Londres. Un aposento de Palacio.

Entran el ARZOBISPO DE YORK[59], el joven DUQUE DE YORK, la REINA ISABEL y la DUQUESA DE YORK.

ARZOBISPO: He oído que la noche anterior han dormido en Northampton, y esta noche se detendrán en Stony-Stratford[60]. Mañana o pasado estarán aquí.

DUQUESA: Ardo de impaciencia por ver al príncipe. Espero que habrá crecido mucho desde la última vez que le vi.

REINA ISABEL: Pues yo he oído que no. Dicen que mi hijo York es casi más alto que él.

YORK: Sí, madre; pero yo no quisiera serlo.

DUQUESA: ¿Por qué, querido nieto? Es bueno crecer.

YORK: Abuela: una noche, al sentarnos a cenar, mi tío Rivers dijo que yo crecía más que mi hermano. Sí —respondió mi tío Gloucester—, las plantas diminutas tienen virtud; las malas hierbas crecen rápidamente. Desde entonces, me parece que sería mejor que no creciese tanto, toda vez que las bellas flores crecen lentamente y las malas hierbas tan a prisa.

DUQUESA: ¡Valiente creencia, valiente creencia! El proverbio no puede aplicarse a quien te lo ha citado. De joven era una cosa lamentable, tan desmedrado y raquítico que, si fuera cierto su refrán, estaría lleno de virtudes.

ARZOBISPO: Y lo está, no lo dudéis, venerable señora.

DUQUESA: Así lo espero; pero las madres siempre tienen sus dudas.

YORK: ¡Pues es verdad! Si llego a acordarme, le aplico una chufla al crecimiento de mi tío, para rayar más alto que él rayó sobre mí.

DUQUESA: ¿Cómo, mi joven York? Explícate, te lo ruego.

YORK: ¡Por mi fe! Dicen que mi tío creció tan a prisa, que pudo morder una corteza a las dos horas de haber nacido. En tanto yo, a los dos años, no tenía aún ningún diente. ¡Abuela, esta hubiera sido una broma mordaz!

DUQUESA: Por favor, querido York, ¿quién te ha contado eso?

YORK: Mi nodriza, abuela.

DUQUESA: ¡Su nodriza! ¡Bah! Murió antes que tú nacieses.

YORK: Si no fue ella, no me acuerdo quién me lo dijo.

REINA ISABEL: ¡Un muchacho charlatán! ¡Vamos, no hay que ser tan malicioso!

ARZOBISPO: Buena señora, no os enfadéis con el niño.

REINA ISABEL: Las paredes oyen.

Entra un MENSAJERO.

ARZOBISPO: Aquí viene un mensajero. ¿Qué noticias hay?

MENSAJERO: Tales, milord, que me duele repetirlas.

REINA ISABEL: ¿Cómo está el príncipe?

MENSAJERO: Bien, señora, y en salud.

DUQUESA: ¿Cuáles son tus noticias?

MENSAJERO: Lord Rivers y lord Grey[61] han sido conducidos en prisión a Pomfret, y con ellos sir Thomas Vaughan.

DUQUESA: ¿Quién lo ha ordenado?

MENSAJERO: Los poderosos duques de Gloucester y Buckingham.

REINA ISABEL: ¿Por qué delito?

MENSAJERO: Os digo cuanto sé. Por cuál motivo o qué causa han sido encarcelados los nobles, lo desconozco en absoluto, mi venerable señora.

REINA ISABEL: ¡Ay de mí! ¡Preveo la ruina de mi casa! ¡El tigre ha hecho ya presa en el débil cervatillo! ¡La insolente tiranía se proyecta sobre el inocente e indefenso trono! ¡Sed bienvenidas, destrucción, sangre y matanza! ¡Veo como en un mapa el fin de todo!

DUQUESA: ¡Días execrables de inquietud y discordia! ¡Cuántas veces os han visto pasar mis ojos! Mi esposo perdió la vida por ganar la corona. Y mis hijos han estado arriba y abajo al vaivén de la fortuna, dándome alegría y lágrimas según sus ganancias o pérdidas. Y cuando todo estaba consolidado y las luchas domésticas enteramente disipadas los vencedores se declaran la guerra entre sí, hermano contra hermano, sangre contra sangre, cada uno contra él propio. ¡Oh!… ¡Frenética furia fratricida, cesa en tu rabia, o déjanos morir, para no contemplar más la muerte!

REINA ISABEL: ¡Ven, ven, hijo mío; vamos al santuario[62]! ¡Señora, adiós!

DUQUESA: ¡Esperad, iré con vos!

REINA ISABEL: Vos no tenéis necesidad.

ARZOBISPO: Id, mi venerable señora.(A la reina). Y llevaos allá vuestro tesoro y vuestros bienes. Por mi parte, devuelvo a Vuestra Gracia los sellos que me estaban confiados, y ojalá me suceda conforme al afecto que os profeso a vos y a los vuestros. Venid, yo os conduciré al santuario.

Salen.