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El cirujano salió de la habitación de Dalgliesh al pasillo obstruido por un grupo de hombres corpulentos y les comunicó:

—Estará en condiciones de ser interrogado dentro de media hora aproximadamente. Hemos extraído la bala. Se la he entregado a su colega. Le hemos puesto el gota a gota, pero no se preocupen por eso. Aunque ha perdido bastante sangre, el daño no es grave. Pueden entrar si quieren.

—¿Está consciente? —preguntó Daniel.

—Apenas. El colega de ahí dentro dice que ha estado recitando El rey Lear. Al menos algo de Cordelia. Y está preocupado porque no le ha dado las gracias por las flores.

—Esta vez, gracias a Dios, no le harán falta flores —dijo Daniel—. Puede agradecérselo a la aguda vista y al sentido común de la señora Reynolds. Aunque también lo ayudó la tormenta. Pero se ha escapado por un pelo. Court lo hubiera lanzado por el precipicio de no haber llegado antes de que advirtiera nuestra presencia. Bueno, pues vamos a entrar, si le parece que no molestamos.

En ese momento hizo su aparición un guardia uniformado con el casco bajo el brazo.

—¿Qué hay?

—El jefe de policía viene hacia aquí. Y han sacado el cuerpo de Philby medio atado a una silla de ruedas.

—¿Y el de Court?

—Todavía no. Suponen que la marea lo depositará más abajo.

Dalgliesh abrió los ojos. Su cama estaba rodeada de figuras blancas y negras que avanzaban y retrocedían en una danza ritual. Las cofias de las enfermeras flotaban como alas incorpóreas sobre los rostros tiznados como si no supieran dónde aterrizar. Seguidamente, la imagen cobró nitidez y vio el círculo de rostros familiares. Allí estaba Sister, claro. Y el especialista había regresado temprano de la boda. Ya no llevaba la rosa. Los semblantes dibujaron simultáneamente cautelosas sonrisas que se esforzó por devolver. Así pues, no era leucemia aguda, no era tipo alguno de leucemia. Iba a recuperarse. Y una vez le hubieran quitado aquel pesado artefacto que no sabía por qué le habían puesto en el brazo derecho, podría salir de allí y volver a su trabajo. Diagnóstico erróneo o no, era muy amable por su parte aparentar tanta complacencia por el hecho de que después de todo no fuera a morir, pensó adormilado alzando la vista hacia el círculo de sonrientes ojos.