Luca sintió frío cuando se quitó la túnica forrada de piel de conejo, pese a los gruesos maderos que ardían en la chimenea del salón de Pietro Manfredi. Tanto la camisa como las calzas, tejidas en el convento de San Martino, eran de la mejor lana inglesa. Y el estrecho jubón de terciopelo que se ajustaba a su pecho sobre la camisa estaba reforzado con piel de ardilla. Así que tal vez el frío que notaba en su cuerpo tuviera sus raíces en el miedo. Al fin y al cabo no sería la primera vez que un heraldo portara el mensaje que ordenaba su propia muerte.
Pietro Manfredi se había mostrado circunspecto al recibirle. Acababa de llegar de Inglaterra y era posible que continuara malhumorado por haber tenido que ordenar el cierre de una sucursal en Londres, por lo que había asumido cuantiosas pérdidas. Notoriamente ansioso por examinar la carta que Leoni le había entregado en Urbino, no había tardado en retirarse del salón musitando unas palabras de cortesía. Luca dudaba de que pudiera leer nada, ya que el interior del sobre únicamente contenía un papel en blanco. No obstante, una carta en blanco podía ser una señal previamente convenida entre Leoni y Piero que indicara algo acerca del mensajero.
Cuando un solícito sirviente entró y le ofreció unos dulces de miel, Luca consideró más prudente esperar a que Pietro comiera alguno antes de probarlos él mismo. La espera fue breve, pues el anfitrión tardó poco en volver.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Piero—. Parece que debo encargarme de instruirte en ciertas cosas. ¿Has oído hablar del código de Simonetta?
—No.
—Mejor —afirmó Pietro mientras cogía un dulce de miel—. Se trata de un pequeño manual donde Cecco Simonetta, canciller de la poderosa familia Sforza de Milán, enseña cómo descifrar las claves utilizadas en las cartas y mensajes escritas por diplomáticos. Te dejaré una copia para que la estudies en casa. Cuando lo hayas aprendido, te enseñaré otros códigos de mayor complejidad. Si tienes que escribir cartas en las que informar sobre la situación en Florencia, debes conocer los métodos de cifrado más avanzados, incluido el uso de la tinta invisible que se revela ante el resplandor de la lumbre. Nuestra mutua seguridad así lo exige.
—¿De qué tendré que informar exactamente? —preguntó Luca, aliviado al constatar que no se había urdido ninguna trampa contra él y que, después de todo, la carta en blanco contenía un mensaje escrito.
—Tu trabajo consistirá en informar acerca de la situación general en Florencia y sobre ciertas personas en particular. En algunos casos será conveniente que utilices el correo. Debido a los muchos contactos que tienes en otras ciudades no resultará sospechoso que envíes determinadas cartas, las cuales irán convenientemente cifradas por si cayeran en manos no deseadas. Por el contrario, habrá otra información de la que únicamente me darás cuenta a mí personalmente, sin que ningún rastro quede escrito. Tu amistad con Bernardo Rucellai, casado con una hermana de Lorenzo de Medici, puede ser especialmente útil.
—¿En qué sentido? —se interesó Luca, que alargó su mano hacia la bandeja de dulces.
—Digamos que nos interesan todos los aspectos que rodean a Lorenzo. A veces detalles tan nimios, como si le gustan los faisanes a la crema de alcachofas o la pannaccota con salsa di fragole, pueden ser vitales. ¿Sabías que el eléboro blanco, una liliácea, es una planta inofensiva que sabiamente destilada en un alambique produce un poderoso veneno que provoca en la víctima vómitos, diarreas, espasmos musculares, delirios, asfixia y, finalmente, una parada cardiaca? Si se mezcla en la medida adecuada con crema de alcachofas o salsa di fragole, su sabor es indetectable.
Al oír estas palabras, Luca retiró instintivamente la mano de la tentadora bandeja.
—¿Estás hablando de matar a Lorenzo de Medici? Nada me complacería más que su muerte, pero debemos tener en cuenta el enorme precio que se cobraría el fracaso.
—Sí, por supuesto. No emprenderemos ninguna acción demasiado arriesgada, por la cuenta que me trae. Si tú o cualquier persona implicada en una conspiración de ese tipo fuera descubierta, no me cabe duda de que bajo los métodos de tortura de Xenofon Kalamatiano revelaríais cualquier cosa, incluido mi nombre. Del mismo modo, debes tener muy presente que traicionar a nuestro bando se paga siempre con una muerte lenta. Leoni tiene un sexto sentido infalible para elegir a los nuestros, pero yo prefiero advertir igualmente por anticipado sobre las consecuencias de tan vil felonía para evitar tentaciones.
—En mi caso sobran las advertencias —afirmó con rotundidad Luca—. Si no confías en mí, es preferible que no me expliques nada.
—No te lo tomes personalmente. Es sólo un aviso para navegantes, algo que siempre menciono. Como te decía, matar a Lorenzo en Florencia es una tarea demasiado peligrosa. Tras el atentado fallido es el único ciudadano que tiene derecho a llevar guardaespaldas armados dentro de la ciudad. Y si las medidas de seguridad entre su servidumbre ya eran excepcionales antes de la conjura Pazzi, intentar burlarlas ahora es correr un riesgo insensato. El propio Kalamatiano se encarga desde hace años de infiltrar entre los sirvientes a espías muy capacitados. Intentar sobornar a cualquiera de ellos es una invitación a caer en una trampa. También habíamos pensado en la picadura de la viuda negra, pero de momento es una idea que hemos descartado.
—¿Qué es la picadura de la viuda negra? —preguntó Luca.
—¡Ah! Una muerte deliciosa… ¡Lástima que sólo dispongamos de dos especialistas, y ninguna de ellas en Florencia! Se trata de bellas asesinas que camuflan, en anillos o broches, puntas untadas de venenos mortales. Tras seducir a la víctima y mientras están entregados a excitantes juegos sexuales, la viuda negra le pincha accidentalmente. El hombre, embriagado por el placer, apenas lo nota. Sin embargo, al cabo de unas horas, muere sin remedio. Por desgracia, se podría establecer fácilmente la conexión entre la extranjera, que sería detenida, y la súbita enfermedad de Lorenzo. Ninguna de nuestras asesinas aceptaría venir a Florencia en una misión suicida.
—Por no hablar de que no es tan fácil seducir a Lorenzo —añadió Luca—. Pese a las grandes pasiones que levanta entre las mujeres, a las que su fealdad animal les parece una suerte de afrodisiaco, es hombre de una sola amante.
—Sí —gruño Pietro—, el Magnífico tiene demasiados libros y ocupaciones en la cabeza para entretenerse con frivolidades. Es preferible esperar a que la fruta esté madura antes de comerla.
—¿A qué te refieres?
—Ya has visto las calles estas Navidades. La mayoría de las tiendas estaban cerradas y hay carestía de casi todos los productos. Los impuestos, la guerra, la peste y una crisis económica como no había conocido nuestra generación están desmoralizando a la población. Es sólo cuestión de tiempo que se produzca una rebelión contra la tiranía de Lorenzo. Así que nos resultará muy sencillo captar las opiniones de la gente con la que tratemos sin levantar sospecha alguna. Cuando exista una masa crítica de familias importantes que opinen que sacrificar a un hombre es preferible a perder una ciudad, será el momento de pasar a la acción. Mientras tanto, debemos continuar apoyando públicamente a Lorenzo, al tiempo que procedemos con el máximo sigilo. Lo último que necesitamos es que los espías de Lorenzo nos apunten en su lista de hombres sospechosos contrarios al régimen.