Un skald en los robledales

Un skald en los robledales

por L. Sprague de Camp

La tierra alrededor de Cross Plains, Tejas, es llana, y solo dispone de leves ondulaciones. Antiguamente era una zona boscosa cubierta de robles pequeños. Cross Plains se encuentra en medio de esta llanura infinita, y ahí es donde vivía Robert E. Howard (1906-1936), creador de Conan y, después de Tolkien, el autor de fantasía heroica más leído.

Robert Ervin Howard nació en Peaster, Tejas, cerca del moderno Weatherford. Su padre era el Dr. Isaac Howard, un médico de la frontera. Tras varios traslados, alrededor de 1919 la familia se estableció en Cross Plains, casi en el centro del estado.

Hoy en día el pueblo tiene una población de unas 1200 personas, 300 menos que en tiempos del escritor. Aunque Brownwood, a 60 kilómetros al sudeste, ha pasado en este tiempo de 14.000 a 20.000 habitantes, la gente asegura que el tiempo se ha detenido en Cross Plains. Aparte de algunas estaciones de servicio nuevas, el pueblo ha cambiado poco en las décadas recientes, aunque se trata de un lugar agradable con chalés rodeados por el jardín con césped de los modernos hogares suburbanos.

De niño, Robert Howard era débil y estudioso, y padecía de una personalidad esquizoide, por lo que no pensaba en el efecto que sus actos tenían sobre los demás. En la jerga actual, no lograba «relacionarse». Sospecho que muchos profesionales del pensamiento y escritores padecen de este problema, pues de otro modo no podrían dedicarse a su profesión. Cuando una personalidad esquizoide se combina con un cuerpo frágil y el gusto por la lectura, la persona en cuestión se convierte en un «inadaptado», blanco natural de todas las burlas. Para alguien así, la infancia es una jungla en la que se tiene el papel de un conejo.

Sin embargo, a medida que crecía, el acosado Howard se embarcó en un riguroso programa de musculación, boxeo y otras calistenias. Cuando entró en el Instituto de Cross Plains era un joven grande y poderoso. Las burlas terminaron, y Howard no aprovechó la ocasión para abusar de los demás. Siguió siendo un fanático del ejercicio y el deporte toda su vida. Cuando terminó su crecimiento, media un metro ochenta y pesaba alrededor de noventa kilogramos, prácticamente todo de músculo. Era un espléndido pugilista y jinete, tenía un caballo y era aficionado al fútbol americano y al boxeo.

Nadie le molestaba, pero su niñez le había marcado con una actitud de cínica misantropía.

Como las escuelas públicas de Cross Plains solo llegaban al décimo curso, en 1922 sus padres lo enviaron a Brownwood para que pasara un año en el Instituto de aquella localidad. Tres años más tarde acudió de nuevo para entrar en la Academia Howard Payne, una escuela preparatoria que dependía de la Universidad Howard Payne. Se graduó en la Academia en 1927.

Al año siguiente cursó clases de «taquigrafía, mecanografía, aritmética comercial y ley del comercio», pero no recibió titulación alguna. Más tarde escribió: «Es posible que un curso universitario de literatura me hubiera ayudado enormemente […]. Podría haberme gustado la Universidad […]. Ni aquí ni allí, no veía el modo de costearme las clases […]». En aquella época, Howard estudiaba por su cuenta. Aseguraba que durante el verano entraba en las escuelas y se llevaba montones de libros en bolsas, pero siempre los devolvía.

En 1921, con quince años, decidió que sería escritor y envió una historia a Adventure Magazine, que fue devuelta rápidamente. En 1923 apareció Weird Tales. En otoño de 1924, en Brownwood, vendió su primera historia comercial, el relato de un cavernícola, «Lanza y Colmillo». Weird Tales acababa de contratar como editor a Farnsworth Wright, que pagó a Howard 16 dólares por la obra.

Además de sus estudios, Howard desempeñó trabajos menores como supervisor o empleado en una fábrica de soda. Se unió a un grupo literario de ocho o diez jóvenes de la zona de Brownwood y siguió escribiendo para Weird Tales: durante los dos años siguientes logró vender a la revista cuatro historias más. Todas eran similares al material publicado habitualmente en WT: «La Raza Perdida» narraba un conflicto entre los celtas y los pictos en la antigua Inglaterra, mientras que «La Hiena» y «Cabeza de Lobo» trataban la licantropía.

Una fase así es habitual en la carrera de cualquier escritor. La diferencia en Howard es que tuviera este éxito siendo un completo autodidacta en un entorno poco propicio y aislado de todo contacto profesional.

En 1928 puso en negro sobre blanco a un personaje ficticio que había imaginado hacía mucho: Solomon Kane, un puritano inglés de finales del siglo XVI. La historia era «Sombras Rojas», publicada en Weird Tales en agosto de 1928. Kane difiere de casi todos los héroes de Howard, que solían ser poderosos y violentos aventureros. Kane es de vestuario sobrio, gesto adusto, principios rígidos y una compulsión demoníaca por viajar, buscar peligros y desfacer entuertos. En las historias, ambientadas tanto en Europa como en África, Kane vive terribles aventuras en las que vence a amenazas sobrenaturales.

Howard ya ganaba algo de dinero con sus escritos. Weird Tales seguía siendo su principal cliente, aunque en 1929 se diversificó, con relatos en Argos y Al-Story Weekly y Fight Stories. En la década que siguió a «Sombras Rojas» apareció en dos de cada tres números de Weird Tales, aunque muchas veces con poemas.

Howard escribió mucha poesía, publicada en su mayor parte. Igual que su prosa, sus versos eran vigorosos, coloristas, rítmicos y técnicamente correctos, a pesar de que decía: «No sé nada sobre la mecánica de la poesía. No sabría decir si un verso es un anapesto o un trocaico[1]».

De vez en cuando se marchaba con su Chevrolet a visitar lugares históricos en el Suroeste o Méjico, pero siempre regresaba a Cross Plains. Siguió con su entrenamiento rutinario, alcanzando un enorme tamaño al acercarse a los treinta. En su madurez era un hombre grande de cabello negro, ojos azules y cejas espesas, rostro redondo de mandíbula fuerte y una voz profunda, aunque suave.

Bebía (principalmente cerveza) pero no fumaba. Se sabe que se emborrachaba en ocasiones, pero nunca se metió en peleas. Las trifulcas tabernarias a las que hacía referencia en sus cartas eran, según mis informadores, básicamente imaginarias.

Howard era un hombre de extremos emocionales y gustos y manías radicales. Su personalidad era introvertida, malhumorada y poco convencional. Cuando le apetecía podía hablar de forma brillante de cualquier tema, pero caía en periodos depresivos y era capaz de no dignarse a hablar con un amigo que había realizado un largo viaje para verlo. Era de temperamento acalorado, y saltaba y se enfriaba con la misma rapidez. Incluso sus amigos cercanos lo consideraban un enigma. Uno de ellos dijo:

«No prestaba la menor importancia a cosas que para los demás eran básicas».

Al ser un lector voraz, es difícil asegurar que no estuviera influido por alguno de sus predecesores. Jack London era uno de sus escritores favoritos, y apreciaba los relatos de viajes y exploraciones de Sir Richard F. Burton. En sus historias es patente la influencia de London y de Robert W. Chambers, Talbot Mundy, Harold Lamb, Edgar Rice Burroughs, Sax Rohmer y H. P. Lovecraft.

Tres fuertes influencias en su narrativa fueron el primitivismo de London y Burroughs, la fascinación por la historia y las leyendas celtas y las creencias raciales presentes en los Estados Unidos en la década de los 20. El primer punto queda resumido en un comentario hecho por un personaje en «Más Allá del Río Negro»: «El barbarismo es el estado natural de la humanidad. La civilización es artificial, un capricho de las circunstancias, por lo que el primero siempre triunfará». Discutía el tema con detenimiento en su correspondencia con H. P. Lovecraft, defendiendo la superioridad del barbarismo sobre la civilización.

Dio rienda suelta a esta filosofía en las historias que escribió en 1929 sobre un gigantesco bárbaro llamado Kull. Nativo de la paleolítica Atlantis, Kull se abre camino hasta el continente de Thurian, se convierte en soldado de Valusia y usurpa el trono de ese reino. Como Rey Kull se encuentra con brujos, hombres reptil y un gato parlante. Envió varias de estas historias a Weird Tales. Wright aceptó dos: «El Reino de las Sombras» y «Los Espejos de Tuzun Thune», rechazando el resto.

De antepasados remotamente escoceses e irlandeses, Howard tenía un gran aprecio por la cultura celta. Un día de San Patricio apareció con una pajarita verde de más de medio metro. Explotó este interés en historias ambientadas en las Islas Británicas en la época antigua y medieval, en las que describía enfrentamientos de pictos con britones, britones con romanos, y galeses con nórdicos.

Muchas de las ideas de Howard serían estigmatizadas hoy con el amplio epíteto «racista». Al representar un punto de vista racista no hacía más que seguir a los escritores más populares de su época, para quienes los estereotipos étnicos eran herramientas habituales. Autores y lectores por igual daban por hecho que los escoceses ficticios eran tacaños, los irlandeses divertidos, los alemanes arrogantes, los judíos avariciosos, los negros infantiles, los latinos lujuriosos y los orientales siniestros. Las actitudes raciales de Howard eran un compendio de las opiniones de los blancos sureños, incluyendo simpatías sentimentales por la Confederación.

Sin embargo, su primitivismo daba a sus actitudes étnicas un elemento paradójico. Podía ver a los negros como bárbaros incurables, pero para él eso no era necesariamente malo, ya que pensaba que los salvajes tenían virtudes ajenas al hombre civilizado. Al criticar a los novelistas franceses decía: «Dumas tiene una virilidad de la que carecen otros autores franceses, lo que atribuyo a su mancha negroide […][2]». Si era racista, al menos no lo era en extremo, y sus relatos dan a entender que, como en el caso de Lovecraft, sus prejuicios étnicos fueron desapareciendo con el tiempo.

Políticamente (dejando aparte las cuestiones raciales) era un liberal contrario a la autoridad. Se enfrentó vehemente a Lovecraft cuando éste alabó a Mussolini.

Con la apertura de mercados más amplios, Howard estuvo más atareado que nunca de 1929 a 1932. Escribió historias extrañas del estilo de los Mitos de Cthulhu de Lovecraft y amplió su producción para incluir los deportes, la aventura y los relatos históricos o ambientados en oriente. Sufrió algunas adversidades, como escribió más tarde a Clark Ashton Smith:

Para ser un tipo que siempre ha llevado una vida tranquila, pacifica y verdaderamente prosaica, no me han faltado los peligros: un caballo me arrastró antes de caer sobre mí; otro me tiró y me pasó por encima; uno giró completamente en el aire y aterrizó de espaldas, lo que me hubiera aplastado de no haberme expulsado; una vez caí por la ventana de un dormitorio, otra me clavé un cuchillo en la parte posterior de la rodilla, rozando la arteria; también pisé a una serpiente de cascabel en la oscuridad, etc[3].

Su personalidad también tenía facetas oscuras. En 1923 ya jugaba con la idea del suicidio. No es extraño en adolescentes, pero en el caso de Howard la idea se hizo más fuerte con el tiempo. Se le oyó decir: «Mi padre es un hombre y puede cuidar de sí mismo, pero tengo que aguantar mientras mi madre viva[4]». Algunos de sus poemas expresan este mismo deseo de abandonar

Este mundo de ganado humano,

El ruido, los aburridos parloteos.

Como puede verse por la vida tranquila y recluida de Howard, el conflicto ante el que protestaba estaba completamente en su interior.

La devoción mutua entre el escritor y su madre es un caso clásico de complejo de Edipo. Al acercarse a los treinta, una década después de lo que es habitual, comenzó por fin a salir con mujeres. Durante años había excusado su misoginia diciendo: «Bah, ¿qué mujer se fijaría en una enorme mole fea como yo?». Sin embargo, cuando comenzó por fin a mostrar interés por el sexo femenino, su madre le disuadió. Un visitante informaba de que, cuando una chica llamaba a Howard por teléfono, su madre le decía que no estaba en casa, aunque supiera que así era.

El padre, Isaac Howard, parece haber sido un hombre extremadamente autoritario y dominante, un desagradable tirano doméstico, aunque a E. Hoffmann Price (el único escritor profesional que Howard llegó a conocer) le gustaba el doctor cada vez que visitaba Cross Plains. El Dr. Howard y su hijo solían pelear de forma frecuente y violenta, a menudo porque el hijo le reprochaba que no cuidara adecuadamente de su madre. Aunque solventaban rápidamente estas disputas, parece que no se profesaban un gran amor.

Howard también comenzó a mostrar síntomas de delirios persecutorios. Se acostumbró a llevar encima una pistola automática Colt para defenderse de «enemigos» imaginarios. Sus vecinos lo consideraban un «chalado inofensivo», y le preguntaban cuándo iba a dejar de perder el tiempo con las historias para buscar un empleo de verdad, aunque trabajaba más horas y ganaba más dinero que la mayoría de sus vecinos. A pesar de este entorno hostil, insistió en permanecer en el pueblo.

En 1932 inventó a su personaje de mayor éxito, Conan el Cimmerio. Escribió:

Puede parecer fantástico asignar el término «realismo» a Conan, pero hasta cierto punto (dejando a un lado las aventuras sobrenaturales) es el personaje más real que he creado nunca. Es una sencilla combinación de varios hombres que he conocido, y creo que eso es por lo que pareció entrar completamente terminado en mi conciencia cuando escribí el primer relato de la serie. Algún mecanismo de mi subconsciente tomó las características dominantes de varios luchadores, pistoleros, contrabandistas, matones, jugadores y honrados trabajadores con los que he entrado en contacto, combinándolos para producirla amalgama a la que llamo Conan el Cimmerio[5].

Al concebir a Conan, Howard inventó todo un mundo para él. Asumió que hace unos doce mil años, tras el hundimiento de Atlantis y antes de la historia escrita, hubo una Era Hibórea en la que

… reinos resplandecientes se extienden en un mundo como un manto azul bajo las estrellas: Nemedia, Ophir, Brythunia, Hiperbórea, Zamora con sus hombres y mujeres de pelo oscuro y torres de misterios arácnidos, Zíngara y su caballerosidad, Koth, que linda con las tierras pastoriles de Shem, Estugia, con sus tumbas siniestras, Hyrkania, cuyos jinetes visten de acero, seda y oro. Pero el más orgulloso reino de todos es Aquilonia, que domina suprema en el soñador oeste.

Conan fue un desarrollo del Rey Kull, así como una idealización del propio Howard: un gigantesco aventurero bárbaro de la tierra septentrional de Cimmeria que, tras una vida vadeando ríos de sangre y enemigos naturales y sobrenaturales, asciende a rey de Aquilonia.

Howard previo toda su vida, desde el nacimiento hasta la vejez, y le hizo desarrollarse y crecer como un hombre real. Al comienzo el bárbaro es poco más que un joven rebelde, temerario, irresponsable y violento, con el coraje, la lealtad a sus amigos y una tosca caballerosidad hacia las mujeres como únicas virtudes. Con el tiempo no sólo aprende el valor de la precaución y la prudencia, sino también el del deber y la responsabilidad. Hacia la mitad de su vida ha madurado lo suficiente como para ser un buen rey. Por el contrario, muchos héroes de la fantasía heroica parecen personajes de Homero o P. G. Wodehouse, que tienen la envidiable facultad de conservar la misma edad durante más de medio siglo.

El autodidacta desarrolló un estilo claro y elocuente. Escribía frases cortas y medias con construcciones sencillas, como otros hicieron después de la revolución de Hemingway en los treinta. Podía transmitir una imagen muy colorista usando muy pocos adjetivos y adverbios que ralentizaran la acción.

Como escritor tenía tanto defectos como virtudes, producto principalmente de las prisas. Ése es el motivo por el que sus historias contienen muchas inconsistencias y descuidos. Tendía a repetir ciertos elementos relato tras relato: el combate con una serpiente gigante (dijo que odiaba a las serpientes) o el hombre mono, la vasta ciudad verde construida siguiendo el esquema del Pentágono o la amenaza voladora en forma de simio alado o demonio.

Los críticos también le han acusado de inmadurez en las relaciones humanas, especialmente en la actitud de sus héroes hacia las mujeres y en la violencia de las historias. Conan vaga por la escena Hibórea acostándose con una mujer detrás de otra, que son vistas como meros juguetes. Es cierto que al final toma a una reina legítima, pero no es más que un epílogo. Era evidente que Howard se sentía molesto con el amor, igual que un niño que, viendo una película del Oeste, protesta cuando el héroe besa a la heroína en vez de al caballo. Además, un crítico se molestó tanto con el exceso de sangre que dijo que las historias «proyectan la fantasía inmadura de una mente dividida, pavimentando la senda lógica hacia la esquizofrenia».

Sin embargo, lo que parece una violencia excesiva e inmadurez emocional era normal en la literatura pulp de la época. Los escritores no se dedicaban entonces a dotar a sus héroes de conciencia social, a hacerlos simpatizar con las razas desfavorecidas, a describir los problemas mecánicos del sexo o a dejar claro que estaban del lado de la paz, la igualdad y el bienestar social.

A pesar de todo Howard era un narrador natural, condición indispensable de cualquier escritor de ficción. Con esta cualidad se pueden superar muchas taras. Sin ella, ninguna virtud servirá de nada. Con sus limitaciones, los escritos de Howard serán leídos durante mucho tiempo por su vigor, su fuerza, su acción desbocada y su estilo directo, por su «universo púrpura y dorado y escarlata, donde todo puede suceder… excepto lo tedioso».

A partir de 1932 dedicó casi todo su tiempo a escribir historias de Conan. El poderoso cimmerio le obsesionaba durante meses en los que era incapaz de trabajar en otra cosa. Fue entonces cuando derivó hacia las historias de detectives y del Oeste. Las primeras, que contenían elementos fantásticos (como siniestros cultos orientales u hombres leopardo de África), no fueron un gran éxito, aunque llegó a vender muchas.

Tuvo más suerte con el género del Oeste. Tras contratar a Otis Adelbert Kline como agente literario en 1933, vio cómo su mercado del Oeste aumentaba. Vendió más de veinte historias en los tres años anteriores a su muerte. Muchas estaban empapadas de un amplio humor fronterizo, rayano en lo burlesco.

El humor era un recurso nuevo para Howard, cuyas historias previas eran básicamente serias. Algunos críticos consideran que los relatos del Oeste son lo mejor de su obra, e incluyen héroes grandes como Conan, aún menos brillantes y geniales en la violencia. Howard explicó su preferencia por héroes de músculos poderosos y mentes simples:

«Son más sencillos. Los metes en un lío y nadie espera que te exprimas el cerebro inventando modos astutos de sacarlos de ahí. Son demasiado estúpidos como para hacer algo que no sea cortar, disparar o lanzarse a la refriega[6]».

En una de sus últimas cartas, Howard indicaba que podía dejar la fantasía: «Estoy pensando seriamente en dedicar todo mi tiempo y mis esfuerzos al Oeste, abandonando las demás líneas de trabajo […][7]».

Los años 1933-1936 fueron muy atareados. El mercado de los relatos del Oeste no dejaba de crecer, y durante un tiempo fue el vecino mejor pagado de Cross Plains. Por supuesto, esto sucedía en la estela de la Gran Depresión, cuando un sueldo de 2500 dólares anuales era opulento. Nunca dejó de pasar dificultades porque el precio por palabra era bajo, algunas revistas con las que contaba le fallaron y la enfermedad de su madre requería grandes gastos. La señora Howard llevaba años con problemas, pero ahora su salud experimentaba un claro quebranto. Sin embargo, a pesar de estas dificultades nunca parecieron sufrir problemas económicos graves.

Su círculo de correspondencia se amplió, intercambiando cartas con Clark Ashton Smith y H. P. Lovecraft. Conoció a Novalyne Price, una maestra de oratoria en el instituto local, a la que también se la consideraba excéntrica, siendo tan perfeccionista que sus alumnos ganaban constantemente la Liga Interescolar de la Universidad de Tejas. Enjulio de 1935, Howard rompió temporalmente su amistad con ella mediante una amarga carta en la que le acusaba de reírse de él a sus espaldas con un amigo común.

La salud de la señora Howard seguía empeorando. El 11 de junio de 1936, más allá de toda salvación, entró en coma. La enfermera le dijo a Howard que su madre nunca volvería a recuperar la consciencia. El escritor se marchó y se metió en su coche. Sobre las 8 de la mañana, aún sentado al volante, se disparó en la cabeza con su pistola. El suicidio no fue resultado de un impulso repentino, ya que la semana anterior había enviado a la agencia de Kline un manuscrito con instrucciones sobre lo que hacer con el dinero de su venta, en caso de que muriera.

El suceso produjo asombro y pesar entre su círculo de amigos y admiradores. Lovecraft escribió: «¡Que un artista tan genuino perezca mientras cientos de falsos plumillas siguen vomitando fantasmas espurios, vampiros, naves espaciales y detectives místicos es una lamentable ironía cósmica![8]».

El Dr. Isaac Howard heredó los bienes de su hijo y la agencia Kline vendió varias de sus historias póstumas. Durante la siguiente década, los escritos de Howard quedaron principalmente en manos de aficionados y unos pocos admiradores.

El primer intento serio de revivir su obra llegó en 1946, cuando August Derleth publicó una colección de sus relatos como Cara de Calavera y Otros. El crítico del New York Times se sintió tan molesto con la violencia de las historias que dedicó su columna a advertir contra los peligros esquizofrénicos de la ficción heroica, sin llegar a hablar de los relatos en sí.

Tres años más tarde, un pequeño editor de ciencia-ficción comenzó a publicar a Conan en una serie de volúmenes encuadernados. En 1951 supe que un agente literario que había heredado la agencia Kline poseía diversos manuscritos de Howard. Entre ellos encontré tres historias de Conan, que edité para su publicación. También reescribí cuatro aventuras inéditas del autor, cambiándolas para introducir al bárbaro como protagonista. Un admirador sueco, Bjórn Nyberg, escribió una novela, El Regreso de Conan, en la que colaboré.

La resurrección definitiva del escritor se produjo cuando Lancer Books comenzó a publicar en 1966 toda la saga de Conan en edición popular.

Un admirador tejano, Glenn Lord, se convirtió en agente de las historias y se dedicó a revisar todos los papeles de Howard. Así halló seis relatos del bárbaro, uno completo y el resto meros fragmentos o tramas. Lin Cárter y yo hemos completado las historias inconclusas y hemos escrito otras que cubren los huecos en la saga. No seré yo quien juzgue nuestro éxito al imitar el estilo y el espíritu de Howard.

Esta nueva edición de Conan inició la reimpresión de toda la obra de su autor, y en cinco años ya se han publicado al menos nueve libros con relatos no protagonizados por el cimmerio. Muchas historias, algunas inéditas, han aparecido en revistas y antologías. La revista Bestsellers incluyó a Howard entre los ocho escritores de ficción cuyos libros habían vendido en los últimos treinta años más de un millón de ejemplares. Los otros eran Asimov, Bradbury, Burroughs, Heinlein, Andre Norton, E. E. Smith y Tolkien.

Sospecho que se trata de una reacción ante las recientes tendencias de la ficción. Desde la Segunda Guerra Mundial, los escritores de vanguardia han escrito relatos marcados por determinadas características, llevadas a extremos cuestionables. Una es el uso de técnicas narrativas experimentales: frases incompletas, exposición del pensamiento, desorganización temporal, ausencia de trama, etc. Otras son la extrema subjetividad, la egolatría desaforada por parte del escritor, la obsesión con los problemas sociales y políticos contemporáneos, o el exceso de sexo, especialmente en sus manifestaciones más peculiares. Por último, se ha puesto de moda el antihéroe. No se hace del protagonista un bribón encantador como muchos de los héroes de la picaresca, sino un truhán despreciable, un monstruo sin cerebro, ni músculo ni personalidad, que parece surgido de debajo de una piedra achatada.

Todos estos desarrollos tienen su lugar, hasta cierto punto. Pero, como todos han llegado a la vez y han sido llevados a extremos grotescos, muchos lectores disfrutan por variedad de historias que apuntan en sentido opuesto. Es decir, historias de héroes gallardos que realizan actos heroicos, llenas de acción y de escenarios románticos, narradas de forma sencilla, lúcida y directa, sin hacer referencia al problema del abandono de las escuelas, la desgracia de los pervertidos o cualquier otra dificultad contemporánea. Nadie puede saber hasta dónde llegará esta reacción, pero mientras dure los editores de Howard estarán de enhorabuena.

Mientras tanto, Howard descansa bajo una gran lápida lisa en el cementerio de Brownwood, donde también yacen sus padres. Una placa reza: «Se amaban y respetaban la vida de los demás, y en su muerte no fueron divididos» (2 Samuel I, 23). Sin embargo, la familia Howard nunca fue tan armoniosa. Un epitafio más adecuado sería la introducción que hizo el Dr. John D. Clark en los libros de Conan: «Y, por encima de todo, Howard contaba historias».