73

Lorena paseaba nerviosa por la casa esperando a su marido mientras repasaba los prodigiosos sucesos acaecidos en Florencia a comienzos de aquel mes de abril. Hacía tres noches, un rayo había partido la linterna de la cúpula del Duomo y había provocado que grandes bloques de mármol cayeran a la calle y sobre el propio pavimento de la iglesia. Toda Florencia lo había interpretado como un anuncio de que algo extraordinario iba a ocurrir, porque cuando el rayo cayó, el tiempo estaba calmado y sobre el cielo no se veía una sola nube. En la ciudad corría el rumor de que un genio se ocultaba en el anillo preferido del Magnífico. Quienes así lo creían, aseguraban que el fabuloso genio había tomado la forma del rayo para escapar de la gema engastada al anillo de Lorenzo. Por si no fuera suficiente, al día siguiente se habían peleado los leones del zoo situado tras el palacio de la Signoria. A resultas del combate, el león más bello, el preferido de todos, había muerto destrozado por sus rivales. Y aquella misma mañana, una mujer enloquecida había interrumpido la misa en Santa Maria Novella, profetizando entre gritos desgarrados que un toro de fuego incendiaría la ciudad.

Aquello era absolutamente inusual y no presagiaba nada bueno. Por eso, cuando Cateruccia le anunció que su esposo había llegado, Lorena se sintió inmensamente aliviada.

—¿Dónde te has metido? —le preguntó—. Has llegado tan tarde que los niños ya están durmiendo.

—Nuestro gran amigo Lorenzo de Medici ha muerto en su villa de Careggi.

Lorena recibió la noticia con enorme pesar. Así que las ominosas señales de los últimos días habían estado anunciando la muerte del Magnífico…

—He oído —dijo Lorena— que ayer mandó llamar a Savonarola a su villa de Careggi.

—Es cierto —confirmó Mauricio.

—Eso significa un último triunfo para Savonarola, al menos es lo que dirá la gente. Ambos eran enemigos mortales, representantes de dos modos absolutamente diferentes de entender la vida. En la ciudad se comentará que, al final, Lorenzo, dándose cuenta de que era Savonarola quien estaba en lo cierto, quiso confesarse con él en señal de arrepentimiento.

—Yo no estaba en la villa de Careggi, por lo que no te puedo asegurar qué ha ocurrido. Sin embargo, Lorenzo ya se había confesado y había recibido la extremaunción cuando quiso que Savonarola acudiera a su lado. Es probable, por tanto, que lo llamara por un motivo diferente. En mi opinión, conociendo a Lorenzo, puede que quisiera hablar con Savonarola para concertar un pacto de no agresión contra su hijo Piero, el heredero destinado a gobernar Florencia. El Magnífico llevaba la política y la familia en la sangre. Personalmente creo que intentó alcanzar un acuerdo con su enemigo aprovechando que se encontraba en el lecho de muerte. Un pacto suscrito en tales circunstancias no sería roto jamás por Savonarola.

Lorena pensó que probablemente su marido tuviera razón. Era muy típico del Magnífico aprovechar las situaciones más difíciles para conseguir ventajas inesperadas. Aún recordaba cómo había sido capaz de ir hasta territorio enemigo en Nápoles y convencer allí a su adversario, el rey Ferrante, de que era necesario firmar la paz. Ahora bien, ¿qué habría podido ofrecer al ascético sacerdote para que cesara sus ataques desde el púlpito? Lorena dudaba de que Lorenzo hubiera podido convencer a aquel visionario fraile, pero era admirable que hubiera luchado hasta su último aliento. Con el paso de los años había llegado a cogerle un gran cariño a Lorenzo. Es cierto que era un personaje público que se situaba muy por encima del resto, pero siempre se mostraba encantador, especialmente con ellos. Era mucho lo que le debían a Lorenzo. Si Mauricio había conseguido ser una figura respetada en Florencia era porque el Magnífico lo había tomado bajo su manto protector. Lorena agradeció a Dios las bendiciones con las que habían sido colmados y rogó por que estuviera ya en el Cielo. Sin embargo, sentía inquietud por el alma de Lorenzo.

—Mauricio, a veces pienso que el hijo del rey David tenía razón cuando se lamentaba de que cuanto brilla en este mundo bajo la faz del sol es tan sólo vanidad y correr tras el viento. Precisamente hoy he leído sus palabras en el Eclesiastés y me he acordado de Lorenzo. Durante veintitrés años ha sido el primer ciudadano de Florencia, el más prominente, tal vez el más celebrado de toda Italia. Hoy está muerto y todo su antiguo poder es nada. Será medido por el fiel de la balanza, como cualquiera de nosotros, para discernir si su destino es el Cielo o el Infierno. Yo rezo por que se siente esta noche a la mesa de Dios Padre. No obstante, para mantenerse en el poder durante tantos años, Lorenzo ha tenido que realizar acciones que no pueden ser gratas a los ojos de Dios.

—Ya te entiendo —dijo Mauricio—. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma? ¿No es eso? Es éste un asunto sobre el que hablé con Lorenzo en un par de ocasiones. Su punto de vista era que la lucha por el poder no conoce la piedad. O eres superior, o te destruyen. Él, particularmente, hubiera preferido dedicarse a la poesía y al arte, mas era imposible. Cuando murió su padre, tan sólo tenía veinte años, y tanto su propia familia como los favorecidos por la influencia Medici le rogaron que tomara las riendas de la ciudad. Negarse hubiera significado condenarlos a la ruina, al exilio y, tal vez, a la muerte, puesto que otras familias rivales hubieran ocupado el vacío de poder. Desde ese mismo momento, Lorenzo aceptó no ser inocente ni puro. En la medida de lo posible, ha gobernado ganándose el favor del pueblo, fomentando la bonanza económica y las artes, utilizando la persuasión, los regalos y el reparto de favores a gran escala para crear una tupida malla de intereses mutuos. En caso de necesidad, los inspectores de tributos, con sus minuciosas y arbitrarias investigaciones, podían provocar la ruina, pero no la muerte de sus adversarios. No obstante, el poder exige en ocasiones adoptar decisiones crueles, y Lorenzo era muy desconfiado. ¡Qué duda cabe de que junto con su luminoso rostro, Lorenzo tenía otra faz más oscura! Pese a ello, estoy convencido de que ningún otro gobierno hubiera traído tantos beneficios a Florencia y a Italia entera. Cuando sea juzgado por el fiel de la balanza, no me cabe duda de que sus virtudes pesarán más que sus pecados.

Lorena contempló a aquel hombre. Era su esposo y lo amaba. No con la alocada pasión de una muchachita que todavía vive en un mundo de sueños, sino con el corazón de una mujer madura, madre ya de tres hijos. Tampoco Mauricio era el jovencito que había conocido. Había ganado peso y su cuerpo era ya el de todo un hombre, aunque sus ojos azules todavía mostraban un candor casi femenino. ¡Habían pasado momentos amargos, sobre todo tras la muerte de su primer hijo en el parto, durante la terrible enfermedad de la peste padecida por su marido, y, más recientemente, unos meses atrás, al padecer un aborto natural que casi acaba con su vida! Afortunadamente habían podido superar esas pruebas del camino, y excepto en tan difíciles periodos habían sido un matrimonio muy feliz. Mauricio tenía algunos defectos, pero también una fuerza y una sensibilidad extraordinaria. Lorena estaba enamorada de su marido tal como era. Sin embargo, estaba convencida de que era un diamante en bruto que, convenientemente pulido, podía brillar con un fulgor todavía mayor.