el mundo de aquella organización le había engañado; no podía subestimar a CRUEL. Pero ella era la única razón por la que habían llegado tan lejos. Si iba a llevarla consigo, no tenía que dudar más.

Llegó el primer guardia, un hombre vestido con la misma ropa negra que todos los demás, pero que sujetaba con fuerza un tipo de arma distinta, más pequeña y brillante. Thomas disparó y observó cómo la granada impactaba contra el pecho del hombre, que salió volando hacia atrás y se retorció y convulsionó en una maraña de luz.

Dos personas más —un hombre y una mujer— estaban justo detrás de él con unos lanzagranadas alzados.

Minho actuó antes de que a Thomas le diera tiempo: agarró a la mujer por la camisa y tiró de ella hacia él; luego la balanceó para lanzarla contra una pared. Disparó, pero la granada plateada se rompió en el suelo sin causar daños, con una breve explosión de energía chisporroteante sobre las baldosas.

Brenda disparó al hombre y le dio en las piernas; unos diminutos rayos irregulares de electricidad le acribillaron el cuerpo y gritó mientras emprendía la retirada por el pasillo. Su arma cayó al suelo.

Minho había desarmado a la mujer y la estaba obligando a arrodillarse. Ahora él sostenía un lanzagranadas con el que le apuntaba a la cabeza.

Un cuarto hombre entró por la puerta, pero Newt le quitó de un golpe el arma y le dio un puñetazo en la cara. El guardia cayó de rodillas y se llevó una mano a la boca ensangrentada. Después levantó la vista como si fuera a decir algo, pero Newt retrocedió y le disparó en el pecho. A aquella distancia tan corta, la bala emitió un sonido terrible al explotar en el hombre. Un espantoso chillido salió de su garganta cuando cayó al suelo y se retorció en una maraña de pura electricidad.

—Esa maldita cuchilla escarabajo observa todo lo que hacemos —dijo Newt, y señaló con la cabeza hacia algo al fondo de la habitación—. Tenemos que salir de aquí. Van a seguir viniendo.

Thomas se dio la vuelta para ver un robot con forma de lagarto, agazapado, con una luz roja. Luego se volvió hacia la entrada, que estaba vacía. Miró a la mujer. La boca del arma que sostenía Minho se hallaba tan sólo a unos centímetros de su cabeza.

—¿Cuántos sois? —preguntó—. ¿Van a venir más?

Al principio ella no respondió, pero Minho se inclinó hacia delante hasta que el arma le tocó la mejilla.

—Al menos hay cincuenta de servicio —respondió enseguida.

—¿Y dónde están? —preguntó Minho.

—No lo sé.

—¡No me mientas! —gritó él.

—Nosotros… Está pasando otra cosa. No sé lo que es. Lo juro.

Thomas la miró con detenimiento y vio algo más que miedo en su expresión. ¿Era frustración? Parecía decir la verdad.

—¿Algo más? ¿Cómo qué?

La mujer negó con la cabeza.

—Sólo sé que llamaron a un grupo de los nuestros a una sección diferente, eso es todo.

—¿Y no tienes ni idea de por qué? —intentó que su voz transmitiese toda la incertidumbre posible—. Me cuesta creerlo.

—Lo juro.

Minho la cogió por la espalda de la camisa y la puso de pie.

—Pues tomaremos a esta amable señora de rehén. Vamos.

Thomas se colocó delante de él.

—Brenda tiene que guiarnos, ella conoce este lugar. Detrás iremos yo, tú y tu nueva amiga, y Newt al final.

Brenda corrió a su lado.

—Sigo sin oír a nadie, pero no pueden tardar mucho. Vamos.

Se asomó al pasillo y salió sigilosamente de la habitación.

Thomas se tomó un segundo para secarse las manos sudorosas en los pantalones, después cogió el lanzagranadas y la siguió. Giró a la derecha. Oyó que los demás iban detrás de él; un vistazo rápido le mostró que la cautiva de Minho también iba corriendo y no parecía muy contenta ante la amenaza de un baño eléctrico a poca distancia.

Llegaron al final del pasillo inicial y giraron a la derecha sin detenerse. Su nuevo camino era exactamente igual que el anterior, un pasillo beige que se extendía ante ellos al menos quince metros antes de acabar en unas puertas dobles. En cierto modo, la escena le hizo evocar el último tramo del Laberinto justo antes del Precipicio, cuando él, Teresa y Chuck corrieron en busca de la salida mientras todos los demás luchaban contra los laceradores para mantenerlos a salvo.

Al acercarse a las puertas, Thomas sacó de su bolsillo la tarjeta del Hombre Rata. Su rehén le gritó:

—¡Yo no haría eso! Estoy segura de que al otro lado hay veinte armas esperando freírte.

Pero había cierto tono de desesperación en su voz. ¿Podría ser que CRUEL fuera demasiado confiado y poco estricto? Tan sólo quedaban veinte o treinta adolescentes y no debían de tener a más de una persona de seguridad por sujeto, si es que llegaban.

Ellos tenían que encontrar a Jorge y el iceberg, pero también buscar a todos los demás. Pensó en Fritanga y Teresa. No iba a abandonarles sólo porque hubieran decidido recuperar la memoria.

Se detuvo con un derrape ante las puertas y se volvió hacia Minho y Newt.

—Sólo tenemos cuatro lanzagranadas y debemos asumir que posiblemente haya más guardias esperándonos al otro lado. ¿Estamos preparados?

Minho se acercó al lector de tarjetas y arrastró con él a la guardia que tenía sujeta por la camisa.

—Nos vas a abrir esto para que podamos encargarnos de tus colegas. Quédate ahí y no hagas nada hasta que te avisemos. No me provoques —se dio la vuelta hacia Thomas—. Empieza a disparar en cuanto las puertas se abran.

Thomas asintió.

—Me agacharé. Minho, apóyate en mi hombro. Brenda a la izquierda y Newt a la derecha.

Él se puso en cuclillas y colocó el arma justo donde las puertas se encontraban en el centro. Minho se situó sobre él para hacer lo mismo, mientras Newt y Brenda se colocaban en sus posiciones.

—Ábrelas a la de tres —ordenó Minho—. Y señora, como intentes algo o eches a correr, te aseguro que uno de nosotros te atrapará. Thomas, cuenta.

La mujer sacó su tarjeta, pero no dijo nada.

—Uno —comenzó Thomas—. Dos.

Hizo una pausa para coger aire, pero antes de que pudiera gritar el último número, una alarma atronadora empezó a sonar y las luces se apagaron.