La noche ya había caído cuando Luca regresó a su casa. Gonfalonis armados iluminaban la oscuridad con sus antorchas encendidas. Horas de saqueos indiscriminados en las mansiones de los más allegados a los Medici habían provocado que la Signoria emitiera un decreto en el que se prohibía el pillaje bajo pena de muerte, al tiempo que ordenaba a su guardia vigilar las calles. El día había sido muy confuso, pero Luca se sentía victorioso. Por fin los Medici habían sido expulsados de Florencia.
Aprovechando el caos de las horas iniciales, tras la huida de Piero fuera de la ciudad, el populacho había irrumpido en el palacio Medici destrozando y robando cuanto hallaba a su paso. Luca también había participado en la violación del palazzo tomándose cumplida venganza de tantos años de humillaciones. No se había limitado a causar destrozos. A instancias de Pietro Manfredi, había buscado la maravillosa gema que solía exhibir Lorenzo en su dedo anular. Su enigmático amigo le había prometido una fortuna astronómica si la encontraba, pero su búsqueda había resultado infructuosa. Al menos, se consoló Luca, había robado tres pequeños camafeos de ónice que eran auténticas obras de arte. Conocía a un prestamista hebreo que se los compraría sin hacerle preguntas. Aunque los judíos no le caían especialmente bien, a la hora de hacer negocios había que tener amigos incluso en el Infierno.
En todo caso, aquél era un día grande. La caída de los malditos Medici aseguraba el retorno de los exiliados, comenzando por su familia, los nobles Albizzi. Una idea se le apareció como un fogonazo y le provocó un inmenso placer: los Pazzi tendrían derecho a reclamar sus antiguas propiedades de acuerdo con las leyes que se dictaran. ¿Y acaso no vivían Lorena y Mauricio en el antiguo palazzo de Tommaso Pazzi? Cuando ocupara un puesto de poder en el nuevo Gobierno, maquinó Luca, tendría mucho campo para actuar…
Unos soldados franceses ocultos en una esquina interrumpieron sus felices cavilaciones. Eran una docena y se limitaban a observar el desordenado movimiento de los hombres en las calles. Afortunadamente, la Signoria había convencido al rey de Francia de que no tomaran partido por Piero de Medici, tras asegurar que se trataba de un asunto interno de Florencia que en nada modificaría lo ya pactado. Lo contrario hubiera provocado un auténtico baño de sangre. No obstante, eso significaba que las tropas extranjeras ocuparían la ciudad dentro de muy pocos días. Habían marcado con tiza su mansión, por lo que debería alojar a varios soldados en ella. Así que sus grandes expectativas quedarían en el aire hasta que los franceses abandonaran Florencia pacíficamente. Luca rogó a Dios que así fuera.