Lorena llegó a casa de su madre presa de una gran agitación tras su visita al abogado Antonio Rinuccini. Salvar a su marido no era una quimera, pero el frágil hilo del que pendía la vida de Mauricio podía cortarse en cualquier momento. Su madre parecía más nerviosa que ella. Las manos le temblaban y se había cerciorado por dos veces de que ningún criado estuviera rondando cerca de su dormitorio antes de empezar a hablar.
—He reflexionado largamente —dijo Flavia con voz profunda—, y creo que tienes derecho a saber que tu padre, tal vez, no esté muerto.
—¿Cómo? —exclamó Lorena con incredulidad, temiendo que su madre hubiera perdido la razón.
—Tu verdadero padre no es el que está enterrado en el cementerio de Florencia.
El impacto de aquella frase dejó muda a Lorena.
—Hace mucho, mucho tiempo —prosiguió su madre con una voz cuya recobrada calma le recordó los días lejanos en que todavía le contaba cuentos—, Cosimo de Medici fundó la Academia Platónica. Corría el año 1462. Para celebrar tan singular evento, organizó unas inolvidables veladas en su villa de Careggi, donde sabios, músicos, poetas e incluso nobles venidos de Francia compartieron mantel y juegos. Francesco y yo tuvimos la fortuna de ser invitados por estar bien probada nuestra fidelidad a la casa de los Medici. Ya ves, el viejo Cosimo sabía ganarse el afecto de los comerciantes agasajándolos con fiestas más propias de reyes ilustrados que de acomodados burgueses. Sin embargo, un grave problema con sus socios retuvo a Francesco en Florencia, y yo acudí en nombre de ambos para evitar que nuestra ausencia pudiera entenderse como una descortesía.
Su madre guardó silencio, aunque Lorena ya no necesitaba que continuara hablando para imaginar lo sucedido.
—Allí, en Villa Careggi, me encontré con otro mundo y con un hombre que era más de lo que nunca me hubiera atrevido a soñar: Michel Blanch. La primera vez que mis ojos se posaron en sus pupilas azules tuve la impresión de conocerlo desde siempre. «Nuestras almas guardan recuerdos que nuestra memoria ha olvidado», me dijo leyéndome el pensamiento. Michel Blanch era un trovador que formaba parte de la corte de un conde francés, aunque su gracia y belleza superaba a la de todos los nobles reunidos en la villa de Cosimo. Cuando su voz entonaba una canción y sus manos extraían sonidos maravillosos del laúd de madera, hasta el silencio bailaba al compás de la música. Bastaba un gesto suyo o una sonrisa para que cualquier situación adquiriera una cualidad mágica. No sabría explicarlo, pero cuando Michel estaba presente se abrían puertas a otros mundos. ¿Cuál era su secreto? Nunca lo supe, y tampoco pude evitar enamorarme perdidamente.
Lorena miraba a su madre de hito en hito, absolutamente desconcertada, puesto que se le hacía imposible imaginarla con otro hombre diferente a su marido Francesco.
—Tú, hija mía, puedes entenderme mejor que nadie.
Lorena se acordó del primer beso que le dio a Mauricio en el estanque. La atracción que habían sentido sus cuerpos era semejante al estallido de una tormenta, cuya furia puede ser contemplada, pero no contenida.
—Michel Blanch parecía haber bajado directamente de una estrella lejana. Y como la luciérnaga es atraída por la luz, así me veía yo hechizada por el joven trovador francés. Francesco era la tierra firme y segura. Michel era el cielo. Nada de lo que decía se podía tocar, pero sentía más verdad en sus palabras que en todo cuanto me habían enseñado desde la infancia. Y yo quería volar explorando nuevos cielos. Nunca me arrepentí. Sin esa locura de amor, tú no estarías hoy hablando conmigo.
—¿Estás segura? —preguntó Lorena.
—Hay cosas que una mujer sabe bien. También supe que repetirías mi historia en cuanto te observé escuchando embelesada las trovas de Mauricio en la villa del Magnífico. Preferí no evitarlo. «El único pecado mortal es traicionar al corazón», me dijo una vez Michel Blanch.
El corazón de Lorena sintonizaba muy bien con las atrevidas afirmaciones del poeta francés. Sin embargo, le producía vértigo pensar que no era hija de Francesco.
—Ese saltar al vacío persiguiendo los sueños sin preocuparse por las consecuencias era muy propio de tu verdadero padre… Lorena, la fuerza vital que siempre te ha permitido enfrentarte a las más sombrías situaciones manteniendo íntegra tu conciencia proviene de un árbol llamado Michel Blanch. Por ello, aun a costa del juicio que pueda merecerte mi conducta, es más honrado que te revele cuál es tu verdadero origen.
Por un parte, Lorena deseaba saber más, pero, por otra, condenaba su interés y aquel turbador adulterio como si se tratara de una traición hacia el único padre que había conocido.
—¿Qué importancia tiene que mi padre carnal sea ese tal Michel Blanch? Francesco me cuidó desde pequeña, y pese a las muchas diferencias que nos separaban, siempre lo hizo lo mejor que supo. Con sus defectos y sus virtudes, mi padre es quien siempre ha estado conmigo desde niña. El otro es, a lo sumo, una aventura fugaz, un pecado de juventud que conviene olvidar.
—Entiendo que te sientas dolida por lo que te he contado —dijo Flavia manteniendo la compostura, aunque su rostro mostrara señales de tristeza—. ¿Acaso dudas de que quisiera a Francesco? Piensa que hay muchas clases de amor. ¿Qué hubiera ocurrido si te hubieras visto obligada a casarte con Galeotto Pazzi y después hubieras conocido a Mauricio? Me hubiera resultado más sencillo callarme, pero de esta forma te estoy dando la oportunidad de conocerte mejor a ti misma. Michel Blanch me regaló un bello ejemplar de La divina comedia antes de partir. De entre sus miles de versos, únicamente subrayó este fragmento: «¿No veis que somos larvas solamente hechas para formar la mariposa angélica que a Dios mira de frente?». Francesco ha sido un padre para ti, pero tus raíces están forjadas en el oro de las estrellas fugaces. Tu destino es volar hasta ellas: utiliza tus alas, hija mía.
Aunque Lorena continuaba conmovida, una voz interior le susurraba que su madre tenía razón. El hecho de que Michel Blanch fuera su padre biológico establecía una diferencia. Tal vez por eso se había sentido poco amada por Francesco, al contrario que su hermana. ¿Podía hallarse ahí el germen del profundo desencuentro con quien siempre había considerado su padre? De algún modo, Lorena siempre se había sentido diferente. ¿Quién era ella realmente? ¿Tenía Michel Blanch la llave para entender los secretos de su alma?