Florencia, 18 de abril de 1479
Luca no pudo evitar dar un respingo al pasar frente al palacio de la Signoria. Sobre la pared donde habían sido ajusticiados los partícipes de la conspiración Pazzi se podían contemplar los cuerpos pintados de sus principales cabecillas. Sandro Botticelli los había retratado a tamaño natural en su agonía final, con un realismo estremecedor. Los testículos encogidos del cuerpo desnudo de Francesco Pazzi contrastaban con las fastuosas dignidades que revestían al arzobispo Salviati como un indeleble recordatorio público sobre los riesgos de rebelarse contra los Medici.
Una vez superado el miedo que le embargaba cada vez que veía aquellas pinturas, Luca recobró nuevamente la calma. Si le descubría la Policía secreta de los Ocho o los espías de Lorenzo, sufriría una muerte atroz. Por suerte era poco probable que sucediera tal cosa. De momento su única misión era mantener bien abiertos los ojos y oídos para informar sobre cuanto se fraguaba en Florencia.
Y tal como se estaban desarrollando los acontecimientos, ni siquiera sería necesario ningún nuevo complot para asesinar a Lorenzo. La soga que ahogaría al Magnífico se estaba tejiendo con el mismo material que día tras día configuraba un sombrío cuadro para los Medici.
Bernardo Rucellai le había confesado que Lorenzo recibía diariamente mensajes anónimos que le recriminaban la situación de Florencia. El precio del pan estaba por las nubes y había escasez de todo tipo de productos. Se mascaba en el ambiente una revuelta del popolo minutto. Muchos ciudadanos se habían quedado sin trabajo por culpa de la crisis económica y estaban pasando graves penurias. Pese a ello el Gobierno exigía impuestos cada vez más elevados para poder pagar a los soldados.
Si la guerra continuaba alargándose, los días de Lorenzo de Medici estaban contados. Y por lo que Luca sabía, mientras continuaran confiando en el duque de Ferrara como capitán general del Ejército florentino, la guerra podía prolongarse por tiempo indefinido. El conde Carlo de Montone, enviado por los venecianos en ayuda de Florencia, había derrotado a las tropas papales pocos días atrás. De habérsele unido el duque de Ferrara y cargar rápidamente contra las fuerzas napolitanas, el ejército enemigo hubiera quedado diezmado por completo. Lejos de ello, el duque de Ferrara se había enzarzado en una agria discusión con el conde Carlo y había perdido un tiempo tan precioso como necesario. Ahora los ejércitos enemigos se habían reagrupado en Colle y la oportunidad había pasado. De continuar todo así, pronto borrarían los dibujos de Botticelli de las paredes del palacio.