Londres. La Torre[42].

Entran CLARENCE y CARCELERO.

CARCELERO: ¿Por qué se muestra hoy tan abatido Vuestra Gracia?

CLARENCE: ¡Oh! ¡He pasado una noche tremenda, tan preñada de sueños espantosos y horribles visiones, que, como que soy buen cristiano, no quisiera volver a pasar otra parecida, aunque tuviese que pagarla con un mundo de días venturosos! ¡Tan llenas de lúgubre terror transcurrieron las horas!

CARCELERO: ¿Qué soñasteis, milord? Decídmelo, os lo ruego.

CLARENCE: Pensé que me había evadido de la Torre y que me embarqué para Borgoña[43] en compañía de mi hermano Gloucester, quien me invita a abandonar mi camarote y a pasear sobre cubierta. Entonces dirigimos la mirada hacia Inglaterra y evocamos los mil difíciles momentos porque hubimos de atravesar durante las guerras de York y de Lancaster. Mientras recorremos a grandes pasos el movible piso de la cubierta, creo ver a Gloucester tropezar, y como quisiera recogerle, me ase y me arroja por la borda a las irritadas olas del océano. ¡Oh Señor! ¡Qué dolor me parecía el ahogarse! ¡Qué terrible estruendo el agua en mis oídos! ¡Me imaginaba ver un millar de espantables náufragos, diez mil hombres roídos por los peces, lingotes de oro, áncoras enormes, montones de piedras, perlas inestimables, inapreciables joyas, todo en el fondo del mar; parte de ello, en los cráneos de los muertos! ¡Y en esas cuencas, donde una vez habitaron los ojos, como por burla se habían engastado en su lugar refulgentes gemas, que cortejaban las profundidades cenagosas del abismo y se reían de las osamentas esparcidas por todos lados!

CARCELERO: ¿Teníais semejante tranquilidad a la hora de la muerte para contemplar esos misterios del abismo?

CLARENCE: Creía tenerla, y muchas veces ansié entregar mi alma; pero siempre las envidiosas olas devolvían mi espíritu, no permitiéndole hallar el vacío, espacioso y errante aire, sino ahogándolo en mi palpitante masa, pronto a estallar para exhalarlo en las ondas.

CARCELERO: ¿Y no despertasteis en tan cruel agonía?

CLARENCE: ¡No, no; en mi sueño se prolongaba más allá de la vida! ¡Oh! ¡Entonces comenzó la tempestad de mi alma! Me parecía que, conducido por el tétrico barquero de que nos hablan los poetas, atravesaba la melancólica laguna para entrar en el reino de la noche eterna. El primero que allí encontró mi extraño espíritu fue a mi excelso suegro, el renombrado Warwick, que gritaba…: ¿Qué castigo, por perjuro, reservará esta tenebrosa monarquía para el pérfido Clarence? Y dicho esto, se desvaneció. Entonces vi venir errante una sombra, parecida a un ángel[44], con su brillante cabellera salpicada de sangre, y exclamó en agudos gritos…: ¡Ha llegado Clarence…, el traidor, inconstante y perjuro Clarence; el que me apuñaló en los campos de Tewksbury!… ¡Apoderaos de él, Furias, y aplicadle vuestros tormentos!… A todo esto, me parecía que una horrible legión de demonios me rodeaba, lanzando en mis oídos gritos tan espantosos, que a su estrépito me desperté temblando, y en un largo rato no pude persuadirme sino que estaba en el infierno. ¡Tan terrible impresión me había causado la pesadilla!

CARCELERO: No me extraña, lord, que os espantase. ¡Dijera que me estremezco de oírosla contar!

CLARENCE: ¡Oh Brakenbury! ¡Todas estas cosas, que ahora deponen contra mi alma, las realicé por Eduardo! ¡Y ved cómo me recompensa! ¡Oh Dios! ¡Si mis hondas plegarias no consiguen aplacarte, sino que pretendes quedar vengado de mis culpas, ejecuta en mí solo tu furor! ¡Perdona a mi inocente mujer[45] y a mis pobres hijos!… ¡Te ruego, querido guardián, que no te separes de mí! ¡Mi alma está apesarada, y quisiera dormir tranquilo!

CARCELERO: Lo haré, milord. ¡Dios conceda a Vuestra Gracia un apacible descanso!…(CLARENCE se queda dormido).

Entra BRAKENBURY.

BRAKENBURY: ¡Los pesares alteran el tiempo y las horas de reposo!… ¡De la mañana hacen noche, y de la noche mediodía! La gloria de los príncipes se reduce a sus títulos, honores internos para exteriores penas, y por una felicidad imaginaria crean a veces un mundo de inquietantes cuidados. ¡Y así, entre sus títulos y un nombre humilde no hay otra diferencia que la fama exterior!

Entran los dos Asesinos.

ASESINO PRIMERO: ¡Hola! ¿Quién va?

BRAKENBURY: ¿Qué quieres camarada? Y ¿cómo has venido aquí?

ASESINO PRIMERO: ¡Quiero hablar con Clarence, y he venido con mis piernas!

BRAKENBURY: ¡Cómo! ¿Tan breve?

ASESINO SEGUNDO: ¡Mejor así, señor, que ser enojoso!… ¡Mostrémosle nuestra orden y ahorremos palabras! (Entrega un papel a BRAKENBURY, que lo lee).

BRAKENBURY: ¡En esta autorización se me ordena entregar al duque de Clarence en vuestras manos! ¡No quiero reflexionar qué intenciones le han dictado, porque deseo ignorarlas, para ser inocente! He aquí al duque durmiendo…, y he aquí las llaves. Iré a ver al rey y a significarle que he delegado en vosotros mis funciones.

ASESINO PRIMERO: Podéis hacerlo, señor; es una acto de prudencia. Pasadlo bien.

Salen BRAKENBURY y CARCELERO.

ASESINO SEGUNDO: ¡Qué! ¿Le damos de puñaladas mientras duerme?

ASESINO PRIMERO: No; diría que fue una cobardía al despertar.

ASESINO SEGUNDO: ¡Al despertar! ¡No despertará hasta el gran día del Juicio!

ASESINO PRIMERO: Bien; pero dirá entonces que le herimos durmiendo.

ASESINO SEGUNDO: El sentido de esa palabra, Juicio, ha hecho nacer en mí una especie de remordimiento.

ASESINO PRIMERO: ¡Qué! ¿Tienes miedo?

ASESINO SEGUNDO: No de matarlo, trayendo la orden, sino de condenarme por haberlo matado, contra lo cual ninguna orden me defendería.

ASESINO PRIMERO: ¡Te creí resuelto!

ASESINO SEGUNDO: ¡Y lo estoy a dejarlo vivir!

ASESINO PRIMERO: ¡Volveré para ver al duque de Gloucester y contárselo!

ASESINO SEGUNDO: No, te lo ruego; espera un poco. Confío en que pasará este mi acceso de sensibilidad. Suele durar lo que se tarda en contar veinte.

ASESINO PRIMERO: ¿Cómo te sientes ya?

ASESINO SEGUNDO: ¡Todavía quedan en mí algunas partículas de conciencia!

ASESINO PRIMERO: ¡Acuérdate de nuestra recompensa una vez cometida la acción!

ASESINO SEGUNDO: ¡Voto va! ¡Muera! ¡Había olvidado la recompensa!

ASESINO PRIMERO: ¿Dónde está tu conciencia ahora?

ASESINO SEGUNDO: En la bolsa del duque de Gloucester.

ASESINO PRIMERO: De modo que cuando él abre la bolsa y nos paga se escapa tu conciencia.

ASESINO SEGUNDO: ¡No importa! ¡Que se vaya! ¡Nadie consentirá en recibirla!

ASESINO PRIMERO: ¿Y si viene a ti de nuevo?

ASESINO SEGUNDO: ¡No quiero tener nada con ella; es una cosa peligrosa! Hace del hombre un cobarde, no puede robar sin que le acuse, no puede jurar sin que le tape la boca, no puede yacer con la mujer de su prójimo sin que le denuncie. ¡Es un espíritu ruboroso y vergonzante que se amotina en el pecho del hombre! ¡Todo lo llena de obstáculos! Una vez me hizo restituir una bolsa de oro que hallé por casualidad. Arruina al que la conserva; está desterrada de todas las villas y ciudades como cosa peligrosa, y el que tenga intención de vivir a sus anchas, debe confiar en sí propio y prescindir de ella.

ASESINO PRIMERO: ¡Voto va! Ahora mismo cosquillea en mi codo, persuadiéndome a no matar al duque.

ASESINO SEGUNDO: ¡Mete al demonio en tu alma y no le hagas caso! Quisiera insinuarse contigo para que te arrepintieras.

ASESINO PRIMERO: ¡Soy de natural fuerte, y nada conseguirá conmigo!

ASESINO SEGUNDO: Eso es hablar como un bravo que respeta su reputación. ¿Vamos a la obra?

ASESINO PRIMERO: ¡Dale en la cabeza con el puño de tu acero y arrojémosle después al tonel de malvasía que hay en la habitación vecina!

ASESINO SEGUNDO: ¡Oh! ¡Excelente idea! ¡Hacer de él una sopa!

ASESINO PRIMERO: ¡Calla! Se despierta… ¿Le herirás?

ASESINO SEGUNDO: No; discutiremos con él.

CLARENCE: ¿Dónde estás, carcelero? ¡Dame una copa de vino!

ASESINO PRIMERO: Dentro de un instante tendréis suficiente vino, milord.

CLARENCE: ¡En nombre de Dios! ¿Quién eres?

ASESINO PRIMERO: Un hombre como vos.

CLARENCE: Pero no como yo, de sangre real.

ASESINO PRIMERO: Ni vos como yo, de sangre leal.

CLARENCE: Tu voz es de trueno, pero humilde tu mirada.

ASESINO PRIMERO: Mi voz es ahora la del rey; pero mis miradas, propias.

CLARENCE: ¡Qué tenebroso y mortífero es tu lenguaje! ¡Vuestros ojos me amenazan! ¿Por qué palidecéis? ¿Quién os envía aquí? ¿A qué venís?

ASESINO SEGUNDO: A…, a…, a…

CLARENCE: ¡A asesinarme!

LOS DOS ASESINOS: Sí, sí.

CLARENCE: Apenas tenéis corazón para decírmelo; luego menos tendréis corazón para realizarlo. ¿En qué, amigos, os he ofendido?

ASESINO PRIMERO: A nosotros, en nada, sino al rey.

CLARENCE: Pronto estaré con él reconciliado.

ASESINO SEGUNDO: ¡Nunca milord! Preparaos, por tanto, a morir.

CLARENCE: ¿Habéis sido escogidos entre tantos hombres para matar a un inocente? ¿Cuál es mi crimen? ¿Dónde está el testigo que me acusa? ¿Qué jurado legal ha dado su veredicto ante el severo juez? ¿O quién ha pronunciado la amarga sentencia de muerte contra el pobre Clarence? Entregarme a la muerte antes de estar convicto por el procedimiento de la ley, es una ilegalidad. ¡Os conjuro, si esperáis vuestra parte de redención, por la preciosa sangre de Cristo derramada por vuestros graves pecados, que os marchéis sin poner vuestras manos en mí! ¡La acción que vais a cometer es abominable!

ASESINO PRIMERO: Lo que hacemos nos ha sido mandado.

ASESINO SEGUNDO: Y el que lo ha mandado es nuestro rey.

CLARENCE: ¡Erróneo, vasallo! ¡El gran Rey de los reyes ha mandado en las tablas de su Ley que no debes matar! ¿Quieres tú, entonces, rechazar su mandato y obedecer el de un hombre? ¡Ten cuidado, porque El tiene en sus manos la venganza para lanzarla sobre la cabeza de los que violan su Ley!

ASESINO SEGUNDO: ¡Y esa misma venganza es la que sobre ti arroja, por falso, por perjuro y por asesino también! ¡Tú hiciste el juramento de combate en la guerra por la casa de Lancaster[46]!

ASESINO PRIMERO: ¡Y, como traidor al nombre de Dios, faltaste a tu juramento! ¡Y con tu hoja traicionera atravesaste las entrañas del hijo de tu soberano[47]!

ASESINO SEGUNDO: ¡A quien hubiste de jurar sostenimiento y defensa!

ASESINO PRIMERO: ¿Cómo te atreves ante nosotros a apelar a la ley divina, cuando la has violado en tan grande extremo?

CLARENCE: ¡Ay! Y ¿por quién cometí tan mala acción? ¡Por Eduardo, por mi hermano; por él la realicé! ¡No os enviará para que me deis muerte por ello, pues en esto es tan culpable como yo! Si Dios quiere vengarse de esa falta. ¡Oh!, sabed que Él se venga en público. ¡No hurtéis la contienda a su potente brazo! El no necesita medios indirectos ni ilegales para aniquilar a los que le han ofendido.

ASESINO PRIMERO: ¿Quién te encargó, entonces, de ser su sangriento ministro, cuando heriste de muerte al galante mancebo, la esperanza preciada, el bravo Plantagenet?

CLARENCE: El amor por mi hermano, el demonio y mi furia.

ASESINO PRIMERO: El amor por tu hermano, nuestro deber y tus crímenes nos incitan aquí a degollarte.

CLARENCE: Si amáis a mi hermano, no me odiéis a mí. ¡Soy su hermano y le quiero bien! Si estáis pagados para esta acción, volved en seguida y buscad a mi hermano Gloucester, quien os recompensará mejor por haberme dejado vivir, que Eduardo remuneraros por mi muerte.

ASESINO SEGUNDO: Estáis equivocado. ¡Vuestro hermano Gloucester os odia!

CLARENCE: ¡Oh, no! Me ama y le soy querido. ¡Id de mi parte a verle!

LOS DOS ASESINOS: ¡Sí que iremos!

CLARENCE: Decidle que cuando nuestro noble padre York bendijo a sus tres hijos con su brazo victorioso y nos encargó desde el fondo de su alma que nos amásemos mutuamente, no pudo imaginarse esta discordia en nuestra fraternidad. ¡Decid a Gloucester que medite en esto, y llorará!

ASESINO PRIMERO: ¡Sí, piedras de molino, como nos enseñó que vertiésemos nosotros!

CLARENCE: ¡Oh, no le calumniéis! Es benéfico.

ASESINO PRIMERO: ¡Sí, como la nieve sobre la cosecha! ¡Vamos, estáis engañado! ¡Él es quien nos envía a mataros aquí!

CLARENCE: No puede ser, pues ha gemido en mi desgracia, y, estrechándome en sus brazos, juró entre sollozos que trabajaría por mi libertad.

ASESINO PRIMERO: Pues es lo que hace al querer libraros de la esclavitud del mundo para reservaros las alegrías del Cielo.

ASESINO SEGUNDO: ¡Reconciliaos con Dios, milord, pues debéis morir!

CLARENCE: Teniendo en el alma este santo pensamiento de aconsejarme hacer mi reconciliación con Dios, ¿eres tan ciego para con tu propia alma que vas a entrar en guerra con Dios mismo para asesinarme? ¡Oh señores! ¡Considerad que el que os ha enviado para cometer esta acción os odiará por esta acción!

ASESINO SEGUNDO: ¿Qué hacemos?

CLARENCE: ¡Ceder y salvar vuestras almas!

ASESINO PRIMERO: ¡Ceder! ¡No! ¡Eso es cobardía y afeminamiento!

CLARENCE: ¡No ceder es bestial, salvaje y diabólico!… ¡Amigo, sorprendo cierta piedad en tus miradas! ¡Oh! ¡Si tus ojos no me engañan, ponte a mi lado e implora por mí! ¿De qué príncipe mendigo no se apiadarían los mendigos? ¿Quién de vosotros, si fuerais hijos de un príncipe, privado de su libertad, como yo estoy ahora, viendo venir a dos asesinos como vosotros, no suplicaría por su vida…, como rogaríais vosotros si os hallarais en mi trance?

ASESINO SEGUNDO: ¡Volved la vista, milord!

ASESINO PRIMERO: ¡Toma esta!(Le hiere). ¡Y esta! ¡Y si todo esto no es bastante, te ahogaré ahí dentro, en el tonel de malvasía!

Sale con el cuerpo.

ASESINO SEGUNDO: ¡Acción sangrienta! ¡Y realizada desesperadamente! ¡De buena gana, como Pilato, lavaría mis manos de este muy odioso crimen!

Vuelve a entrar el ASESINO PRIMERO.

ASESINO PRIMERO: ¿Qué es esto? ¿En qué piensas, que no me ayudas? ¡Por el Cielo, que sabrá el duque lo pusilánime que estuviste!

ASESINO SEGUNDO: ¡Quisiera que supiese que salvé a su hermano[48]! ¡Toma tú la recompensa y repite lo que te digo: que me arrepiento de la muerte del duque!

Sale.

ASESINO PRIMERO: ¡Pues yo no! ¡Márchate, cobarde! Ahora voy a esconder el cuerpo en algún rincón, hasta que el duque disponga su funeral. ¡Y cuando cobre, lejos de la gente; puesto esto ha de hacer ruido, es conveniente!

Sale.