Mauricio se negó nuevamente a probar alimento alguno cuando sus captores le ofrecieron pan y agua, pues temía que lo envenenaran. Razones no le faltaban. El hecho de haber sido encarcelado en lo alto de la torre de la Signoria era tan insólito como su propia detención. En efecto, los edificios de la Stinche o el Bargello albergaban las lóbregas celdas donde permanecían presos los criminales de toda clase y condición. Por el contrario, la torre de La Signoria era una prisión de máxima seguridad reservada para casos de riesgo grave e inminente contra la República. ¿Y acaso alguien podía creer que la falsa acusación que le imputaban constituía una amenaza perentoria para la ciudad? Evidentemente la respuesta era negativa, por lo que debía considerar otra posibilidad: quien hubiera urdido la denuncia contra él ostentaba suficiente poder e influencia para haber conseguido encerrarlo en la torre del palacio de Gobierno. Mauricio no podía descartar que estuviera implicado en la infamia algún magistrado de la Signoria, tal vez el propio Luca. Y si el objetivo de la celada era acabar con su vida, ningún juicio sería más rápido que un veneno mortal camuflado en la comida.
Mauricio observó con nostalgia los andares de algunos viandantes sobre la enorme plaza de la Signoria. ¿Podría él volver a deambular libremente por las calles de Florencia a plena luz del día? Mauricio apreciaba cierta ironía en aquella situación. ¿No había sido también su padre encarcelado por un crimen que no había cometido? Y en caso de ser condenado por un delito de alta traición, ¿no sería ejecutado como su progenitor? ¿No confiscarían todos sus bienes, del mismo modo? Cuando semanas atrás había asistido a la sinagoga judía acompañado de Elías y de su tío Jaume, había concluido que el mejor modo de honrar a sus ancestros fallecidos consistía en vivir impecablemente hasta que Dios decidiera su hora.
En aquellos momentos vivir impecablemente significaba luchar con todas sus fuerzas para sobrevivir, porque Lorena y sus hijos le necesitaban tanto como él a ellos. Mauricio no se hacía falsas ilusiones. Difícilmente iba a salir con vida de ésta, pero si existía alguna esperanza, la tenía depositada en Lorena. Quizá su esposa pudiera movilizar las voluntades necesarias ahí fuera para reclamar su libertad. Por su parte, él intentaría jugar el papel que el destino le había asignado del mejor modo posible: resistiendo.