Luca salió muy sorprendido por cuanto había visto y oído en el palacio Medici. ¡Lorenzo se atrevía a ir Nápoles, donde quedaría a merced de los caprichos del rey Ferrante! Era un movimiento espectacular pero muy arriesgado, comprensible tan sólo por lo desesperada que se había vuelto su posición en Florencia.
Con toda seguridad, el rey Ferrante le habría prometido salvaguardar su vida mientras permaneciera en Nápoles. Mas ¿qué valor tenía su palabra? Todos temían el carácter voluble del rey Ferrante, de quien nadie era capaz de adivinar si realmente se hallaba satisfecho o enojado. ¡Incluso se aseguraba que guardaba los cadáveres embalsamados de sus peores enemigos en una habitación que hacía las veces de museo de los horrores! Luca no estaba seguro de que esto fuera cierto o un mero rumor, si bien era sobradamente conocido que no mucho tiempo atrás el rey Ferrante había prometido un salvoconducto al condotiero Jacopo Piccinio: nada más llegar a Nápoles, el confiado condotiero había sido apresado y ejecutado. Si Lorenzo regresaba algún día a Florencia, aventuró Luca, sería en un ataúd.
A Luca le pareció gracioso haber contribuido a que se produjera ese viaje suicida. En efecto, meses atrás, Lorenzo le había utilizado como intermediario para concertar una cita con Filippo Strozzi. El propósito de ese encuentro no había sido otro que encomendar a Filippo el inicio de conversaciones secretas con el rey de Nápoles para hallar el modo de poner fin a la guerra.
Luca y Filippo tenían una excelente sintonía, puesto que los dos habían sufrido la desgracia de que sus padres fueran expulsados de Florencia tras el triunfal regreso de Cosimo del destierro instigado por Rinaldo Albizzi. Tanto Luca como Filippo encarnaban casos excepcionales, ya que, aunque eran descendientes de los exiliados por Cosimo de Medici en 1434, los habían autorizado para establecerse en Florencia. Desgraciadamente, la mayoría de sus familiares todavía estaban obligados a residir en otras ciudades.
La historia de Filippo Strozzi era ejemplar, pues pese a verse forzado a iniciar una nueva vida en Nápoles, había sabido ascender hasta convertirse en banquero del rey Ferrante y en un prestigioso hombre de negocios. Finalmente, tras años de infructuosas gestiones, Lorenzo había permitido que volviera a Florencia. Y ahora lo había utilizado para tender puentes con el rey Ferrante, que tenía en gran aprecio a Filippo.
Jamás hubiera imaginado que las gestiones de Filippo acabaran desembocando en un viaje de Lorenzo a Nápoles. Sin embargo, así había sucedido. Luca no conocía suficientemente bien a Filippo: existía una buena conexión entre ellos, pero nunca habían fomentado una amistad tan íntima que pudiera resultar sospechosa a los ojos de Lorenzo. No obstante, creía adivinar un doble juego en el mayor de los Strozzi. Si asesinaban a Lorenzo en Nápoles, los Medici caerían y el nuevo régimen acogería con los brazos abiertos a los Strozzi desterrados. Si por el contrario, contra toda lógica, regresaba triunfante de su viaje, Filippo sería recompensado y, probablemente, Lorenzo aceptaría que algunos de sus familiares retornaran a Florencia, como muestra de gratitud. Pues bien, él —Luca Albizzi— estaba apuntado al mismo juego, ya que si Lorenzo era capaz de escapar victorioso de las garras del diablo en el mismísimo infierno napolitano, al menos podría alardear de haber propiciado una reunión clave en tan inesperado éxito.
La tarde había resultado pródiga en sorpresas, pues Mauricio también se hallaba presente en el palacio Medici, escuchando el anuncio de Lorenzo, cuando, según sus cálculos, a esa hora debía estar atareado dándole trabajo a la viuda negra. Se preguntó qué demonios había podido ocurrir para que la bella asesina no lo hubiera atrapado en su tela de araña. ¡Sólo faltaría que tuviera que soportar en su boda a Lorena sentada en la mesa nupcial junto a Mauricio! Porque el compromiso matrimonial con Maria Ginori ya se había cerrado. La boda sería el 25 de abril del año próximo. Luca esperaba que, para entonces, Lorenzo y Mauricio estuvieran muertos.