Habitualmente Julius Court se dormía a los pocos minutos de haber apagado la luz. Sin embargo, aquella noche se revolvía en una inquieta vigilia con la mente y los nervios agitados, las piernas frías y pesadas como si fuera invierno. Las frotó una contra otra considerando la posibilidad de sacar la manta eléctrica, pero el engorro de volver a hacer la cama le hizo descartarla. El alcohol le pareció un remedio mejor y más rápido, tanto para el insomnio como para el frío.
Se acercó a la ventana con intención de contemplar el promontorio. La luna en cuarto menguante quedó oscurecida por unas raudas nubes; la oscuridad de la tierra sólo era atravesada por un único rectángulo de luz amarilla. Pero, mientras observaba, la negrura corrió como una cortina sobre la lejana ventana. Al instante el rectángulo se convirtió en cuadrado y luego también éste se extinguió. Toynton Grange era una forma apenas discernible esbozada en la oscuridad de la silenciosa campiña. Miró su reloj con curiosidad. Eran las doce y dieciocho.