El Triunvirato

Los seres se han esfumado, se han retirado reculando por donde vinieron, sin dejar de vigilar a Jones, como temiendo que se abalanzara sobre sus espaldas. Hablaban entre susurros unos con otros, como ancianas cotillas cuchicheando de una vecina indeseable. Jones, tras terminar de tragar su bocado, se inclina a recoger el brazo amputado y empieza a devorarlo por la parte del desgarro, teniendo la delicadeza de hacerlo de espaldas a nosotros, algo que carece de importancia para mí, a estas alturas.

—¡Jones…! ¿Qué… qué estás haciendo? —tartamudea Violet.

—Comer, ¿qué crees que hago? —le contesta sin volverse, vocalizando a la perfección a pesar de no parar de dar dentelladas.

—Pero… —empieza ella de nuevo, avanzando hacia él.

—Dejadlo, déjale en paz —le digo, cogiéndola del brazo—. Se lo ha ganado, y mejor ellos que nosotros.

—¡Suéltame! —dice mirándome a los ojos—. ¿Qué dices? ¿Se lo ha ganado? ¿Qué coño quiere decir eso?

—Joder, que nos ha salvado la vida, otra vez. Por mí puedes hacer lo que quieras, Jones.

—Tampoco te he pedido permiso —me contesta él.

Recojo su sombrero del suelo y le sacudo la suciedad mientras termina de devorar la extremidad, con los ojos horrorizados de Hardy y Violet clavados en su espalda. Acaba en seguida, quedando del aperitivo nada más que la sangre que ha ido goteando hasta el suelo.

Se digna a mirarnos al fin, con las pupilas muy dilatadas, limpiándose la sangre fresca de los morros con la manga del impermeable. Está cien veces más aterrador que sus congéneres: su camisa desgarrada y ensangrentada de las heridas superficiales en el pecho, la vieja gabardina hecha finos jirones por debajo de la cintura. De las garras chorrea abundante sangre, y entre los dedos tiene pegados sucios remanentes orgánicos, trocitos de carne y hueso.

—Me alegro de ver que estás vivo —le digo, intentando que pase la tensa y extraña situación de una vez—. Te aseguro que te creía tan muerto como nos veía a nosotros.

Me alegro sinceramente de verle, y aunque le hablo de muy cordial manera, no me acerco a hacerle patente mi afabilidad. Es difícil tratarle como a un igual, dado su aspecto y la forma de mirarnos.

—Ya, a mí también me sorprende que llegarais tan lejos. Supuse que el pánico os dejaría a su merced.

—Esta…, esta vez no lo hemos sentido —explica Violet, frotándose la cara y poniéndose en cuclillas, exhausta y conmocionada.

—¡Ésta sí que es buena! Pues yo he sentido el hambre atroz, de igual manera. ¡Habéis tenido una suerte increíble!

—Lo increíble es que llegaras a encontrarnos. Ya no podíamos más —dice Hardy, acercándose a Violet y acariciándole la cabeza, como si fuera un animalillo—. Ya nos iban a dar caza.

—No fue complicado —contesta Jones—. En cuanto me zafé de ellos no me persiguieron, no me querían para nada. Les tomé la delantera y subí por este edificio a vuestro encuentro, al ver que no dejaban de correr. Ya supuse que eso quería decir que al menos uno de vosotros seguía vivo. ¡Y aquí estáis los tres! No os imagináis lo contento y aliviado que me siento.

Y empieza a limpiarse las manos con un trozo que se arranca de la camisa, concentrándose en esa labor con exagerada meticulosidad, obviando nuestro horrorizado estupor, esperando pacientemente a que nos sobrepongamos. Sigue siendo el mismo ser considerado y atemperado de siempre, a pesar de las cosas terribles que hace. Me da un miedo de muerte, pero estoy orgullosísimo de él.

Ya empiezo a recuperarme, y acercándome hasta Hardy y Violet, los dos bastante apesadumbrados de la impresión, les digo:

—Bueno, supongo que cuento con vosotros para la próxima borrachera, ¿eh?

—¿Cómo puedes bromear? —pregunta Violet sin quitarse las manos de la cara.

—Porque yo ya he pasado por esto. Jones no puede evitar sentir el hambre desmedida que le contagian, ya lo sabéis. Podemos estar contentos de que les dé miedo el canibalismo.

Me acerco a Jones mientras hablo, le pongo una mano en el alto hombro cuando acaba de acicalarse, superando con dificultad mi repulsa. Le entrego su sombrero.

—Además, Jones parece disfrutar de su sabor —termino, dándome asco.

—Están buenos de cojones —afirma él, con una leve arcada de risa.

Violet, aún agachada, nos mira a ambos con una expresión indescifrable. Puede ser repugnancia o rechazo mezclados con otra cosa, no sé. Me da algo de lástima, y me preocupa qué pueda estar pensando de mí ahora mismo, pero Jones es mi amigo, y no pienso dejar que ni intuya siquiera que yo crea que haya hecho algo malo, porque no es así. A pesar de lo que me digan las tripas…

—Jones, espero de verdad que sigas tan cuerdo como pareces, porque te confieso que ahora mismo me acojonas como nunca lo has hecho antes —le espeta Hardy, algo molesto.

—Yo estoy perfectamente, abuelo. Sois vosotros los que os turbáis al verme atacar así a los de mi especie. Lo volveré a repetir: yo me considero tan humano como vosotros, aunque nunca habéis llegado a verme del todo como tal, y haré lo que haga falta para defender el mundo que conozco, el que es mi hogar. Pensad de mí lo que queráis, yo tengo bien claras mis prioridades.

—Bueno, bueno —le interrumpe Hardy—, es que me preocupa que todo esto te esté afectando y sólo intentes disimularlo, porque no veo cómo vamos a saber qué te pasa si no nos lo cuentas. Eso es todo.

—Bueno, pues todos contentos —concluye Jones, dando por terminado el debate.

Violet se incorpora y se acerca decidida a Jones, cogiendo su garra aún manchada de sangre entre las pequeñas manos.

—No, en serio, Jones. Gracias por salvarnos una vez más, y perdona que me afecte lo «expeditivo» de tus actos.

—No pasa nada, Violet, comprendo vuestra repugnancia hacia las vísceras y la sangre, aunque nunca la he compartido…

—Y ahora, ¿qué vamos a hacer? —pregunta ella, mirándome.

—Yo creo que lo mejor sería esperar a que lleguen los de la guardia nacional y que se arreglen ellos con esos seres —dice Hardy muy rápido cuando yo abría la boca para decir «no sé».

—Si la guardia nacional se enfrenta a ellos, El Rostro De La Locura no tendrá más que presentarse sin máscara ante los soldados —le replica Violet con un tonillo de insultante obviedad, como si Hardy hubiera dicho una solemne estupidez.

—No le será necesario —interrumpe Jones, más diplomático—, las criaturas los reducirán a peleles temblorosos con su sugestión del pánico, y los destrozarán.

—¡No, no! —grita Hardy casi histérico—. ¡Nada de lo que decís tiene sentido! ¡Sigo sin creer que El Rostro De La Locura pueda hacer enloquecer a la gente, me da igual lo que hemos visto en aquella calle de ahí atrás! ¡Y los seres…! ¡Bueno, ahora hemos sobrevivido, hemos estado luchando con ellos y no hemos sentido nada de eso…!

—Bueno —le interrumpe Jones, alzando ambas manos, disculpándose y pidiendo permiso con ese gesto—, ya os he dicho que yo he sentido la misma ansia de sangre que las veces anteriores, y deduzco, por la manera en que alzáis todos la voz para hablar, que todavía os pitan los oídos por efecto del rugido que solté en el control policial.

—No, pitar no… —comenta Violet volviendo la vista una vez más hacia mí.

—No, no es un pitido —continúo—, es más como una leve sordera, lo oigo todo como apagado, como si viniera de lejos.

—Sí, eso es, sí —me apoya ella.

—Y una vibración. Noto como si me aletearan los tímpanos continuamente.

—¡Pero ¿eso qué más da?!

—Abuelo, tranquilo. Lo que decía es que los seres de mi especie, en el momento en que se proponen matar, empiezan a emitir una especie de cánticos, algo así como una suerte de ronroneos en frecuencias muy altas y muy bajas al mismo tiempo, que no podéis oír. Sin embargo, algo en ese sonido afecta de algún modo vuestro sistema nervioso del mismo modo que me hace a mí partícipe de su hambre. Seguro que vuestro cerebro reacciona a ese sonido de forma inconsciente, igual que yo puedo saber cómo os sentís por el sonido de vuestra voz o de vuestra respiración. Ya sabéis que es algo que no puedo controlar, lo capto sin más…

—¿Estás diciendo, entonces, que tu grito nos ha dejado sordos a esas voces suyas? —pregunta Hardy, más sereno y receptivo.

—Eso es lo que creo. No parece, con todo lo que ha pasado, que mis congéneres posean poderes mentales, como Violet supuso, porque de ser así ya tendríais que estar muertos.

—O sea —interviene Violet—, que sólo un ejército de hombres ciegos y sordos podría enfrentarse a El Rostro De La Locura y sus monstruos…, perdona, Jones.

—Deja de disculparte, Violet.

Yo no digo nada, pero no creo que el ejército nos vaya a servir de mucho, ni aun dotado de las peculiaridades que ha mencionado Violet, y no lo pienso por el hecho de que las criaturas sean prácticamente invulnerables a las armas de fuego si no se les dispara directamente a los ojos, ni por el incontable número de ellos que presiento que debe haber, sino porque me imagino a las fuerzas militares dedicándose más bien a poner orden en la evacuación, en prestar ayuda en la zona del centro de la ciudad, donde los derrumbamientos, o en evitar los saqueos y otros disturbios. Los veo ocupados en cualquier otra cosa, pero dudo que este distrito, tranquilo y silencioso ahora, antes abandonado a su suerte por las fuerzas del orden previo pago de sobornos, vaya a atraer en un primer momento la atención de la guardia nacional pese a los testimonios sobre locura y monstruos de los escasos supervivientes que se puedan encontrar.

—No, no podemos contar con el ejército —me oigo decir, pensando en voz alta—, no podemos contar con nadie. Para cuando se dé nadie cuenta de lo que realmente está pasando ya serán incontenibles.

—¿Y tú de qué hablas, ahora? —me pregunta Hardy, sacándome del distraído soliloquio.

—Ya lo has visto, ¿no? —le contesto—. Ya has visto que estos edificios están desalojados, las criaturas han atacado a la gente, durante la noche, seguramente. El apagón en toda la ciudad no es casualidad, están abasteciéndose de carne humana y quieren hacerlo de forma rápida y silenciosa. Quién sabe cuántos de los barrios por los que hemos pasado para llegar aquí están igual, cuántos de esos seres hay correteando por ahí y hasta dónde habrán llegado. La razón de esta insidiosa invasión la conoce El Rostro De La Locura. ¡Joder, casi nos ha confesado antes que es directamente responsable, como si fuera idea suya y estuviera orgulloso, encima! Sólo hay algo que podamos hacer.

—¿Aparte de salir cagando leches, dices? —me interrumpe Hardy otra vez.

—Sí, bueno, aparte de eso.

—Que sería lo más inteligente, dilo.

—La única manera de cambiar algo —continúo, ignorándole— es coger al cabrón enmascarado y convencerle de que saque de aquí a los seres, a hostias si es posible.

—No, no, no, Nasser, no me jodas, que te conozco —ruge Hardy, cabreado como pocas veces le he visto—. Estás convirtiendo esto en algo personal, ya te veo en la cara que tú sólo quieres vengarte, y yo soy el primero que quiere encerrado o muerto a ese hijoputa, pero ni él ni los seres tienen nada contra nosotros. ¡Si nos iba a dejar irnos, antes de que empezarais todos a pegar tiros como locos!

Jones se pone entre nosotros con un largo paso, y encara a Hardy mostrando las palmas de sus manos, intentando calmarle de nuevo.

—Abuelo, tranquilo, yo estoy con Nass. No hace falta que vengáis ni Violet ni tú. Lo mejor es que intentéis huir vosotros y nos dejéis a nosotros la caza.

—¡¿Os creéis que tengo miedo, miedo de morir?! ¡Me volaría la cabeza ahora mismo si con ello estuviera seguro de que fuerais a sobrevivir al intento, lo que os estoy diciendo es que es inútil, un puto suicidio, joder!

—Nadie que no sea uno de nosotros va a hacerlo, Hardy; nadie sabe qué pasa ni creo que le importe, tal y como están las cosas ahora mismo. Yo mismo pienso que no hay vuelta atrás, que todo lo que hagamos a partir de ahora será inútil, pero, como acabas de decir, es algo personal. El Rostro De La Locura lo ha convertido en algo personal al involucrarnos y engañarnos deliberadamente, y aparte de eso, creo que tenemos la obligación moral de hacerle pagar lo que le está pasando a nuestra ciudad.

—Sí —me apoya Jones—, sí, eso es, Nass.

—Bueno, vale, está bien —nos interrumpe Hardy—, ya me habéis dejado bien clara vuestra determinación. Pero yo no voy a ninguna parte. Me quedo con vosotros hasta nuestro final.

No puedo evitar oír esas palabras, «nuestro final», resonando una y otra vez en mi cabeza. Me gustaría saber qué sentido tiene para él insistir tanto en nuestras escasas posibilidades cuando ya sabemos todos de primera mano lo ínfimas que son.

Violet, que se había mantenido en silencio con la vista en el suelo, da un paso hacia mí, altiva de repente, desconcertándome.

—Yo no voy a ser menos, por supuesto —dice sin más, tan rotundamente que espera que nadie se lo discuta, creo. Pero Hardy le responde de inmediato.

—No, niña, de eso nada —le dice de manera ofensivamente condescendiente, la primera vez que le veo hablarle así—. Yo ya soy un viejo, pero tú tienes aún toda la vida por delante…

—¿Y eso qué más da? —le interrumpe Violet, muy enfadada—. ¿Tengo toda la vida por delante? ¿Para hacer qué, si puede saberse? Nass hace esto porque está cabreado, ¿no? Jones lo hace por salvar el mundo y tú por no dejar a tus amigos, ¿es así? Pues yo lo hago por todas esas mismas razones juntas…

—Me parece muy bien, hija, pero…

—Quizá ninguno de ellos te lo haya dicho todavía —continúa Violet, sin dejarle respirar—, pero era una vulgar zorra antes de que me conocierais.

Hardy ya lo sabe, porque yo se lo he dicho esta misma mañana, pero no dice nada, la escucha con los ojos muy abiertos, aturdido.

—¿A dónde quieres que vaya ahora? Prefiero morir a vuestro lado haciendo esto que volver corriendo a tirarme mafiosillos de tres al cuarto.

—Déjalo, Violet —la calmo poniéndole una mano en el hombro—, que me parece que ya le has convencido.

La obligo a volverse hacia mí, y me ofrece una mirada firme y sincera que ya me responde a lo que le voy a preguntar.

—Tus motivos ya quedan claros, pero ¿seguro que quieres arriesgarte a morir junto a unas personas que casi no conoces?

—Nass —hace una pausa durante la que me dedica una sonrisa de suficiencia e ironía—, es cuando conoces bien a la gente que te rodea cuando ya no quieres hacer nada junto a ellos. Al menos en mi experiencia…

—Bien, entonces —le concedo, tirando la toalla ante su orgulloso e intolerable hastío de la vida, sea real o fingido.

Supongo que nunca se sabe, con ella.

Visto que no hay más sobre lo que discutir, y quedando bien claro que nuestro objetivo sigue siendo El Rostro De La Locura, empezamos a descender escaleras tras entrar en el edificio por la misma puerta por la que Jones llegó.

Cansados y atolondrados por la reciente escaramuza, andamos lentamente, con pasos tranquilos pero algo vacilantes, con el cuerpo tembloroso por la tensión que todavía nos recorre, incapaces de relajarnos y olvidar un poco la alerta del superviviente. Sólo Jones es dueño por completo de sí mismo, o esa es la impresión que me da, después de verle tan desbocado comiéndose a sus congéneres.

Nos dejamos caer escalón tras escalón, como muertos vivientes abandonados a una languidez que ni el hambre de carne viva pudiera paliar. Ya lo sabemos, pero el parsimonioso descenso nos permite comprobar cuánto de cierta tiene la «recolección» a la que he hecho poco antes alusión. Suelo y paredes están salpicados en diversa medida de sangre medio reseca; la pintura o el papel de las paredes arañados o arrancados en la forma de las garras de los seres; la puerta de entrada de cada piso derribada o a medio arrancar de sus goznes, dejando entrever más allá del umbral, en algún caso, más rastros de sangre y muebles movidos o volcados por una breve lucha. Todo ello manifestando la rapidez y brutalidad con que se ha llevado a cabo la caza impune, y, sin embargo, no quedando rastro alguno de los cadáveres a pesar de adivinarse su mutilación. Casi puedo ver a los seres mientras matan y comen, lamiendo del suelo trozos de entrañas que se desparraman de las heridas abiertas con sus zarpazos, recogiendo los miembros amputados: una mano, una pierna entera, unos dedos cercenados…, que no se desperdicie nada. Mi mente lo recrea de tan vívida forma que se me revuelve otra vez el estómago.

—Es terrible… Y casi acabamos como los que vivían aquí…

Nadie responde al comentario de Violet, que se detiene a observar con curiosidad y morbo los estragos de la irrupción.

—¿Creéis que se llevarán algunos con vida? —pregunta algo ensimismada.

—No, Violet. Puede que lo hagan más adelante, pero ahora me parecen muy hambrientos, y comen demasiado rápido para serles útil una granja de humanos, si es eso lo que estás pensando.

—No sé qué estoy pensando, Jones. Sólo intento darle sentido a todo esto…

Me gustaría que se callara, que maquine sus teorías en silencio, si es capaz, pero no tengo fuerzas para hablar y decírselo. Creo que si abro la boca va a ser para vomitar de inmediato.

—No sé cómo vamos a llegar hasta El Rostro De La Locura, sea donde sea que esté, con la legión de monstruos protegiéndole… —continúa—. Una cosa es que renuncien a perseguirnos y otra que dejen morir al «mesías» que les ha conducido a nuestro mundo.

—Oye, niña —la interrumpe Hardy—, eso es algo de lo que ya hemos hablado: que es un suicidio el intentarlo. ¿Es que te estás arrepintiendo?

—¡Nada de eso! —contesta con sequedad, pero sin mostrar enfado—, lo que digo es que, ya que lo vamos a intentar, estudiemos un plan que no consista en sumergirnos en otro mar de monstruos.

—¡Vaya! ¿Como qué? —consigo decir sin sobreponerme a mi malestar, para lo cual dejo de bajar escaleras, parándome en un descansillo, tratando de respirar lo bastante despacio para no notar el olor a sangre rancia que todo lo inunda.

—¡Joder, no sé! —se detiene junto a mí, y los demás tras ella. Saca un cigarrillo, se lo lleva a la boca y lo enciende. Es la primera vez que recibo con agrado el aroma del tabaco negro—. Sólo digo que deberíamos pensar algo, y no ir a las bravas otra vez.

—¡Joder, Violet, como si no lo hubiéramos pensado ninguno! —le contesto, aunque realmente no me había planteado para nada la cuestión.

—Bueno —interviene Jones con la clara intención de que me calle y me dé tiempo a recapacitar y controlarme—, lo primero sería determinar dónde está nuestro amigo enmascarado, y luego encontrar la manera de entrevistarnos a solas con él.

—¿«Entrevistarnos»? ¿Pero qué dices? —exclama Hardy sin creerse lo que oye—. Hay que ver… Con lo fácil que habría sido volarle la cabeza, ahí, sentado como estaba ante el hotel…

—En el hotel mismo debe estar. Entró en el momento en que nos abandonó para que nos mataran los seres… —dice Violet.

Yo no intervengo más en la conversación. No se me ocurre ninguna idea revolucionaria que nos vaya a llevar a buen puerto. Veo inútil discutir nada, y no soy capaz de pensar ni aunque lo intente. Siento una apretada y tranquila presión del alma, como si esperara que se acabara el aire del estrecho ataúd en que estoy encerrado, sin posibilidad de hacer más.

Ahora que les veo y oigo conversar sobre qué es lo que vamos a hacer, me doy cuenta de que soy el único al que le da igual. Sólo quería terminar con esto, con toda esta loca historia, de una vez por todas, con la consumación de mi vida en una muerte horrible, si fuera necesario; llegar al final es cuanto yo quiero. Pero tan acaloradamente intentan encontrar una solución, que me despiertan del letargo en que me tiene sumido el cansancio físico y la ira, haciéndome cargo de mi egoísmo al no reparar en la supervivencia y motivos de mis amigos. Porque no se trata sólo de sus vidas; ellos, a diferencia de mí, son movidos por una causa mayor que sí mismos, luchan por la supervivencia de nuestro aborrecible género. Por respeto a ellos, mi entrega no puede ser menor. Así que les escucho y me pongo a fingir, al menos, ser igual de determinado.

—Si se trata de no tener que enzarzarnos en otra pelea desigual en la que quizá uno de nosotros acabe muriendo, lo mejor será que vosotros tres esperéis en algún lugar seguro —está diciendo Jones en el momento en que recupero el hilo de la discusión—. Podría escalar hasta el ático por la fachada sin demasiada dificultad, entrar por una ventana, buscar a El Rostro De La Locura y llevármelo, quizá sin que las criaturas se den cuenta siquiera.

—Sí, sí. Temo que te pase algo, Jones, pero sólo tú puedes hacerlo —le anima Violet—. ¿Puede hacerlo? Sí que puede, ¿no?

Mira a Hardy, y luego a mí. Su expresión busca con ansiedad nuestra opinión y aprobación. Yo miro a Hardy, que mira al suelo con una mano sobre la boca. Está preocupado, ni parece que la esté escuchando. Al fin, me vuelvo hacia Jones.

—Bueno, está decidido. Tú haz eso que dices, lo traes y le obligaremos a invertir todo este desastre, si es posible. Pero no te arriesgues demasiado, si lo ves difícil huye como del diablo.

—No te preocupes, Nass. No soy ningún novato. Y ni se imaginan que intentaremos algo así… —me responde, algo orgulloso, y suelta un par de gorjeos siniestros, se me antoja hasta impaciente—. Bueno, creo que podéis quedaros a esperar aquí mismo. No creo que los seres vuelvan por aquí; ya han arrasado este lugar y se figurarán que hemos huido, así que… ¡Un momento!

Ladea un poco la cabeza, como si estuviera oyendo algo. Escucho a mi vez, aguantando la respiración, pero no oigo nada.

—¿Qué ocurre, Jones? —le pregunto.

—¿Helicópteros? —me dice y pregunta al mismo tiempo.

Una fuerte detonación nos contesta a ambos. Parece lejana, pero el sonido nos llega apagado desde el exterior, no sabría decir cuál es su magnitud ni de dónde viene.

—¡Vamos, bajemos, rápido! —dice Jones, y se lanza escaleras abajo, saltando los tramos de peldaños de una sola zancada cada uno.

—¡El ejército! ¡¿Será el ejército?! —pregunta Hardy, cuando corremos a seguirle.

Una ligera esperanza recelosa me sobrecoge. Me convenzo de que ha de tratarse de eso, pero me extraña que nadie supiera a dónde enviar la ayuda tan oportunamente. Desciendo tan rápido que dejo bien atrás a Violet y a Hardy para cuando llego al portal del edificio, y, al tiempo que veo a Jones asomarse cautelosamente desde el umbral, alcanzo a oír ahora el sonido de un par o más de hélices sobrevolando las calles.

—¿Qué? ¿El ejército? —le pregunto sin aliento.

Jones me tiende una mano para que no siga, para que me detenga, sin volverse a mirarme. A pesar de ello me acerco a él, me asomo por su lado, con mi mano derecha buscando el cómodo tacto de una de mis armas. Con cuidado, miro primero en la dirección contraria a Jones y luego en la misma. Me quedo petrificado. Está claro que no se trata de la guardia nacional.

—¿Eso es napalm? —pregunta Jones en grave ronquido que reverbera en mi quebrado tabique nasal—. Es napalm, ¿no? Menuda pasada.

—Sí —le contesto, aunque lo digo más bien para mí mismo, como para obligarme a ser consciente de que es real lo que veo—. Es napalm, pero no sé quién…

De entre el mar de llamas que tenemos a dos bloques de distancia alcanzo a ver surgir, retorciéndose en silencio, o eso parece, a varios de los seres. Alguno sale corriendo, otros gateando o arrastrándose, pero no tardan en quedar inmóviles sobre el asfalto caliente mientras algún líquido supura en explosiones de sus cabezas.

—Les están explotando los ojos, Nass —me explica Jones, muy convenientemente.

De la entrada del hotel, cuya fachada ha quedado salpicada del líquido ígneo, salen profiriendo espantosos gritos unos cuantos más de los seres. Sus alaridos y aspavientos son dirigidos al helicóptero que se mantiene a prudente altura sobre la nube de fuego, alrededor de la cual se yerguen alguna criaturas supervivientes, que empiezan a saltar y gimotear como hombres prehistóricos celebrando el descubrimiento del ardiente elemento.

En el lateral del helicóptero veo fogonazos. Algunos seres de la entrada del hotel caen. Llegan a mis oídos los petardazos de las armas, desincronizados por la distancia y el eco. Deduzco por el sonido que deben tratarse de rifles de precisión de gran calibre. Dos helicópteros hermanos del primero sobrevuelan en círculos los edificios, pasan lo bastante cerca como para permitirme ver que son del tipo de transporte de infantería del ejército, pero negros en lugar de verdes, sin distintivo ninguno. Se me ocurre pensar que pertenezcan a la división de armas especiales de la policía, a pesar de su gran tamaño.

—¿Quiénes son esos, Nass? —me pregunta Jones, sin dejar de admirar el enfrentamiento.

—¿Qué son esos disparos? —nos interroga Violet sin salir del portal.

Le echo una rápida mirada por encima del hombro. Lleva el revólver en alto, la mirada impregnada de renovada beligerancia intrépida. Tras ella, Hardy, parado con ambos pies en el penúltimo escalón, soldado a su escopeta por puños pálidos de tensión y, a mi juicio, convencido de que tendremos que huir escaleras arriba una vez más.

—Es… ¿la ayuda? —le contesto a ella y me cuestiono al tiempo.

Los seres dispersos alrededor del fuego se escabullen en distintas direcciones, gritando palabrería alarmada en ese idioma suyo tan disonante en frecuencias. Los que asomaban del hotel se repliegan al interior. El helicóptero, antes distorsionado a mi vista por el calor y el humo, vacila a uno y otro lado de la parte de la calle que está en llamas mientras desciende. Aterriza en el lado más próximo a nosotros, ocupando su anterior posición en el aire uno de los que rondaban las azoteas. El otro no sé dónde está.

—Esta gente parece saber a qué viene, Nass. ¿Qué hacemos? ¿Salimos a recibirles?

El rotor del aparato reduce su velocidad tras tocar el suelo cuando Jones hace esa pregunta. La mampara del lateral se desliza haciendo más amplia la abertura. Junto al hombre apostado con el rifle empiezan a descender en parejas lo que parecen soldados demasiado armados para tratarse de policías, y ni siquiera de una parte desgajada de la guardia nacional. En lugar de las armas reglamentarias, cada uno porta un modelo que nunca he visto de subfusil de aspecto extremadamente moderno, compacto y, no sé, diferente. Y, por si fuera poco, dos de esos comandos van equipados con un tipo de arma con el que estoy más familiarizado: el clásico, tosco y, por encima de todo, eficiente lanzallamas.

Tras ver cómo el fuego ha diezmado las criaturas; tras observar, a pesar de la distancia, cómo el calor extremo hace saltar la roja gelatina de sus ojos; tras superar el aturdimiento de encontrarme napalm ardiendo en territorio metropolitano y, haciendo mi enflaquecida mente un alarde de lucidez, me permito tomar por cierta la afirmación de Jones: estos tipos han venido a luchar contra las criaturas.

Noto una presión en el hombro izquierdo. Sobresaltado, miro y veo a Hardy aún parado en el segundo escalón, cuchicheando para sí mismo con la vista perdida más allá de nosotros. Es Violet quien pone su mano en mi hombro y se asoma tímidamente por mi derecha.

—¿Quiénes son esos? —oigo repetir, por enésima vez, de su boca.

Se inclina todavía más hacia afuera cuando se baja del helicóptero un tipo alto, de pelo y barba blancos, vestido de lo que parece ajustado cuero negro, sin ningún tipo de armas ni protección adicional, en drástico contraste con las unidades que le rodean. Las inexpresivas miradas de las máscaras antigás de los hombres armados se vuelven hacia él, indicándole su subordinación a nuevas órdenes. Supongo que debe ser el jefe de esta operación.

Violet, arrebatada de curiosidad, se vale de mí como apoyo para asomarse un poquito más. Como yo también estoy algo inclinado para mirar, su peso adicional consigue hacerme perder el equilibrio. Salgo del portal haciendo con los pies un proyecto de baile de claqué en fútil intento de no deslomarme contra la acera, lo que acabo haciendo de igual modo. Caigo lentamente, sin hacerme daño, pero muy ridículamente, dando primero con las posaderas y rodando sobre el resto de la espalda mientras Jones y Violet, que ha logrado dar un paso hacia delante para no seguirme, me miran con idéntica cara de pasmo, el uno porque no puede gesticular y la otra porque no se cree lo que ve. Eso sí que daña mi malogrado orgullo, al que hace ya tiempo que debí renunciar.

Jones vuelve a mirar hacia los tipos armados.

—Creo que ya nos han visto —musita con preocupación, con la idea, creo, de que no lo oiga y me lo tome como un reproche. Pero vaya si lo oigo.

No pierdo el tiempo en sentirme culpable, me incorporo todo lo rápido que puedo preocupado por las intenciones de los recién llegados. El hombre del cabello y barba blancos ha sido el primero en reparar en nosotros, y se acerca a buen paso tras indicar a tres soldados que le acompañen con secos gestos de la mano. Me tranquiliza el hecho de que el tipo vaya delante, y de que las armas de los que le siguen apunten al suelo, al menos por el momento.

—¿Qué hago, Nass? —pregunta Jones con ansiedad, pensando en nuestra seguridad y la de los que vienen, sin duda—. ¿Me escondo?

—¡Sí, Jones, escóndete, rápido! —le grita Violet con un fervor que me parece fuera de lugar, así de repente.

—¡No! —exclamo, pero de repente recuerdo que están matando seres de su especie, y nos imagino en otra situación como la que tuvimos con los antidisturbios—. ¡Bueno, no sé, sí! ¡Sí, escóndete!

—Me quedaré cerca, por si acaso…

Y dicho esto, camina hacia atrás, internándose en las sombras del portal, sin dejar de mirarme fijamente, y un escalofrío me recorre la nuca viendo sus ojos reflejar la luz del exterior y brillar suspendidos en tinieblas antes de volverse y desaparecer.

Violet, a su vez, se me acerca y se para a mi lado, en todo momento con el arma en la mano. Se me ocurre decirle que se la guarde, no quisiera que los advenedizos nos tomaran por hostiles; pero ya están demasiado cerca para no haber visto que llevamos armas, y ella no me va a hacer ningún caso, así que me callo y, alterado por el devenir de nuevos «acontecimientos», me limito a atusarme los cabellos de ridícula y espasmódica forma. Noto que Violet me echa una rápida mirada torciendo el gesto en una media sonrisa, pero no dice nada.

Los cuatro hombres llegan hasta nosotros. Los de las máscaras y armas se detienen a prudente distancia, pero el alto de barba sigue con decisión y me tiende la mano. Respondo involuntariamente al saludo, intrigado sin embargo por tanta cordialidad, mientras el tipo empieza a hablar con su voz grave y tranquila, que suena a locutor de un programa de radio de madrugada.

—No esperábamos encontrar supervivientes. Tendrán que disculparnos, pero algún incompetente me informó de que ya no había seres humanos en la zona, de ahí la rudeza de nuestra incursión.

Le tiende la mano a Violet de igual modo, y ella, dudando un momento, se pasa el revólver a la mano izquierda y le devuelve la gentileza.

—No pasa nada —empieza a contestar ella—, ¿supongo que podemos estar agradecidos, señor…?

—Avatar, Kyle Avatar.

—Avatar. —Violet suelta un bufido de escepticismo—. ¿Es eso un apodo?

—No, desgraciadamente —reconoce el hombre esbozando una leve sonrisa—. Ése es mi verdadero nombre, y muy apropiadamente, debo añadir.

Violet y yo nos miramos, interrogándonos mutuamente por el significado de esas palabras, sin ver el chiste por ninguna parte.

—¿Resultaría grosero preguntarles sus nombres, a pesar de la situación? —pregunta Avatar repentinamente serio.

—Violet.

—Elangel Pulois.

—¿Elangel Pulois? —repite Avatar muy lentamente, sin mostrar sorpresa o turbación, ni emoción ninguna en realidad—. ¿Quién? ¿El detective privado?

—Sí —afirmo con suspicacia—, ¿acaso nos conocemos?

—El Rostro De La Locura nos ha constatado su existencia, señor, hace algún tiempo, antes de que todo esto empezara.

—¿Eh? —digo, inclinado hacia delante, algo encorvado.

—Su «singular» compañero, ¿no anda por aquí también? —me interroga, mirándome a los ojos inquisitivamente, desafiándome a mentir.

—No.

—No tienen de qué preocuparse. Esto no va contra ustedes, ni siquiera contra los seres de su especie, es a El Rostro De La Locura a quien hemos venido a detener. De hecho, agradeceríamos su ayuda y la de su amigo, Jones, si no fuera demasiado pedir.

—¿Nuestra ayuda? —repito tontamente poniéndome una mano en el pecho.

—¿No han venido a eso mismo, para acabar con todo esto? Puedo deducir por su aspecto y estado de ánimo que ninguno de ustedes es cómplice, partícipe o ideológico, de toda esta debacle. Han venido a detenerle al mismo tiempo que nosotros, ¿por qué sino habrían venido hasta aquí mismo, infiltrándose en este lugar desolado?

Me quedo bloqueado, petrificado de cuerpo y mente mientras intento asimilar el presente y hacerlo concordar, con torpes y azarosos movimientos, como si de la extraña pieza de un complicado rompecabezas se tratara, con todo lo ocurrido hasta ahora, cuando Violet intenta encontrar la explicación de mucho más sencilla y práctica forma.

—¿De qué conoce usted a El Rostro De La Locura? —la oigo preguntar con la misma imperativa voz que él ha usado conmigo.

—El Rostro De La Locura era candidato a formar parte de nuestra organización —contesta inmediatamente Avatar centrando su atención en ella, como dándome por perdido—, al igual que Elangel Pulois y Jones cuando comprobamos, por mediación suya, que no eran personajes creados por el sugestionable y difuso imaginario popular.

—¿Qué organización es esa? —le interrumpe Violet cuando él coge aire para continuar.

—Nuestra sociedad privada, El Triunvirato. Y, antes de que me lo pregunte, señorita, le diré que está dedicada a rescatar del estancamiento social y tecnológico a la humanidad, a terminar con el desequilibrio de poder y riqueza que tan mísera y corrupta hace, cada vez más rápido, el alma de las personas…

—Eso suena a peligrosa secta… —le vuelve a interrumpir, echándoles una significativa mirada a los hombres armados.

—No es momento ni lugar para discutir motivos y formas de proceder —dice Avatar sin mostrar perturbación o molestia por el comentario—. Pueden venir conmigo, me ayudarán a detenerle y les pondré al tanto de toda la historia, o podemos seguir cada uno por su lado, pero decídanlo ya. Hemos perdido suficiente tiempo.

Violet se vuelve hacia mí con las cejas arqueadas en muda interrogación, lo que hace que Avatar centre su nueva expectación en tan ruinosa persona. Las miradas de ambos me amedrentan con la responsabilidad tan repentina que en mí delegan, aunque el deseo egoísta y mezquino de vengarme del chiflado de la máscara vuelve a embargarme al pensar en cómo se amplían nuestras posibilidades una vez unidos a estos tipos. Así que, mirando a los ojos a Kyle Avatar, en quien puedo discernir una esperanzada anticipación a mi respuesta, digo:

—Vale, está bien, sí. Si mis compañeros están de acuerdo…

—Por mí, vale —suelta Violet haciéndome un rápido y burdo saludo militar.

—Avisa a Jones y a Hardy, a ver qué quieren hacer ellos.

—No es necesario.

La voz grave y vibrante de Jones me sobresalta; nos sobresalta a los tres, de hecho, con su timbre y tono envolventes, que hace difícil ubicar su origen, pero Violet y yo nos volvemos hacia el portal, por donde él aparece como metamorfoseado de la contrastada oscuridad del interior.

—¡Oh, Dios mío! —oigo decir a Avatar con impropia vacilación, y cuando le miro, esperando ver en su cara, como tantas veces he visto en la de otros, los acostumbrados terror e inconsciente negación de lo que ve, me sorprende con una sincera y expresiva figura de satisfecha maravilla dibujada en sus rasgos, tan férreos e inamovibles poco antes.

Jones se acerca con amplios pasos, corto trayecto durante el que Avatar examina de arriba a abajo a mi amigo, recreándose en su atuendo de humano a medida, algo manchado de sangre propia y ajena, hecho desgarros de la reciente lucha.

—Pero ha de decirnos la verdad. No oculte cosas, como ha hecho él.

Diciendo esto, Jones señala con un flaco y largo dedo en dirección al Salsbury, aludiendo a El Rostro De La Locura.

—¡Parece uno de nosotros! ¡Y qué bien habla nuestro idioma! —exclama con entusiasmo Avatar, dirigiéndose a mí.

—¡Oiga, que no es un perro amaestrado! —le espeto con desafortunada furia.

—¡Oh, no, claro que no! Disculpen mis modales, pero es que no me esperaba… ¡Bueno, no sé qué esperaba! —le tiende la mano a Jones—. Kyle Avatar es mi nombre, y es un honor conocerle, señor Jones.

Jones coge la «manita» de Avatar con su índice y pulgar.

—Sin el «señor», ¿quiere?

Mientras se saludan, oigo un arrastrar de pies que atrae mi atención hasta Hardy, que se asoma con timidez, abrazado eternamente a la escopeta, pero con un aspecto mucho más relajado; cansado, mejor dicho.

—¿Qué? ¿Quiénes son estos? —pregunta con tono neutro.

—Ven, vamos, Hardy. Son aliados, por el momento —le contesto, acercándome hasta él y rodeándole los hombros en gesto de consuelo, de lo que me valgo, además, para tirar de él, arrastrarle ante la presencia de Avatar, quien, descubro, me observa con fijeza, reconociendo el recelo de mis palabras—. Y éste es Thomas Hardman, mi más antiguo amigo.

—Hardy, me dicen casi todos —añade él mismo, y saluda a Avatar.

Acto seguido, muy rápidamente y de manera casi imperceptible, el señor Kyle Avatar pasea su mirada sobre todos nosotros, como en un veloz examen durante el que parecen asaltarle infinidad de interrogantes para los cuales sabe que nunca tendrá respuesta. Finalmente, se da media vuelta, nos invita a seguirle con un rápido ademán y empieza a hablar mientras camina con largos y raudos pasos. Es el hecho de que establezca una conversación con nosotros lo que nos insta a seguirle, ansiosos por no perdernos palabra.

—Bien, no hay un instante que desperdiciar. A pesar de lo que pueda parecer, y como ya les he dicho, estamos aquí para coger, vivo si es posible, a El Rostro De La locura. ¿Qué saben de él?

—Que es un chiflado —contesta Hardy.

—Lo que él mismo nos ha contado —decimos Jones y yo al unísono.

—Nos soltó en su casa una absurda historia: que podía visitar dimensiones paralelas a través de espejos y que descubrió por casualidad que esta raza de seres se dedicaba a devastar todas esas realidades —resume muy elocuentemente Violet.

Avatar reduce un poco el paso, volviéndose hacia nosotros.

—¿De verdad les ha dicho eso?

—Sí, eso nos dijo, muy convencido, aunque todos pensamos que estaba loco —contesto mirando a Jones, el único que dio algo de crédito al relato—. Quería que le ayudáramos a evitar que llegaran a nuestro mundo…

Avatar vuelve a apretar el paso en dirección al helicóptero, suspirando sonoramente, meneando la cabeza en silenciosa negativa.

—Entonces, está más loco de lo que creía —dice con tono jocoso—. La parte de los espejos es cierta. Experimentaron con él en su larga etapa en el hospital psiquiátrico para comprobar si él mismo podía enloquecer al verse la cara. Según nos dijo, en los espejos se forma una especie de portal que sólo puede ver y utilizar él, algo que mantuvo en secreto hasta que logró escapar. Entonces, reunió valor y se decidió a probar el extraño fenómeno.

Sin dejar de escucharle, no ceso de mirar a nuestro alrededor, en toda direcciones, temiendo que los seres desperdigados salgan aullando de los callejones para atacarnos. Avatar alza la voz según nos acercamos al helicóptero, más allá del cual, y demasiado cerca para mi gusto, siguen rugiendo las llamas de napalm, ensordecedoras.

—Nada de dimensiones paralelas o mundos alternativos; el lugar al que El Rostro De La Locura fue a parar, el mismo que visitaría después muchas otras veces, el único posible destino tras esas «grietas» abiertas en el reflejo de su propia realidad, no era otro que el planeta Marte.

Llegamos hasta el aparato. En mi mente se ilumina un enorme signo de interrogación de un ponzoñoso color verde, símbolo de mi suspicacia y que amenaza peligro. Mientras Avatar se sube al helicóptero, mis ojos intentan arañar la superficie del cabello afeitado al estilo militar de su nuca, cuestionándome, ya casi convencido de ello, si no será él el verdadero loco.

—¿Quién se va a creer eso? —exclama Violet, indignada y desafiante—. Pero si en Marte no hay nada, ¡ni siquiera se puede respirar!

—¡Oh, sí, claro! —responde Avatar, volviéndose a nosotros desde la altura ganada sobre el suelo de la máquina—. En el Marte que conocemos hoy no hay ni rastro de condiciones favorables para ninguna clase de vida, El Rostro De La Locura hubiera muerto en el acto de haber ido a parar allí. Pero él no llegó a Marte en nuestra época, el mundo al que llegó es el Marte de hace cientos de millones de años, de muchísimo antes de que existiera vida pluricelular alguna en la Tierra.

—¿Eh? —oigo decir a Violet, y cuando la miro veo en ella una expresión lánguida, de muerta sorpresa, con las facciones abandonadas, la primera vez que la veo quedarse con cara de tonta, estado en el que me suelo encontrar yo mismo con demasiada frecuencia.

—Para cuando descubrió esta nueva civilización, el señor Wise y yo mismo llevábamos varias semanas intentando convencerle de que entrara a formar parte de nuestra insólita organización —continúa Avatar, obviando nuestra confusión. Por un momento, Violet me mira con las cejas arqueadas: «¿quién es el señor Wise?». Me encojo de hombros, todo esto sin que Avatar detenga su discurso—. El Rostro De La Locura nos hizo muestras entonces de gran interés en aliársenos, prometiéndonos acceso a la extraña y avanzada tecnología de ese mundo que sólo él podía ver a cambio de la ayuda del señor Wise para descifrar y comprender el funcionamiento de las máquinas que nos traía representadas en intrincados planos de inabarcable complejidad. Nos aseguró que había dado con una raza inteligente, embrutecida, no obstante, por siglos de decadencia, y sugería una posible unión de ambos mundos, una cooperación que salvaría del declive a ambas razas, la suya y la nuestra…

—Le creyeron —sentencia Hardy con amargura.

—Sí —responde Avatar, enarcando las cejas en un gesto con el que indica que no veía nada de malo en ello—. Accedimos de inmediato. El Rostro De La Locura había resultado ser un hombre inteligente y moderado en sus pasiones, su solución a los problemas de ambas civilizaciones se nos antojaba muy oportuna y acertada, encajaba a la perfección con nuestra filosofía. El señor Wise descifró y mostró a El Rostro De La Locura el funcionamiento de la máquina alienígena que comunicaría ambos mundos, convenientemente operada; un ingenio que los antepasados de esos seres usaban para viajar entre las estrellas y que habían estado intentando reactivar durante siglos, según nos dijo él, acuciados por la rápida e inexorable desertización de su planeta, en un desesperado intento de hallar otros mundos habitables.

—Es un consuelo comprobar que no soy el único idiota al que ha engañado… —se me escapa, creyendo que ha terminado de hablar.

—Tras obtener de nosotros toda la información que necesitaba —continúa, impasible—, perdimos toda comunicación con él durante meses. No apareció más por su casa de las afueras, el único lugar que le es propio, y nuestros más avanzados métodos de rastreo planteaban más preguntas sobre el misterio de su paradero. Suponemos que ha estado todo este tiempo en ese otro mundo. Sólo gracias a la previsión del señor Wise, que encontró la manera de detectar y localizar anomalías espacio-temporales basándose en los planos que nos entregó El Rostro De La Locura, pudimos dar de nuevo con su pista.

—Sí, ya lo veo, que estáis igual que nosotros, que no tenéis ni puta idea de dónde está —dice Violet, recorriendo con su mirada el interior del helicóptero, repleto de estanterías con armas de diseño sofisticado y avanzado, y de multitud de terminales informáticos cuyas pantallas relampaguean con listas y listas de información incomprensible.

—Descubrimos así que los portales, o como queráis llamarlos, aparecían y desaparecían en esta zona de la ciudad, dentro de un radio de unos mil metros aproximadamente, desde hace seis días —hace una leve pausa, que dedica para coger un par de esos extraños rifles, arrojándome uno al pecho, que llego a coger de milagro, y entregándole el otro a Violet en mano—. Situamos un equipo en la zona, para que investigara las azarosas apariciones, confiando que de alguna regresara El Rostro De La Locura. Pero para cuando alcanzaban la posición de los portales, éstos ya habían desaparecido.

—¡Qué ligero es esto! —comenta Violet, sopesando el rifle en su mano derecha, comparándolo con el revólver en la izquierda.

—Hasta que, hace tres días —continúa Avatar, ignorando nuestra curiosidad sobre el funcionamiento de las armas—, nuestros hombres llegaron a tiempo, sólo para encontrarse con uno de estos bestiales seres. Mató a tres agentes, antes de que lograran vencerlo con granadas incendiarias. Pueden imaginarse nuestra consternación ante la apariencia y carácter de la criatura, toda vez que, dada nuestra falta de información al respecto, tomábamos a los alienígenas por altamente civilizados y transigentes. Ahí nos convencimos de que El Rostro De La Locura nos había estado engañando.

—Joder, unos totales genios, ¿eh? —suelta Hardy, dándome un codazo.

—Bueno, bueno —empiezo a decir, impaciente y molesto por el golpe de Hardy—, tanta charla para decir que no tenéis ni idea de lo que pasa, ¿no? Pues bienvenido al club.

—Yo me encargo de las iniciaciones, si quieres —le dice Violet a Avatar, con voz melosa, tomándole el pelo.

Kyle Avatar se muestra abiertamente aturdido de pronto ante toda nuestra frivolidad, y examina uno a uno nuestros rostros, deteniéndose en Jones, el único que parece tomarse en serio la situación, pero del que no puede sacar conclusión en tal sentido, vista su eterna sonrisa inexpresiva.

—Comprobamos que el ser se correspondía con la descripción que El Rostro De La Locura nos había dado de Jones, algún tiempo atrás —continúa lentamente, titubeando—, y hasta empezamos a dudar de que vosotros existierais y fuera todo invención suya. El señor Wise investigó la manera de poder matar fácilmente a las criaturas, previendo algún ataque de más de esos seres, y el resultado son estos rifles. Supongo que todo esto debe resultarle de lo más extraño, Jones.

Le vuelve a observar detenidamente, y aprecio un atisbo de compasión sincera hacia él. ¿Creerá que para todos los demás esto es normal?

—Lo llevo lo mejor que puedo —responde Jones, haciendo un leve ronroneo de humor.

Si Avatar supiera… Estoy convencido de que Jones es el menos afectado de todos nosotros. No sólo porque él lo diga; realmente no muestra la menor afinidad ni compasión hacia sus congéneres. No sé de qué me extraño, a mí me pasa igual con los míos.

—¿Dónde lleva la munición, esto? —pregunta Violet, que se ha guardado el revólver y examina con gran cuidado el arma.

—Nada de eso —contesta Avatar—. Las armas funcionan con una pila para mil disparos, haces de plasma con un alcance efectivo de quince metros, sólo útiles en combate cercano, lo mejor que ha podido desarrollar el señor Wise en tan poco tiempo. Esto y el propio fuego es lo único eficiente contra la densa estructura molecular de la fisionomía de esos seres. De lejos, usamos rifles de precisión, disparando a los ojos.

Avatar da un par de palmadas en el hombro al francotirador acuclillado junto a él.

—¿Puedo disparar al cielo? Quiero ver los rayos… —dice Violet con naturalidad.

No me creo nada. Este rifle es muy compacto y ligero, como de juguete. No parece que haga ningún daño ni tirándoselo a alguien a la cabeza…

—¡Claro que sí! —dice Avatar con orgullo—. Primero hay que desbloquear los seguros de cada arma aquí, en la centralita.

Avatar teclea algo en uno de esos monitores, tan vistosos ellos.

—Ahora, verás que el rifle tiene dos empuñaduras. Apoya la culata en tu hombro, si no lo haces no dispara, y pulsa ambos gatillos al mismo tiempo para abrir fuego.

Violet hace todo lo que le dicta, y el arma hace un suave siseo para despedir del cañón una voluta de fuego azul, que se disipa a poca distancia en el aire. Hardy expele un largo bufido de asombro pueril, y yo empiezo a darle vueltas al rifle en mis manos estúpidamente, en fútil intento de desentrañar el secreto de tan extraordinario artilugio.

Violet hace otro disparo contra el suelo, y el asfalto se deshace en sonoros chisporroteos, un agujero del tamaño de un puño.

—¡Eh, eh! ¡Cuidado! —exclama Avatar, alarmado—. ¡No es para jugar! Produce daños irreparables en cualquier tipo de material, así que precaución, por favor. Os cedo las armas si nos queréis ayudar, y sólo durante la operación.

Violet se vuelve a mirarme con los ojos húmedos de pura maravilla histérica.

—¡Maldita sea, Nass! ¡Creo que he nacido tan sólo para poder llegar a vivir esto!

Jones y Hardy rechazan el nuevo armamento, el primero porque no puede utilizar con comodidad algo tan minúsculo para sus manos, el segundo aduciendo que, para tener que esperar a tener a los seres encima para poder matarlos, se siente mucho más seguro con su escopeta. Avatar nos observa a los cuatro con algo así como triste conmiseración.

—Supongo que no puedo persuadirlos de que permanezcan aquí, a salvo, conmigo.

—¿Usted no viene? —pregunto con suspicacia.

—¡Oh, no, nada de eso! Dirigiré la operación desde aquí, por radio. Debo comunicar al señor Wise cualquier imprevisto que pueda surgir, a lo cual él sabrá encontrar con rapidez una solución. El plan es pasar de algún modo al «otro lado» —explica Avatar, haciendo con los dedos el gesto de comillas y todo—, y desactivar o desmantelar el dispositivo que genera los portales.

—¿No estaban aquí para coger a El Rostro de La Locura? —inquiero, con la misma sospecha.

—Sí, para obligarle a invertir el efecto de la máquina —responde al instante—. La tormenta de la que ha salido esa descomunal nave es un portal como los demás y, según el señor Wise, se hace cada vez mayor, sin pausa; suponemos que El Rostro De La Locura ha perdido el control.

—¿Y? —le anima a continuar Violet.

—Alcanzará tal amplitud que permitirá que la gravedad de ambos planetas a cada lado del portal los haga desplomarse uno sobre el otro, toda vida en ambos tiempos desaparecerá sin remedio.

—¡Madre mía! ¿Pero qué es todo esto? —exclama Hardy, pasándose una mano por la cara con tal fuerza que parece querer arrancarse la piel.

—Tengan esto, ajústenselos en la oreja derecha —nos da a cada uno un diminuto auricular, menos a Jones, para cuya extraña oreja no se adaptaría—. Debería mantenerles en contacto directo conmigo y el resto de los agentes simultáneamente aunque traspasen los portales, siempre que éstos permanezcan abiertos.

—¿Que debería? —es Violet la suspicaz ahora.

—No los hemos puesto a prueba en ese caso. La comunicación está abierta en todo momento, así que no hablen más de lo imprescindible, para evitar confusión. ¿Están seguros de hacerlo? Nuestros hombres son muy capaces de enfrentar esto, incluso sin la colaboración de un aliado alienígena como Jones.

Yo estoy seguro. No sólo me he convencido a regañadientes de que he de salvar el mundo, sino que hasta me han animado las nuevas armas y el pequeño ejército al que me uno. ¡Guerra! Después de más de veinte años de juguetear con la violencia y la muerte en esta ciudad, vuelvo repentinamente a mi elemento natural, vuelvo a jugarme el pellejo y a colgarme al hombro el de otros para salvaguardar el triste y gris estilo de vida de personas que ni conozco ni quiero conocer.

Me vuelvo hacia Violet, interrogándola y pidiéndole al mismo tiempo, con mi más enternecedora mirada, que se decida a permanecer a salvo.

—¿Viajar a Marte? El sueño de toda mi vida, vamos —me dice meneando negativamente la cabeza, expresando la ausencia de toda duda.

Hago lo mismo con Hardy.

—¿A la guerra otra vez, eh? —me dice, colmando de más cartuchos su arma—. Nunca debió terminarse.

Por lo visto se siente igual que yo. Quizá no era yo la causa de que llevara una vida solitaria y falta de metas, quizá llevaba todo este tiempo, desde que nos licenciaron, sintiéndose fuera de lugar.

Antes de que me vuelva hacia él, Jones ya se está explicando.

—Es posible que mis congéneres marcianos no pretendan destruir nuestro mundo, como él decía —dice, sacudiendo la cabeza hacia el Salsbury—, pero éste corre igual peligro, y hay muchas preguntas a las que me gustaría que me respondiera.

Jones está resentido, y es comprensible. Es el único que depositó verdadera confianza en El Rostro De La Locura, le tenía por un alma igual de torturada y alienada por su naturaleza fantásticamente grotesca para con la realidad del resto. No sé si desea darle realmente la oportunidad de explicarse, o sólo separarle la cabeza del cuerpo, pero está claro que se viene.

—Ya lo ve, no hay nada que hacer —le digo a Avatar, encogiéndome de hombros.

—Bien. El señor Dead está al mando del equipo, sigan sus instrucciones al pie de la letra y podrán volver de una pieza, sea cual sea el resultado de la operación. «Aquellos que sirven a nuestra causa son tan valiosos como la propia causa», es uno de los lemas de El Triunvirato.

—¡Vaya, si se presentan a las elecciones, cuenten con mi voto! —le suelta Violet con fiera socarra.

—Otro equipo ha descendido sobre la azotea desde otro helicóptero, a la espera de nuevas órdenes. El Rostro De La Locura no debe salir del edificio si no es con nosotros. Nos mantendremos en el aire, vigilaremos el exterior e impediremos al resto de las criaturas entrar a perseguirles o emboscarles a su salida.

—Y si se quedan sin combustible, ¿qué? —pregunto, ceñudo de extrañeza.

—Señor Pulois —me contesta, sonriendo de nuevo con orgullo—, estos helicópteros no usan combustible.

Y Avatar cierra la mampara hasta la posición del francotirador, empezando a girar cada vez más rápido la hélice del aparato, que todo el tiempo anterior se había mantenido como al ralentí, rotando silenciosamente, y nosotros nos retiramos del cada vez más fuerte torbellino de aire mientras despega. La verdad es que suena como cualquier otro helicóptero. Me quedo algo preocupado pensando que me ha tomado el pelo, y temiendo que nos dejen vendidos para irse a repostar, tarde o temprano.

—¿Alguien ha pensado en lo que pasaría si el señor Avatar tropieza y se apoya donde no debe, y nos bloquea sin querer el seguro de las armas? —pregunta Violet al aire, meneando su fusil.

—Eso no pasará.

Oímos perfectamente al hombre que se nos acerca, de viva voz y por el auricular al mismo tiempo, lo que se hace raro. Me llevo la palma al oído, sobresaltado.

—Yo soy Dead —se presenta el tipo, echando una rápida ojeada a cada uno de nuestros rostros, tras su inexpresiva máscara—. Para activar o desactivar los seguros se ha de introducir una complicada secuencia, no teman por eso. A partir de ahora hablen en susurros, la comunicación será menos confusa y bien comprensible, si vocalizan correctamente.

Me quedo mirando al dibujo blanco de una calavera en la frente de su casco integral. Me pregunto si será para identificarse o por mero gusto personal.

—¿Formación militar? —nos interroga Dead, oyéndosele ahora sólo a partir del auricular.

Yo levanto la mano, y Hardy y Jones me imitan.

—¿Su amigo el grande puede oírme, sin comunicador? —me pregunta, mirando a Jones y señalándose el oído.

—Puedo oír hasta su sangre circular —le contesta el mismo Jones, algo satisfecho de sus afinados sentidos.

—Bien. La mayor parte del tiempo daré órdenes con señas. El alien irá en vanguardia conmigo y War, ustedes dos con el resto, y la chica en retaguardia con los escudos, Cherry y Barrier.

—¿Escudos? —pregunto confuso.

—Los lanzallamas —me aclara Dead.

—Sé disparar mejor que algunos que yo me sé —protesta Violet, haciendo alusión a Hardy, supongo.

—En eso confío. Según dónde nos movamos, los lanzallamas podrán actuar o no, de ti depende que no les pase nada. Te quiero detrás para que no tengas más que seguirnos, sin preocuparte de entender mis señas, ¿vale?

—Vale —responde Violet, muy seria de repente, azuzada por la concisa autoridad de la voz de Dead.

—Bien —repite él—. Nada de dudas ni discusiones; órdenes y ejecución. Nadie va a morir si es así, ¿entendido?

Esto lo dice con la opaca mirada bifocal clavada en Violet, a lo cual asiente ella en silencio.

—Bien. Vamos a entrar.

Diciendo esto, Dead se lanza rápidamente a rodear las llamas, algo más sofocadas, en dirección a la entrada del hotel, seguido de cerca por Jones y otro hombre. Veo que Violet, algo confusa de excitación, busca a los de los lanzallamas y se pega a ellos. Me preocupa, se mostró decepcionada de ir detrás, pero sé muy bien lo rápido que la retaguardia puede convertirse en el frente de una contienda.

Vamos llegando hasta la puerta. Mientras Dead abre con precaución para echar un vistazo dentro, me vuelvo al corazón del estallido de napalm, donde distingo el brillo verdoso del ondulante halo entre las lenguas de fuego. Ningún otro ser sobrevivirá a la llegada a este lado desde ahí, durante un buen rato.

—¿Cherry? —oímos todos preguntar a Violet, por los comunicadores.

—Soy yo —le contesta otra voz.

—¿Eres hombre y te llamas así? —vuelve a interrogar ella.

—Me puse Cherokee, pero me dicen Cherry para abreviar y tomarme el pelo —explica él, con algo de vergüenza.

Un sorprendido y bestial alarido sale del interior del hotel, a lo que reaccionan Dead y Jones abriendo de golpe las dos hojas de la puerta. Jones abre fuego dos veces, mientras el arma de Dead despide ininterrumpidos siseos durante un par de segundos.

Algo separados de ellos, los demás vemos que un ser aparece de detrás de la puerta, junto a Dead. Jones detiene el zarpazo sobre el hombre con su brazo armado, y con el otro siega la garganta del ser, partiendo piel y músculo. El ser se desploma sobre su propia espalda, echándose ambas garras al cuello, sollozando ahogadamente.

—¡Cuidado! —advierte Jones—, son capaces de moverse en absoluto silencio a oídos humanos.

—Entendido —responde Dead—. Despejado.

Tras el escueto informe, nos manda avanzar, recorriendo él mismo, Jones y el otro (creo que se llamaba War, hay que ver) el vestíbulo mientras se abren en abanico con una separación de unos tres metros entre ellos. El resto les seguimos en fila de a dos, cada hombre vigilando su flanco. Hardy hace pareja conmigo, ya que nos conocemos bien cada uno las capacidades del otro, y vamos tras los dos primeros, fijándonos en su proceder, con la idea de aclimatarnos a su estilo de operación. Hardy resopla sonoramente, casi diría que es lo único que se oye en la inmensa sala, ahogando el trote de la formación.

—¿Qué tal Hardy? —le digo inquieto.

—En mi salsa —dice animado.

Dead, gesticulando, le indica a Jones que cuidado con el mostrador, donde la oscuridad de más allá es total. Jones le responde de la misma manera que él lo ve todo, y le informa que «despejado». Los demás nos detenemos en mitad de la sala, sobre la gran alfombra roja. De repente me parece que somos muy pocos, al vernos tan juntos en el sombrío y cavernoso espacio. Los del comando de El Triunvirato eran ocho antes de sumarnos a ellos. Supongo que los equipos pequeños se mueven mejor, pero un estremecimiento me sacude recordando la horda que aparecía ininterrumpidamente desde ese gran portal de la calle.

Acabo de perder algo de fuelle, merma mi entusiasmo y confianza en la misión. Las siluetas grises de los seres abatidos por Jones y Dead antes de entrar bailan, ante mi inquieta mirada parecen sacudirse en muy leves convulsiones, tanto que resulto ser el único que repara en ellas. Las fauces se abren y cierran muy lentamente, desperezándose hambrientas, y las garras se arrastran por el suelo, buscando apoyo para incorporarse con diabólico mutismo. Me paso una mano por los ojos, me enjugo el sudor frío que los inunda, convencido de que cuando vuelva a mirar los seres se estarán abalanzando sobre mí.

Pero nada, la ilusión febril se desvanece, siguen igual de muertos, inmóviles.

—Cherry, no quiero volver a oírte —reprende Dead.

—Culpa mía —le defiende Violet.

—¿Escaleras? —le pregunta él a Jones, quien ha sugerido que le siga.

Jones le conduce hasta la puerta que da a las escaleras donde nos encontramos ayer el primer portal.

—Nosotros ya estuvimos aquí antes —explica Jones—. En este acceso de servicio se apareció uno de esos portales, así perdimos a El Rostro De La Locura la primera vez.

—Kyle, ¿me oyes? —llama Dead, haciendo uso de una familiaridad impropia de un subordinado.

—Alto y claro —oímos a Avatar responder.

—Tienen un agujero en el edificio.

—¡Joder! —exclama Avatar con una pasión que jamás le hubiera atribuido—. Bien, mira Dead, hay otro problema. El otro equipo ha entrado y contactado con El Rostro De La Locura, creo.

—¿Crees? —repite Dead, soliviantado.

—Sí —Avatar duda un momento—. Sus comunicaciones se han vuelto confusas, ininteligibles. Los hemos perdido. Extremad las precauciones. El Rostro De La Locura no debe salir.

¿«Confusas, ininteligibles»? Me viene a la mente el muy reciente e inolvidable paso entre aquella multitud enloquecida, la innegable verosimilitud del poder que el chiflado de la máscara se atribuía. Me da que este intrépido proyecto tiene todas las de fracasar, tentado estoy de soltar mi arma y echar a correr. Sin embargo, me agarro con más fuerza al rifle, temiendo que toda fibra cobarde de mi cuerpo me acabe traicionando, y por extensión a mis compañeros.

Mis manos sudorosas hacen escurrirse las pequeñas empuñaduras del arma, me seco una y luego la otra contra la holgada camisa que visto, la camisa de Hardy. «La camisa de Hardy, la camisa de Hardy», me repito una y otra vez, como inocua defensa contra mis terroríficas cavilaciones, con auténtico automatismo de enfermiza mezquindad psicópata.

—¿Posición del equipo? —ruge Dead, enfadado, preocupado.

—Olvídate de ellos, Dead. Ahora son hostiles.

—Kyle, ¿dónde?

—Suite del ático, la estaban asaltando, antes de…

—Subimos. Antorchas encendidas.

—¡Maldita sea, Dead! ¡Ya no son ellos! —estalla Avatar, crepitando su voz en nuestros auriculares.

—¡Cállate, Kyle, no podemos actuar según tus teorías y suposiciones!

Dead empieza a subir escaleras, seguido de cerca por Jones. Él y todos sus hombres activan un dispositivo en su hombro derecho, algo delgado y corto que yo tomaba por una especie de antena, un bolígrafo para improvisar apuntes o un vacuo adorno del traje. El pequeño palito de cada uno empieza a brillar intensamente, emitiendo luz blanca en todas direcciones de manera uniforme, pero sin deslumbrar ni al mirarlo directamente.

—¿Qué es esto? —se oye preguntar a Violet, haciendo materializarse mi propia curiosidad.

—La antorcha —le contesta una voz que reconozco como la del tal Cherry—. No sé muy bien cómo va, pero se supone que cada pequeña molécula de lo que está hecho este material consume hidrógeno del aire, como una tira de millones de microscópicos soles.

—Está frío —añade Violet, y me la imagino acercando la mano al chisme, la muy insensata.

—Puedes tocarlo. Lo cubrimos con el puño para invisibilidad instantánea, no pasa nada —la tranquiliza él.

—¡Maldita sea, Cherry! ¡Cuando devolvamos la normalidad al mundo la invitas a salir y le cuentas lo que quieras, pero de momento cállate!

En esta ocasión, ni siquiera Violet se disculpa ante el furioso siseo de Dead.

Vamos subiendo, a un paso tranquilo, cauteloso y silencioso. Hardy, delante de mí, parece moverse cómodamente, a pesar de jadear de manera regular y controlada. Es un tipo robusto, pero su forma física no es la mejor. Temo que se esté sobreesforzando para ponerse a la altura de los demás, y me lamento de haberme rendido a su legendaria tozudez y permitirle venir con nosotros.

Cuando ya estoy convencido de que no vamos a encontrarnos de nuevo el portal, seguro de que ya dejamos atrás el piso donde lo vimos ayer, toda la columna se detiene, ante la probable orden silenciosa de Dead.

—¡Oh, oh! ¡Ahí está! —oigo decir a Jones, algo más arriba.

Jones se ha parado en un descansillo y se ha vuelto a mirar a Dead.

—¿Ahí está, qué? —pregunta éste a su vez, intrigado.

—Desde ese lado no se ve, al parecer. Avanzad, pero con decisión —dice Jones.

Dead nos manda esperar y cruza a la mitad contraria del descansillo, más allá del invisible límite señalado por Jones. Se da media vuelta.

—Sí, ya veo, así son todos. Sólo funcionan en un sentido.

Acto seguido nos hace pasar a todos a paso ligero. Al volver la vista atrás, alarmado por un repentino escalofrío que me sacude toda la espina dorsal, me hago la zancadilla a mí mismo no sé cómo y caigo contra Dead, que me sostiene oportunamente.

—¡Tranquilo, hombre! —exclama de viva voz, dándome un par de palmadas en el hombro.

Pero no le escucho, tengo la conciencia y la vista sumergidas en la superficie vaporosa del portal que, al mirar por encima del hombro, parecía cernirse sobre mí en palpitante torbellino. La luz intensa y clara de las «antorchas» de estos tipos me permite apreciar, por decirlo de alguna manera, las tranquilas evoluciones de cada una de las espesas volutas negras, que dan la impresión de avanzar más allá del contorno verde que las contiene por efecto de su trayectoria espiral, como una broca perforadora hecha de humo. A causa del ilusorio relieve del opaco gas, siento que se estira hacia mí, y retrocedo en torpes pasos hacia la pared a mi espalda cuando veo aparecer de la nada la oscura silueta del agente que me seguía, y luego a los demás, y así hasta que sale Violet en último lugar. Ella se vuelve a mirar el portal, se acerca a mi espantada persona y me pasa una mano ante los ojos con teatrales movimientos.

—Soy una marcianaaaaa… —dice con voz gutural.

Me saca así de mi horrorizado pasmo, le aparto la mano bastante molesto y subo unos pocos peldaños, aprensivo como sólo yo sé ponerme.

Jones y Dead han esperado inmóviles a que pasáramos todos. Dead examina un momento el portal. Su contorno hace imposible volver atrás sin atravesarlo, con billete gratis a quién sabe dónde.

—Cole y Church, os quedáis a vigilar. El Rostro De La Locura no debe pasar, y si veis aparecer cualquier cosa de ahí dentro, abatidla sin titubeos. Los demás, seguimos.

Reiniciamos la ascensión al mismo paso. Jones y Dead nos adelantan por un lado y se ponen en cabeza de nuevo. Jones sabe a qué atenerse, pero el arrojo de Dead, que ya estuvo a punto de morir a la entrada del hotel, me impresiona. No le arredra la posibilidad del inesperado peligro que aceche sobre el cuello de quien asome primero la cabeza, y está decidido a recuperar a sus compañeros ya muertos del otro equipo. La verdad es que no sólo estoy impresionado, ¡también estoy acojonado!

Por fin llegamos, en mi caso por tercera vez, al piso del ático, justo en el momento en que los calambres de mis piernas empezaban a gustarme, mira tú por donde. La fila vuelve a detenerse; veo que Dead, antes de echar mano al pomo de la puerta, manda a sus hombres apagar esos extraños dispositivos luminosos, quedándonos de súbito en total oscuridad.

—Me temo que lo que nos vamos a encontrar no será de tu agrado —oímos decir a Jones tan pronto como nos envuelven las tinieblas, lo que es a mí, temblequeándome todo el cuerpo al sonar su grave voz.

Su frase parece ir dirigida a Dead, que, como si no le escuchara, abre la puerta dejando una línea de penumbra recortar su silueta contra mi ansiosa mirada. También veo los ojos de Jones brillando suspendidos en la nada, a su lado. ¡¿Por qué tengo que ver estas cosas?!

—No sé de qué hablas —susurra Dead, contestándole—, pero, estén vivos o no, es nuestro deber comprobarlo, joder.

—Extrema el cuidado, Dead. Estás poniendo en peligro la misión para nada —se oye decir a Avatar, tras tanto rato calladito.

—Kyle, tú y yo sabemos que, de ser tú, se oirían tus gritos de socorro en quinientos kilómetros a la redonda, así que cállate a no ser que sea para facilitar información, y deja de jodernos.

La respuesta de Dead, mientras se mueve con cuidado más allá del umbral de la puerta, no haya réplica por parte de Avatar. Le tengo por un peligroso temerario, pero me encanta su reticencia a dejarse mangonear. Y el modo en que se habla con Avatar insinúa una larga historia en común, como si se conocieran de hace tiempo y no se llevaran todo lo bien que sería conveniente. Lo que me queda claro es que Avatar se las daba de líder, pero aquí no manda una mierda.

Salimos tras él, en dos filas, pegados a la pared del largo pasillo, oyendo aquello que ya habrá detectado Jones hace varios minutos, lo mismo a lo que acaba de hacer referencia con «no será de tu agrado».

—La chica y Cherry, quedaos en la puerta —susurra Dead—. Barrier, tú con nosotros.

—Me llamo Violet —aclara ella, sin sonar molesta o enfadada, dando la información solamente, para quien quiera hacer buen uso de ella.

Con uno de los lanzallamas detrás, nos acercamos a la esquina donde, torciendo a la izquierda, llegaremos a la caja continente de mis más terribles experiencias pasadas. ¿Qué nuevos horrores habrán de quedar, en esta ocasión, grabados en mi retina? Estoy a punto de averiguarlo. Espero cualquier cosa, con lo que quisiera evitar volver a oír romperse en pedazos la frágil trama de mi realidad, y ahora mismo estoy más preocupado por el tal Barrier y su mochila llena de napalm, que me siguen de muy cerca para mi gusto.

Indescriptibles voces y rugidos, inequívocamente humanos, por su tono y timbre, pero carentes de razón o significado, por la ausencia de palabras reconocibles y la extrema disonancia incongruente, anticipan, para oídos versados como los míos, el tipo de conflicto que se libra al otro lado de la roja puerta de dorados ribetes, colores que asocio de manera inconsciente a la entrada hacia el infierno.

Los pequeños tragaluces del techo otorgan una visibilidad traslúcida, espesa, de un grisáceo como de neblina, entre la que veo moverse a mis compañeros como negras sombras de difusos contornos. Y el primero de estos espectros, el que ha de ser Dead, tiende su mano hacia el pomo de la puerta.

«Allá vamos, vuelta a empezar», oigo decir a una vocecilla aguda y burlona, desde algún oscuro recoveco de mi mente.

Dead abre de sopetón la puerta, sin echar antes una cautelosa ojeada, dispuesto a acabar con lo que sea que hace gritar tan horriblemente a sus hombres. Una oleada de repugnante olor de sangre y carne en descomposición hace que Hardy y yo nos llevemos una mano a la boca; ha de tratarse de los hombres de Mitsune, cuyos restos llevan esparcidos en esa habitación, ¿cuánto, tres días?

A Jones no le impresiona el olor, y al comando de Avatar les llega el aire filtrado por sus máscaras, así que quiero creer que el espectáculo de ahí dentro, la cruenta lucha que libran sus compañeros, no les provoca la misma, digamos, embriagadora sensación de miedo y asco que a mí. Porque no me muevo, quiero hacerlo, pinchado por mi maltratado orgullo, pero nada. Me quedo apoyado en el marco de la puerta, como exhausto, mientras todos los demás van entrando en la gran sala pasando a mi lado. Alguien, creo que el tipo del lanzallamas, se para junto a mí, poniendo una mano en mi hombro.

—¡¿Pero qué hacéis?! —grita Dead a sus muy entretenidos amigos de ese otro equipo.

Como el que forman Dead y sus hombres, esa otra unidad la constituyen ocho miembros. Veo que hay dos muertos, tirados en el suelo, abatidos a tiros de rifle de plasma, deduzco por las volutas humeantes que despiden sus heridas. Otros dos se enfrentan, uno de pie, hundiendo sus dedos en los ojos de su compañero arrodillado mientras éste le apuñala una y otra vez los muslos con un cuchillo militar. Un solitario, sentado en el suelo, con una pierna mutilada a fogonazos de plasma, dirige el cañón de su arma hacia la pierna buena y empieza a disparar pausadamente, con dedicación, haciendo desintegrarse primero la bota, luego el tobillo, la rodilla… Se ha quitado el casco, para ver mejor su obra, quizá, y sonríe, con espesos hilillos de sangre resbalándole de la boca, sin dejar de mascar lo que debe ser su propia lengua.

Los tres que quedan están, uno tumbado en el suelo, tranquilamente, y los otros dos mordisqueándole los dedos de una mano y el antebrazo contrario, respectivamente, tragándose la carne y la ropa sin el menor reparo. Al escuchar el grito de Dead, los dos caníbales nos miran sin expresión, balbuceando con las bocas llenas.

—Han enloquecido. El Rostro De La Locura —ruge Jones para hacerse oír por encima de los estridentes alaridos de todos ellos.

Según acaba de decir esto, los devoradores, como de mutuo acuerdo, se ponen en pie y salen corriendo contra Dead y Jones, dispuestos a cambiar de menú. Jones los ataja, siega la furia de ambos con magnánimos golpes de su mano desnuda, los mata en el acto. Veo con alarma que Dead, confuso, apunta con su arma a Jones, en defensa refleja de sus compañeros, pero no dispara.

Jones se vuelve hacia él, poniendo su ensangrentada garra sobre el rifle de plasma.

—No hay vuelta atrás, ya no son ellos. Matadlos —sugiere, y viene hacia aquí, dando la espalda al cada vez más poblado cementerio de seres mutilados.

El tal Barrier y yo mismo retrocedemos para dejarle salir, mientras Dead y otro hombre rematan a los chiflados.

—El Rostro De La Locura no está. Debió esperar aquí para hacer esto, puede que como advertencia para los de El Triunvirato, pero ya se ha ido —me dice, clavándome sus pupilas elípticas en las mías, tan redonditas—. ¿Qué vamos a hacer, Nass? ¿Cruzaremos el portal con esos hombres, en pos de él?

Pone la decisión en mis manos, pero tras tantos años juntos sé por su tono de voz que en realidad me está pidiendo que lo hagamos. Me da la oportunidad de decir que no porque es mi amigo, y sabe que estoy descubriendo que no soy tan fuerte como yo mismo me creía.

—¡Eh!, ¿qué está pasando ahí? ¿Necesitáis ayuda? —oigo preguntar a Violet.

Asiento en silencio a la pregunta de Jones.

—No, Violet, esperad ahí. El Rostro De La Locura ya se ha ido. Vigilad el portal, supongo que vamos a cruzarlo —le contesto a ella e informo a los demás.

—¡Uau! —responde, pero sin alegría ninguna.

—Ya era hora… —protesta Kyle Avatar.