Xiuca Albizzi recibió en su villa de Pian di Mugnone, en las afueras de Florencia, a los dos caballeros que habían solicitado verle. Les ofreció un chianti excelente cultivado en sus propios viñedos junto con algunos dulces y les rogó que le explicaran el motivo de su visita.
Mientras los escuchaba notó que el frío recorría su alma. En resumen, le estaban ofreciendo dinero y otros favores a cambio de mantenerlos al corriente de los movimientos de Lorenzo, si bien lo que más les interesaba, según dedujo, era la maravillosa gema engastada en el anillo que Lorenzo lucía en su mano el día que los Pazzi habían intentado asesinarle.
Luca los observó detenidamente. El más alto, por su forma de hablar, era inequívocamente romano. El otro, casi con toda seguridad, de los Países Bajos. A lo largo de su vida, Luca había tratado con infinidad de comerciantes y se preciaba de distinguir sus acentos. Los vestidos de seda y terciopelo, los cinturones con hebillas de bronce remachados con perlas y amatistas, la forma de hablar y la seguridad de sus movimientos corporales indicaban que aquellos hombres eran gente importante. No obstante, también podían ser espías a sueldo, unos embaucadores cuya única intención fuera desenmascarar a enemigos ocultos del Magnífico para entregarlos a la horca.
—Lo siento, no estoy interesado en estos negocios —anunció Luca mientras se levantaba, dando por concluida la reunión.
—Aguardad un momento —insistió Domenico Leoni, el romano—. Los Albizzi fueron grandes en Florencia hasta que Cosimo, el abuelo de Lorenzo, los expulsó. Si los Medici os permiten vivir actualmente en Florencia es sólo como una muestra de su magnanimidad, que recompensa así vuestra pleitesía. En el fondo, sois un recordatorio público de que los sumisos al poder Medici pueden disfrutar de una vida plácida, en tanto quienes se atreven a echarles un pulso son tratados con puño de hierro. Es decir, os utilizan como un simple elemento propagandístico. ¿O no sabe toda la ciudad que los descendientes de Rinaldo Albizzi no pueden poner un pie en Florencia? Vos habéis sido dispensado por no descender en línea directa de ninguno de ellos y por reconocer públicamente la preeminencia de Lorenzo. A cambio, disfrutáis de la belleza de la ciudad y podéis ir tejiendo una red de contactos que esperáis que os sirvan algún día para encumbrar nuevamente el apellido Albizzi hasta lo más alto. Nosotros podríamos ayudaros a lograr tan noble propósito.
Luca reflexionó sobre las palabras de Leoni. En efecto, su padre era el hijo de uno de los primos de Rinaldo Albizzi. Lorenzo había considerado que existía suficiente lejanía para mostrar un gesto de buena voluntad y permitir que se estableciese en Florencia. Sin embargo… ¡Cómo le gustaría ser el estilete que vengara el honor familiar! ¡Cuántas veces había soñado con recuperar la preeminencia que su apellido había tenido en Florencia años atrás!
Acabar con los Medici… no era exclusivamente un asunto personal, sino un deber moral, pues, estaba convencido, habían vendido su alma a Satanás. ¿Cómo, si no a través de un pacto con el diablo, podía explicarse que los Medici hubieran pasado de ser pequeños prestamistas a respetados e influyentes banqueros y dueños virtuales de la ciudad? ¿Por qué, si no, habrían enviado mensajeros alrededor del mundo para hallar los libros perdidos de Hermes Trimegisto, Platón y otros idólatras de la Antigüedad, y los habían traducido del griego, esa antigua lengua sumida en el olvido? Si alentaban y protegían a tantos artistas y hombres de letras era por un ignominioso motivo: promover revolucionarias ideas paganas contrarias a la verdadera fe. ¡También toleraban la homosexualidad e, incluso, a los asesinos de Cristo! El propio Lorenzo había protegido al joven Leonardo da Vinci de una acusación fundada de sodomía y alentaba a que los judíos se instalaran en Florencia brindándoles su protección.
—No hay afecto entre vosotros —continuó Leoni—. Tan sólo buenas maneras que camuflan hipócritamente el interés mutuo que os liga. No nos envía Lorenzo para tender una celada. Si quisiera arrestaros, ya lo habría hecho bajo una falsa acusación. Pese a ello, comprendemos vuestra negativa a colaborar con nosotros. Puede que el tiempo os haga cambiar de opinión. En ese caso, no tenéis más que visitarnos.
Luca examinó el documento que le tendió Domenico Leoni. El vaso de vino tinto que bebió después no calentó el frío que le helaba el alma.