—Aquí se vive maravillosamente bien —dijo Bernardo Rucellai mientras degustaba unas suculentas lenguas de pavo asadas.
Luca asintió con satisfacción. Estaba muy orgulloso de su villa y había preparado la visita del acaudalado Rucellai con especial esmero. Capones asados, faisanes con champiñones, codornices a la pimienta y el mejor vino de la bodega conferían a aquella comida la categoría de auténtico festín.
—Desde luego. ¿Por qué no compras terrenos por aquí? Estas tierras son fértiles como ninguna, el río nos bendice con su presencia y sólo seis millas separan Pian de Mugnone de Florencia. Es un lugar ideal para construirte otra villa.
—No te lo niego, pero creo que me voy a decantar por comprar terrenos en Poggio a Caiano aunque estén más alejados de Florencia.
—¿Por qué? —se interesó Luca.
—Lorenzo de Medici está erigiendo allí una villa tan espectacular y novedosa en su estructura que hará palidecer al resto de las construidas hasta ahora. Además, y he aquí lo más interesante, está dedicando recursos ingentes para estabilizar la ribera del río y dotar a la zona de canales que controlarán el flujo de las aguas. ¡Un pueblo entero ha nacido de la nada para cobijar a los que están trabajando en ese proyecto! En cuanto tengan éxito en su empresa, las tierras multiplicarán por tres su valor, porque aquello será un paraíso terrenal. Hay que saber rentabilizar las inversiones, amigo.
Luca contuvo una mueca de disgusto. Lorenzo era un recordatorio permanente de cuán por encima estaban los Medici. Paciencia. Las cosas podían variar con el girar de la rueda de la fortuna.
—Consideraré invertir en Poggio a Caiano —mintió Luca—. Por cierto, ¿cómo evoluciona la plaga en Florencia? No he vuelto a pisar la ciudad desde que se detectaron los primeros casos de apestados.
—Hay casi un centenar de enfermos en el hospital de La Scala y cada día mueren no menos de diez personas. Aunque estamos habituados a que la peste haga su aparición periódicamente, en esta ocasión su incidencia es mayor de la acostumbrada. Parece que todos los males han concentrado su mirada en Florencia al mismo tiempo.
—He oído comentarios malintencionados de que la plaga es un castigo divino al pueblo florentino por oponerse al Papa y defender a Lorenzo. E incluso hay quien se atreve a expresar en privado que el bienestar de un solo ciudadano está causando demasiados sufrimientos a toda una ciudad. Quienes así murmuran no tienen en cuenta lo que ha hecho el Magnífico por Florencia, ni que si hincáramos la rodilla en un asunto tan crucial, nuestra República perdería su independencia. En fin, ya sabes cómo son algunas personas. Cuando la cosa va bien, todo son adulaciones, y en cuanto vienen mal dadas…
Luca había utilizado su técnica favorita de poner en boca de otros las opiniones propias y disentir al mismo tiempo de las críticas que aquellas supuestas voces anónimas expresaban. De esta manera conseguía introducir en la conversación las ideas que le interesaban sin poder ser acusado de estar de acuerdo con ellas.
—No te inquietes —comentó Bernardo con suficiencia—. La gente se desahoga en privado, pero sabe de qué lado hay que estar a la hora de la verdad.
Luca observó con suma atención a su interlocutor. De hecho, el principal motivo de invitar a comer a Bernardo era extraerle la máxima cantidad de información, ya fuera a través de sus palabras o de sus expresiones. No en vano, Bernardo Rucellai estaba casado con Lucrecia Medici, hermana de Lorenzo. Por tanto, debía conocer a la perfección los entresijos de lo que estaba ocurriendo en el corazón del poder. La faz de Bernardo únicamente reflejaba disgusto, mas no preocupación. Ni siquiera le había preguntado el nombre de los críticos para incluirlos en su lista negra. Probablemente los hombres del temible Xenofon Kalamatiano ya se estarían encargando de elaborar esas listas. En cualquier caso, parecía más prudente cambiar de conversación. Luca escanció vino en las dos grandes copas de cristal de Venecia y adoptó una pose cómplice, sonriendo irónicamente.
—¿Te has enterado de la fulgurante boda entre Lorena Ginori y ese extranjero llamado Mauricio Coloma? Dicen que la ceremonia ha sido tan reducida que ni siquiera estuvieron presentes todos los familiares de Lorena. De la familia de ese español no acudió nadie a la boda. No se sabe si porque no tiene o porque le hubiera resultado vergonzoso presentarla en sociedad. O tal vez porque el enlace ha sido tan precipitado que no les ha dado tiempo a venir. Tú ya me entiendes…
Bernardo rio mientras apuraba su vaso de vino.
—Ya sé por dónde vas, bribón. Tal vez Lorena ya conociera el cuerno con el que embisten los toros hispanos antes de lo que el decoro aconseja —dijo haciendo un gesto obsceno con su dedo índice—. Sin embargo, Lorenzo no me ha comentado nada, y estoy seguro de que le hubiera faltado tiempo para explicarme con pelos y señales un chisme semejante. Y hospedándose Mauricio Coloma en su palacio, nadie estará mejor informado de sus andanzas que él. Pero razón no te falta. El no haber organizado una boda fastuosa se entiende por lo de la peste. No obstante, un enlace así, sin previo aviso… Y desde luego, la familia Ginori podía aspirar a bastante más, por mucho que Mauricio tenga en Lorenzo a un inmejorable valedor. En fin, no me extrañaría que Mauricio le hubiera robado la honra a Lorena, porque su padre ya era un consumado ladrón.
—¿A qué te refieres? —preguntó Luca con sumo interés.
—Verás, hace ya muchos años un experimentado oficial de nuestra casa vendió al mejor postor algunos de los secretos de nuestro próspero negocio del tinte. El comprador fue un catalán: el padre de Mauricio.
—O sea, que de casta le viene al galgo.
—Sí, sí —rio Bernardo—. Mas te ruego que no se lo cuentes a nadie. Al fin y al cabo, si Lorenzo vive, es gracias a Mauricio. Por eso el Magnífico me pidió que mantuviera mi boca sellada. De todas maneras, sé que puedo confiar en ti como si fueras un hermano.
Luca reflexionó. El vino parecía que le había soltado la lengua a Bernardo; su voz sonaba con el timbre de la sinceridad. Al ser de la misma edad y compartir aficiones como la caza y la buena mesa, entre ellos se había ido forjando una amistad espontánea a lo largo de los años. Gracias a las influencias de Bernardo, Luca había sido elegido en varias ocasiones para cargos de cierta relevancia en las instituciones florentinas. Por supuesto, él había correspondido votando siempre incondicionalmente a favor de los intereses de los Medici. Siendo un Albizzi, todo lo que no fuera un apoyo entusiasta a Lorenzo le convertiría en una persona non grata. Así que de momento no comentaría nada sobre los turbios negocios del padre de Mauricio, pero ya encontraría el modo de utilizar esa información del mejor modo posible. Por otra parte, su propio honor estaba a salvo. Nadie se había enterado de que había planeado casarse con Lorena para finalmente quedarse compuesto y sin novia. De hecho, Francesco nunca había mencionado expresamente que Lorena fuera a convertirse en su esposa, aunque más de una vez lo habían sugerido a través de subterfugios inequívocos. Por eso el viejo zorro, al anunciarle el enlace con Mauricio, le había comentado que ojalá pudiera casar a su otra hija, cuando ya fuera mujer, con alguien que le gustara más, alguien por el que sintiera un sincero afecto, alguien, en definitiva, que se llamara Luca Albizzi. Al menos, Francesco había tenido la delicadeza de avisarle personalmente antes de que se enterara por terceras personas. Además, le había asegurado que el matrimonio de Lorena con Mauricio no era la unión que él hubiera preferido. Los motivos por los que se consumaba un enlace así, por supuesto, no se los había revelado. Y tampoco había preguntado. Sin embargo, a Bernardo sí debía formularle ciertas preguntas comprometidas, no de índole personal, sino militar.
—¿Qué ocurre con nuestro capitano, el marqués de Ferrara? Hemos perdido ya Lamole, Castellana, Radda, Meletuzzo y Cachiano sin que nuestras tropas acudieran en su ayuda. Parece que la táctica principal de nuestro capitano es no acercarse al enemigo. Si ellos saquean una ciudad, nuestras tropas se alejan inmediatamente hostigando localidades desguarnecidas que no puedan oponer resistencia. «Yo saqueo aquí y tu allá. No hay necesidad de que nuestros ejércitos se acerquen demasiado». Ésa es la única regla que se respeta en esta guerra.
—Sí —confirmó, cariacontecido, Bernardo—. Esta dinámica es peligrosa. Los continuos pillajes están empezando a provocar desabastecimientos de comida. El pan, por ejemplo, ya vale cuatro veces más de lo que valía en abril. Cuando el popolo minutto comienza a preocuparse de si podrá comer mañana, existe el peligro cierto de una revuelta.
—Y entonces, ¿por qué el marqués de Ferrara no se enfrenta abiertamente a nuestros enemigos? ¿Acaso ha pedido más dinero del que ha recibido? —preguntó Luca, ávido de información relevante.
—Cincuenta mil florines es más que suficiente para mantener a su ejército motivado. Lo cierto es que estamos investigando. Xenofon Kalamatiano sospecha que puede estar siendo sobornado, pero todavía no tiene pruebas. Conociendo sus métodos, no creo que tarde demasiado en obtenerlas.
Luca tragó saliva. Si Leoni le había entregado a él dos mil florines sin pestañear, ¿cuánto podría llegar a pagar al capitán del Ejército florentino? Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando recordó la carta que le habían entregado en Urbino para que se la hiciera llegar a Pietro Manfredi. Luca, prudentemente, había abierto el sobre lacrado sin dejar huellas, valiéndose del vapor. Su sorpresa había sido mayúscula al comprobar que la misiva estaba ¡en blanco! ¿Qué fuerzas eran las que libraban esta guerra?, se había preguntado Luca mientras sellaba nuevamente la carta con ayuda de una esponja y una pasta sabiamente mezclada con cera y resina.