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Luca recordaría siempre con orgullo el día 1 de enero de 1495. La plaza de la Signoria estaba repleta de ciudadanos deseosos de ver tomar posesión de su cargo a los encargados de gobernar los asuntos de Florencia durante los dos próximos meses. Eran ellos quienes encarnaban la edad de oro nacida con la aprobación de la nueva Constitución. Y para su deleite, él era uno de los elegidos. Sí, Luca Albizzi había sido designado como uno de los nueve miembros de la Signoria. Finalmente se había hecho justicia con su honor.

Sintió cierta tristeza por que sus padres, ya muertos, no pudieran contemplar la gloria de aquel momento. El pueblo reunido en la plaza los aclamaba como a héroes. No en vano eran los representantes electos del primer Gobierno popular, en el que ya no quedaba ni rastro del influjo Medici. Luca se sentía exultante. Ser prior de la Signoria era el máximo privilegio al que podía optar un florentino, y haber sido elegido en un momento histórico tan emocionante le añadía un plus de significación.

A todas las familias que habían sido desterradas desde 1434 se les había permitido el retorno, de modo que eran ya muchos los Albizzi que, tras haber regresado, estaban contemplando cómo era vitoreado por Florencia. Savonarola, gran partidario de la concordia, estaba dedicando sus mejores esfuerzos para que reinara la paz y evitar así venganzas de antiguas familias exiliadas contra los tradicionales partidarios de los Medici. Probablemente su gran influencia lograría impedir que se produjeran daños mayores. Sin embargo, existían una serie de situaciones que era de justicia modificar urgentemente. A saber, las propiedades que los exiliados habían perdido arbitrariamente en el pasado debían regresar a sus manos. Luca tenía la secreta esperanza de poder beneficiarse recuperando algunas granjas y una casa que había pertenecido a sus antepasados. Lo que le resultaba indudable era que la mansión donde vivían Mauricio y Lorena les sería reintegrada a los herederos de Tommaso Pazzi, ya que había sido adjudicada en 1478 a una sociedad controlada por Lorenzo de Medici como pago de una deuda inexistente. Posteriormente, Lorenzo se la había vendido a Mauricio, pero el negocio estaba viciado de inicio. Desde luego, Luca pensaba aprovechar su cargo de prior para influir en la redacción de una ley que garantizara el retorno de las propiedades a sus legítimos dueños. No obstante, tenía más planes para vengarse de Mauricio: echarle de su casa sería la primera de una serie de humillaciones que culminarían con su encarcelamiento, su tortura y su ejecución pública. Luca se relamió de placer imaginando los sufrimientos que padecería Lorena. El poder le iba a permitir realizar aquello con lo que había soñado durante tantos años.

Por otro lado, no todo eran ventajas cuando uno era elegido miembro de la Signoria. Durante el tiempo que duraba el cargo, los priores tenían la obligación de alojarse dentro del palacio de Gobierno, y no podían salir. Con este sistema se pretendía evitar que los priores recibieran influencias externas, ya que su actuación debía regirse exclusivamente por el interés común. Aunque una legión de sirvientes se encargaría de que todas sus necesidades estuvieran cubiertas hasta en sus detalles más mínimos, Luca estaba seguro de que iba a echar de menos a su esposa Maria. Lo cierto es que su mujer tal vez no fuera un prodigio de inteligencia, pero estaba dotada de una gran sensibilidad que le permitía anticiparse a los pensamientos de los demás y cumplir sus deseos. Habitualmente era algo que Luca daba por supuesto, sin otorgarle el más mínimo valor. De hecho, era el orden natural de las cosas. Él se preocupaba de enfrentarse al mundo exterior, proveyendo de comodidades el hogar, y su esposa tenía que procurar el contento de los miembros de la casa. Por eso le parecía lógico que aunque él estuviera con un humor de perros, su esposa le correspondiera con sonrisas, silencios o dulces palabras, según requiriera la ocasión. Ahora que estaba a punto de entrar en el palacio de la Signoria, Luca se percató de que viviría peor sin tener a Maria a su lado.

Igualmente añoraría a sus hijos, pero tampoco había que exagerar. Los cargos en la Signoria eran rotatorios y su duración era tan sólo de dos meses. Por tanto, se imponía actuar hábilmente durante ese tiempo, tratando de obtener el máximo provecho posible, con tal disimulo que posteriormente nadie le pudiera reprochar su proceder. Se había acabado el ser un ciudadano de segunda. Los honores llaman a las riquezas, y éstas acaban siempre redundando en mayores dignidades. Luca Albizzi estaba, por fin, situado en el lugar que le correspondía por derecho de nacimiento.