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Lorena tuvo que tomar asiento cuando Bruno, el socio de su marido, le comunicó la decisión del Gran Consejo.

—Mauricio ha sido declarado inocente de todos los cargos. Hoy mismo será puesto en libertad.

Un inmenso suspiro de alivio tan grande como la propia vida la inundó. Las piernas le temblaban y no podía controlar los movimientos de su cuerpo, que por fin se liberaba de la enorme tensión soportada desde la detención de Mauricio.

—Gracias a Dios, gracias a Dios… —repitió como una letanía con lágrimas en los ojos—. La única sensación que empapaba su alma era la gratitud, que como una ola gigantesca había barrido cualquier otra emoción o sentimiento hasta fundirse en un océano de dicha desbordante.

—Ha sido algo grandioso —dijo Bruno, exultante de alegría—. Han utilizado la sala del Gran Consejo por primera vez. El suelo estaba sin pavimentar, la puerta de entrada era un agujero en mitad de la pared y faltaban bancos donde sentarse, pero allí estábamos reunidos centenares de personas para poner en tela de juicio la condena de la Signoria.

Lorena había oído hablar de aquella sala, un proyecto personal de Savonarola. Diseñada por Simon del Pollaiulo, un amigo del fraile, la habían ubicado en el ala norte del palacio de la Signoria restando espacio a los almacenes aduaneros.

—El clamor del gremio del arte de la lana ha sido decisivo para que la nueva Signoria autorizara de forma extraordinaria la reunión del Gran Consejo. Rodolfo Patrignami, en nombre de los anteriores priores, ha leído las actas de la condena de Mauricio esgrimiendo las razones por las que, a su juicio, una condena ejemplar desincentivaría futuras traiciones a la República. Acto seguido, Antonio Rinuccini le ha dejado en ridículo llamando a declarar a los más reputados calígrafos de Florencia, que de forma unánime han testificado sobre la falsedad de la presunta carta escrita por Mauricio a Piero de Medici. Sin documentos, sin testigos de cargo y sin confesión del reo, pese a la tortura, los presentes hemos votado por aclamación a favor de la completa absolución de Mauricio. Tendrías que haber visto la cara de los antiguos priores, humillados y rojos de vergüenza. Y es que al pueblo, habitualmente sumiso, le gusta dar una coz a los poderosos cuando tiene la oportunidad.

—Estoy orgullosa de ti y de toda la buena gente que, liderada por tu entusiasmo, ha seguido las directrices del gremio y ha votado a favor de mi marido. Te estoy tan agradecida…

—No se merecen. En realidad ha quedado muy claro que la acusación era un burdo montaje. Eso es lo que más me desconcierta: ¿quién puede odiar tanto a Mauricio cómo para urdir un plan tan siniestro y persuadir a la Signoria de votar a su favor? Quienquiera que sea es muy peligroso. ¿Has conseguido averiguar algo al respecto?

—Nada —mintió Lorena.

De hecho sabía perfectamente que Luca Albizzi era quien había planeado el asesinato legal de su marido. Sin embargo, el abogado Antonio Rinuccini le había aconsejado no revelar a nadie los secretos que escondía Luca tras su apariencia de hombre pío, incluyendo el indecoroso chantaje de que había sido objeto. Según su opinión, en caso de que dichas infamias llegaran a convertirse en vox populi, Luca la podría acusar de difamación. Teniendo en cuenta que Lorena no disponía de pruebas y que la correlación de fuerzas en la ciudad era muy favorable a Luca, el sagaz jurista la había advertido de que no asumiría la defensa de un caso que veía perdido de antemano. Por consiguiente, la prudencia más elemental aconsejaba guardar silencio, pues en Florencia bastaba que una sola persona, aunque fuera de la máxima confianza, jurara guardar un secreto para convertirse de inmediato en la comidilla de toda la ciudad.

El celo de Lorena había llegado a tal extremo que, tras meditar cuidadosamente la cuestión, había optado por no decírselo ni siquiera a su familia. ¿Para qué? ¿Por qué aumentar innecesariamente el sufrimiento de sus seres queridos? Maria no la creería y la inquina entre ellas se haría más profunda. En cuanto a su madre, ¿acaso ganaba algo sirviéndole una taza de dolor? Ni siquiera a Mauricio le relataría lo sucedido, velando así por su seguridad. El juicio se había ganado, pero sólo gracias a la estrategia y al acierto de Antonio Rinuccini, que con gran valentía había logrado lo improbable. En caso contrario, Mauricio hubiera sido torturado hasta confesar o hubiera quedado reducido a un guiñapo irreconocible. En Florencia, los poderosos no acostumbraban a perder. De conocer Mauricio el indecente comportamiento de Luca, el deseo febril de venganza se adueñaría de su corazón. No obstante, los apoyos con los que contaba Luca eran más poderosos y la deseada vendetta podía volverse fácilmente en su contra. Lo más inteligente, por tanto, era callar.