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—Buenos días, Lorena. ¿Cómo te encuentras esta mañana?

Lorena se sobresaltó. Sentada en un banco del jardín de la villa, absorta en la contemplación de una abeja recién posada sobre una bella flor púrpura de malva, no había oído llegar a su madre. Aquella mañana lucía un sol magnífico, apenas había nubes, y en la soledad del jardín había encontrado un lugar en el que refugiarse de su angustia.

—Sigue sin venirme el periodo —contestó Lorena.

El rostro de su madre se relajó ligeramente mostrando satisfacción.

—Ya hace más de un mes desde tu última pérdida, hija.

—Sí, casi cinco semanas, pero ni engordo ni tengo sensación de vómitos. Más bien he adelgazado un poco.

—Cada mujer es diferente. Algunas notan mucho los efectos del cambio corporal al principio, mientras que otras lo acusan más a partir del tercer mes. Con los nervios que estás pasando sería normal que perdieras peso, aunque estuvieras en estado de buena esperanza. Tienes que comer mejor, descansar y cuidarte lo máximo posible. De todos modos, aún es prematuro cualquier diagnóstico. En épocas de mucha tensión, yo he llegado a tener retrasos superiores a las ocho semanas.

Lorena miró a su madre. Llevaba un traje rosa de falda larga, y los hombros recubiertos por un delicado pañuelo de seda. Su cabeza estaba protegida por una fina faja de tela blanca con largas orejeras que ocultaban su pelo. Posiblemente —pensó Lorena—, le había dado pereza peinarse. Era ya una mujer madura a la que le quedaban pocos años para cumplir los cuarenta. Inevitablemente había perdido la lozana hermosura de la juventud, si bien poseía esa serena elegancia que le confería otro tipo de belleza.

—Mamá, ¿qué ocurrirá si finalmente no estoy embarazada?

—Tu padre, una vez que empeña su palabra en algo, siempre la mantiene, incluso si se arrepiente después. Además, en este caso está muy dolido contigo. Para Francesco el enlace con Luca Albizzi era como un seguro en el caso de que el régimen Medici cayera. Ya sabes que muchos ricos comerciantes se han arruinado cuando las familias gobernantes a las que apoyaban han caído en desgracia. Y nosotros somos conocidos pro Medici. Así que, en opinión de Francesco, tu audaz aventura es una traición a la familia. No creo que le pudiera hacer cambiar de idea si no estuvieras embarazada, pero ten por seguro que lo intentaría.

Lágrimas de emoción corrieron por el rostro de Lorena. Su madre la amaba más de lo que ella imaginaba. Se había interpuesto entre ella y su padre cuando éste, fuera de sí, se disponía a pegarle; también se había abstenido de recriminarle su alocada conducta; y finalmente estaba dispuesta a luchar hasta el límite de sus posibilidades en pos de su felicidad. ¿Qué fuerzas ocultaba en secreto el alma de su progenitora? Lorena siempre la había juzgado como madre y señora de su casa; ahora comprendía que estaba también ante una mujer como ella, con sus pasiones, anhelos y desdichas.

Su madre se sentó en el banco, junto a su hija, y la abrazó.

—No llores más, hija mía. Te prometo que te casarás con Mauricio.