Otra calle.

Entra el cadáver del Rey Enrique VI, conducido en un ataúd descubierto. Caballeros con alabardas le custodian, y Lady Ana figura como doliente.

ANA: ¡A tierra, a tierra vuestra honorable carga si el honor puede ser amortajado en un féretro, mientras prodigo un instante mis fúnebres lamentos por la caída prematura del virtuoso Lancaster! ¡Pobre imagen helada de un santo rey! ¡Pálidas cenizas de la casa de Lancaster! ¡Restos sin sangre de esta sangre real! ¡Séame permitido evocar tu espectro, para que escuche los gemidos de la pobre Ana, esposa de Eduardo, de tu hijo asesinado, muerto a puñaladas por la misma mano que te ha inferido estas heridas! ¡Mira! ¡En esas ventanas, por donde se escapó tu existencia, vierte el bálsamo sin esperanzas de mis tristes ojos! ¡Oh! ¡Maldita sea la mano que te hizo estas aberturas! ¡Maldito el corazón que tuvo corazón para realizarlo! ¡Maldita la sangre que aquí dejó esta sangre! ¡Caigan sobre el odioso miserable que con tu muerte causa nuestra miseria más horrendas desgracias que pueda yo desear a las serpientes, arañas, sapos y todos los reptiles venenosos que se arrastran por el mundo! ¡Que si tuviese un hijo, sea abortivo, monstruoso y dado a luz antes de tiempo, cuyo aspecto contranatural y horrible espante las esperanzas de su madre, y sea esa la herencia de su poder malhechor! ¡Que si tuviera esposa, sea más desgraciada por su muerte que lo soy yo por la de mi joven señor y la tuya!… Venid ahora a Chertsey[15] con vuestra sagrada carga, tomada en San Pablo, para ser inhumada allí, y a medida que os fatiguéis del peso, descansad, en tanto sigo llorando sobre el cuerpo del rey Enrique. (Los conductores levantan el cadáver y prosiguen su marcha).

Entra GLOUCESTER.

GLOUCESTER: ¡Deteneos los que lleváis el cadáver y dejadlo en tierra!…

ANA: ¿Qué negro nigromante ha evocado a este demonio para impedir las obras piadosas de caridad?

GLOUCESTER: ¡Villanos, a tierra el cadáver, o, por San Pablo, que haré otro tal del que desobedezca!

PRIMER CABALLERO: ¡Milord, apartaos y dejad pasar el féretro!

GLOUCESTER: ¡Perro descortés, detente cuando yo lo mande! ¡Quita tu alabarda de encima de mi pecho, o, por San Pablo, caerás a mis pies y te pisotearé por tu atrevimiento, mendigo!(Los conductores colocan el féretro en la tierra).

ANA: ¡Cómo! ¡Tembláis! ¿Tenéis todos miedo? ¡Ay! ¡No os culpo, pues sois mortales y los ojos mortales no pueden resistir la mirada del demonio! ¡Atrás, repugnante ministro del infierno! ¡Tú no tenías poder sino sobre su cuerpo mortal, no sobre su alma! ¡Aléjate, por tanto!

GLOUCESTER: ¡Dulce santa, por caridad, no estéis tan malhumorada!

ANA: ¡Horrible demonio, en nombre de Dios, vete y no nos conturbes jamás! ¡Porque has hecho tu infierno de esta dichosa tierra, llenándola de imprecaciones y gritos de maldición! ¡Si gozas al contemplar tus viles acciones, ve aquí el modelo de tus carnicerías! ¡Las heridas de Enrique muerto abren sus bocas congeladas y sangran otra vez! ¡Avergüénzate, avergüénzate, montón de deformidades! ¡Porque es tu presencia la que hace exhalar la sangre de esas venas vacías y heladas, donde ni sangre queda ya! ¡Tu acción inhumana y contra Natura provoca este diluvio contranatural! ¡Oh Dios, que has formado esta sangre, venga su muerte! ¡Oh tierra, que has bebido esta sangre, venga su muerte! ¡Cielos, destruid con centellas al criminal; o bien, tierra, abre tu boca profunda y trágale vivo, como devoras la sangre de este buen rey, a quien asesinó su brazo, guiado por el infierno!

GLOUCESTER: Señora, ignoráis las reglas de caridad, que exigen devolver bien por mal y bendecir a los que nos maldicen.

ANA: ¡Villano, tú no conoces leyes divinas ni humanas, porque no existe bestia tan feroz que no sienta alguna piedad!

GLOUCESTER: Yo no siento ninguna; luego no soy tal bestia.

ANA: ¡Oh asombro! ¡El diablo diciendo la verdad!

GLOUCESTER: ¡Todavía es más asombroso ver ángeles tan coléricos! Permitid, divina perfección de mujer, que me justifique en esta ocasión de tantos supuestos crímenes.

ANA: ¡Permite, monstruo infecto de hombre, que te maldiga en esta ocasión por tantos crímenes comprobados!

GLOUCESTER: ¡Mujer bellísima, cuya hermosura no es posible expresar, concédeme pacientemente algunos instantes para expresarme!

ANA: ¡Infame asesino, cuyo odio no puede concebirse, para ti no hay otra excusa sino que te ahorques!

GLOUCESTER: ¡Por semejante desesperación me acusaría!

ANA: ¡Y por la desesperación podrías excusarte haciendo contigo mismo una justa venganza de la injusta carnicería que has hecho en los demás!

GLOUCESTER: ¿Y si yo no los hubiera matado?

ANA: ¡Entonces no habrían muerto; pero lo están por ti, diabólico miserable!

GLOUCESTER: Yo no he asesinado a vuestro marido.

ANA: Pues qué, ¿vive entonces?

GLOUCESTER: ¡No, ha muerto, y lo ha sido a manos de Eduardo!

ANA: ¡Mientes por tu infame boca! ¡La reina Margarita ha visto tu corva espada asesina, humeante de sangre, que ya dirigías contra ella misma, de no haber desviado tus hermanos la punta!

GLOUCESTER: ¡Fui provocado por su lengua calumniadora, que cargaba los crímenes de ellos sobre mis hombros inocentes!

ANA: ¡Lo fuiste por tu alma sanguinaria, que nunca ha soñado más que en sangre y carnicería! Conque ¿no mataste al rey?

GLOUCESTER: Os lo concedo.

ANA: ¿Me lo concedes, puercoespín? ¡Entonces, que Dios te conceda también que seas condenado por esta acción maldita! ¡Oh! Era gentil, dulce y virtuoso.

GLOUCESTER: ¡El elegido para el Rey del cielo que lo conserve!

ANA: ¡Está en el cielo adonde tú no iras nunca!

GLOUCESTER: ¡Que me agradezca, pues, el haberle enviado! ¡Había nacido para esa mansión más que para la tierra!

ANA: ¡Y tú no has nacido para otra sino para el infierno!

GLOUCESTER: O para un lugar bien distinto, si queréis que os lo diga.

ANA: ¡Algún calabozo!

GLOUCESTER: Para el lecho de vuestra alcoba.

ANA: ¡Que el insomnio habite la alcoba donde reposes!

GLOUCESTER: Así será, señora, hasta que repose con vos.

ANA: Lo creo.

GLOUCESTER: Y yo lo tengo por seguro… Pero, gentil lady Ana, acabemos este agudo asalto de nuestras inteligencias y discutamos de una manera más reposada. El causante de la prematura muerte de esos Plantagenets, Enrique y Eduardo, ¿no es tan censurable como su ejecutor?

ANA: Tú has sido la causa y el efecto maldito.

GLOUCESTER: ¡Vuestra belleza fue la causa y el efecto! ¡Vuestra belleza que me incitó en el sueño a emprender la destrucción del género humano con tal de poder vivir una hora en vuestro seno encantador!

ANA: ¡Si creyera eso, homicida, te juro que estas uñas desgarrarían la belleza de mi mejillas!

GLOUCESTER: ¡Jamás soportarían mis ojos ese atentado a la hermosura! ¡No la ultrajéis mientras yo esté presente! ¡Me ilumina, como el sol ilumina el mundo entero, mi vida!

ANA: ¡Que una negra noche entenebrezca tu día, y la muerte tu vida!

GLOUCESTER: ¡No blasfemes contra ti misma, bella criatura! ¡Tú eres mi día y mi vida!

ANA: ¡Quisiera serlo para vengarme de ti!

GLOUCESTER: ¡Es una injusta contienda el querer vengarte de quien te adora!

ANA: ¡Es contienda justa y razonable quererme vengar de quien mató a mi esposo!

GLOUCESTER: ¡El que te privó de tu esposo quiere procurarte otro mejor, señora!

ANA: ¡Otro mejor no respira sobre la tierra!

GLOUCESTER: ¡Vive y te ama con exceso!

ANA: ¡Su nombre!

GLOUCESTER: ¡Plantagenet[16]!

ANA: ¡Claro, ese era él!

GLOUCESTER: ¡Uno del mismo nombre pero preferible por naturaleza!

ANA: ¿Dónde está?

GLOUCESTER: ¡Aquí!(Lady Ana le escupe el rostro). ¿Por qué me escupes?

ANA: ¡Ojalá fuera para ti mortal veneno!

GLOUCESTER: ¡Jamás saldría veneno de sitio tal encantador!

ANA: ¡Jamás caería sobre más inmundo sapo! ¡Fuera de mi vista! ¡Inficionas mis ojos!

GLOUCESTER: ¡Tus ojos, dulce señora, han inficionado los míos!

ANA: ¡Así fueran basiliscos, para darte la muerte!

GLOUCESTER: ¡Yo también lo quisiera, para morir de una vez, pues ahora me matan con una muerte vivificante! ¡Tus ojos han hecho brotar de los míos amargas lágrimas, humillando sus miradas con abundantes gotas infantiles! ¡Estos ojos que nunca vertieron una lágrima de piedad, ni cuando York, mi padre, y Eduardo lloraron al oír los gritos desgarradores de Rutland[17], atravesado por la espada del horrible Clifford![18] ¡Ni cuando tu valeroso padre narraba como un niño la triste historia de la muerte del mío, y se detenía veinte veces para gemir y sollozar, hasta el punto de que los que le escuchaban tenían mojadas sus mejillas como árboles empapados por la lluvia! ¡En estos tristes momentos, mis ojos varoniles desdeñaban una humilde lágrima! ¡Pues lo que esos pesares no pudieron hacer brotar entonces, lo ha realizado tu belleza, y mis ojos se ciegan de llanto…! ¡No he suplicado jamás ni a amigo ni a enemigo! ¡Jamás mi lengua logró aprender una dulce palabra de afecto! ¡Pero hoy tu hermosura es el precio de todo, mi orgulloso corazón suplica y mi lengua me obliga a hablar!(Lady Ana le contempla con desprecio). ¡No muestres en tus labios ese desprecio, señora, pues se han hecho para el beso y no para el desdén! ¡Si tu vengativo corazón no puede perdonar, mira, aquí te entrego esta espada de acerada punta! ¡Si te place hundirla en mi sincero corazón y hacer salir al alma que te adora, ofrezco mi seno desnudo al golpe mortal, y humildemente te pido de rodillas que me des la muerte!(GLOUCESTER descubre su pecho. ANA le amenaza con la espada). ¡No, no te detengas! ¡Yo he matado al rey Enrique!… ¡Pero fue tu belleza la que me impulsó! ¡Anda, decídete ahora! ¡Yo apuñalé al joven Eduardo…!(ANA dirige de nuevo la espada contra el pecho de GLOUCESTER). ¡Pero fue tu cara celestial la que me guio!(ANA deja caer la espada). ¡Alza otra vez la espada, o álzame del suelo!

ANA: ¡En pie, hipócrita! ¡Aunque deseo tu muerte, no quisiera ser tu verdugo!

GLOUCESTER: ¡Pues mándame matarme, y te obedeceré!

ANA: ¡Ya te lo he dicho!

GLOUCESTER: ¡Eso fue en tu cólera! ¡Dímelo de nuevo, y, acto seguido, esta mano, que por tu amor mató a tu amor, matará por amor tuyo a un amante más sincero! ¡Tú serás cómplice de la muerte de ambos!

ANA: ¡Quién conociera tu corazón!

GLOUCESTER: ¡En mi lengua está representado!

ANA: ¡Me temo que uno y otro sean falsos!

GLOUCESTER: ¡Entonces, no hubo nunca un hombre sincero!

ANA: Bien, bien; ceñíos vuestra espada.

GLOUCESTER: ¿Hacemos, pues, las paces?

ANA: Eso lo sabrás más tarde.

GLOUCESTER: Pero ¿puedo vivir en la esperanza?

ANA: Los humanos viven de esperanzas.

GLOUCESTER: Dignaos aceptar este anillo.

ANA: Recibir no es conceder.(Se pone el anillo).

GLOUCESTER: ¡Mira cómo se ciñe mi anillo a tu dedo! ¡Así está circundado en tu seno mi pobre corazón! ¡Usa de ambos pues los dos son para ti! Y si tu pobre y devoto servidor puede solicitar aún un favor de tu graciosa mano, habrás confirmado su dicha para siempre.

ANA: ¿Qué es ello?

GLOUCESTER: Que tengáis a bien dejar estos tristes cuidados a quien esté más indicado para doliente, y os encaminéis a descansar a Crosby-Place[19], donde después que yo haya sepultado solemnemente a este rey en el monasterio de Chertsey y regado su tumba con mis lágrimas de arrepentimiento, iré con toda diligencia a ofreceros mis respetos. Por varias razones que ignoráis, os suplico me concedáis esta gracia.

ANA: De todo corazón y me alegro mucho también de veros tan arrepentido. ¡Tressel, y vos, Berkley[20], acompañadme!

GLOUCESTER: Dadme vuestro adiós.

ANA: Es más de lo que merecéis. Pero apuesto que me enseñáis de tal modo a adular, imaginaos que os lo he dado ya.

Salen Lady ANA, TRESSEL y BERKLEY.

GLOUCESTER: ¡Levantad el cuerpo, señores!

CABALLERO: ¿Hacia Chertsey, noble lord?

GLOUCESTER: ¡No, a White-Friars[21]! ¡Esperadme allí!

Sale el resto del cortejo con el cadáver.

¿Se ha hecho nunca de este modo el amor a una mujer? ¿Se ha ganado nunca de este modo el amor de una mujer? ¡Lo obtendré, pero no he de guardarla mucho tiempo! ¡Cómo! ¡Yo, que he matado a su esposo y a su padre, logro cogerla en momento del odio más implacable de su corazón, con maldiciones en su boca, lágrimas en sus ojos y en presencia del objeto sangriento de su venganza, teniendo a Dios y a su conciencia y a ese ataúd contra mí! ¡Y yo, sin amigos que amparen mi causa, a no ser el diablo en persona y algunas miradas de soslayo! ¡Y aún la conquisto! ¡El universo contra la nada! ¡Cómo! ¿Ha olvidado ya ese bravo príncipe Eduardo, su señor, a quien yo, no hará tres meses[22], apuñalé furiosamente en Tewksbury? ¡El más afable y apuesto caballero que pueda ofrecer jamás el espacioso mundo, moldeado por una Naturaleza dispuesta a la prodigalidad, joven, valeroso, prudente y digno, a no dudar, de la realeza! ¿Y todavía consiente ella en fijar en mí sus ojos, que he segado la dorada primavera de este dulce príncipe y reducido a su viuda a un lecho de soledad? ¿En mí, cuyo todo no iguala la mitad de Eduardo? ¿En mí, cojo y tan deforme? ¡Mi ducado contra el céntimo de un mendigo que hasta ahora me he equivocado al juzgar mi persona! ¡Por mi vida que, aunque yo no he podido lograrlo, ella me encuentra maravillosamente hermoso! ¡Voy a encargarme un espejo y a dar trabajo a una docena o dos de sastres, para estudiar las modas que han de adornar mi cuerpo! ¡Puesto que entrado en suerte conmigo mismo, mantengámosla con algún pequeño gasto! Pero primeramente acompañemos al camarada a su tumba, y después vayamos a llorarle ante mi amor. ¡Brilla, sol bello, hasta que compre espejo que pueda ver mi sombra a tu reflejo!

Sale.