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—Brindemos por el regreso de Lorenzo —propuso Bruno.

Mauricio chocó su vaso contra el de Bruno y bebió. Giovanni, el dueño de la taberna, les había procurado una mesita apartada desde la que podían hablar tranquilamente sin que el bullicio les molestara demasiado.

—Poco a poco ya vamos conociendo más detalles de lo ocurrido —dijo Mauricio.

—Desde luego —concedió Bruno—, aunque no todos. Nadie se atreve a calcular el dinero que se ha gastado Lorenzo. Lo primero que hizo al desembarcar en Nápoles fue comprar la libertad de los esclavos remeros de la galera en que había viajado y se asegura que la cola de sirvientes con regalos para el rey Ferrante era más larga que una milla de mil pasos. La antigua sede de la banca Medici en Nápoles, un magnífico palacio, fue redecorado con esmero para convertirlo en una embajada de lujo: banquetes, ágapes, recepciones… Cada día era una fiesta. Y Lorenzo todavía sacaba tiempo para repartir generosamente los florines en todo tipo de obras de caridad. ¡Si hasta pagaba las dotes de las chicas pobres para que pudieran casarse!

—Bueno, la fortuna de Lorenzo es prácticamente ilimitada.

—Eso es lo que Lorenzo pretendía que el rey Ferrante creyera. Y al derrochar el dinero a espuertas posiblemente consiguiera su propósito. Sin embargo, apreciado Mauricio, la realidad es muy distinta. Para poder gastar así, Lorenzo ha utilizado parte de la fortuna de sus primos menores y ha tenido que hipotecar su villa en Cafaggiolo y sus tierras en Mugello.

—¡No me querrás convencer de que Lorenzo está en peligro de bancarrota!

—Lo estaría si no fuera el dueño de Florencia —advirtió Bruno—. Sólo por ese motivo no me preocupan demasiado las finanzas personales del Magnífico. No obstante, sí me producen gran inquietud las cuentas de la banca Medici. A no ser que se produzca un cambio de gestión, creo que es una mera cuestión de tiempo que el banco de Florencia quiebre junto con todas sus sucursales.

—¿Estás seguro de lo que dices? —preguntó Mauricio alarmado.

—Completamente. Francesco Sassetti, el director general, es incapaz de poner orden en las filiales de la banca Medici. Según he podido enterarme, los directores de las sucursales en el extranjero se dedican a entregar generosos préstamos sin garantías a reyes y nobles con el único propósito de que éstos los promocionen a ellos regalándoles tierras y títulos. Si el dinero tan alegremente prestado no se devuelve, la supervivencia de la banca Medici será una quimera. Ya han desaparecido muchos bancos quebrados por motivos muy parecidos.

—Pues Lorenzo confía ciegamente en Francesco, y no tiene interés en controlar su gestión, pues está seguro de no tener problemas financieros mientras gobierne Florencia. Probablemente, esté en lo cierto. No obstante, ahora que la guerra ha finalizado, quizá sea el momento idóneo de iniciar negocios por nuestra cuenta.

—Precisamente, me acabo de enterar de que podríamos adquirir en Valencia quinientos sacos de almendras a un precio excelente. Francesco, cegado por su miopía habitual, no ha autorizado la operación. ¡Compremos nosotros las almendras!

—¿Sin verlas? —preguntó Mauricio, preocupado.

—El agente en Valencia que ha enviado el informe es de la máxima confianza. Asegura que son de gran calidad y que el único motivo de que se vendan tan baratas es que la recolección en tierras levantinas ha sido excepcional esta temporada. Aquí la guerra ha arruinado la campiña, por lo que se podrán revender con un buen margen de beneficio, ya que hasta julio no volverán a florecer los almendros.

—¿Y si hay más gente que tiene la misma idea y Florencia se ve inundada de almendras? Entonces el precio bajaría en picado y nosotros perderíamos el dinero.

—Por eso creo que debemos comprar todos los sacos, y así ser nosotros los que decidamos la cantidad que ponemos en circulación. Mi idea consiste en enviar la mitad a Brujas, donde tengo un buen contacto, y almacenar aquí la otra mitad. El envío a Brujas nos bastará para recuperar lo invertido, y con el resto doblaremos el capital inicial. Por supuesto, deberemos pedir un préstamo para asumir la inversión, y en esta vida no hay nada carente de riesgo, pero mi olfato me dice que es una gran oportunidad.

—Aprovechemos, pues, la oportunidad —resolvió Mauricio—. Como diría Leonardo: cuando aparezca la fortuna, agárrala con fuerza por delante, que por detrás es calva.

Bruno se rio de la ocurrencia mientras escanciaba otra copa de la jarra. Mauricio se abstuvo de beber más. Había brindado con Bruno por cortesía, pero apenas había mojado sus labios con el vino. Tras haber sanado de la peste, se había restablecido sin ninguna secuela, pero ya no le apetecía consumir ningún tipo de alcohol, y, a decir verdad, se alegraba de ello.