Salón del trono en el Palacio.
Marcha militar, RICARDO, con los atributos reales, sobre el trono; BUCKINGHAM, CATESBY, un PAJE y otros.
REY RICARDO: ¡Retiraos todos! ¡Primo Buckingham!…
BUCKINGHAM: ¿Mi gracioso soberano?…
REY RICARDO: Dame la mano. Por tus consejos y tu ayuda, el rey Ricardo se sienta tan alto. Pero estas glorias, ¿vivirán sólo un día, o serán duraderas y podremos regocijarnos con ellas?
BUCKINGHAM: ¡Que persistan y duren para siempre!
REY RICARDO: ¡Ah Buckingham! Ahora soy piedra de toque para probar si tú eres, en efecto, oro de buena ley. El joven Eduardo vive. ¿Comprendes ya lo que quiero decir?
BUCKINGHAM: Hablad, mi queridísimo señor.
REY RICARDO: ¡Vaya! Buckingham, digo que quisiera ser rey.
BUCKINGHAM: ¡Vaya! Lo sois, soberano tres veces ilustre.
REY RICARDO: ¡Bah! ¿Soy yo rey? Sea; pero Eduardo vive.
BUCKINGHAM: Es cierto, noble príncipe.
REY RICARDO: ¡Oh amarga consecuencia de que Eduardo viva todavía!… Es cierto noble príncipe… Primo, antes no acostumbrabas ser tan tardo. ¿Debo ser más explícito? Deseo la muerte de los bastardos, y quisiera que se ejecutara la cosa inmediatamente. ¿Qué dices ahora? Habla pronto; sé breve.
BUCKINGHAM: Vuestra Gracia puede hacer su gusto.
REY RICARDO: ¡Bah, bah! Eres todo de hielo. Tu afecto se enfría. Contéstame: ¿consientes en que mueran?
BUCKINGHAM: Dejadme algún aliento, un instante de reflexión, querido lord, antes de daros una respuesta definitiva. En seguida os haré conocer mi determinación.
Sale BUCKINGHAM.
CATESBY: (Aparte, a otro). ¡El rey se encoleriza; mirad: se muerde los labios[91]!
REY RICARDO: (Descendiendo del trono). ¡Me entenderé con caracteres férreos e irreflexivos y con jóvenes irrespetuosos! No quiero a mi lado quien me mire con ojos escrutadores. Buckingham, lograda su ambición, se hace circunspecto. ¡Muchacho!
PAJE: ¡Señor!
REY RICARDO: ¿Conoces a alguien que dejándose tentar por un oro corruptor, realizara una secreta misión de muerte?
PAJE: Conozco un hidalgo descontento, cuyos humildes recursos no están a la altura de sus pensamientos. El oro vale para él como treinta oradores, y no dudo que le determinará a hacer cualquier cosa.
REY RICARDO: ¿Cuál es su nombre?
PAJE: Su nombre es Tyrrell[92], señor.
REY RICARDO: Conozco algo a ese individuo. ¡Anda, llámale aquí, muchacho! (Sale el PAJE). Ese hábil y astuto Buckingham no será más el confidente de mis intentos. ¿Ha seguido tanto tiempo mis pasos sin cansarse, y ahora se retira para respirar?… Bien… sea… (Entra STANLEY). ¿Qué hay, lord Stanley? ¿Qué noticias?
STANLEY: Sabréis, querido señor, que el marqués de Dorset, según he oído, ha huido a unirse con Richmond donde este se encuentra.(Se retira aparte).
REY RICARDO: ¡Ven aquí, Catesby!… Haz correr el rumor de que Ana, mi esposa, está gravemente enferma. Daré orden de que permanezca encerrada. Búscame por cualquier medio un hidalgo pobre con quien pueda casar inmediatamente a la hija de Clarence[93]. El chico es idiota[94], y no le temo. ¡Mira, como te duermas…! Te repito que hagas correr el rumor de que Ana, mi esposa, está enferma y a punto de morir. Todo esto, sobre la marcha, pues me importa poner término a todas las esperanzas que, acrecentadas, puedan perjudicarme. (Sale CATESBY). Es preciso que me case con la hija de mi hermano[95], o mi trono tendrá la fragilidad del vidrio. ¡Degollar a sus hermanos y luego desposarme con ella! Pero he ido tan lejos en la sangre, que un crimen lavará otro crimen. ¡Las lágrimas de piedad no habitan en mis ojos! (Vuelve a entrar el PAJE con TYRRELL). ¿Es Tyrrell tu nombre?
TYRRELL: James Tyrrell y vuestro muy obediente súbdito.
REY RICARDO: ¿Lo eres de veras?
TYRRELL: Probadme, mi gracioso señor.
REY RICARDO¿Te resolverías a matar a un enemigo mío?
TYRRELL: Como os plazca; pero mejor quisiera matar a dos enemigos.
REY RICARDO: Pues bien; será entonces lo que hagas. Dos mortales enemigos contrarios a mi reposo y turbadores de mi dulce sueño, son los que designo a tu fidelidad. Tyrrell, hablo de los bastardos que están en la Torre.
TYRRELL: Procuradme los medios de llegar hasta ellos, y yo os libraré pronto del miedo que os inspiran.
REY RICARDO: ¡Cantas una dulce música! ¡Escucha! ¡Acércate, Tyrrell! Ve, usa de esta prenda[96]… Levántate y aplica los oídos. (Cuchichean). No hay que hacer más que eso… Me dices que ya está hecho, y te estimaré y elevaré en dignidad.
TYRRELL: Voy a despacharlo a toda prisa.
REY RICARDO: ¿Tendré noticias tuyas antes de acostarme?
TYRRELL: Las tendréis, señor. (Sale).
Vuelve a entrar BUCKINGHAM.
BUCKINGHAM: Milord, he reflexionado acerca de la última petición que me habéis dirigido.
REY RICARDO: Bien; dejemos eso. Dorset ha ido a reunirse con Richmond.
BUCKINGHAM: He oído la noticia, milord.
REY RICARDO: Stanley, él es hijo de nuestra esposa… Vigiladlos.
BUCKINGHAM: Milord, reclamo la recompensa que me habéis prometido, por la cual empeñasteis vuestro honor y vuestra palabra: el condado de Hereford y los bienes muebles de que me prometisteis que sería poseedor.
Rey Ricardo: Stanley, vigilad a vuestra esposa. Si se comunica con Richmond, me respondéis de ello.
BUCKINGHAM: ¿Qué responde Vuestra Alteza a mi justo requerimiento?
REY RICARDO: Me acuerdo… Enrique sexto profetizó que Richmond sería rey cuando Richmond no era todavía sino un rapazuelo. ¿Rey?… Puede ser…
BUCKINGHAM: Milord…
REY RICARDO: ¿Cómo se explica que en aquella época no me dijera el profeta, estando yo presente, que le mataría yo?
BUCKINGHAM: Milord, vuestra promesa relativa al condado…
REY RICARDO: ¡Richmond! Cuando estuve la última vez en Exeter, el corregidor tuvo la cortesía de mostrarme el castillo, y lo llamó Rouge-Mont[97], a cuyo nombre me estremecí, a causa de que un bardo de Irlanda me dijo una vez que no viviría mucho tiempo después de haber visto a Richmond.
BUCKINGHAM: Milord…
REY RICARDO: Sí. ¿Qué hora es?
BUCKINGHAM: Me tomo la libertad de recordar a Vuestra Gracia lo que me ha prometido.
REY RICARDO: Bien; pero ¿qué hora es?
BUCKINGHAM: Van a dar las diez.
REY RICARDO: Bien; déjalas dar.
BUCKINGHAM: ¿Por qué dejarlas dar?
REY RICARDO: ¡Porque, como un Jaquemard[98], continúas tocando entre tu petición y mis reflexiones! No me encuentro hoy en vena de generosidad.
BUCKINGHAM: Pues entonces hacedme saber si debo contar o no con vuestra promesa.
REY RICARDO: Me estas importunando. No estoy en vena[99].
Salen el REY RICARDO y su séquito.
BUCKINGHAM: ¿Conque eso tenemos? ¿Me paga mis importantes servicios con semejante menosprecio? ¿Para eso le he hecho rey? ¡Oh! ¡Pensemos en Hastings y vayámonos a Brecknock[100] mientras temo por mi cabeza!
Sale.