Capítulo 10

Thomas seguía aturdido. Los sueños que había tenido —los recuerdos de su infancia— le nublaban la mente. Apenas entendía lo que el hombre había dicho.

—¡Y un cuerno! —exclamó Newt. Había salido de la cama, con los puños apretados en sus costados, y tenía la vista clavada en Janson.

Thomas no recordaba haber visto nunca tanta furia en los ojos de su amigo. Y entonces el impacto de las palabras del Hombre Rata le sacó de su aturdimiento. Plantó los pies en el suelo.

—Nos dijiste que no teníamos que hacerlo.

—Me temo que no queda más remedio —respondió Janson—. Se acabaron las mentiras: nada funcionará si vosotros tres seguís nadando en la ignorancia. Lo siento, tenemos que hacerlo. Newt, al fin y al cabo, tú más que nadie sacarás provecho de la cura.

—Ya no me importa nada lo que me pase —contestó Newt con un gruñido.

Entonces Thomas se dejó guiar por su instinto. Sabía que ese era el momento que había estado esperando; aquello era el colmo.

Observó a Janson con detenimiento. La expresión del hombre se suavizó y respiró hondo, como si percibiera que el peligro aumentaba en la habitación y quisiera neutralizarlo.

—Mirad, Newt, Minho, Thomas: entiendo cómo debéis de sentiros. Habéis visto muchas cosas horribles. Pero la peor parte ha terminado. No podemos cambiar el pasado, no podemos borrar lo que os ha sucedido a vosotros y a vuestros amigos; pero ¿no sería un desperdicio no completar el programa a estas alturas?

—¿No se puede borrar? —gritó Newt—. ¿Es lo único que tienes que decir?

—Cuidado —le advirtió uno de los guardias, apuntando con el lanzagranadas a su pecho.

La habitación se quedó en silencio. Thomas nunca había visto así a Newt, tan enfadado, tan poco dispuesto a serenarse.

Janson continuó:

—Vamos mal de tiempo. Vayámonos o tendremos que repetir la marcha de ayer. Mis guardias están ansiosos, os lo aseguro.

Minho bajó de un salto de la litera que había sobre la de Newt.

—Tiene razón —dijo con total naturalidad—. Pudiendo salvarte, Newt, y quién sabe a cuántos más, seríamos unos fucos idiotas si nos quedáramos en esta habitación otro segundo —le lanzó a Thomas una mirada y señaló la puerta con la cabeza—. Venga, vamos.

Pasó por delante del Hombre Rata y los guardias hasta el pasillo, sin mirar atrás.

Janson miró con las cejas enarcadas a Thomas, que estaba esforzándose por ocultar su sorpresa. El anuncio de Minho era tan raro que debía de tener alguna clase de plan. Fingir que estaban de acuerdo les haría ganar tiempo.

Apartó la vista de los guardias y el Hombre Rata y le guiñó el ojo a Newt de forma que tan sólo él pudiera verlo.

—Escuchemos qué quieren que hagamos —intentó sonar tranquilo, sincero, pero fue una de las cosas más difíciles que había hecho—. Trabajaba para esta gente antes de llegar al Laberinto. No podía estar totalmente equivocado, ¿no?

—Oh, por favor —Newt puso los ojos en blanco, pero avanzó hacia la puerta y Thomas sonrió para sus adentros ante su pequeña victoria.

—Todos seréis héroes cuando esto termine —dijo Janson cuando Thomas, seguido de Newt, salió de la habitación.

—Ah, cállate —contestó Thomas.

Los tres amigos siguieron una vez más al Hombre Rata por los laberínticos pasillos. Mientras caminaban, Janson iba narrando el trayecto como si fuera un guía turístico. Explicó que las instalaciones no tenían muchas ventanas por el terrible clima que a menudo había y por los ataques de grupos de infectados que deambulaban por allí. Mencionó el duro temporal de lluvias que hubo la noche que se llevaron a los clarianos del Laberinto y cómo un grupo de raros irrumpió en el perímetro exterior para verles subir al autobús.

Thomas recordaba de sobra aquella noche. Aún podía notar la sacudida de los neumáticos al atropellar a la mujer que le había abordado antes de subir al autobús, cómo el conductor ni siquiera redujo la velocidad. Apenas podía creer que hubiera sucedido tan sólo hacía unas semanas; parecía que habían pasado años.

—Me gustaría que cerraras el pico —soltó al final Newt. Y así lo hizo el Hombre Rata, pero no borró aquella sonrisita de su rostro.

Cuando llegaron al área en la que habían estado el día anterior, el Hombre Rata se detuvo y se dio la vuelta para dirigirse a ellos.

—Espero que todos cooperéis hoy. Eso sería lo mínimo.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Thomas.

—Los otros sujetos se están recuperando…

Antes de que pudiera terminar la frase, Newt ya había saltado para agarrar al Hombre Rata de las solapas de su bata blanca y golpearlo contra la puerta más cercana.

—¡Vuelve a llamarlos sujetos y te rompo el maldito cuello!

Dos guardias se echaron encima de Newt al instante; lo apartaron de Janson y lo tiraron al suelo para apuntarle con los lanzagranadas a la cara.

—¡Esperad! —gritó Janson—. Esperad —se serenó y se alisó la camisa y la bata arrugadas—. No le inutilicéis. Acabemos con esto de una vez por todas.

Newt se puso de pie lentamente, con los brazos levantados.

—No nos llames sujetos; no somos ratones intentando encontrar el queso. Y dile a tus fucos amigos que se calmen. No te iba a hacer daño. No mucho.

Posó los ojos en Thomas con aire inquisitivo.

«CRUEL es buena». Por alguna inexplicable razón, aquellas palabras saltaron a la mente de Thomas. Era como si su antiguo yo —el que creía que el objetivo de CRUEL merecía cualquier acción depravada— estuviera intentando convencerle de que era verdad. No importaba lo horrible que pareciera, debían hacer lo que hiciera falta para encontrar una cura al Destello.

Pero ahora había algo distinto: no podía entender quién había sido antes, cómo había creído que todo aquello estaba bien. Había cambiado, pero tenía que darles al antiguo Thomas una vez más.

—Newt, Minho —dijo tranquilo, antes de que el Hombre Rata pudiera volver a hablar—, creo que tiene razón. Creo que ha llegado el momento de que hagamos lo que se supone que tenemos que hacer. Nos pusimos de acuerdo anoche.

Minho soltó una risa nerviosa. Las manos de Newt se convirtieron en puños.

Era ahora o nunca.