El mismo lugar. Las murallas de la Torre.
Entran GLOUCESTER y BUCKINGHAM ridículamente ataviados con mohosas armaduras[71].
GLOUCESTER: Vamos, primo. ¿Puedes temblar y cambiar de color, matar el aliento en medio de una palabra, seguir y detenerte, como si estuvieses poseído de delirio y loco de terror?
BUCKINGHAM: ¡Bah! Puedo imitar al más perfecto trágico, hablar, mirar tras de mí, espiar por todas partes, estremecerme al ruido de una paja, como presa de hondo recelo. Tengo a mi disposición miradas espectrales, sonrisas forzadas, y ambas siempre dispuestas, cada una en su empleo, para dar a mis estratagemas la apariencia conveniente. Pero qué, ¿se ha ido Catesby?
GLOUCESTER: Sí, y mira; viene con el lord Corregidor.
Entran el LORD CORREGIDOR[72] y CATESBY.
BUCKINGHAM: ¡Lord Corregidor!…
GLOUCESTER: ¡Guardad el puente levadizo!
BUCKINGHAM: ¡Escuchad! ¡Un tambor!
GLOUCESTER: ¡Vigilad los baluartes, Catesby!
BUCKINGHAM: Lord corregidor, la razón de enviaros a buscar…
GLOUCESTER: ¡Mira tras de ti! ¡Defiéndete! ¡Son enemigos!
BUCKINGHAM: ¡Dios y nuestra inocencia nos defiendan y nos protejan!
Entran LOVEL y RATCLIFF con la cabeza de HASTINGS.
GLOUCESTER: ¡Calma! Son amigos: Ratcliff y Lovel.
LOVEL: ¡Aquí tenéis la cabeza del innoble traidor, el peligroso y por nadie sospechado Hastings!
GLOUCESTER: Quería yo tan entrañablemente a este hombre, que debo llorarlo. ¡Lo tenía por la criatura más sincera que haya llevado por la tierra el nombre de cristiano! ¡De él hice mi libro, donde escribía mi alma la historia de sus secretos pensamientos! Tan bien disimulaba sus vicios, bajo la apariencia de virtud, que sin la evidencia de su crimen, quiero decir, su comercio familiar con la mujer de Shore, vivía al abrigo de la más ligera sospecha.
BUCKINGHAM: Bien, bien; era el traidor más solapado que he conocido… Escuchad, lord corregidor: ¿hubierais imaginado o podido creer (si, gracias a la protección de Dios, no viviéramos para contároslo) que este sutil traidor proyectaba asesinarnos hoy en pleno Consejo a mí y a mi querido lord de Gloucester?
CORREGIDOR: ¿Es posible?
GLOUCESTER: ¡Cómo! ¿Pensáis que somos turcos o infieles, o que, atropellando las formas legales, hubiéramos ordenado sin consideración alguna la muerte de este miserable, si el peligro extremo con que amenazaba Hastings la paz de Inglaterra y la seguridad de nuestras personas no nos hubieran forzado a esta ejecución?
CORREGIDOR: ¡Vaya, tranquilizaos! Ha merecido la pena de muerte, y vuestras gracias han obrado prudentemente, haciendo un castigo ejemplar, capaz de aterrorizar a los traidores. Nunca esperé nada bueno de él, desde que le vi en relaciones con mistress Shore.
BUCKINGHAM: Sin embargo, no hubiéramos querido que muriese hasta haber llegado vuestra señoría; pero el celo de nuestros amigos se nos ha anticipado. Hubiéramos deseado, milord, que oyeseis al traidor confesar tembloroso sus proyectos de traición, a fin de que pudierais haber dado cuenta a los ciudadanos, que quizá se engañen respecto de nuestras intenciones y lloren su muerte.
CORREGIDOR: Pero, mi buen lord, basta la palabra de Vuestra Gracia. Para mí es como si todo lo hubiera visto y oído. Y no dudéis, ni uno ni otro, nobles príncipes, que persuadiré a nuestros virtuosos ciudadanos de vuestro justo proceder en este caso.
GLOUCESTER: Por eso deseábamos vuestra presencia aquí, para evitar la censura del maldiciente mundo.
BUCKINGHAM: Pero, en fin, ya que habéis llegado demasiado tarde para nuestras intenciones, podéis atestiguar, al menos, lo que nos habéis oído. Y así, mi buen lord corregidor, quedad con Dios.
Sale el LORD CORREGIDOR.
GLOUCESTER: Id tras él, id tras él, primero Buckingham. El lord corregidor tomará la diligencia para Guidhall[73]. Allí, cuando creáis llegado el momento oportuno lanzáis una alusión a la bastardía de los hijos de Eduardo. Recordadle cómo condenó a muerte Eduardo a un ciudadano[74], sólo por haber dicho que su hijo heredaría la corona siendo así que se refería a la muestra de su casa, que llevaba este nombre. A continuación, insistid en su odiosa lujuria y en su bestial apetito, que se extendía a sus criadas, hijas y mujeres; a todas cuantas en su mirada lasciva y en su corazón salvaje veía una fácil presa. Si es preciso, llevad la conversación al punto que atañe a mi persona… Decid que cuando mi madre quedó encinta del insaciable Eduardo, el noble York, mi augusto padre, guerreaba en Francia y que por una justa computación del tiempo se dio cuenta de que el vástago no podía ser de él; verdad confirmada todavía por su fisonomía que no tenía ninguno de los trazos de mi noble padre. Todo esto tocadlo ligeramente como sobre ascuas; porque como sabéis milord aún vive mi madre[75].
BUCKINGHAM: No lo dudéis, milord; representaré el papel de orador como si los auríferos honorarios que defiendo fueran para mí. Y con esto, adiós, milord.
GLOUCESTER: Si todo va bien id a buscarme al castillo de Baynard donde me hallaréis virtuosamente acompañado por reverendos padres y sabios obispos.
BUCKINGHAM: Parto y hacia las tres o cuatro recibiréis noticias de lo que pase en Guidhall.
Sale BUCKINGHAM.
GLOUCESTER: Id a toda prisa, Lovel, a casa del doctor Shaw[76]. Marchad vos (a CATESBY.) en busca del monje Penker[77]… Decidles que dentro de una hora me hallarán en el castillo de Baynard.
Salen LOVEL y CATESBY.
Volvamos ahora para dar la orden secreta de poner a buen recaudo a los chicuelos de Clarence y recomendar que de ninguna manera persona alguna tenga jamás acceso hasta el príncipe.
Sale.