Acto IV

Escena I

Ante la Torre.

Entran, de un lado la REINA ISABEL, la DUQUESA DE YORK y el MARQUÉS DE DORSET; y del otro, ANA[86], duquesa de Gloucester, acompañando a LADY MARGARITA PLANTAGENET, hija de CLARENCE.

DUQUESA: ¿Quién se acerca?… ¿Mi sobrina[87] Plantagenet, de la mano de su tía la amable Gloucester? Por mi vida, que se dirige a la Torre, por puro afecto de corazón, para saludar al tierno príncipe. ¡Bien hallada, hija!

ANA: ¡Dios conceda a Vuestra Gracia felices y dichosos días!

REINA ISABEL: ¡Como igualmente a vos, querida hermana! ¿Vais muy lejos?

ANA: No más que a la Torre, y, a lo que presumo, con las mismas intenciones que vosotras: a felicitar allí al joven príncipe.

REINA ISABEL: Gracias, querida hermana; entraremos todas juntas…

Entra BRAKENBURY.

Y a propósito: he aquí al alcalde, que llega. Señor alcalde, por favor, os ruego: ¿cómo están el príncipe y mi hijo el joven York?

BRAKENBURY: Muy bien, querida señora; pero perdonadme que no pueda permitiros visitarlo. El rey me lo ha prohibido terminantemente.

REINA ISABEL: ¡El rey! ¿Cuál?

BRAKENBURY: Me refiero al lord Protector.

REINA ISABEL: ¡El lord del Cielo le proteja de ese título real! ¿Ha puesto una barrera entre el amor de mis hijos y yo? ¡Soy su madre! ¿Quién podrá impedirme que los vea?

DUQUESA: Soy la madre de su padre; quiero verlos.

ANA: Yo soy su tía por alianza y su madre por cariño. Así, conducidme ante ellos. Cargo con tu falta y asumo tu oficio bajo mi responsabilidad.

BRAKENBURY: No, señora; no. No puedo abandonarlo así. Estoy comprometido por juramento, y, por tanto, perdonadme.

Sale BRAKENBURY y entra STANLEY.

STANLEY: Señoras, os encontrara una hora más tarde y hubiera podido saludar a Su Gracia la duquesa de York como madre y augusta espectadora de dos bellas reinas. (A la DUQUESA DE GLOUCESTER). Venid, señora; debéis presentaros inmediatamente en Westminster, para ser coronada allí como esposa del rey Ricardo.

REINA ISABEL: ¡Ah! ¡Cortad el lazo de mi corpiño! ¡Que pueda latir mi oprimido corazón, o voy a desvanecerme con esta mortal noticia!

ANA: ¡Siniestro informe! ¡Oh aborrecida nueva!

DORSET: ¡Valor, querida madre! ¿Cómo se halla Vuestra Gracia?

REINA ISABEL: ¡Oh Dorset! ¡No me hables! ¡Vete! ¡La muerte y la destrucción ladran en tus talones! ¡El nombre de tu madre es fatal a sus hijos! ¡Si quieres escapar de la muerte, atraviesa los mares y ve a vivir con Richmond[88], fuera del alcance del infierno! ¡Marcha! ¡Aléjate, aléjate de este matadero, si no quieres aumentar el número de los muertos, y déjame morir víctima de la maldición de Margarita! ¡Ni madre, ni mujer, ni reina reconocida de Inglaterra!

STANLEY: Prudente es vuestro consejo, señora… Aprovechad rápidamente la ventaja que os conceden unas horas. Tendréis cartas de recomendación para mi hijo[89], que saldrá a vuestro encuentro. No os cojan de improviso por un imprudente retraso.

DUQUESA: ¡Oh viento aciago, esparcidor de males y miserias! ¡Oh, maldita seas, matriz, lecho de muerte, que lanzaste al mundo un basilisco de mortífera mirada!

STANLEY: Venid, señora; venid. He sido enviado a toda prisa.

ANA: Y yo os seguiré contra mi voluntad. ¡Oh! ¡Plegue a Dios que el borde redondo del áureo metal que ciña mi frente sea un hierro candente[90] que me abrase el cráneo! ¡Que me unjan con un veneno mortal y que expire antes que se pueda decir! ¡Dios salve a la reina!

REINA ISABEL: ¡Ve, ve, infeliz; no envidio tu gloria! ¡No te deseo daño alguno que alimente mi rencor!

ANA: ¡No! ¿Por qué?… Cuando el que ahora es mi esposo vino a mí, en el momento en que yo acompañaba el cadáver de Enrique; cuando tintas aún sus manos con la sangre de aquel ángel que fue mi primer esposo, y del santo difunto que entonces acompañaba llorando… ¡Oh! Cuando, como digo, fijé la mirada en Ricardo, este fue mi juramento: ¡Maldito seas —exclamé— por haberme condenado tan joven a una vieja viudez! ¡Y que, cuando te cases, el dolor se asiente en tu lecho; y que tu mujer (si hay alguna tan loca) sea más miserable por tu vida que tú me has hecho desgraciada por la muerte de mi querido esposo! ¡Ved!… Antes que pudiera repetir esta maldición, en tan corto espacio de tiempo, mi corazón de mujer se dejaba cautivar estúpidamente por sus melifluas palabras y había hecho de mí el objeto de mi propia maldición, que desde este instante privó a mis ojos del reposo, pues jamás una hora en su lecho he gozado del dorado rocío del sueño sin que me hayan despertado continuamente sus horribles pesadillas. Además, me odia por mi padre Warwick, y quiere, sin duda, desembarazarse pronto de mí.

REINA ISABEL: ¡Pobre corazón, adiós! ¡Compadezco tus penas!

ANA: ¡No menos gime mi alma por vosotros!

REINA ISABEL: ¡Adiós, tú, que tan tristemente acoges tu grandeza!

ANA: ¡Adiós, pobre alma, que de ella te despides!

DUQUESA: (A DORSET). ¡Ve tú a unirte a Richmond y que la buena fortuna te guíe! (A ANA). Ve tú a Ricardo, y que los ángeles bondadosos te acojan. (A la REINA ISABEL). Ve tú al santuario, y que los santos pensamientos te consuelen. ¡Yo, a la tumba, donde la paz y el descanso reposen conmigo!… ¡Ochenta y tantos años de dolor he contemplado, y cada hora de alegría la he pagado con una semana de pesares!

REINA ISABEL: ¡Esperad! ¡Dirigid todavía conmigo una mirada a la Torre! ¡Piedad, vetustas piedras, de esos tiernos infantes, a quien la envidia aprisionó en vuestros muros! ¡Cuna cruel para tan preciosos seres! ¡Ruda y salvaje nodriza! ¡Triste y vieja compañera de juegos de los tiernos príncipes, tratad bien a mis niños! ¡Así te lo pide mi loco dolor al despedirse de vuestras piedras!

Salen.