—Tengo de besar la mano de Lorenzo —dijo Pietro Manfredi.
—Yo ya lo hice ayer —comentó Luca—. ¡Menudo espectáculo! Hombres y mujeres de todas las clases sociales haciendo cola a las puertas del palacio Medici para tener el honor de besuquearle la mano.
—¡Qué le vamos a hacer! —apuntó Pietro resignadamente—. ¡Lorenzo es un héroe!
—Parece mentira que haya salido vivo de Nápoles —se lamentó Luca.
—Y eso que se organizaron hasta tres intentos de asesinato a espaldas del rey Ferrante. Lamentablemente, Xenofon Kalamatiano, el jefe de espías de Lorenzo, consiguió evitarlos. Hemos desperdiciado el momento propicio, así que no tiene sentido continuar intentándolo.
—¿Ya no interesa que Lorenzo muera? —se extrañó Luca.
—De momento, no —contestó Pietro, secamente—. Ahora Lorenzo es un héroe. Su muerte lo convertiría en un mito. Matarle sería la forma más segura de que sus ideas se propagaran, pues no es posible luchar contra los mitos.
—Así que se cancelan los planes contra el tirano —concluyo Luca.
—Yo no he dicho eso. Lo que ocurre es que tras su inesperada gesta ya no tenemos prisa en que muera: lo que nos interesa realmente es que viva el tiempo suficiente hasta que logremos arruinar su prestigio. Pero eso no ocurrirá ni hoy ni mañana. Por consiguiente, nuestro plan de acción ha de ser necesariamente lento. Y secreto. No puedo contarte nada, aunque te avisaremos cuando necesitemos algo de ti.
Luca miró la sala donde había recibido a Pietro, la más elegante de su casa. El suelo era de mármol blanco y las paredes exhibían tapices con distintas escenas bíblicas, pero tenía que reconocer que la mansión de Pietro era más lujosa y distinguida que la suya. Luca debía resignarse tanto al hecho de que Pietro fuera más rico que él como a que perteneciera a una organización de la que apenas sabía nada.
—Sin embargo —observó Luca—, no todo ha terminado, puesto que el Papa insiste en que Lorenzo vaya hasta Roma a pedirle perdón.
—A lo que Lorenzo responde que sólo acudiría encadenado y acompañado de un notario y un sacerdote para poder testar sus últimas voluntades y recibir la extremaunción. Es cierto que todavía quedan flecos: hay que pagar indemnizaciones y existen territorios en manos del enemigo que deben devolver, pero lo esencial ya está negociado. Aunque el Papa es un viejo tozudo, es mera cuestión de tiempo alcanzar un acuerdo honorable. Fíjate que, por lo pronto, ya ha levantado el interdicto que prohibía a los florentinos recibir la eucaristía durante la Pascua.
Luca sabía que Pietro tenía razón. Los tiempos habían cambiado y se imponía la prudencia. El mes próximo se casaría con Maria Ginori e iniciaría una nueva vida. También él renunciaría temporalmente a emprender ninguna acción vengativa contra Mauricio. Con el dinero de la dote, sabiamente invertido, se podían obtener muchos beneficios. Tal vez fuera una buena idea asociarse con los Ginori en su negocio de telas. Sus buenas relaciones con los Medici garantizaban a los Ginori que, tras casi dos años de guerra, las cosas volverían a irles muy bien. De momento era aconsejable poner buena cara al mal tiempo y dedicarse a cultivar todas aquellas relaciones que pudieran serle de ayuda en el futuro.