—Los días de Lorenzo están contados —dijo Pietro Manfredi—. Puedes apostar doble contra sencillo a que no llegará con vida al verano.
Luca calló. Desconocía si Pietro se había enterado de eso por la indiscreción de algún médico o si, por el contrario, había desempeñado un papel en el desarrollo de la enfermedad de Lorenzo a través de algún veneno de acción lenta. No pensaba preguntar. En según qué asuntos, concluyó, cuanto menos supiera, mejor.
—Afortunadamente los tiempos han cambiado mucho desde que Lorenzo regresó triunfalmente de su viaje a Nápoles —observó Luca—. Lo cierto es que los sermones de Savonarola han traído aire fresco a esta ciudad. ¡Si hasta se ha atrevido a denostar a Lorenzo desde el púlpito presentándolo como un tirano que tiene secuestradas las libertades de Florencia!
—Falta hacía —señaló Pietro—. Gracias a Savonarola las ideas que con tanto ahínco había impulsado Lorenzo están empezando a caer en el descrédito, sin necesidad de cañones ni de espadas.
Luca recordó que, años atrás, Pietro había afirmado que no servía de nada matar a alguien si eso le convertía en héroe ante la eternidad y que para luchar contra las influencias malignas de Lorenzo haría falta cargarse de paciencia. Incluso había dejado entrever la existencia de un plan a largo plazo encaminado a lograr tal objetivo. ¿Era Savonarola parte de ese plan? No pensaba preguntarlo. Sabía que existía una organización secreta a la que él le suministraba toda la información a la que tenía acceso por intermediación de Pietro Manfredi. De poco más estaba enterado. Por las conversaciones que había mantenido con Pietro estaba convencido de que sus ideas y las de esa misteriosa sociedad coincidían plenamente. No obstante, Pietro jamás le había revelado el nombre de ningún miembro ni le había sugerido que su papel pudiera ser otro que el de simple informante. Con el tiempo, Luca había aceptado esa realidad con cierta complacencia, puesto que prefería desconocer ciertas cosas. Lo que pudieran hacer con la información que él facilitaba no era de su incumbencia. Como contrapartida, Pietro le había ido señalando a lo largo de los años diversas oportunidades comerciales que siempre le habían reportado suculentos beneficios. Nunca había vuelto a ver a Leoni, ni tampoco le habían reclamado ni un florín de los dos mil que le habían entregado. Hasta ahora no podía quejarse de nada, pues lo único que debía hacer era hablar regularmente con Pietro, a quien ya consideraba un amigo.
—Lamentablemente, Savonarola no podrá evitar —dijo Luca reanudando la conversación— que Giovanni Medici llegue a ser cardenal. ¡Qué vergüenza! ¡Si su padre le asignó como tutor al humanista Poliziano desde su más tierna infancia! Incluso la esposa de Lorenzo se quejó de que un preceptor tan poco apostólico fuera el responsable de educar a su hijo. Ese Giovanni debe de tener un alma más pagana que cristiana. Y si es nombrado cardenal, ¡hasta podría llegar a ser papa!
—Si el papa Inocencio no muere antes de nombrar oficialmente a Giovanni como cardenal —advirtió Pietro—. Tengo entendido que su salud tampoco es demasiado buena. Y si el nuevo pontífice no fuera pro Medici, podría decidir no investirle como cardenal.
—Dios proveerá —se limitó a comentar Luca.
—Esperemos que cuando la Providencia decida el momento oportuno para que se produzca un cambio en el trono de san Pedro, el nuevo vicario de Cristo no sea tan favorable a los Medici.
—Ojalá que se cumplan tus deseos, porque parece que Lorenzo ha embrujado al papa Inocencio. ¡Si hasta ha declarado públicamente que Lorenzo es el compás que mantiene el equilibrio de toda Italia!
Luca sintió que una oleada de rabia le subía desde el estómago hasta la cabeza. ¡Odiaba a los Medici y todo lo que representaban! Si un advenedizo extranjero como Mauricio había ascendido tanto y le había superado en reconocimiento y riqueza, era exclusivamente por el favoritismo con el que Lorenzo le había tratado. A Luca le producía una gran amargura que un don nadie como Mauricio hubiera sido constantemente invitado a las fiestas y celebraciones de los Medici, como si se tratara de un gran personaje, mientras que él, un Albizzi, era tratado meramente con cortesía. Durante años había tenido que soportar ese agravio poniendo buena cara. ¡Ojalá que la futura muerte de Lorenzo le permitiera vengarse de las muchas afrentas recibidas!
—Sí, demasiada gente ha ensalzado injustamente a Lorenzo —coincidió Pietro—. Sin embargo, tengo la esperanza de que este año de 1492 nos depare muchos cambios y sorpresas.