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Dot Moxon estaba con Anstey junto a la ventana del despacho contemplando el velo de neblinosa oscuridad.

—Ridgewell no querrá a ninguno de nosotros, ¿se da cuenta? —dijo con amargura—. Es posible que le pongan su nombre a la residencia, pero no le dejarán quedarse como director, y a mí me echarán a la calle.

Anstey le puso la mano en el hombro. Ella se preguntó cómo era posible que alguna vez hubiera ansiado aquel roce o se hubiera sentido reconfortada por él. Con la controlada paciencia de un padre que consuela a un hijo intencionadamente obtuso, Wilfred dijo:

—Se han comprometido. Nadie perderá el trabajo. Y les subirán el sueldo a todos. Desde ahora, todos cobrarán conforme a los salarios estipulados por el Servicio Nacional de la Salud. Y tienen un plan de jubilación, lo cual es una gran ventaja. Yo nunca he podido ofrecerlo.

—¿Y Albert Philby? ¿No me dirá que han prometido quedarse con Albert, una institución benéfica nacional arraigada y respetable como el Ridgewell Trust?

—Es cierto que Philby representa un problema. Pero tendrán compasión de él.

—¡Que tendrán compasión de él! Todos sabemos lo que eso quiere decir. Es lo mismo que me dijeron a mí en el último trabajo antes de obligarme a dejarlo. ¡Ésta es su casa! Confía en nosotros. Le hemos enseñado a confiar en nosotros y es responsabilidad nuestra.

—Ahora ya no, Dot.

—Pues traicione a Albert y cambie lo que ha intentado construir aquí por salarios del Servicio Nacional y un plan de jubilación. ¿Y mi puesto? Aunque no me echen, ya no será lo mismo. Harán enfermera jefe a Helen. Ella también lo sabe. ¿Por qué si no iba a votar por la absorción?

—Porque sabía que Maggie estaba muerta —dijo él en voz baja.

Dot se echó a reír amargamente.

—Le ha salido muy bien, ¿verdad? A los dos.

—Querida Dot, hemos de aceptar que no siempre podemos escoger el modo en que somos llamados a servir.

La enfermera se preguntó cómo era posible que nunca hubiera notado aquel irritante tono de reprobación hipócrita de su voz y se volvió con brusquedad. La mano, así rechazada, cayó pesadamente de su hombro. De pronto se dio cuenta de qué le recordaba: el Papá Noel de azúcar del primer árbol de Navidad de su vida, tan deseable, tan apasionadamente deseado. Y luego muerdes la nada, una huella de dulzor en la lengua y luego una vacía cavidad granulada de arena blanca.