Londres. El palacio[23].
Entra la Reina Isabel, Lord Rivers y Lord Grey.
RIVERS: Calmaos, señora. No cabe duda de que Su Majestad recobrará su acostumbrada salud.
GREY: Por eso, vuestras inquietudes no hacen más que agravar su mal. Así, por Dios, aparentad contento y fortaleced a Su Gracia con palabras consoladoras.
REINA ISABEL: ¿Qué será de mí si él muriera?
GREY: No tendríais mayor desgracia sino la pérdida de semejante señor.
REINA ISABEL: La pérdida de semejante señor equivale a todas las desgracias.
GREY: El cielo os ha bendecido concediéndoos un bondadoso hijo, que será vuestro consuelo cuando él falte.
REINA ISABEL: ¡Ah! Es joven, y su minoridad ha sido confiada al cuidado de Ricardo Gloucester, un hombre que ni me quiere ni nos quiere.
RIVERS: ¿Está decidido su nombramiento de Protector[24]?
REINA ISABEL: Decidido, aunque no ultimado; pero lo será si el rey sucumbe.
Entran BUCKINGHAM y STANLEY.
GREY: Aquí llegan los lores de Buckingham y Stanley[25].
BUCKINGHAM: ¡Buenos días a Vuestra Real Gracia!
STANLEY: ¡Dios devuelva a Vuestra Majestad sus alegrías!
REINA ISABEL: ¡La condesa de Richmond[26], mi querido lord Stanley, apenas podría decir amén a vuestro buen deseo! Sin embargo, Stanley, aunque sea esposa vuestra y no me quiera, estad seguro, milord, de que no os tomo en cuenta su orgullosa arrogancia.
STANLEY: Os suplico, o que no deis fe a las envidiosas calumnias de sus pérfidos acusadores, o que, si la acusación está fundada, tengáis indulgencia con sus debilidades, producto de la acritud de su enfermedad y no de una mala voluntad afectiva.
REINA ISABEL: ¿Habéis visto hoy al rey, milord Stanley?
STANLEY: En este momento acabamos de visitar a Su Majestad el duque de Buckingham y yo.
REINA ISABEL: ¿Qué síntomas de mejoría habéis notado, lores?
BUCKINGHAM: Hay esperanzas, señora. Su Gracia está contento.
REINA ISABEL: ¡Que Dios le devuelva la salud! ¿Habéis conferenciado con él?
BUCKINGHAM: Sí, señora. Desea hacer la reconciliación[27] entre el duque de Gloucester y sus hermanos, y entre ellos y milord Chamberlain, y acaba de convocarlos ante su real presencia.
REINA ISABEL: ¡Ojalá se arregle todo!…; pero eso no será nunca, y temo que nuestra felicidad toca a su término.
Entran GLOUCESTER, HASTINGS y DORSET.
GLOUCESTER: ¡Me han calumniado, y yo no lo toleraré! ¿Quiénes son los que se quejan al rey de lo que yo le pongo mala cara, soy severo y no le amo? ¡Por San Pablo, que aman bien poco a Su Gracia los que le llenan los oídos con semejantes chismes estúpidos! ¡Porque no sé adular, emplear lindas frases, sonreír a las gentes, acariciar, engañar, mimar, hacer reverencias a la francesa[28] e imitar a los cortesanos, debe tenérseme por un rencoroso enemigo! ¿No puede vivir un hombre franco, que no piensa mal de nadie, sin que se abuse de su leal sinceridad por sedosos, rastreros e insinuantes jaques[29]?
GREY: ¿A quién de todos los presentes se refiere Vuestra Gracia?
GLOUCESTER: ¡A ti, que careces de gracia y honradez! ¿Cuándo te he injuriado? ¿Cuándo te he ofendido?… ¿O a ti…, o a ti…, o alguno de nuestro partido? ¡Mala peste a todos vosotros! Su Real Gracia (¡a quien Dios guarde más de lo que quisierais!), no puede respirar tranquilo un momento sin que sea turbado por vuestras infames delaciones.
REINA ISABEL: ¡Hermano Gloucester, no tenéis razón! El rey, de su propia y real voluntad, y sin querer ser excitado por nadie, adivinando quizás el odio que alimentáis en vuestro interior, retratado en vuestras acciones exteriores contra mis hijos, hermano[30] y mi propia persona, os manda llamar a fin de conocer los motivos de vuestra malquerencia y ponerles término.
GLOUCESTER: ¡No puedo hablar!… ¡El mundo es ya tan perverso que los reyezuelos se atreven a picotear donde no alcanzarían las águilas! Desde que los Jaques se han convertido en hidalgos, no es mucho que los hidalgos se hayan convertido en Jaques.
REINA ISABEL: ¡Ya, ya conocemos vuestra indirecta, hermano Gloucester! ¡Envidiáis mi elevación y la de mis amigos! ¡Dios quiera que no os necesitemos nunca!
GLOUCESTER: ¡En cambio, Dios quiere que yo os necesite! ¡Por vuestras intrigas está en prisión mi hermano, yo en desgracia y menospreciada la nobleza! ¡Entre tanto, diariamente se llevan a cabo numerosas promociones para hacer nobles a quienes dos días antes apenas valían un noble[31]!
REINA ISABEL: ¡En nombre de Aquel que, del seno de una existencia, donde vivía satisfecha, me elevó a esta grandeza llena de cuidados, juro que nunca concité contra Su Majestad al duque de Clarence, sino que he sido el mejor abogado de su causa! ¡Milord, me injuriáis ignominiosamente tratando de echar sobre mí tan viles sospechas!
GLOUCESTER: ¿Podríais negar que no habéis sido la causa de la prisión de milord Hastings?
RIVERS: ¡Puede negarlo, milord! Porque…
GLOUCESTER: ¿Puede negarlo, lord Rivers?… Pues qué, ¿lo ignora alguien? ¡Puede, en efecto, hacer más que negarlo, señor! ¡Puede ayudar a daros muchos altos puestos y negar después que los secundó su hermano, y atribuir estas dignidades a vuestros raros méritos!… ¡Qué no podrá! Ella puede… sí, ¡vaya!, puede…
RIVERS: ¿Qué puede? ¡Vaya!
GLOUCESTER: ¡Vaya! ¿Qué puede? ¡Dar vaya a un rey soltero, al casarse con un gallardo mozo! ¡Por cierto que no hizo vuestra madre tan buen partido!
REINA ISABEL: ¡Milord de Gloucester, he soportado demasiado vuestros groseros insultos y vuestras amargas ironías! ¡Por el cielo que informaré a Su Majestad de estos odiosos ultrajes a que a menudo estoy expuesta! ¡Más me valdría ser mísera campesina que una gran reina bajo condición de aguantar tales ataques, escarnios e insolencias!
Entra la REINA MARGARITA, que permanece en el foro[32].
¡Siento poca alegría en ser reina de Inglaterra!
REINA MARGARITA:(Aparte). ¡Y que esa poca sea disminuida! ¡Dios, te lo suplico! ¡Ese honor, trono y alcurnia me pertenecen!
GLOUCESTER: ¡Cómo! ¿Me acusáis con contárselo al rey? ¡Decídselo y no os quedéis corta! ¡Mirad: cuanto he dicho lo sostendré en presencia del rey! ¡Arrostro la aventura de ser enviado a la Torre! ¡Ya es hora de hablar! ¡Se han olvidado por completo mis servicios!
REINA MARGARITA:(Aparte). ¡Fuera demonio! ¡Yo los recuerdo demasiado! ¡Tú asesinaste a mi esposo Enrique en la Torre, y a mi pobre hijo Eduardo en Tewksbury!
GLOUCESTER: ¡Antes que fueseis reina[33], sí, y que vuestro esposo fuera rey[34], era yo la bestia de carga de todos sus asuntos, el exterminador de todos sus orgullosos adversarios, el remunerador liberal de sus amigos! ¡Para coronar su sangre he vertido la mía propia!
REINA MARGARITA: (Aparte). ¡Sí, y otra más preciosa que la de él y la tuya!
GLOUCESTER: ¡En cuyo tiempo vos y vuestro esposo Grey erais partidarios[35] de la casa de Lancaster! ¡Y también vos, Rivers!… ¿No fue muerto vuestro marido en Saint-Albans, en el ejército de Margarita[36]? ¡Dejadme que os recuerde, por si lo olvidáis, quién fuisteis y quién sois, así como quién soy yo y lo que sido!
REINA MARGARITA: (Aparte). ¡Un infame asesino, y todavía lo eres!
GLOUCESTER: ¡El pobre Clarence abandonó a su padre Warwick[37] y fue perjuro a sí mismo!… ¡Que Jesús le perdone!
REINA MARGARITA:(Aparte). ¡Que Dios le castigue!
GLOUCESTER: ¡Para combatir en el partido de Eduardo por su corona! ¡Y en pago de ese papel, pobre lord, lo empapelan! ¡Pluguiera a Dios que mi corazón fuese de roca como el de Eduardo, o que el de Eduardo fuese tierno y compasivo como el mío! ¡Soy demasiado bobo e infantil para este mundo!
REINA MARGARITA:(Aparte). ¡Abandónalo y huye de vergüenza al infierno, genio del mal! ¡Allí está tu reino!
RIVERS: Milord de Gloucester, en aquellos días difíciles que evocáis para demostrar que éramos enemigos, no hacíamos sino seguir a nuestro señor el rey legítimo como os seguiríamos a vos si lo fueseis.
GLOUCESTER: ¿Si lo fuese?… ¡Antes mozo de cuerda! ¡Lejos de mi corazón semejante pensamiento!
REINA ISABEL: ¡Por la poca alegría que, según decís, milord, experimentaríais en reinar sobre este país, podéis imaginaros la escasa que yo siento en ser reina!
REINA MARGARITA:(Aparte). ¡Efectivamente, poca es la alegría que experimenta en serlo! ¡Yo, que lo soy, no experimento mucha más!(Avanzando). ¡Escuchadme, agresivos piratas que os disputáis el reparto de lo que me habéis robado! ¿Quién de vosotros puede mirarme sin estremecerse? ¡Si no sometidos como súbditos ante su reina, al menos temblad como rebeldes ante la que han destronado! ¡Ah honorable malvado, no evites mi vista!…
GLOUCESTER: Espantable bruja arrugada ¿qué vienes a hacer ante mi vista?
REINA MARGARITA: ¡El relato de lo que tú has desecho! ¡Eso es lo que haré antes de dejarte partir!
GLOUCESTER: ¿No estabas desterrada, bajo pena de muerte?
REINA MARGARITA: Sí; pero he hallado más penoso el destierro que la muerte que pueda aguardarme aquí. ¡Me debes un esposo y un hijo!…(A la REINA ISABEL). ¡Y tú mi reino!(A los demás). ¡Y todos vosotros, obediencia! ¡Mis pesares os pertenecen de derecho, y todos los bienes que habéis usurpado son míos!
GLOUCESTER: ¡La maldición que lanzó sobre ti mi noble padre cuando ceñiste su frente guerrera con una corona de papel[38] y con tus ultrajes hiciste correr de sus ojos torrentes de lágrimas y cuando, para enjugarlas, presentaste al duque un paño tinto en la sangre inocente del tierno Rutland…, esas maldiciones, que, en la amargura de su alma, invocó contra ti, sobre ti han caído, y es Dios, no nosotros, quien ha castigado tu acción sangrienta!…
REINA ISABEL: ¡Dios es justo al vengar al inocente!
HASTINGS: ¡Oh! ¡Degollar a ese niño fue la acción más odiosa y cruel que se ha oído jamás!
RIVERS: ¡Los mismos tiranos lloraron cuando les fue contada!
DORSET: ¡No existe hombre que no haya presagiado la venganza!
BUCKINGHAM: ¡Hasta Northumberland, que estaba presente, lo lloró!
REINA MARGARITA: ¡Cómo! ¿Estabais disputando antes de mi llegada, prestos a despedazaros el uno al otro, y ahora volvéis todos vuestra cólera contra mí? Las terribles maldiciones de York han influido tanto en el Cielo, que la muerte de Enrique, la muerte de mi amado Eduardo, la pérdida de su reino, mi triste destierro, ¿no serán sino el justo castigo por la muerte de ese voluntarioso rapaz? ¿Pueden las maldiciones atravesar las nubes y penetrar en los cielos?… ¡Pues si es así, dad paso, densas nubes, a mis rápidas imprecaciones! ¡Que, a falta de guerra, sucumba vuestro rey víctima de su libertinaje, como pereció el nuestro para hacerle rey! ¡Que tu hijo Eduardo, hoy príncipe de Gales, para compensarme de Eduardo, mi hijo, que era príncipe de Gales, muera en plena juventud, víctima de igual violencia! ¡Que tú, que eres reina, para venganza mía, sobrevivas a tu gloria tan desgraciada como yo sobrevivo! ¡Que puedas vivir lo suficiente para llorar la pérdida de tus hijos y ver, como yo veo en ti ahora, otra mujer en posesión de tus derechos, como tú lo estás en los míos! ¡Que tus días de felicidad acaben mucho antes que tu muerte, y que, tras interminables horas de dolor, fallezcas, dejando de haber sido madre, esposa y reina de Inglaterra! ¡Rivers y Dorset, que estabais presentes…, y tú también, lord Hastings…, cuando mi hijo fue atravesado por sanguinarios puñales: a Dios le ruego que ninguno de vosotros viva su término natural, sino que tronche vuestros días un imprevisto accidente!
GLOUCESTER: ¡Ya has hecho tus conjuros, odiosa y maldita bruja!
REINA MARGARITA: ¿Y me iba a olvidar de ti? ¡Atrás, perro! ¡Forzoso te será oírme! ¡Si el Cielo te reserva calamidades tan horribles que sobrepujen a las que imploro para ti!, ¡oh!, ¡que las retenga hasta que maduren tus pecados y arroje entonces sobre ti su indignación, perturbador de la paz del mísero universo! ¡Que el gusano de la conciencia roa sin descanso en tu alma! ¡Que mientras vivas, tus amigos te sean sospechosos de traidores y tengas a los traidores más pérfidos por tus mejores amigos! ¡Que jamás cierre el sueño tus aviesos ojos, a no ser para que una horrorosa pesadilla te espante con un infierno de horrendos demonios! ¡Desfigurado por el espíritu del mal, aborto, cerdo[39], devastador, sellado al nacer para esclavo de la Naturaleza e hijo del Averno! ¡Oprobio del vientre pesado de tu madre! ¡Engendro aborrecido de los riñones de tu padre! ¡Andrajo del honor! ¡Te detesto!…
GLOUCESTER: ¡Margarita!
REINA MARGARITA: ¡Ricardo!
GLOUCESTER: ¿Qué?
REINA MARGARITA: ¡No te llamo!
GLOUCESTER: ¡Perdón te pido, entonces pensé que me habías llamado con todos esos odiosos nombres!
REINA MARGARITA: ¡Sí; a ti fue; pero no esperaba respuesta! ¡Oh! ¡Déjame acabar mis maldiciones!
GLOUCESTER: Lo haré yo, y dan fin en… Margarita.
REINA ISABEL: Así todas vuestras maldiciones acaban en vos misma.
REINA MARGARITA: ¡Pobre esbozo de reina, vano alarde de mi esplendor! ¿A qué verter azúcar sobre esa ventruda araña[40], cuya tela mortal te envuelve por todas partes? ¡Loca! ¡Loca! ¡Estás afilando el cuchillo que ha de matarte! ¡Día llegará en que implores mi ayuda para maldecir contigo a este ponzoñoso reptil jorobado!
HASTINGS: ¡Mujer de mal agüero, termina tus frenéticas imprecaciones, no se agote, para desgracia tuya, nuestra paciencia!
REINA MARGARITA: ¡Menguado oprobio para vosotros!, ¡todos habéis abusado de la mía!
RIVERS: En justicia, debiéramos recordaros vuestros deberes.
REINA MARGARITA: En justicia, debierais recordar los que es vuestro deber, enseñarme a ser vuestra reina y aprender vosotros a ser mis súbditos. ¡Oh, en justicia, aprended vosotros mismos estos deberes!
DORSET: ¡No discutías con ella; es una lunática!
REINA MARGARITA: ¡Silencio, incipiente marqués; sois un petulante! ¡Vuestra nobleza de nuevo cuño es una moneda que apenas corre! ¡Oh, que vuestro reciente blasón pueda conocer lo que es perderlo y acabar en la miseria! Los que habitan en las cumbres se ven agitados por muchas ráfagas de viento, y si caen, se rompen en mil pedazos.
GLOUCESTER: ¡Buen consejo, a fe mía; aprendedlo, aprendedlo, marqués!
DORSET: ¡A vos os concierne, milord, tanto como a mí!
GLOUCESTER: ¡Sí, y mucho más; pero yo nací demasiado alto!… ¡Nuestro nido construido en la cima de un cerro, juega con los vientos y se burla del sol!
REINA MARGARITA: ¡Y lo convierte en sombras!… ¡Ay! ¡Ay! ¡Testigo, mi hijo, ahora sumido en la sombra de la muerte, cuyos rayos resplandecientes se plegaron en las tinieblas eternas por tu nebulosa malignidad! ¡Vuestro nido aéreo se construyó en el sitio del aire que ocupaba el nuestro! ¡Oh Dios, que ves esto, no lo consientas! ¡Cómo se adquirió con sangre, se pierda con sangre!
BUCKINGHAM: ¡Silencio, silencio, por vergüenza, ya que no por caridad!
REINA MARGARITA: ¡No me habléis de caridad ni de vergüenza! ¡Sin caridad habréis obrado conmigo, y sin vergüenza asesinasteis mis esperanzas! ¡Mi caridad es ultraje; la vida, mi vergüenza!… ¡Y en esta vergüenza reside todavía la rabia de mi dolor!
BUCKINGHAM: ¡Basta, basta!
REINA MARGARITA: ¡Oh nobilísimo Buckingham! ¡Te beso las manos en señal de alianza y amistad! ¡Que desde ahora a ti y a tu noble casa os acaricie la fortuna! ¡Vuestras ropas no están manchadas con sangre nuestra! No te incluyo en mis maldiciones.
BUCKINGHAM: ¡Ni a ninguno de los aquí presentes, pues las maldiciones no traspasan nunca los labios de los que las exhalan en el aire!
REINA MARGARITA: ¡Quiero creer que ascienden al Cielo y que interrumpen el dulce sueño de la paz de Dios! ¡Oh Buckingham! ¡Desconfía de ese perro malvado! ¡Mira: cuando acaricia, es para morder! ¡Y cuando muerde, su diente venenoso emponzoña hasta matar! ¡No intimes con él! ¡Guárdate de él! ¡El pecado, la muerte y el infierno le han sellado con sus marcas, y todos sus ministros son sus familiares!
GLOUCESTER: ¿Qué dice, milord de Buckingham?
BUCKINGHAM: ¡Nada en que yo repare, querido milord!
REINA MARGARITA: ¡Cómo! ¿Te burlas de mis buenos consejos y halagas al demonio, de quien te quiero preservar? ¡Oh! ¡Ya te acordarás de este día cuando destroce tu gran corazón con algún pesar, y dirás: La pobre Margarita fue una profetisa!… ¡Vivid cada uno de vosotros esclavo de su odio, él del vuestro, y todos, como sois, del de Dios!…
Sale.
HASTINGS: ¡Se me erizan los cabellos al escuchar sus maldiciones!
RIVERS: ¡Y a mi también! ¡Me maravilla que se la deje en libertad!
GLOUCESTER: ¡Por la Santa Madre de Dios, no puedo censurarla! ¡Ha sufrido demasiados ultrajes, y lamento la parte que he tenido en ello!
REINA ISABEL: Que yo sepa, nunca le hice ningún daño.
GLOUCESTER: ¡Sin embargo, disfrutáis todo el provecho de su infortunio! ¡Yo he mostrado demasiado ardor por el bien de alguien que ahora muestra demasiado frialdad en recordarlo! ¡Por mi fe! ¡Como Clarence! ¡Bien se le recompensa! ¡A cambio de sus servicios, engorda en una pocilga! ¡Dios perdone a los culpables!
RIVERS: Conclusión virtuosa y cristiana es rogar por los que nos hacen mal.
GLOUCESTER: ¡Así procedo yo siempre, (Aparte.) con buen acuerdo…; pues de haber maldecido ahora, me hubiera maldecido a mi propio!
Entra Catesby[41].
CATESBY: ¡Señora, Su Majestad os llama…(A RICARDO.) así como a Vuestra Gracia…, y a vosotros, nobles lores!
REINA ISABEL: ¡Vamos Catesby!… Lores, ¿queréis acompañarme?
RIVERS: Seguimos a Vuestra Gracia.
Salen todos, menos GLOUCESTER.
GLOUCESTER: ¡Hago daño y grito el primero! ¡Las malas acciones que urdo secretamente las coloco sobre la gravosa carga de los demás! Clarence a quien en verdad arrojé a las sombras es llorado por mí ante estos infelices crédulos de Stanley, Hastings y Buckingham, y les digo que es la reina y sus allegados quienes excitan al rey contra el duque, mi hermano. ¡Y al punto lo creen! ¡Y, sin más, me incitan a vengarme de Rivers, de Vaughan y de Grey! Pero suspiro entonces, y citándoles un texto de la Escritura, les digo que Dios nos manda devolver bien por mal. Y así, cubro las desnudeces de mi villanía con algunos trozos viejos cogidos de los libros sagrados, y les parezco un santo, mientras represento el papel de demonio.
Entran dos Asesinos.
Pero ¡basta! ¡Aquí están mis ejecutores! Vamos a ver, mis bravos, fuertes y resueltos camaradas: ¿estáis ya dispuestos a ultimar este asunto?
ASESINO PRIMERO: Estamos, milord, y venimos por la orden para poder entrar donde se encuentre.
GLOUCESTER: ¡Bien pensado! Aquí la tengo.(Les da la orden). ¡Cuando hayáis terminado, volvéis a Crosby-Place! Pero, señores, sed prontos en la ejecución; permaneced inconmovibles, sin dar oídos a sus súplicas, pues Clarence es un buen orador, y tal vez pudiera volver vuestros corazones a la piedad, si le atendéis.
ASESINO PRIMERO: ¡Bah, bah, milord! ¡No nos pondremos a charlar! ¡Los habladores no son hombres de acción! ¡Estad seguro de que usaremos nuestras manos y no nuestras lenguas!
GLOUCESTER: ¡Que vuestros ojos dejen caer piedras de molino cuando los suyos derramen lágrimas! ¡Me gustáis, muchachos!… ¡A vuestro negocio inmediatamente! ¡Id, id, despachad!
ASESINO SEGUNDO: ¡Allá vamos, noble lord!
Salen.