La Torre de Londres.

BUCKINGHAM, STANLEY, HASTINGS, el OBISPO DE ELY, RATCLIFF, LOVEL y otros, sentados en torno de una mesa. Oficiales del Consejo presentes.

HASTINGS: Ahora, nobles pares, la causa porque nos hallamos aquí reunidos es adoptar un acuerdo respecto de la coronación. En nombre de Dios, hablad. ¿Cuándo llega el augusto día?

BUCKINGHAM: ¿Está todo dispuesto para la regia ceremonia?

STANLEY: Está, y sólo falta fijar la fecha.

ELY: Entonces, mañana, según juzgo, será un día feliz.

BUCKINGHAM: ¿Quién conoce las intenciones del lord Protector acerca del particular? ¿Quién es el confidente más íntimo del noble duque?

ELY: Vuestra Gracia, pensamos, debe de conocer mejor su pensamiento.

BUCKINGHAM: Conocemos cada uno el rostro del otro; pero, de nuestros corazones, él no conoce más del mío que yo del vuestro, o yo del suyo, milord, lo que vos del mío. Lord Hastings, a vos y al él os une una estrecha amistad.

HASTINGS: Agradezco a su Gracia el cariño que me profesa; pero en lo que concierne a sus proyectos, no lo he sondeado, ni él me ha dado tampoco parte alguna de su graciosa voluntad. Pero vos, honorable lord, podéis fijar una fecha, y yo daré mi voto en nombre del duque, que presumo lo tomará a buena parte.

Entra GLOUCESTER.

ELY: A propósito: he aquí al propio duque.

GLOUCESTER: ¡Nobles milores y deudos, buenos días a todos! He dormido demasiado; pero creo que mi falta no habrá hecho descuidar el importante proyecto cuya solución necesitaba mi presencia.

BUCKINGHAM: De no entrar a tiempo de vuestra tirada, lord William Hastings hubiera pronunciado vuestra parte…, quiero decir vuestro voto…, para la coronación del rey.

GLOUCESTER: Nadie sino lord Hastings podía atreverse a ello. Su señoría me conoce perfectamente y me quiere bien. Milord de Ely[70], la última vez que estuve en Holborn vi unas magníficas fresas en vuestro jardín. Os ruego me enviéis algunas.

ELY: A fe y voluntad, milord, con todo mi corazón.

Sale Ely.

GLOUCESTER: Primo Buckingham, una palabra con vos. (Le lleva aparte). Catesby ha sondeado a Hastings, a propósito de nuestro proyecto, y ha encontrado al testarudo hidalgo tan violento, que perderá su cabeza antes de consentir que el hijo de su señor, como respetuosamente le apellida su señoría, pierda la soberanía del trono de Inglaterra.

BUCKINGHAM: Retiraos un momento; os acompañaré.

Salen GLOUCESTER y BUCKINGHAM.

STANLEY: Aún no hemos fijado el día de la solemnidad. Mañana, a mi juicio, es demasiado pronto. Por mi parte, no estoy tan bien preparado como de otro modo lo estaría si se demorase la fecha.

Vuelve a entrar el OBISPO DE ELY.

ELY: ¿Dónde está milord el duque de Gloucester? Ya he enviado por esas fresas.

HASTINGS: Su gracia parecía esta mañana alegre y bien dispuesto. Preciso es que se halle bajo la influencia de una sonriente idea para haberos dado tan regocijadamente los buenos días. No creo que exista hombre alguno en la cristiandad que sepa disimular mejor sus odios y preferencias. Por su rostro conoceréis inmediatamente su corazón.

STANLEY: ¿Qué trazos de su corazón habéis percibido en sus rostros por las apariencias que hoy ha dejado entrever?

HASTINGS: A fe que no está ofendido aquí con nadie, pues, de lo contrario, su mirada lo delataría.

Vuelven a entrar GLOUCESTER y BUCKINGHAM.

GLOUCESTER: Ruego a todos que me digáis: ¿qué merecen los que traman mi muerte, valiéndose de medios diabólicos de condenada hechicería, y que se han apoderado de mi cuerpo con sus infernales maleficios?

HASTINGS: Milord, el tierno afecto que profeso a Vuestra Gracia me autoriza, más que a ningún otro de esta ilustre asamblea, a condenar a los culpables. ¡Quienesquiera que sean, digo, milord, que merecen la muerte!

GLOUCESTER: ¡Entonces, que vuestros ojos sean testigos del mal que se me ha hecho! ¡Ved cómo estoy embrujado! ¡Mirad mi brazo, seco como un retoño marchito por la escarcha! ¡Y ha sido la esposa de Eduardo, la monstruosa bruja, que en complicidad con esa abyecta puta Shore, ha usado de sus artes mágicas para señalarme así!

HASTINGS: ¡Si han cometido tal acción, noble milord…!

GLOUCESTER: ¿Sí?… ¡Tú, protector de esa infame puta!, ¿vas a hablarme de si es…? ¡Eres un traidor! ¡Cortadle la cabeza! ¡Pronto, por San Pablo! ¡No comeré hasta haberla visto! ¡Lovel y Ratcliff, ved que se ejecute! ¡Los demás que me estimen, que se levanten y me sigan!

Salen los del Consejo con GLOUCESTER y BUCKINGHAM.

HASTINGS: ¡Piedad, piedad para Inglaterra! ¡No para mí, que he sido demasiado torpe para no prever esto! Stanley soñó que un jabalí le arrebataba su yelmo, y yo me burlé de él, desdeñando huir. ¡Tres veces tropezó hoy con su caparazón mi caballo, y se encabritó al ver la Torre, como rehusando llevarme al matadero! ¡Oh! ¡Ahora necesito al sacerdote que me hablaba! ¡Ahora me arrepiento de haber dicho al Persevante, en aire de triunfo, que mis enemigos perecerían hoy de muerte sangrienta en Pomfret, y que yo mismo me hallaba seguro, en gracia y en favor! ¡Oh! ¡Margarita! ¡Margarita! ¡Ya está suspendida tu abrumadora maldición sobre la mísera cabeza del desgraciado Hastings!

RATCLIFF: ¡Vamos, vamos, despachad! El duque querrá comer. Haced una corta confesión; le urge ver vuestra cabeza.

HASTINGS: ¡Oh efímera gracia de los mortales, que nos tienta más que la gracia de Dios! ¡El que edifica su esperanza en el aire de tu bella sonrisa, vive como el ebrio marinero encaramado a un mástil, presto a cada sacudida a precipitarse en las fatales entrañas del abismo!

LOVEL: ¡Vamos, vamos, despachad! ¡Son inútiles las exclamaciones!

HASTINGS: ¡Oh sanguinario Ricardo!… ¡Miserable Inglaterra! ¡Te auguro períodos de espanto como no los conocieron las más desdichadas edades! ¡Vamos, conducidme al tajo! ¡Llevadle mi cabeza! ¡Los que se rían de mí no me sobrevivirán mucho tiempo!

Salen.