Casi toda Rusia es vieja, modelada por glaciares que dejaron un paisaje de colinas bajas, lagos y ríos que discurren como rastros de gusanos en la madera blanda. Al norte de la ciudad, el lago Plateado estaba todavía congelado y todas las dachas que lo rodeaban estaban desiertas, excepto la de Iamskoy.
Arkady aparcó detrás de una limusina Chaika, se dirigió a la puerta trasera de la casa y golpeó. El fiscal apareció en una ventana, hizo señas a Arkady de que esperara y cinco minutos más tarde emergió como la viva imagen de un boyardo, con abrigo y botas bordeados de piel de lobo. Su sonrosada calva relucía de buena salud y de inmediato se encaminó a la playa.
—Es el fin de semana —dijo irritado—. ¿Qué hace aquí?
—Es que usted no tiene teléfono —dijo Arkady, siguiéndolo.
—Usted no tiene el número. Quédese aquí.
En el centro del lago el hielo era grueso y opaco, pero fino y brillante en las orillas. En el verano, las familias jugarían su partida de bádminton, desplegarían brillantes parasoles y jarras de limonada. Iamskoy se había dirigido a una pequeña cabaña situada a unos cincuenta metros de la casa. Regresó con un cuerno de hojalata y un cubo con alimento para peces.
—Olvidé que debió de tener una casa aquí cuando era pequeño —dijo Iamskoy.
—Un verano, sí.
—Estoy seguro, una familia como la suya. Sople aquí. —Y entregó el cuerno a Arkady.
—¿Para qué?
—Sólo sople —ordenó Iamskoy.
Arkady se llevó la fría boquilla a los labios y sopló. Un bocinazo retumbó en el hielo. Su segundo toque fue más fuerte, produciendo eco en los sauces del lado opuesto.
Iamskoy volvió a tomar el cuerno.
—Es una lástima lo que le pasó a su detective. ¿Cómo se llamaba?
—Pavlovich.
—Eso es malo para usted también. Si ese usurero, Golodkin, era tan peligroso, debió usted acompañar a Pavlovich; todavía estaría vivo. Toda la mañana me han estado llamando el fiscal general y el comisionado de la milicia; tienen mi número telefónico. No se preocupe. Lo protegeré, si es eso lo que vino a pedir.
—No vine por eso.
—No, lo supuse. —Iamskoy suspiró—. Pavlovich era amigo suyo, ¿verdad? Ustedes trabajaron juntos antes. —Apartó la mirada de Arkady para mirar el cielo: una neblina blanca que se mezclaba con los abedules plateados—. Éste es un lugar maravilloso, inspector. Debería venir, más avanzado el año. Desde su infancia, han aparecido algunas tiendas excelentes para los residentes. Las visitaremos juntos y podrá adquirir lo que desee. Traiga a su esposa.
—Pribluda lo mató.
—Espere.
Iamskoy escuchó un rumor entre los árboles, a derecha e izquierda. Sobre las copas de los árboles se elevó una hilera de patos formando una V a medida que ganaban altura, los machos blancos con vientres y cabezas negras; las hembras, grises. Volaron alrededor del lago batiendo las alas con rapidez.
—Pribluda hizo seguir a Pavlovich y a Golodkin y ordenó que los mataran.
—¿Por qué habría de interesarse el mayor Pribluda en este caso?
—El sospechoso es un hombre de negocios americano. Ya me lo presentaron.
—¿Cómo fue que le presentaron a un americano? —Iamskoy empezó a echar la comida de pescado en el suelo.
Un sordo arrullo y agitar de alas estremeció el aire.
—Usted me llevó a él. —Arkady elevó la voz—. En la casa de baños. Usted ha estado siguiendo el caso de cerca, como ya ha dicho.
—¿Yo lo llevé a él? Es una suposición enorme. —Iamskoy vació la comida en una línea ondulada, decorativa—. Tengo un infinito respeto por su habilidad, y no se equivoque, lo ayudaré en la forma que pueda, pero no suponga que yo lo «conduje» a nadie. Ni siquiera quiero saber su nombre. ¡Shhh! —Contuvo la respuesta de Arkady y puso en el suelo el cubo vacío.
Los patos descendieron en línea recta, patinando en fila india sobre el hielo del lago, para detenerse a unos treinta metros de la playa. Allí, las aves dirigieron una mirada suspicaz a Iamskoy y a Arkady hasta que éstos retrocedieron hacia la cabaña. Satisfechos, los más atrevidos avanzaron con un airoso bamboleo.
—Bonitas aves, ¿no? —comentó Iamskoy—. Son raras en esta zona. Invernan en los alrededores de Murmansk, ¿sabe? Durante la guerra, tuve allí una colonia permanente.
Más gansos descendieron mientras los líderes se encaminaban a la playa, mirando de un lado a otro en busca del peligro.
—Buscan zorros, siempre alerta ante los zorros —comentó Iamskoy—. Debe de tener alguna evidencia importante para sospechar de un oficial de la KGB.
—Tenemos una identificación preliminar de dos de los cadáveres del Parque Gorki. Teníamos una grabación en la que Golodkin declaraba positivamente que esas dos personas estaban en tratos con el americano.
—¿Tiene usted a Golodkin ahora? ¿Tiene la grabación?
—Se la robaron al cadáver de Pasha en el departamento de Golodkin. También había un cofre.
—Un cofre. ¿Existe ahora? Al leer el informe de propiedades rendido por el investigador del distrito, no vi ninguna mención a un cofre. Bien, ¿eso es todo? ¿Quiere usted acusar a un mayor de la KGB sobre la base de una grabación y un cofre perdidos y el testimonio de un muerto? ¿Mencionó Golodkin alguna vez al mayor Pribluda?
—No.
—Entonces no entiendo de qué habla. Simpatizo con usted. La muerte de un camarada lo ha afectado. Siente antipatía por el mayor Pribluda. Pero éste es el cargo más descabellado y menos fundamentado que he oído.
—El americano tiene vínculos con la KGB.
—¿Y qué? Yo también. Y usted. Todos respiramos aire y orinamos agua. Todo lo que me dice es que un hombre de negocios americano no es tonto. Francamente, ¿hasta qué punto es tonto usted? Por su propio bien, confío en que no haya compartido estas sospechas irracionales con nadie más. Es mejor que no figuren en ningún informe enviado a mi oficina.
—Quiero que la investigación del asesinato de Pasha quede bajo mi dirección personal, como parte de la investigación del Parque Gorki.
—Permítame terminar. La clase de americano que menciona usted es rico, no se limita a tener dinero como usted lo entiende, y tiene muchos amigos influyentes aquí… aún más —Iamskoy lo expuso con amabilidad— que usted. ¿Qué podían haber poseído esas tres personas del Parque Gorki que pudiera haber valido un minuto de su tiempo y mucho menos hacer que valiera la pena matarlos? Mil rublos, cien mil rublos le pueden parecer mucho dinero a usted, pero no es así para un hombre como ése. ¿Sexo? Con sus influencias, podría ocultar las situaciones más embarazosas. ¿Qué es lo que queda? El hecho es que no queda nada. Dice usted que ha identificado tentativamente a dos de los cadáveres del parque. ¿Eran rusos o extranjeros?
—Rusos.
—Ahora está llegando a alguna parte. Son rusos, no extranjeros, nada que concierna a Pribluda o a la KGB. En lo tocante al detective Pavlovich, él y Golodkin se mataron mutuamente, lo dice el informe. Al parecer el investigador del distrito está realizando un trabajo eficaz sin la ayuda de usted. Desde luego, su informe final le será enviado a usted. Pero no permitiré que usted interfiera. Lo conozco. Primero quería que la investigación pasara al mayor Pribluda. Ahora que piensa (por razones ilógicas y personales) que él podría estar involucrado en la muerte de su colega, no abandonará el caso, ¿verdad? Usted una vez que mete los dientes en un caso, no lo suelta. Permítame ser franco: cualquier otro fiscal le daría licencia médica de inmediato. Pero transigiré, lo dejaré continuar investigando acerca de las víctimas del Parque Gorki, sólo que ahora controlaré más de cerca las pesquisas. Además, tal vez debería usted descansar uno o dos días.
—¿Y si simplemente renuncio?
—¿Qué si lo hace?
—Eso es precisamente lo que estoy haciendo; renuncio. Consígase otro investigador.
Fue en ese momento cuando Arkady decidió renunciar, al percatarse simultáneamente de que se encontraba en una trampa y que había una salida, una puerta iluminada en el otro lado. Era algo tan obvio…
—Siempre se me olvida —Iamskoy se le quedó mirando— que tiene usted ese rasgo irracional. A menudo me he preguntado por qué desdeña usted tan manifiestamente su calidad de miembro del Partido; también me he preguntado por qué quería usted ser investigador.
La simplicidad de la situación hizo sonreír a Arkady, así como el poder que ésta le daba. ¿Retirarse simplemente? ¿Qué habría ocurrido si en medio del drama de Hamlet, el príncipe hubiera decidido que las complicaciones de la trama eran excesivas, si hubiera desechado las instrucciones del fantasma y hubiera salido del escenario? Arkady vio en los ojos de Iamskoy el asombro y disgusto motivados por la interrupción de la obra. Nunca había contado antes con la total atención de Iamskoy; sin embargo, Arkady siguió sonriendo hasta que el propio fiscal forzó sus labios cenicientos en una amplia sonrisa.
—Bueno, supongamos que usted renuncia, ¿qué sucedería? —preguntó Iamskoy—. Yo lo podría destruir, pero eso no sería necesario; perdería su carné del Partido y se destruiría a sí mismo. Y a su familia. ¿Qué empleo cree que le darían a un investigador principal de homicidios después de renunciar? El de guardia nocturno, si tiene suerte. También me haría quedar mal, pero puedo sobrevivir a ello.
—También yo.
—Así que veamos qué ocurre con su investigación una vez que usted la abandone —agregó Iamskoy—. Otro investigador se hará cargo. Supongamos que Chuchin se encarga de continuarla. ¿No le molesta eso?
—Chuchin no está entrenado para realizar trabajos de homicidios —contestó Arkady encogiéndose de hombros—. Pero eso es asunto suyo.
—Bien, eso está resuelto. Chuchin es su sucesor. Un torpe venal toma su investigación y usted lo aprueba.
—No me interesa mi investigación. Renuncio porque…
—Porque su amigo está muerto. Por él. Lo contrario sería hipócrita. Era un buen detective, un hombre capaz de meterse entre usted y una bala, ¿correcto?
—Sí —dijo Arkady.
—Entonces renuncie, haga su gesto —dijo Iamskoy—, aunque debo convenir con usted en que Chuchin no es un investigador tan capaz como usted. En rigor, considerando su falta de experiencia en homicidios y las presiones que exigirán un triunfo en su primer caso, supongo que lo único que le quedaría por hacer sería cargar a Golodkin con los asesinatos del Parque Gorki. Como Golodkin ha muerto, la investigación quedaría cerrada en uno o dos días… ya ve usted cómo todo encaja. Pero conociendo la forma en que trabaja la mente de Chuchin, sospecho que no le bastaría con eso. Le gusta poner su sello en todo, dar otra vuelta de tuerca. Creo que es capaz de acusar a su amigo Pasha como cómplice de Golodkin. Diría que murieron juntos en una disputa entre ladrones. Lo haría sólo para herirlo a usted. Después de todo, de no haber sido por usted, Chuchin todavía tendría a su mejor informante. Realmente, cuanto más lo pienso, más seguro estoy de que así lo hará. Hablando como fiscal, siempre he encontrado que un aspecto fascinante de la naturaleza humana es que con el mismo caso diferentes investigadores producen soluciones diferentes, todas perfectamente aceptables. Discúlpeme.
Después de todo, no había salida. Arkady se encontró solo mientras Iamskoy recogía su cubo vacío. En lugar de volar, los gansos corrieron a lo largo de la playa o hacia el hielo del lago, buscando una distancia segura desde la cual arrullar con desconsuelo, pasando la mirada entre Iamskoy y Arkady, resistiendo la presencia de ambos por igual. Iamskoy llevó el cubo de regreso a la cabaña.
—¿Por qué le importa a usted tanto que siga yo con el caso? —preguntó Arkady uniéndose a él.
—Dejando de lado el histrionismo, usted es el mejor investigador de homicidios que tengo. Es mi deber mantenerlo en el caso. —Iamskoy había vuelto a ser cordial.
—Si el asesino del Parque Gorki fue este americano…
—Tráigame las pruebas y juntos redactaremos la orden de arresto —ofreció Iamskoy generosamente.
—Si fue el americano, sólo me quedan nueve días. Se marcha la víspera del día del Trabajo.
—Tal vez ha hecho más progresos de los que se imagina.
—Nueve días. Nunca lo atraparé.
—Haga lo que estime conveniente, investigador. Tiene usted mucho talento y yo sigo teniendo fe en el resultado de este asunto. Más que usted, tengo fe en el sistema. —Iamskoy abrió la puerta de la cabaña para guardar el cubo—. Confíe en el sistema.
Antes de que se cerrara la puerta, Arkady vio en la penumbra de la cabaña dos gansos colgados de los pies, con el cuello retorcido. El aire estaba fétido por la descomposición de las aves. Los gansos estaban protegidos por la ley; Arkady no entendía por qué un hombre como Iamskoy se arriesgaría a matarlos. Volvió la vista a la playa, llena otra vez de gansos que luchaban por su parte del alimento depositado por el fiscal.
Arkady regresó al Ucrania y empezó a beber antes de ver un sobre que había sido deslizado por debajo de la puerta. Abrió el sobre y leyó la nota, que decía que tanto Pasha como Golodkin habían muerto instantáneamente por tiros disparados a no más de medio metro de distancia. Vaya escena. Un hombre muerto por la espalda y el otro con un tiro en la frente y sus cadáveres estaban separados por una distancia de tres metros. Levin no había firmado la nota, lo que no sorprendió a Arkady.
Arkady no era un gran bebedor de vodka. La mayoría de los hombres creían en el vodka. Un refrán decía: «Hay dos clases de vodka: bueno y muy bueno».
¿Quién siguió a Pasha y a Golodkin a Serafimov 2? ¿Quién tocó a la puerta exhibiendo la clase de identificación que satisfaría a Pasha y atemorizaría a Golodkin? Habría habido dos hombres, pensó Arkady. Un solo visitante no habría podido actuar con suficiente rapidez, y tres habrían puesto en guardia aun al confiado Pasha. Entonces, ¿quién mató a Pasha por la espalda, tomó su pistola y mató al aterrado Golodkin? Todo señalaba a Pribluda. Osborne era informante de la KGB. El mayor Pribluda quería proteger a Osborne y ocultar su conexión con la KGB, y la única forma de hacerlo era a distancia. En cuanto Pribluda aceptara el caso, la KGB reconocería que había extranjeros involucrados en él. La embajada extranjera —la embajada americana, donde sólo hay espías— se interesaría en el caso e iniciaría sus propias pesquisas. No, la investigación tenía que continuar en manos del investigador en jefe de homicidios de la oficina del fiscal, y tenía que fracasar.
Había maneras diferentes de no emborracharse. Algunas personas confiaban en un trocito de encurtido después de cada trago; otros preferían las setas. Pasha había dicho siempre que la clave consistía en llevar el alcohol derecho al estómago, sin respirar. Arkady supuso que eso era lo que estaba haciendo, doblado y tosiendo.
En cierta forma, Pasha y Zoya estaban relacionados. Eran emblemas gemelos del investigador principal: su admirativo colega y su fiel esposa. Si en su deserción había habido cierto sentimiento de temporalidad, la muerte de Pasha la había hecho definitiva. La historia marxista era una serie de piezas de dominó, científicamente dispuestas, cayendo una contra la siguiente y así sucesivamente, ya fuera del alcance de Arkady y sin posibilidad de recuperación, pero todas puestas en movimiento por una fatal inestabilidad, una falla. No era culpa del sistema. El sistema excusaba y aun daba por hecha la estupidez y la embriaguez, la haraganería y el engaño. Cualquier sistema que no lo hiciera así no sería humano, y éste era más humano que cualquier otro. La inestabilidad estaba en el hombre que se situaba por encima del sistema; el fallo estaba en el investigador principal.
Pasha había escrito sus notas con letra de imprenta. Sin embargo, Arkady notó la intención de hacerlas más garrapateadas, como las suyas. Comprendió que tendría que conseguir otro detective para que revisara el resto de las grabaciones en alemán y polaco y las transcripciones. Desde luego, el detective Fet continuaría con las grabaciones escandinavas cuando no estuviera rindiendo informes a Pribluda. Quedaba mucho trabajo por hacer, aunque el investigador no hiciera nada en absoluto.
¿Quién había solicitado las grabaciones y transcripciones en primer lugar? ¿Quién había amenazado valientemente con arrestar a un informante extranjero del Comité de Seguridad del Estado? ¿Quién había matado realmente a Pasha?
Arkady arrojó una caja de cintas contra la pared. Lanzó otra más, que se abrió. Luego una tercera y enseguida se puso a recoger montones de carretes, dejando ondear en el aire sus largas colas negras.
—¡Abajo con el vronskyismo! —gritó.
El único cartón no dañado era el entregado ese día. Había grabaciones nuevas en su interior. Arkady encontró una de la suite de Osborne en el hotel Rossiya, de apenas dos días de antigüedad.
Haría su trabajo. Lo sacaría adelante.
La primera conversación de la cinta era breve.
Arkady oyó tocar a la puerta, el sonido de ésta al abrirse y el saludo de Osborne.
—Hola.
—¿Dónde está Valerya?
—Espere. Iba a dar un paseo.
La puerta se cerró.
Arkady escuchó la grabación una y otra vez, porque reconoció la voz de la chica de Mosfilm.