Thomas no vaciló. Echó el codo hacia atrás para golpear la cara de un guardia justo cuando le dio una patada en la rodilla al que tenía delante. Ambos cayeron al suelo, aturdidos, pero se recuperaron enseguida. Por el rabillo del ojo, Thomas vio que Newt tiraba a un guardia al suelo y que Minho asestaba puñetazos a otro. Pero al quinto, una mujer, no lo habían tocado y estaba alzando su lanzagranadas.
Thomas se abalanzó sobre ella y apuntó con un extremo del arma hacia el techo antes de que pudiera apretar el gatillo, pero ella le dio la vuelta y lo apretó contra su cara. El dolor explotó en sus mejillas y mandíbula. Ya había perdido el equilibrio, estaba de rodillas, y luego cayó plano sobre su estómago. Se impulsó con las manos para levantarse, pero notó un peso aplastante encima de su espalda, que le incrustó en las duras baldosas y le quitó el aire de los pulmones. Una rodilla se le clavó en la columna vertebral y sintió cómo el duro metal presionaba su cráneo.
—¡Deme la orden! —gritó la mujer—. ¡Subdirector Janson, deme la orden! Le freiré el cerebro.
Thomas no veía a los demás, pero los sonidos de la refriega habían cesado. Sabía que significaba que su amotinamiento había sido breve y los tres habían sido sometidos en menos de un minuto. El corazón le dolía de la desesperación.
—¿En qué estáis pensando? —bramó Janson detrás de él. Podía imaginarse la furia que debía de reflejar el rostro del hombre con aspecto de comadreja—. ¿De verdad creéis que tres… críos pueden más que cinco guardas armados? Se supone que sois genios, no idiotas y… rebeldes que desvarían. ¡A lo mejor el Destello ha llegado a vuestras mentes después de todo!
—¡Cállate! —oyó que gritaba Newt—. Cállate la…
Algo amortiguó el resto de sus palabras. Al imaginarse a uno de los guardias haciendo daño a Newt, Thomas tembló de rabia. La mujer presionó el arma con más fuerza contra su cabeza.
—Ni… se te… ocurra —le susurró al oído.
—¡Ponedlos en pie! —ordenó Janson—. ¡Ponedlos en pie!
La guardia levantó a Thomas por la parte trasera de su camiseta, con el extremo del lanzagranadas apretado contra su cabeza. Newt y Minho también estaban amenazados por un lanzagranadas y los dos guardias restantes apuntaban con sus armas a los tres clarianos.
Janson estaba enrojecido por la cólera.
—¡Esto es completamente ridículo! No vamos a permitir que vuelva a suceder.
Le dio la vuelta a Thomas.
—Yo no era más que un niño —dijo Thomas, sorprendiéndose a sí mismo.
—¿Disculpa? —preguntó Janson.
Thomas le fulminó con la mirada.
—No era más que un niño. Me lavaron el cerebro para que hiciera estas cosas, para que les ayudara.
Aquello le había estado corroyendo desde que comenzó a recuperar recuerdos. Desde que empezó a poder unir los puntos.
—No estaba allí desde el principio —respondió Janson con tono desapasionado—, pero tú mismo me encargaste este trabajo después de que los fundadores originales fueran purgados. Y deberías saber que nunca he visto a nadie, niño o adulto, con tanta tenacidad como tú —sonrió, y Thomas tuvo ganas de arrancarle la piel a tiras.
—No me importa lo que tú…
—¡Basta! —gritó Janson—. Se lo haremos a él primero —hizo una señal a uno de los guardias—. Dile a una enfermera que baje. Brenda está dentro, insistirá en que quiere ayudar. Quizá sea más fácil tratarlo si ella es la técnico que trabaja con él. Lleva a los otros a la sala de espera; me gustaría hacerlo uno por uno. Tengo que comprobar una cosa, así que nos encontraremos allí.
Thomas estaba tan disgustado que ni siquiera se dio cuenta de que había pronunciado el nombre de Brenda. Otro guardia se unió al que estaba detrás de él y cada uno le cogió de un brazo.
—¡No permitiré que lo hagáis! —gritó Thomas, que cada vez estaba más histérico. La idea de saber quién era le aterrorizaba—. ¡No vais a poner esa cosa en mi cara!
Janson le ignoró y se dirigió directamente a los guardias:
—Aseguraos de que lo seda.
Y se alejó.
Los dos guardias empujaron hacia la puerta a Thomas, que iba arrastrando los pies. Se resistió, intentó soltarse, pero las manos de los guardias eran esposas y, al final, se rindió para conservar las fuerzas. De repente se dio cuenta de que a lo mejor incluso ya había perdido. Su única esperanza era Brenda.
Brenda se hallaba junto a una cama dentro de la habitación. Su expresión era glacial. Thomas le buscó los ojos, pero era imposible saber qué estaba pensando.
Sus captores le arrastraron por la sala. No entendía qué hacía allí Brenda, ayudando a CRUEL a hacer aquello.
—¿Por qué trabajas para ellos? —su voz le sonó débil a sus oídos.
Los guardias le dieron la vuelta.
—Más vale que mantengas la boca cerrada —contestó Brenda—. Necesito que confíes en mí como lo hiciste en la Quemadura. Es lo mejor.
No podía verla, pero había algo en su voz. A pesar de lo que había dicho, sonaba cálida. ¿Acaso estaba de su lado?
Los guardias le llevaron hasta la última cama de la fila. Entonces la mujer le soltó y le apuntó con el lanzagranadas mientras el hombre le sujetaba contra el borde del colchón.
—Túmbate —dijo el guardia.
—No —gruñó Thomas.
El guardia retrocedió y le dio una bofetada.
—¡Túmbate! ¡Ya!
—No.
El hombre le levantó por las axilas y lo lanzó al colchón.
—Vamos a hacerlo, así que no merece la pena resistirse.
La máscara metálica con tubos y cables colgaba sobre él como una araña gigante dispuesta a asfixiarle.
—No vais a ponerme esa cosa en la cara.
El corazón le latía ahora a una velocidad vertiginosa, el miedo que había mantenido a raya se hacía más intenso y empezaba a llevarse la calma que podía ayudarle a averiguar cómo salir de aquella situación.
El guardia le agarró de las dos muñecas y las apretó contra el colchón mientras se inclinaba hacia delante con todo su peso para asegurarse de que no iba a ningún sitio.
—Sédalo.
Thomas hizo un esfuerzo por tranquilizarse, por ahorrar energía para un último intento de huida. Casi le dolía ver a Brenda; le tenía más aprecio del que pensaba. Si les ayudaba a obligarle a hacer aquello, significaría que ella también era el enemigo. Le rompía el corazón incluso planteárselo.
—Por favor, Brenda —dijo—, no lo hagas. No se lo permitas.
Ella se acercó y le tocó dulcemente el hombro.
—Todo va a ir bien. No todo el mundo quiere amargarte la vida. Luego me darás las gracias por lo que estoy a punto de hacer. Ahora deja de lloriquear y relájate.
Por más que lo intentaba, seguía sin poder descifrar sus intenciones.
—¿Eso es todo? ¿Después de todo por lo que pasamos en la Quemadura? ¿Cuántas veces estuvimos a punto de morir en esa ciudad? Todo lo que vivimos juntos, ¿y ahora me abandonas?
—Thomas… —se calló y no se molestó en ocultar su frustración—, es mi trabajo.
—Oí tu voz en mi cabeza. Me avisaste de que las cosas iban a ponerse peor. Por favor, dime que en realidad no estás con ellos.
—Cuando volvimos al cuartel general tras recorrer la Quemadura, pasé al sistema telepático porque quería avisarte, prepararte. Nunca esperé que nos hiciéramos amigos en aquel infierno.
En cierta medida, oír que ella también se había sentido así lo hacía todo más manejable, y entonces no pudo contenerse:
—¿Tienes el Destello? —preguntó.
Ella respondió de forma rápida y breve:
—Estaba actuando. Jorge y yo somos inmunes, lo sabemos desde hace tiempo. Por eso nos utilizaron. Ahora, cállate —dirigió la mirada hacia el guardia.
—¡Hazlo ya! —gritó súbitamente el hombre.
Brenda lo miró malhumorada, pero no dijo nada. Entonces echó un vistazo a Thomas y le sorprendió con un ligero guiño.
—En cuanto te inyecte el sedante, te dormirás en unos segundos. ¿Entiendes?
Puso énfasis en la última palabra y volvió a guiñarle el ojo con sutileza. Por suerte, los dos guardias estaban concentrados en el prisionero y no en ella.
Thomas no sabía qué pensar, pero la esperanza recorría su cuerpo. Brenda tramaba algo.
La chica fue hasta la encimera que tenía detrás de ella y comenzó a preparar lo que necesitaba mientras el guardia continuaba echado con todo su peso sobre las muñecas de Thomas, cortándole la circulación. El hombre tenía la frente cubierta de sudor, pero estaba claro que no iba a soltarle hasta que estuviera inconsciente. La mujer estaba a su lado, con el lanzagranadas apuntándole a la cara.
Brenda se dio la vuelta; llevaba una jeringuilla con la cánula hacia arriba en la mano izquierda y con el pulgar a punto para la inyección. Por la ventanilla lateral se veía un líquido amarillento.
—Vale, Thomas, vamos a hacerlo muy rápido. ¿Estás listo?
Él asintió, sin estar seguro de a qué se refería, pero decidido a estar preparado.
—Bien —respondió la chica—, más vale que lo estés.