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Lorena se encontraba muy débil y abatida. Habían transcurrido ya más de dos semanas desde el parto, pero todavía se sentía tan decepcionada como el primer día. Los dolores de su cuerpo maltrecho tampoco habían desaparecido totalmente, y sin motivo aparente el llanto cubría su rostro de lágrimas en momentos insospechados. Afortunadamente, desde hacía un par de días se había trasladado a vivir a Florencia con su marido. Después del dramático alumbramiento del bebé muerto, los recuerdos no le permitían seguir viviendo en la villa Ginori. Además, la peste se había propagado también por el campo, de tal suerte que ya no quedaban salvoconductos con los que burlar a la guadaña exterminadora. Si alguien más debía morir por sus pecados, debía asumirlo; Lorena únicamente rogaba a Dios ser ella la víctima propiciatoria y no un inocente recién nacido.

—Lorenzo de Medici se ha portado muy bien al alquilarnos este palazzo por una renta tan baja —dijo Lorena, buscando en la conversación alivio para su dolor.

—Desde luego —asintió Mauricio, mientras se llevaba a la boca un buen bocado de codorniz a la trufa—. Nada menos que la antigua mansión de Tommaso Pazzi. Para nosotros ha sido una suerte que el tribunal saldara la deuda reclamada a Tommaso por una de las sociedades del Magnífico y le entregara este magnífico palazzo. Gracias a eso podemos disfrutar del privilegio de vivir aquí y, si le place a Dios, quizás en el futuro tengamos el suficiente dinero como para comprarlo.

Lorena pensó que no dejaba de ser paradójico que estuvieran viviendo bajo el techo de uno de los familiares de Galeotto Pazzi, del que hubiera sido esposa de no ser por la conjura fallida. Al no ser miembros principales de la familia Pazzi, tanto Galeotto como Tommaso habían sido condenados a la menos cruel de las penas: el exilio. Tanto mejor. Ya había corrido demasiada sangre.

—Lástima que tras la conspiración Pazzi, la multitud, enfurecida, saqueara esta mansión —se lamentó Lorena.

—No fue la única —intervino Mauricio sirviéndose una copa de vino chianti—. Todas las mansiones familiares del enclave Pazzi, entre Borgo di San Pier Maggiore y Via dei Balestri, fueron asaltadas, hasta que las fuerzas del orden lograron aplacar la ira del pueblo. Pese a ello, gracias a la generosidad de tu familia, no echaremos en falta los objetos robados. En tu ajuar han incluido todos los que necesitamos.

Lorena dudó de si Mauricio estaba utilizando o no la ironía. Como dote matrimonial su padre únicamente había aportado los muebles y útiles imprescindibles de la casa. Cualquier familia de prestigio hubiera considerado una propuesta tan pobre como un insulto premeditado al honor del pretendiente. Sin embargo, él se había mostrado tan entusiasmado con el consentimiento matrimonial que todo lo que viniera por añadidura le había parecido un inesperado regalo dispensado desde el Cielo. Así que probablemente Mauricio estuviera contento con los muebles recibidos, aunque la dote ni siquiera incluyera la restauración de los frescos pintados en las paredes, sumamente dañados durante el saqueo. Tiempo habría de rehabilitar el palazzo cuando los ejércitos del Papa y del rey de Nápoles fueran derrotados.

—¿Cuáles son las últimas noticias del campo de batalla? —preguntó, esperanzada, Lorena.

—Malas —respondió Mauricio—. El duque de Ferrara se ha enemistado de tal manera con el marqués de Mantua que ha sido necesario dividir las tropas florentinas en dos partes casi iguales. Y como los ejércitos papales y napolitanos se han reunificado en uno, resulta que, siendo nuestras fuerzas muy superiores en número, divididas por la mitad son inferiores al enemigo.

—¿Y es tan grave esa absurda fragmentación del ejército como para poner en riesgo nuestra victoria?

Mauricio calló mientras una criada retiraba los platos y otra servía los postres acompañados de una nueva jarra de vino. A Lorena le hubiera gustado que la fiel Cateruccia hubiera vivido con ellos, pero sus padres preferían que se quedara cuidando de su hermana pequeña.

—Divide y vencerás —dijo Mauricio, parafraseando a Julio César—. Las tropas enemigas se han situado entre el territorio de Siena y el de Valdichiana, justo a mitad de camino de donde están emplazados los dos ejércitos florentinos. Así, con esta táctica tan simple, nuestras fuerzas permanecen inmovilizadas, porque si salieran de sus plazas fuertes las tropas papales y napolitanas combinadas les podrían sorprender en campo abierto. Y siendo cada uno de los ejércitos florentinos inferiores por separado, podrían resultar masacrados si abandonaran sus posiciones defensivas.

Por pésimas que fueran las noticias, Lorena prefería hablar de la guerra o de la peste que de la terrible pérdida de su pequeño. De alguna manera era un recordatorio para ambos de que su matrimonio, fraguado en el pecado, después de todo, no había sido bendecido por Dios. Tal vez por eso ninguno de los dos había hablado del parto desde su llegada a Florencia. Tampoco habían vuelto a hacer el amor.

—Parece mentira que nuestro propio ejército se mantenga dividido en lugar de unirse para vencer al enemigo —observó Lorena.

Lamentablemente ahora les resultaba más fácil hablar de temas políticos que de aquellas pequeñas cosas con las que tanto reían antaño. Mauricio ya no cantaba, ni relataba historias, ni bromeaba animadamente, y todos aquellos gestos cómplices con que se deleitaban en el pasado resultaban recordatorios de un gran dolor. Probablemente por ello, su marido no hubiera vuelto a componer poesía ni a tañer el laúd, recluido en un armario junto a su sonrisa.

—Es una verdadera infamia —se quejó Mauricio mientras bebía otra copa de vino, ignorando el arroz con leche que los criados habían traído de postre—. Sobre todo teniendo en cuenta que la situación de tablas nos garantiza la derrota. Las cosechas se echan a perder por culpa de los continuos pillajes; el comercio se resquebraja debido a lo aventurado que resulta transportar mercancías con destino o llegada a Florencia; los impuestos no hacen más que aumentar para poder pagar a los soldados… Son muchos ya los ciudadanos humildes que no saben si podrán comer la semana que viene. Y lo peor es que el Papa y el rey de Nápoles aseguran no tener nada contra Florencia, sino contra Lorenzo, de tal suerte que si fuera depuesto firmarían la paz inmediatamente.

Lorena sabía perfectamente lo que eso significaría en sus vidas.

—¿No es posible que el duque de Ferrara y el marqués de Mantua olviden sus rencillas por el bien de Florencia?

—No. Tras la derrota del ejército papal a manos de Carlo de Montone, enviado por los venecianos, nuestra superioridad era manifiesta. Sin embargo, tras tomar Peruggia y ocupar Cásoli sobrevino el desastre. Durante el saqueo, las discusiones por el botín entre los ejércitos liderados por el duque de Ferrara y el marqués de Mantua fueron tan violentas que poco faltó para que se aniquilaran entre sí. Por tanto, es menester que mantengan las distancias, para evitar un disparate mayor.

—¿Y qué piensa hacer Lorenzo?

—Está tratando desesperadamente de incrementar la dotación de nuestros dos ejércitos para que, incluso por separado, sean superiores al adversario. Dudo que lo consiga. No queda dinero suplementario con el que contratar más mercenarios, y los aliados milaneses y venecianos se resisten a enviarnos refuerzos adicionales.

Lorena se quedó meditabunda mirando a Mauricio, mientras éste saboreaba un nuevo vaso de vino. Las noticias no invitaban a la esperanza, aunque al menos hoy sentiría el calor de su marido confortándola mientras dormía.

—¿Por qué no vamos a descansar, amor mío?

—Déjame acabar la última copa.

Lorena había terminado ya su delicioso arroz con leche y no le apetecía beber. Él, en cambio, ni siquiera había probado el postre, aunque ya había dado buena cuenta del vino recién servido. No recordaba haber visto beber tanto a Mauricio jamás, pero desde que vivían juntos en Florencia las jarras de chianti se acababan más rápidamente que las de agua. Lorena no le dio más importancia. Por culpa suya había nacido un niño muerto. Mauricio cargaba demasiada tensión sobre sus espaldas. Tal vez el vino le hiciera bien. Lorena se reconfortó recordando que hoy dormiría abrazada a su amor.