Otra parte del campo.
Fragores de combate. Movimiento de tropas. Entran NORFOLK y soldados, CATESBY los sigue.
CATESBY: ¡Socorro, milord de Norfolk! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡El rey ha hecho prodigios sobrehumanos de valor, oponiendo un adversario a cada peligro! ¡Su caballo ha caído muerto, y combate a pie, buscando a Richmond por entre las fauces de la muerte! ¡Socorro, milord, o, de lo contrario, la batalla está perdida! (Fragor de lucha).
Entra el REY RICARDO.
REY RICARDO: ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
CATESBY: ¡Retiraos, milord; yo os traeré un caballo!
REY RICARDO: ¡Miserable! ¡Juego mi vida a un albur y quiero correr el azar de morir! ¡Creo que hay seis Richmond en el campo de batalla! ¡Cinco he matado hoy, en lugar de él! ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo! (Salen).
Fragores. Entran el REY RICARDO y RICHMOND. Combaten los dos. RICARDO es muerto. Retreta marcha. Después entran RICHMOND, STANLEY, que lleva la corona, y otros varios lores con tropas.
RICHMOND: ¡Loados sean Dios y vuestras armas, intrépidos amigos! ¡La jornada es nuestra! ¡El sanguinario perro ha muerto!
STANLEY: ¡Valeroso Richmond, has cumplido bien tu misión! ¡He aquí la corona, tan largo tiempo usurpada, que he arrancado[116] de las pálidas sienes de ese miserable asesino para ceñir tu frente! ¡Llévala, poséela, estímala en todo su precio!
RICHMOND: ¡Gran Dios de los cielos, amén, responde a todo esto! Pero decidme: ¿vive el joven George Stanley?
STANLEY: Sí, milord; y está a salvo en la fortaleza de Leicester, adonde podemos retirarnos ahora, si gustáis.
RICHMOND: ¿Qué hombres de nota han perecido en las otras filas?
STANLEY: Juan, duque de Norfolk; lord Walter Ferrers, sir Roberto Brakenbury y sir William Brandon.
RICHMOND: ¡Que sean sepultados sus cuerpos como conviene a su alcurnia! ¡Que se proclame el perdón para los soldados fugitivos que quieran sometérsenos! Y en seguida, conforme a nuestro juramento sagrado, uniremos la rosa blanca y la encarnada… ¡Sonría el Cielo, tanto tiempo enojado por sus odios, a esta hermosa unión! ¿Quién sería tan traidor que, al oírme, no dijese amén?… ¡Inglaterra ha estado mucho tiempo demente y se ha desgarrado a sí misma! El hermano derramaba ciegamente la sangre del hermano. El padre, en su furia, asesinaba a su propio hijo. El hijo, obligado, se convertía en verdugo de su padre. Y todo, por los divididos York y Lancaster, divididos en su fiera división. ¡Oh! ¡Ahora que Richmond e Isabel, los legítimos sucesores de ambas casas reales, se unan para siempre por la bella providencia de Dios! Y que sus herederos (¡Dios, si esta es tu voluntad!), den a las generaciones futuras el rico presente de la paz de dulce mirada, con riente abundancia y plácidos días prósperos. ¡Enmohece, Altísimo Señor, el hierro de los traidores que quieran traernos otra vez esos sangrientos días y hacer llorar a la pobre Inglaterra raudales de sangre! ¡Que no vivan para gozar de la prosperidad de este suelo los que por traición tratasen de turbar la paz de este hermoso país! ¡En fin: las heridas de la guerra civil están cerradas; la paz reina de nuevo! ¡Que dure mucho tiempo pedimos a Dios! ¡Amén!
Salen.