El Rostro De La Locura II

De inmediato, siento una luz ámbar y cálida a través de los párpados apretados. Seguro estoy de que es luz solar, y sin embargo reacciono de una forma inconsciente frunciendo más el ceño, reacio a abrir los ojos, temiendo verme en otro mundo, en Marte. Finalmente los abro exhalando la profunda bocanada de aire contenido, como si supusiera un gran esfuerzo físico, además de mental, el hacerlo.

Veo las espaldas de mis tres compañeros bañadas por la luz de un atardecer a nuestra derecha. Miro en esa dirección. Nuestro sol aparece como en un guiño entre el horizonte de la tormenta de nubes sólidas y las apretadas alturas de las descomunales torres púrpuras. Un sentimiento de profundo alivio y refresco me recorre el alma, al comprobar que de algún modo seguimos en la acrópolis del cielo, y al volver a ver una vez más nuestro astro, tan a menudo desaparecido durante los días anteriores.

Giro sobre mí mismo en redondo. Me sobresalto al encontrarme el espeluznante portal y su hálito helado, pero continúo examinando. Nos encontramos en uno de los más altos de los lugares de la ciudad alienígena y, si como parece, no estamos al aire libre, ha de rodearnos el mismo muro de placas púrpuras que por dentro es invisible. Alzo la vista, donde el inmenso remolino de la tormenta arroja lluvia pesada que se estrella contra la nada y cae resbalando en fuertes arroyos hasta por debajo del nivel del suelo azulado. Resulta bello e hipnótico.

—Ésta si que es buena. El renegado marciano trabajando codo con codo junto a los renegados humanos.

Rodeo a Violet, Church y Jones para ver lo que ellos miran y enfrentarme al que habla; esa insoportable voz acuosa que ha recuperado su acostumbrado tono de arrogancia, y de la que dimana también algo así como histeria apenas contenida.

El Rostro De La Locura se haya en lo alto de un pedestal hasta el que suben tres escalones exageradamente altos para subirlos con comodidad, aunque, claro, son para los marcianos. A su espalda se levantan dos semicírculos de más controles ridículamente coloridos, uno opuesto al otro desde el punto de vista de quienes los manipulan. Los seres debaten sus miradas entre nosotros y la espalda de El Rostro De La Locura, sin dejar para nada lo suyo. Otro alienígena, vestido por completo con uno de esos conjuntos de mallas protectoras, aguarda quieto como una esfinge a su lado. Sus pupilas dilatadas están fijas en la gris figura de Jones.

—¿Se puede saber, ahora que estamos más tranquilos, qué hacéis aquí, incordiando? —continúa el loco cara de espejo, como si hubiéramos entrado en una fiesta sin invitación—. No, lo digo en serio, me muerde la curiosidad.

—Hemos venido a detenerte, hijo de puta —ruge Church avanzando y apuntando con su rifle de plasma.

—No, espera —dice Jones, obligándola a detenerse y bajar el arma, sujetando con su enorme garra el rifle. Noto que Church intenta resistirse, en vano—. Soy yo quien quiere saber qué estás haciendo.

—Jones, ¿qué haces? —le pregunto, ansioso de acabar con el chiflado y confuso ante su cordialidad hacia él.

—Esta gente dice que has abierto un portal tan grande que va a destruir ambos mundos. Estamos aquí para averiguar cómo cerrarlo —le explica Jones ante mi asombro. Parece que le esté pidiendo ayuda.

—¡Oh, no, no voy a permitir tal cosa! No sería justo, no, no… Para nada lo sería… —contesta el muy imbécil sacudiendo las manos como tomando la idea por inconcebible.

—Pero ¿de qué hablas? —tercia Violet—. ¿No decías que hacías todo esto para salvar a esta otra raza?

El Rostro De La locura hace un gesto de desdén con una mano.

—Eso lo dije para que me dejarais en paz, para confundir a Jones, para ganar tiempo, ¡¿qué se yo?! Dije lo primero que se me ocurrió.

—¿Eh? —hace Violet.

—¿Entonces qué quieres? ¿Chantajear al mundo? —pregunta Jones, riéndose él solo de la idea.

—Ya lo dije: hacer justicia, ni más ni menos.

Y se calla. Pasan un par de segundos, o más, durante los que estamos todos quietos y callados, mirándonos unos a otros, esperando que siga hablando.

—¿Te importaría explicarte? —pregunta Jones por fin, muy respetuosamente y con algo de impaciencia, que sólo yo debo percibir.

—Te lo explicaré porque tú me lo pides, y porque eres el único que puede llegar a entenderlo —dice El Rostro De La Locura recuperando esa familiaridad sosegada de que hacía gala en su casa, cuando daba la impresión de ser un personaje equilibrado y lógico. ¡Cómo engañaba, el cabrón!—. Para ello tengo que remontarme a poco menos de un año, un par de semanas después de que nos conociéramos en vuestra primera visita a mi casa.

»Por aquel entonces, para qué seguir ocultándolo, yo había entablado una insólita amistad con estos seres marcianos, visitando su pretérito mundo gracias a los portales que, y esta parte sí era cierta de cuanto os conté, aparecían al reflejarse mi rostro en los espejos. El primer impulso de los marcianos, al verme vagando impunemente por su extraña ciudad, fue el de venir a devorarme, claro, pero me defendí mostrándoles la cara, a lo que el resto de la raza reaccionó tomándome por una especie de dios o demonio, al que se sometieron sin más. Me gané su confianza enseñándoles cuan magnánimo puedo resultar si no me siento amenazado, y durante mis cada vez más frecuentes visitas fui aprendiendo a hablar su idioma y les enseñé cómo debían hablarme para que les entendiera, en un espectro audible para mí. Comprendí que su mundo se moría, extenuado por la devastación que su voraz apetito había extendido en el reino animal y vegetal del planeta. Sentí lástima de ellos, que me habían acogido a pesar de ser tan diferente y sin repudiarme o temerme por culpa de mi peculiar maldición. Ellos son muy diferentes de los humanos, para ellos todo ser consciente de su raza es igual de importante que los demás, salvo los recién nacidos, muy jóvenes para enlazarse a la red de sonidos, y las hembras, sumidas en un estado diferente e individual de la consciencia. El caso es que ya tenía decidido que sacrificaría a la raza humana con tal de darles una segunda oportunidad, pero no tenía forma de hacerlo. Y, como empecé a contar, llamaron en ese momento a mi puerta, poco después de conocernos tú y yo, los señores Avatar y Wise.

»Habían venido con la intención de reclutarme para su incipiente sociedad, El Triunvirato. Ambos me hablaron de sus poderes, tan extraños e inexplicables como el mío. Pero fue la habilidad del señor Wise para comprender y desarrollar de una manera sobrenatural cualquier rama de la ciencia conocida lo que me hizo hablarles de mis visitas a un Marte del pasado; les hablé de la máquina de viajes espacio-temporales con la que los marcianos llevaban siglos chapuceando en un desesperado intento de escapar a la muerte; les prometí una alianza con los extraterrestres y acceso a toda su tecnología, a cambio de que el señor Wise descifrara el lenguaje escrito y los planos sobre el funcionamiento de la máquina, cosas que los embrutecidos marcianos ya tampoco comprendían tras milenios de bestialización. La idea que tenía en mente era en realidad la de provocar el tan merecido apocalipsis de los humanos, a los que he odiado profundamente toda mi vida; los que, en vez de buscar una cura para mi mal, me encerraron para poder hacer experimentos con más inocentes, mientras yo sólo podía observar, atado y postrado, sin haber cometido nunca crimen ninguno.

—¡No intentes darnos pena, chiflado de mierda! —grita Church, todavía con su arma presa en las garras de Jones.

—Silencio —le gruñe Jones. No alza la voz, pero suena como un bufido que preceda a un desmembramiento, y Church se aplaca.

—Gracias, Jones —se permite decir El Rostro De La locura—. Ya tenía todo lo necesario para mis planes, y entonces ocurrió algo. El señor Wise me explicó que la máquina «lanza» los portales en forma de un haz de energías opuestas hacia su objetivo. Por un lado, el portal; por el otro, un residuo de la fractura de ambas realidades que se disipa prácticamente en el mismo instante en que el portal es creado. Con el lenguaje escrito de los marcianos descifrado, y haciendo mis propias indagaciones sobre la tecnología espacio-temporal a raíz de lo que el señor Wise me hizo comprender, descubrí la razón de la propiedad sobrenatural de mi cara: el mismo día que tú apareciste, hace quince años, esa energía residual cayó sobre mí, y convirtió mi rostro en un tipo de singularidad que arrastra la consciencia de quien lo mira, le muestra quién sabe qué, y la devuelve despojada de toda coherencia o sentido como ser vivo ¡¿Lo entiendes?! ¡¡Estas torpes criaturas me maldijeron con sus inútiles intentos de establecer una conexión estable con otro mundo!!

El Rostro De La Locura acaba chirriando toda esa última parte de su discurso, sacudiéndose en un ridículo espasmo histérico. Parece una vieja máquina desengrasada y a punto de reventar.

—¿Quieres decir que ahora vas a dejar que ambos mundos se destruyan?

—¡Pues claro, Jones! ¡¿Te extraña, acaso?! —replica gritando desesperadamente. La criatura junto a él se vuelve a mirarle y se remueve inquieta, sin comprender si debe atacarnos o no—. ¡¿No te sientes tú igual?! ¡¡Te arrojaron para experimentar porque sólo eras un recién nacido, un ser incapaz de formar parte de su colmena cognitiva y primitiva, e igual que yo has tenido que vivir oculto y repudiado como un monstruo, todo ello porque a ÉSTOS LES SALIÓ DE LOS COJONES!!

La criatura vuelve a mirar a Jones. No entiende nada, pero parece convencida de que somos nosotros los causantes del desasosiego de su amo. Bendita ignorancia.

—Pero ¿los marcianos saben algo de todo eso? —pregunto, sintiéndome ya como un tonto según lo estoy diciendo.

—Sí, ¡ellos creen que les estás salvando! —me apoya Violet, para mi alivio.

—¡No! ¡No se salva nadie! —explota El Rostro de La Locura—. ¡Aquí es cuando realmente se hace justicia, CUANDO LOS MUNDOS CHOCAN!

—No puedo permitírtelo —ruge Jones—. Has estado mintiendo a todo el mundo, y ¿para qué? ¿Para matarlos a todos? Entiendo cómo te sientes, pero creo que estás loco, como siempre dijo el abuelo.

—No podéis hacer nada para detenerlo. He ordenado a estos pilotos que aterricen sobre la ciudad. Sus raíces se anclarán a la tierra para seguir funcionando a base energía geotérmica, y sólo tendré que sentarme a disfrutar del espectáculo, mientras mis aliados marcianos se entretienen sus últimas horas masticando a mis congéneres humanos.

—Yo te obligaré a cambiar de idea —dice Jones en voz baja, pero sonando lo más amenazador y fiero que le he oído nunca.

Tenía dudas hasta el final, pero creo que, ahora que ha oído la verdad, se ha despertado en él un sentimiento muy humano del que nunca le había visto el menor vestigio.

Jones siente odio.

—Siento no poder presentaros debidamente —dice El Rostro De La Locura contemplando a Jones avanzar hacia él—, pero los marcianos no usan nombres como nosotros los entendemos, sino una especie de firma de infrasonidos específica en cada individuo. Les pedí que me acompañara el más fuerte y mejor de ellos, para guiarme y manejar su tecnología a mi paso. Todo líder necesita un buen escolta —concluye, soltando nerviosas y líquidas arcadas de risa.

Se dirige al alienígena con una escueta frase en su extraña lengua, y éste obedece bajando pausadamente los tres grandes escalones, en completo silencio.

A diferencia de sus congéneres, su postura es totalmente erguida, quizá debida al orgullo de ser el protector personal de El Rostro De La Locura. Eso debería hacerle parecer menos peligroso, pero algo en su singular serenidad me alarma; parece muy seguro de sí mismo y sagaz, una cualidad que no he visto en los demás, que atacaban con irreflexiva ira asesina. Es poco más alto que Jones, pero ya resulta demasiado viendo los tonificados músculos de todo su cuerpo envueltos en el pijama de malla púrpura. Casi parece que el traje pudiera reventar con solo tensar un poco sus fibras musculares, pero en vez de serle incómodo, se mueve con él como si fuera una segunda piel. Tiene las mandíbulas cerradas, pero los dientes son demasiado largos, la boca ocupa más de la mitad de su cara, quedando el tabique nasal envuelto en piel casi justo bajo los ojos. Incluso para ser marciano es feo.

El Rostro De La Locura baja a saltos los escalones tras el ser y se aparta a un lado para rodear a los marcianos enfrentados y venir hacia nosotros. Al ver esto, Jones, sin detenerse, se desvía hacia el loco de la máscara. El fortísimo marciano reacciona lanzándose a la carrera contra él, al tiempo que El Rostro De La Locura se aleja más de Jones con pasos asustados, algo cómicos.

—Jones, ¡CUIDADO! —grito.

Pero todo pasa muy rápido, y para cuando digo esto Jones ya ha escapado del ataque de su congénere y se enfrenta a él a golpes. La bestia se interpone entre Jones y El Rostro De La Locura, quien sigue acercándose, confiando la seguridad de su espalda al alienígena.

—Ha sido muy divertido el conoceros. Adiós —dice el chiflado, llevándose una mano a la careta de obsidiana y tirando de ella sin molestarse en abrir los correajes.

—¡Tapaos los ojos, no le miréis! —aúlla Violet a mi lado.

La miro, sobresaltado por ese repentino arranque de miedo absurdo. Se cubre los ojos con el antebrazo y Church se cubre el ojo derecho con una mano. Observándolas a ellas por encima de mi hombro, un escalofrío helado me eriza el pelo de la nuca y se extiende como algo tangible y palpable acariciándome todo el lado derecho de la cara. Me asusto tanto con la sensación, y el recuerdo de todas las personas que hemos encontrado enloquecidas estalla tan repentinamente sobre mi mezquino aturdimiento, que cierro los ojos y aprieto los párpados como si quisiera hundirme los globos oculares hasta el cogote.

Apunto a ciegas con mis armas hacia donde creo que estaba El Rostro De La Locura.

—¿Pretendéis enfrentaros a mí sin ver? Mirad si sois estúpidos —le oigo decir delante de mí, ya sin esa líquida emanación en su voz.

Disparo en esa dirección una y otra vez, aterrado, hasta que me quedo sin balas, pero seguro de que le he alcanzado.

—¡Estúpido! —oigo decir a la misma voz aguda, a mi lado, casi al oído.

Un violento golpe me llega a la cara, justo en plena nariz, haciendo saltar chispas blancas ante mis ojos ávidos de libertad. El dolor y la sorpresa me hacen soltar las armas y cubrirme la cara con las manos. Noto fluido caliente. Sangre, y también palpo costras sólidas que espero sean del yeso del vendaje, y no trocitos de hueso.

No tengo tiempo de pararme a examinar los daños; otro golpe me alcanza la ya bastante recalentada oreja derecha, que se aplasta contra mi cráneo, y me desequilibra, toda la fuerza del impacto reverberando a lo largo y ancho de la masa encefálica y extendiéndoseme hasta el cuello. Creo dar dos vueltas sobre mí mismo, agitando los brazos ante mí con la esperanza de tocar de casualidad al maldito chiflado.

—¡¿Qué está pasando?! ¡Nass! ¿Está muerto? —oigo gritar apenas a Violet en algún sitio, entre el zumbido que atruena en mis oídos.

«¿Muerto? Je», se cachondea mi mente atolondrada, que ya me da por perdido. En este mismo momento, y como para rematar la broma, me llega a la entrepierna otro golpe que termina por hundirme.

Suelto un gemido ahogado mientras me agarro la zona afectada, cayendo sobre las muy juntas rodillas, que me llenan de calambres a modo de protesta. De una manera que me resulta familiar, me siento agarrado de los cabellos lacios de la coronilla. La sensación de una extraña fuerza que me manosea la cara con un tacto suave y frío se incrementa espantosamente cuando El Rostro De La Locura se debe estar inclinando sobre mí.

—Eres duro, cabrón. Cualquier otro ya habría abierto los ojos para ver de dónde vienen los golpes —me susurra echándome su aliento, muy caliente en comparación con el frío muerto que despide su careto de mierda.

Pone su otra mano en mis ojos y empieza a tirar y retorcer de la piel y los párpados para que tenga que mirarle, al tiempo que me olvido del intenso y pesado dolor que me sube hasta el vientre, conteniendo la respiración inconscientemente cuando un acceso de ira descontrolada me tensa el diafragma y me pone toda la piel de gallina en un súbito estallido de adrenalina.

Cambio los genitales entre mis dedos por los suyos, agarrando con una mano la cintura de sus pantalones y retorciéndole los huevos con fuerza con la otra.

—¡Hijoputa! —chilla el muy cerdo. Su grito se prolonga en agudo gimoteo de dolor y furia; pone su otra mano en mi cara e intenta hundirme los ojos con los pulgares.

Duele. Suelto su cintura y rodeo con mi brazo los suyos, con lo que consigo que me suelte, aunque sintiendo arañada la cara. Acierto a coger la manga de su gabardina a pesar de que se remueve para escapar, aunque no es de extrañar, no goza de mucha libertad de movimiento. No estoy seguro, pero creo que entre sus convulsiones y mi giro de muñeca ha quedado desgraciado como hombre para siempre.

Ninguno da por terminada la lucha, sin embargo. Él me vuelve a aporrear la oreja derecha un par de veces con su mano libre, y yo, usando acertadamente la manera en que le tengo cogido como referencia, me incorporo mientras tiro de él hacia mí, alcanzándole con mi frente en lo que ha de ser su barbilla.

Noto que sale lanzado hacia atrás, abandonado al dolor y el aturdimiento de mi fuerte ataque, pero no le suelto, le atraigo otra vez hacia mí.

—Ahora te tengo cogido por los huevos, ¿eh? —le digo a la sobrenatural energía de su cara entre dientes, el sabor metálico de mi sangre empapándome los labios y saliendo despedida en rabiosos salivazos.

Por fin le suelto los testículos, y le propino un sentido puñetazo en algún sitio de su cara. Le doy otro, y otro, clavándome en los nudillos lo que ha de ser algún diente de esa boca, que me imagino abierta en silenciosa agonía y sorpresa. Dejo de golpearle e intento asirle del cabello, pero en su lugar palpo el contorno sólido de su máscara, que debió abatir hacia arriba para enseñarnos su cara. La agarro y tiro de ella, decidido a quitársela del todo, mientras él parece empezar a resistirse agarrándome sin fuerza y palmeándome inofensivamente el pecho.

—¡Nass, ¿qué pasa, a dónde disparo?! —chilla Violet, alterada por el forcejeo que debe estar oyendo.

—¡No! —grito, temiendo que se ponga a disparar a lo loco o que se le ocurra abrir los ojos.

Tras mucho tirar consigo separar la máscara de su dueño, oyendo los correajes de cuero partirse ante mi insistencia. Es mía, y le empiezo a machacar el rostro con ella a «El Maldito Capullo Cara De Culo». Suelta gimoteos exaltados, intenta decir algo entre gárgaras, bufa lastimeramente entre cada golpe. Cae de rodillas, pero no se desploma porque yo le sujeto. Con la ventaja de la altura, alzo una y otra vez el brazo para dejar caer la careta contra su cabeza. Noto cómo se hunde más y más en su cara con cada impacto, oigo crujir hueso y salpicar sangre; siento la resistencia de la máscara cuando tiro de ella para asestar el siguiente golpe, clavada como queda al jirón informe en que se ha de estar convirtiendo ese cráneo. Ha de estar muerto, pero el miedo y la ira me impulsan a seguir destrozando esa cara.

Finalmente me detengo, exhausto y con el brazo entumecido. Quería romper la careta, pero la hijaputa es más resistente que yo. Suelto el brazo de El Rostro De La Locura, lo oigo caer con inerte arrojo. Puede que sea por el sofoco del enfrentamiento, pero ya no siento el toqueteo helado de la extraña fuerza que desprendía, y en un alarde de tonta audacia triunfal, abro los ojos.

El Rostro De La locura yace de costado a mis pies. Tiene la cabeza abierta en grotesca herida que le va de la frente hasta la mandíbula inferior. Todo lo que hay en medio está hundido y aplastado, no quedando nada reconocible de rasgo humano. Tengo los zapatos y los pantalones manchados de su sangre. Echo un vistazo al canto romo de la máscara en mi mano, que gotea sangre espesa. Me pregunto de qué estará hecha, tan dura como ha resultado ser.

—¿Nass? —dice Violet, que con los ojos cerrados da vueltas sobre si misma, apuntando con el arma de plasma.

Church no sé dónde está, pero aun así digo:

—Estoy bien, Violet, ya podéis mirar —y dejo caer la tan versátil máscara, que rebota un par de veces hacia un lado.

—¡Lo has matado! —dice Violet acercándose a ver—. ¡Dios, qué asco! ¿Le has hecho eso, tú?

Asiento en silencio.

—Das miedo, Nass —dice mirando la cabeza destrozada del muerto. Me mira a mí—. Aunque tampoco estás mucho mejor. Pareces uno de los locos asesinos en que él convertía a la gente.

—Se me pasará —digo haciéndome el duro, usando el faldón de la ya demasiado sucia camisa de Hardy para limpiarme la sangre de la nariz.

—¡Lo has matado, Nass! —oigo decir a Jones a mi espalda.

Me vuelvo. Se acerca junto a Church. Tras ellos distingo al rival de Jones y a los pilotos del fondo, todos muertos de un disparo de plasma en la cabeza.

—¡No me digas! —le contesto en el mismo tono que ha usado él.

—Me hubiera gustado hacerlo yo. Y hubiera sido mucho mejor para él, por lo visto.

—Que le den bien por el culo en el infierno. ¿Y tú, qué hacías? —interrogo a Church, cuya habilidad en el cuerpo a cuerpo me habría venido de perlas, aun a ciegas.

—Cerré los ojos y me moví a la izquierda hasta que toqué el muro. Avancé por él hasta que creí estar dando la espalda a El Rostro De La Locura y maté a los pilotos para que no aterrizaran esta cosa. De paso ayudé a tu amigo alienígena, enzarzado en su baile con el otro grandullón. ¿Es que te parece poco?

—No. Bien hecho —le reconozco, como si de repente fuera su superior—. Y ahora, ¿qué?

—Un momento; Dead, que pregunta cómo andamos —dice Church, y nos da la espalda señalándose el auricular.

—Viendo cómo lo has dejado, me recuerda al tipo que machacaste con aquella silla de madera, cuando fuimos a rescatar a Violet —dice Jones entre leves ronroneos de risa, contemplando el cadáver de El Rostro De La Locura.

—Se lo tenía bien merecido, Jones —replico con voz ahogada, enjugando la sangre de mi nariz con la camisa, otra vez.

—Sí, ya lo sé —reconoce, meneando la cabeza.

La luz del sol del atardecer apenas nos llega entre los estrechos resquicios de los edificios de la acrópolis del cielo durante su lento descender. Reflejos violetas de las fachadas iridiscentes es prácticamente cuanto nos llega de sus tónicos rayos.

Los ojos de Jones brillan con luz propia en la cada vez más reinante penumbra, sus pupilas estrechadas hacia el cadáver. Me pregunto si no sentirá ahora lástima de ese psicópata, tan afines como El Rostro De La Locura pretendía hacerle ver que eran, con el hecho fortuito de haber sido maldito ese hombre el mismo día que él llegó a este mundo quizá pesando de algún modo en su conciencia, suponiendo que sea cierto.

Tengo ganas de decirle que lo olvide. Que sólo era un pobre loco, que no hay manera de saber cuánto de verdad hay en lo que dijo, y que, aun de ser así, para nada era responsabilidad suya. Pero no sé cómo empezar. Ni siquiera sé qué está pensando, a lo mejor digo algo que no viene a cuento.

—Sí, así está bien —acaba por decir, cogiéndome por sorpresa—. ¡Qué se le va a hacer!

—¡Nass, problemas! —dice Violet poniendo una mano en mi hombro.

—Es Avatar —dice Church volviéndose a nosotros—. La nave ha empezado un lento descenso. Dice que está terminando de derribar los rascacielos del centro, sepultando a supervivientes y a los equipos de rescate.

La mujer suelta esto como metiéndonos prisa, pero sin mostrar que ello le afecte personalmente. Jones rebusca nervioso en el bolsillo de su gabardina y saca el comunicador, que se lleva al oído.

—Yo puedo arreglarlo, pero me tenéis que decir cómo —está diciendo, dirigiéndose apresuradamente hacia los semicírculos de controles.

Church y Violet corren tras él. Jones retira de encima de una de las mesas el cuerpo muerto de uno de los pilotos, cuya cabeza aún humea desde el profundo agujero hecho en la nuca. Se pone a describir con todo detalle la disposición de esos controles, recitando las formas y los colores de cada mando como si hiciera una prueba de aptitud para niños de cinco años.

Me quedo aquí, quieto, en el centro de esta especie de ático, junto a mi víctima. Ocasionales ráfagas de ese incómodo frío extraño me hacen volverme al portal desde el que vinimos. Veo tirados en el suelo, donde los solté, los preciosos calibres cuarenta y cinco. Empiezo a caminar hasta ellos, decidido a rescatarlos, y tropiezo con algo que por poco me hace caer. La pierna de El Rostro De La Locura. Le miro de arriba a abajo con rencor. Ni muerto puede dejar de joder.

Recojo las armas. Saco los cargadores y empiezo a poner más balas de las que tengo tamborileando en los bolsillos exteriores de la gabardina. Sin dejar la tarea, que realizo con la eficacia de la mera costumbre, echo un vistazo a lo que hacen esos tres.

Jones anda manejando confuso el panel de colores, lo deja para rodearlo y correr hasta el otro. Violet se vuelve y me mira. Ahora que lo pienso: El Rostro De La Locura debía tener la misma edad que ella, más o menos. Suspiro, agradecido de pensar que está muerto y lamentando a la vez ese mismo hecho; pero eso mismo quería él, aunque de muy distinta manera. Supongo que ya era incapaz de reconciliarse con cualquier tipo de vida y pretendía arrastrarnos a todos con él. Como ha dicho Jones, qué se le va a hacer.

Algo cálido me moja los pulgares. Mierda. La sangre ha ido goteando sobre las balas, he dejado el cargador hecho una guarrada. Lo limpio con una esquina todavía seca del faldón de la camisa, que de grande que es me llega hasta los muslos. Espero que Hardy no se enfade, esta prenda ya es irrecuperable.

Para cuando estoy volviendo con ellos, Jones está esperando en postura abatida, apoyado con una mano en la alta y amplia mesa de controles de la derecha. Violet se quita el molesto comunicador de su oreja mientras baja hasta el segundo escalón con precaución, para recibirme.

—Ha hecho lo que le dicen. Estamos esperando a que nos digan si ha servido para algo. No sé cómo puede saber ese señor Wise pilotar esta cosa, para mí que están dando palos de ciego —me explica sonriendo nerviosamente.

—¡Funciona! —exclama Church, hablando con Jones, enfrente de él al otro lado de la mesa.

—Sí ya les oigo —suspira con alivio—. Bueno, ¿y cómo hago para que suba, para llevarla de vuelta por el portal?

Violet les mira un momento, y se vuelve de nuevo a mí.

—Parece que hemos salvado el mundo. ¿Quién lo iba a decir, eh? ¿Qué te pasa? No pareces muy contento.

—Seguimos aquí, ¿no? Rodeados de marcianos agazapados en oscuras madrigueras. Aún no ha acabado, no para nosotros.

—¡Vaya cómo eres! Después de todo lo que hemos pasado… ¡Te ahogas en un vaso de agua!

—¡Oye, échame un vistazo! ¿No ves cómo estoy? Creo que tengo derecho a ser pesimista.

—Claro que sí, Nass.

Y se mira el calzado y los tobillos recubiertos de costra reseca del pantano de las hembras marcianas.

—¡Bien, Avatar dice que subimos, muy lentamente, pero la nave sube! —vuelve a exclamar Church, mirándonos a nosotros también—. ¡Ya podemos salir de esta puta mierda!

—Volvamos con los demás.

Dicho esto, Jones baja los escalones con Church siguiéndole. Pasa a nuestro lado e insiste en que nos movamos con un gesto de su mano. Los tres humanos le seguimos hacia el portal. Jones está sobrio, ensimismado. Aquí hay algo que no me gusta.

Abro los ojos tras cruzar el portal y ya me encuentro otra vez en la gran plataforma, brillantemente iluminada con el fulgor verde y nauseabundo del núcleo de la máquina.

—¡Ahí va! ¿Qué le ha pasado al detective? —pregunta Dead tras examinar rápidamente a todos y reparar en mi terrible aspecto.

—Se ha liado a golpes con el objetivo. ¡Lo ha matado! —explica Church, sonando como si me elogiara.

—No tenía que morir —le dice Dead.

—Ahora ya no tiene arreglo… —contesta ella con brusquedad.

Hardy, sin decir nada, se me acerca y me agarra de la mandíbula para que le deje ver mis heridas.

—No sé cómo puedes tenerte en pie. Deberías estar conmocionado —me acaba susurrando.

—¿Quién te dice que no lo estoy? —replico, dejándome manejar.

—No es para bromear, ¿sabes?

¿Quién dice que hablo en broma?

—Quiero whisky —gruño en tono de protesta, como un niño pequeño.

—Necesitas anestesia, más bien.

—Bueno, la otra parte de la misión podemos cumplirla, todavía —está diciendo Dead—. En unos minutos la nave volverá a su planeta, y podremos cerrar el super portal.

—¿«Super portal»? —se ríe Violet.

—Bueno, o como queráis llamarlo —dice Dead, nervioso de vergüenza.

—Debéis iros antes de eso. Avatar sabe cómo desactivar la máquina, pero no la forma de volver a encenderla. Si os quedáis, estaréis atrapados en Marte, hasta quién sabe cuándo —dice Jones, parado ante la mesa central del trío de controles.

—¡¿Qué?! —exclamo asustado e incrédulo—. ¡¿Cómo no van a saber?! ¡Saben cómo funciona, saben pilotar la ciudad flotante, ¿y no saben eso?!

—Dice que la máquina se puede apagar desde aquí, pero que la hacen funcionar no sé qué válvulas de energía de no se sabe dónde, que hay que volver a abrir para reiniciar todo el proceso. Que no tienen ni puta idea, vamos… —dice Jones tranquilamente, jugueteando con el comunicador en su mano, lanzándolo al aire y dejándolo caer en su palma.

—Un momento —interviene Hardy—. Dices que tenemos que irnos, ¿y tú?

—Yo no, abuelo. Soy el único marciano dispuesto a desactivarla. Yo he de quedarme —suelta como si no tuviera importancia, sin dejar de lanzar al aire el comunicador.

En eso no había pensado hasta ahora. Me quedo mirándole, olvidándome de los latidos del centro de mi cara que me sacuden la cabeza como martillazos, llenándome de desesperación y rabia. Me acerco a él a grandes zancadas, le agarro de la ropa y le obligo a mirarme.

—¡No! ¡Tú no te quedas! ¡¿Lo entiendes?! ¡Tú no te quedas! —le zarandeo lo poco que puedo. Él me contempla con su inmóvil y eterna sonrisa. Estallo en gritos—. ¡TÚ NO TE QUEDAS! ¡TÚ NO TE QUEDAS!

—Nass. ¡Eh, Nass! —dice él, intentando sujetarme con cuidado de no clavarme las garras.

—¡…NOTEQUEDASNOTEQUEDAS…! —estoy rugiendo, tirándole de las solapas de la gabardina y peleando con los largos brazos que intentan contenerme.

—¡Nass, Nass! ¡NASS! —me grita, con su grave estruendo golpeándome el estómago y haciendo vibrar mis pulmones, sacudiéndome de tal manera los hombros que por poco siento partido el cuello.

—Jones, ¡no nos vamos a ir sin ti! —dice Hardy ahora que me he callado y puede oírsele.

—Sí, sí os vais, porque podéis y debéis hacerlo. Volveréis hasta ese portal que va a parar enfrente del Salsbury, saldréis y apagaré la máquina —dice mirando un momento a Hardy y luego a mí, como si intentara hacerme comprender el plan.

—¡Tú quieres irte! —le acuso, enfurecido—. ¡Tú quieres volver a tu planeta! ¡Quieres volver A TU PLANETA!

—¡NO! ¡No quiero irme! ¡Quiero salvaros a todos y es la única manera! —me sacude violentamente otra vez para que deje de golpearle y revolverme. Me atrae hacia sí y me abraza con fuerza, inmovilizándome—. ¡Es la única manera, Nass! ¡No pasa nada!

Apoya su barbilla picuda sobre mi coronilla. Le estoy llenando de sangre y lágrimas el pecho, giro la cabeza a un lado para evitarlo. Mi oreja izquierda oye sacudirse fuertemente su corazón y siento sus pulmones llenarse y vaciarse de aire fatigosamente. Creo que es lo más parecido que puede hacer su extraño cuerpo a llorar, y saberlo aumenta todavía más mi angustia. No puedo hablar, sólo suelto un gimoteo ronco, ahogándome con la sangre que sorbo sin querer por lo que me queda de nariz.

—Vamos, Nass. ¿Qué va a pensar Violet del sanguinario detective? —me ronronea gravemente.

—¡Me importa una mierda…! —aúllo con voz nasal y aguda.

—Ya lo sé, Nasser. Tranquilo, volveremos a vernos, no es para tanto.

—¡Mentira…! —vuelvo a sollozar. Noto cómo aspira aire a ráfagas al oírme tan desalentado, para soltarlo después en largo suspiro.

—Nass. En serio, no es para tanto. Si éstas salvajes bestias de mi raza fueron capaces de enviarme aquí… —me separa de él para mirarme a los ojos—. Eh, escucha. Si ellos pudieron hacer funcionar esto, yo no voy a ser menos. Me lleve lo que me lleve, lo volveré a activar de forma segura y volveré, te lo prometo. Pero ahora, ¡tenéis que iros!

Me enjugo los ojos para verle con claridad.

—Los demás marcianos te matarán por lo que hemos hecho aquí… —digo casi sin voz.

—Nada de eso, domesticaré a esos animales, les haré comprender lo equivocados que están. Esto puede ser una segunda oportunidad también para ellos, Nass, no sólo para los humanos.

—¡Tu sitio está conmigo, no con ellos! —le interrumpo en otro ataque de despecho.

—¡Nass, esto es igual de difícil para mí, pero tenéis que iros! —vuelve a zarandearme para que calle y escuche—. ¡Tú y Hardy sois mi familia y pienso volver, así que deja de joderme!

Su profundo gruñido de desesperación hace aletear mis tímpanos. Me quedo petrificado mirando a la gran boca que me habla sin moverse.

—¡Ahora serénate! ¡Hardy y Violet te necesitan con ellos, tienes que cuidar de ellos hasta que vuelva! ¡¿Vale?!

—Sí, vale —digo roncando más que hablando.

—¡Nass, tranquilo! Todavía tenéis que salir de aquí. Concéntrate, puede que os encontréis más congéneres míos cortándoos el paso. ¡Tienes que salir de aquí con vida, y sacarlos a ellos también! —sus pupilas se desvían hacia Hardy y Violet alternativamente—. ¡Hacedlo por mí, para que tenga una razón por la que vivir y volver!

—Sí, está bien, Jones. Voy a hacerlo. Sí, voy a hacerlo —le aseguro, recuperando la compostura.

—Bien, venga, ¡todos a la torre! Os haré bajar, y luego dirigíos hasta el portal. No tiene pérdida el camino hasta allí, y seguirá abierto, espero.

Jones me empuja obligándome a caminar junto a él.

—¿Y si ya no está? —pregunta Dead.

—Entonces, me haréis compañía en Marte, ¡pero tenéis que intentarlo! ¡Vamos!

Jones hace situarse a todos dentro del margen de efecto del extraño transporte de la torre. A mí no me suelta hasta que me pone en posición. Me vuelvo a mirarle en silencio. Hardy, llorando a lágrima suelta, se acerca a abrazar a Jones. Él le devuelve el gesto. Hardy parece un rechoncho peluche entre sus brazos.

—De verdad no creés que vayas a volver, ¿a que no? —le pregunta Hardy.

—Sí que lo creo, abuelo. Ya lo verás —dice Jones con tanta seguridad y determinación que parece una amenaza.

Obliga a Hardy a soltarle, y Violet se le acerca con los ojos enrojecidos, sin llegar a llorar, tendiéndole la mano.

—Eres lo más increíble que he conocido nunca, Jones —le dice, poniendo una cara muy rara que intenta ser una sonrisa.

—Lo mismo te digo, Violet —le contesta él, abrazándola con el mismo énfasis que a Hardy.

—No me dejes mucho tiempo sola, aguantando a Nass —le pide riéndose y llorando a medias.

—Nada de eso. No dormiré tranquilo sabiéndote en semejante suplicio —bromea Jones, entre gorjeos de diversión.

—Si tu no duermes… —protesta Violet, sorbiendo sonoramente por la nariz.

—Pues eso —reconoce él, encogiéndose de hombros.

—Jones, has sido un gran compañero de batalla, amigo. Gracias por todo —dice Dead, sin moverse de su sitio, ni él ni sus soldados para nada conmovidos por nuestra pérdida.

—Bueno, ¿todos listos? Os voy a enviar —y Jones retrocede sin dejar de mirarme.

—Te espero de vuelta, Jones. No mueras —le digo, intentando sonar claro y tranquilo.

—Lo mismo te digo, Nass. Te quiero.

Y tras decir eso, desaparece de mi vista.

Estamos otra vez en mitad de la explanada de cuadrados cóncavos. Dead no pierde el tiempo y echa a andar a toda prisa haciéndonos gesto a todos de avanzar.

Me quedo quieto, mirando al suelo. No puedo creer que Jones haya dicho lo que ha dicho y yo salga corriendo, dejándole aquí, solo. Violet retrocede hasta mí, que ya había dado unos cuantos pasos.

—Vamos, Nass. No pienso irme sin ti. Como si te tengo que llevar a cuestas —me dice en susurros.

La miro a los marrones ojos, que a la sombra de la plataforma casi son negros completamente. Me pone una mano fría y pálida en la mejilla.

—¡Nass, por favor! —me suplica. Su voz y su expresión reflejan su urgente dolor por la pérdida de Jones y mi abandono añadido.

—¡Sí, vamos! —la cojo de la mano que puso en mi cara y me pongo a correr tirando de ella.

Hardy, que también se había detenido y nos observaba en silencio, se pone en marcha por delante de nosotros.

Tardamos bastante menos en volver al pasadizo oscuro por el que llegamos que en ir desde aquí a la torre de la plataforma, y cuando nos detenemos a esperar que el comando de El Triunvirato encienda sus luces, Hardy y yo aprovechamos para intentar recuperar el aliento, tras la larga carrera. Jadeando, miro a Violet a los ojos, y luego desviamos ambos la vista hacia la lejana plataforma. No he podido evitar volverme cada poco a mirar según nos alejábamos, esperando ver a Jones asomado desde el borde, pero nada. Y ahora estamos muy lejos para distinguirle.

—Kyle, pase lo que pase, no bombardeéis más el portal del Salsbury. Sigue ahí, ¿no? —pregunta Dead, examinando lo poco del pasadizo que le permite ver la antorcha de su hombro—. Bien, porque es nuestra salida de aquí. ¡Vamos, ya queda muy poco!

—Tirad, yo iré detrás, que nunca se sabe —dice Cherry, alzando un poco el cañón de su lanzallamas.

Empezamos a subir la lenta pendiente, y al poco vuelvo a notar esa especie de intangible inercia, pero avanzamos a la carrera y la dejamos atrás en seguida.

—¡Cojonudo! —exclama Church, molesta de repente.

—¿Qué pasa? —pregunto, esperando una mala contestación.

—Es Kyle Avatar —me explica Violet detrás de mí, por encima de mi hombro—, acaba de decir que algunos marcianos se han replegado hacia el portal, que han detenido a un par de ellos, pero el resto nos los encontraremos.

—¡Ah, muy bien! —digo, desenfundando de nuevo mis pistolas—. ¿No dijo cuántos eran?

—Sí, cinco o seis —contesta Church, caminando delante de Hardy—. Ese imbécil no sabe ni contar.

En el mismo momento en que ella acaba de decir esto, la tan conocida desazón de ese ya clásico terror irreflexivo llena de convulsiones mi sobreesforzado cuerpo, incapaz de tensarse más después de todo lo que ha vivido hasta ahora.

—¿Sentís eso? ¡Me siento en peligro! —dice Hunger, riéndose nervioso.

—¡Tranquilos! Son los marcianos. Se puede controlar, mantened la calma y seguid moviéndoos —ordena Dead.

—¡Ahí! ¡He visto uno! —grita de pronto Hunger, cogiendo a Dead de un brazo y tirando de él a un lado y el otro—. ¡Le he visto los ojos brillando ahí delante, ha retrocedido!

—¡¿Y qué si lo ha hecho?! ¡Vamos, soldado, no pueden con nosotros! —le intenta calmar Dead, soltándose.

—¡¿Que no?! ¡Creo que es una trampa! ¡¿Por qué retroceden, si no?!

—Porque son animales y son ellos los que tienen miedo, Hunger. Venga, sígueme.

—Sí, muévete, maricón —Church le golpea en los riñones con la culata de su rifle—. ¡Nos estás retrasando, pedazo de mierda!

Gruñe de dolor. El golpe ha sido excesivamente fuerte, a mi parecer, pero el tipo deja de quejarse y recupera algo de lucidez, echando una fugaz mirada de odio a la mujer, que sonríe despiadadamente.

—Atentos al salir del pasillo, puede que intenten emboscarnos.

—¡Ah!, ¿lo veis? —insiste Hunger, todavía medio dominado por el pánico artificial.

—Manteneos juntos, en columna de a dos. Acabad con lo que se acerque —nos termina de instruir Dead.

Dead y Hunger, éste último azuzado por Church, aceleran la marcha como contramedida a la influencia marciana, pues cuanto más quieto se queda uno menos quiere moverse después, inmovilizado por el efecto de alerta animal, muy parecida a la de un gato deslumbrado por los faros del coche que lo va a atropellar.

Veo que Dead y Hunger salen juntos a la carrera del túnel, y de inmediato se arrancan a disparar. Los aullidos de las criaturas rebotan por las paredes del pasadizo en tenebrosa reverberación. Cuando salen Church y Hardy, sólo ella dispara una única vez y hacia el suelo, supongo que rematando a uno de los seres.

—¡No os detengáis, la prioridad es llegar al portal! —grita Dead, no tengo claro si de pura urgencia o para que yo, sin comunicador, pueda oírle.

Paso con Violet justo detrás sobre el cadáver de un marciano, pegando un ágil salto para esquivarlo. No me detengo a comprobar las bajas marcianas, pero han debido matarlos a todos, fueran los que fueran. Siguiendo la fila de columnas central, percibo a unas decenas de metros el perfil verde luminoso del halo que nos devolverá a casa.

Escucho caer algo pesado, a cierta distancia detrás de mí. Lo primero que pienso, ya volviéndome a comprobarlo, es que Violet haya tropezado y esté tirada en el suelo. Pero no. Es Cherry lo que está en el suelo. La antorcha en su hombro derecho nos deja ver bien claro, a Violet y a mí, que no está su cabeza.

—¡Cherry! —está diciendo ella, en el momento en que la criatura responsable se asoma de detrás de la oscura sombra de una columna.

Aparece por su izquierda, muy cerca y muy veloz, no sé cómo le da a ella tiempo a verlo venir, y ni mucho menos a cubrirse con el rifle de plasma ante el golpe descendente con el que intenta aplastarla. El caso es que funciona; sobrevive, el rifle de plasma se parte en dos entre chispas, ella cae de espaldas por el impacto, pero sin heridas visibles.

—¡Eh! —le grito al ser.

Me mira en un bufido ronco, como si me expresara lo mucho que le molesta mi interrupción. Disparo ambas pistolas alternativamente apuntando a la cabeza, sin darle tiempo a esquivar o cubrirse del fuego. Le destrozo ambos ojos, cae de lado hasta que choca con la columna, y acaba resbalando hasta el suelo.

Violet ya se ha levantado, su cara arrebatada entre el miedo y la adrenalina.

—¡Gracias, Nass! ¡Corre! —dice sin más, tirándome de un brazo.

—¡Ahí lo tenemos, no os paréis! —vuelve a gritar Dead, reanudando la carrera al vernos salir airosos, y los demás tras él.

Uno tras otro, van llegando al portal y entrando en él sin reducir el paso. Con Violet, que no me suelta, corriendo delante, hay un terrorífico momento en que ella y yo quedamos solos, corriendo en la total oscuridad, cuando Church, la última de los que llevaban luz, desaparece junto con Hardy.

No llega ni a un segundo el tiempo que tardamos en internarnos también en el portal, pero en el último momento estoy seguro de que infinitas garras de larguísimas uñas se extienden hacia mí, invisibles entre las tinieblas.