Lorena había dejado atrás la lujosa zona residencial donde vivía, y se había sumergido en el barrio populoso y artesano de Sant’Ambrosio. Mientras andaba por la Via dei Pentolini, repleta de alfareros que vendían las ollas provistas de dos asas que daban nombre a la calle, repasó mentalmente los acontecimientos que la habían llevado allí.
Se sentía avergonzada de lo que le había dicho a su marido en un ataque de rabia, pero tampoco sabía qué hacer para arreglarlo. Desesperada, había resuelto seguir el consejo que días atrás le había dado Cateruccia: ir a ver a Sofia Plethon, pues no perdía nada probando algo nuevo. Por lo que había inferido de su conversación con Cateruccia, aquella mujer era una especie de brujita tan inteligente como culta. Desde luego, la historia de cómo había ido a parar a Florencia era interesante.
En 1439, Constantinopla, seriamente amenazada por los turcos, solicitó el auxilio de los cruzados. El papa Eugenio IV estaba dispuesto a conceder esa ayuda siempre que con carácter previo se solucionaran las diferencias doctrinales que habían separado durante los últimos siglos a la Iglesia griega ortodoxa de la Iglesia romana. A tal efecto se inició un concilio entre las dos iglesias en Ferrara. Sin embargo, nada más empezar, surgió un brote de peste en esa ciudad. Cosimo de Medici, con gran habilidad, propuso que Florencia fuese la nueva sede.
Y así fue como la ciudad floreciente acogió a los distinguidos pensadores escogidos para solventar las diferencias irreconciliables entre las dos Iglesias: ¿debía llevar o no levadura el pan utilizado en la comunión? ¿Existía o no el Purgatorio? Y sobre todo, la cuestión más trascendente: ¿el Espíritu Santo había nacido del Padre y del Hijo o sólo del Padre? Finalmente, tras arduas discusiones, los representantes de la Iglesia ortodoxa aceptaron los puntos de vista de Roma y el Papa se comprometió a enviar ayuda militar.
Pese a ello, la historia no tuvo final feliz para los cristianos. Cuando la delegación de la Iglesia ortodoxa volvió a Constantinopla, el pueblo, indignado por lo que consideraba concesiones intolerables, se rebeló. El acuerdo no fue ratificado y la ayuda militar nunca llegó. Los turcos, a sangre y fuego, conquistaron Constantinopla en 1453.
Gemisthos Plethon, el padre de Sofia, fue uno de los eruditos que se salvó huyendo a Florencia antes de que los turcos entraran en Constantinopla. En su nueva ciudad de acogida había podido ganarse la vida como respetado profesor de griego. Su hija se había casado con un especiero que residía en la Via della Salvia, donde se vendían esa y otras hierbas. El característico olor que percibió Lorena le indicó que ya había encontrado la calle. Ahora sólo le restaba dar con Sofia.