Lorena abrió el arcón donde guardaba sus objetos más preciados, cogió una muñeca de porcelana con la que solía jugar cuando era niña y rompió a llorar.
Nada estaba saliendo como ella había soñado. Mauricio bebía demasiado y su comportamiento era errático. Tan pronto podía estar hablando durante largos ratos como hundirse en prolongados silencios. Pasaba de una euforia artificial a una actitud huraña y deprimida con la misma rapidez que vaciaba las copas. Lorena tenía la certeza de que cuando ella hablaba su marido no la escuchaba. ¡Ojalá pudiera abrir el corazón de Mauricio con la misma llave que había introducido en la cerradura del arcón! A Lorena se le antojaba imposible acceder a los pensamientos de Mauricio, ya que, tanto si hablaba como si callaba, su cabeza era un cofre cerrado con siete candados.
¡Qué ironía que uno de los motivos para no querer casarse con Galeotto Pazzi fuera el considerarle un borrachín gordinflón! Ahora Mauricio bebía como cuatro Galeottos. La vergüenza que sentía en su interior era enorme. Aunque Mauricio toleraba muy bien el alcohol, cada día era peor que el anterior. Su peor temor consistía en que se embriagara en exceso delante de su familia. Ya había soñado con ello en más de una ocasión, si bien confiaba en que nunca llegara a hacerse realidad una pesadilla tan humillante, pues, de momento, lograba mantener la compostura en las reuniones sociales. Lorena sabía que tanto su padre como su hermano sentirían una íntima satisfacción en caso de que Mauricio resultara un fiasco. Al fin y al cabo, ella había osado quebrantar tradiciones y reglas siguiendo la voz de sus egoístas deseos.
Todo había sido culpa suya: desde desafiar a su familia perdiendo la virginidad con Mauricio hasta haber concebido un hijo muerto como castigo por su pecado. Por el momento ocultaba su infelicidad bajo la máscara de una falsa sonrisa. ¿Cuánto tiempo podría seguir aguantando?
Lorena acarició el pelo raído de la muñeca y rezó a la Virgen María como cuando era una niña. Todo mejoraría. El pobre Mauricio estaba soportando una presión excesiva ante el incierto futuro de Lorenzo. Si derrotaban a los ejércitos papales y napolitanos las aguas volverían a su cauce. Su marido se tranquilizaría y volverían a ser felices. De momento tenía que ser dulce, cariñosa y paciente con su esposo. Brindarle un apoyo constante se le antojaba imprescindible, ya que lo último que deseaba era que Mauricio se hundiera. Lorena rogó a la Virgen que le concediera fuerzas para sobrellevar el peso de sus culpas.