Capítulo 6

DEMONIO dio con Gillies esa misma noche, más tarde, en la abarrotada barra del Swan; estaba tomando una cerveza y vigilando a Bletchley. Su presa formaba parte de un grupo muy animado que ocupaba una de las esquinas de la taberna. Demonio se sentó junto a Gillies.

—¿Ha habido acción?

—No. Ha vuelto al Ox and Plough esta tarde, por lo visto para recoger el correo. Ha recibido una carta; al parecer la estaba esperando.

—¿La ha dejado allí?

Gillies miró a Bletchley de reojo, y negó con la cabeza.

—La lleva encima, en el bolsillo del chaleco. No quiere arriesgarse a perderla.

Demonio bebió un sorbo de cerveza.

—¿Qué hizo después de leerla?

—Se puso de muy buen humor y salió otra vez, volvió al Heath para ver los entrenamientos de la tarde.

Demonio asintió con la cabeza.

—Sí, lo he visto esta tarde. Parecía interesado en la cuadra de Robinson.

—Sí, eso me ha parecido a mí también. —Gillies tomó otro largo trago de cerveza—. Robinson tiene al menos dos caballos favoritos para el Spring Carnival.

—No vi que Bletchley se acercara a ninguno de los jinetes.

—Tampoco yo.

—¿Se ha puesto en contacto con algún caballero?

—No, que yo sepa. Y no lo he perdido de vista desde que bajó las escaleras esta mañana.

Demonio asintió, con la advertencia de Flick rondándole por la cabeza.

—Mañana quédate en la caballeriza. Cross puede seguir a Bletchley a los entrenamientos de la mañana, yo tomaré el relevo después.

—De acuerdo. —Gillies apuró su jarra—. No conviene que mi cara empiece a resultarle familiar.

A lo largo de los tres días siguientes, con la ayuda de Hills y Cross, dos de sus mozos, Demonio y Gillies mantuvieron a Bletchley bajo una estricta vigilancia. A Demonio, teniendo en cuenta la incesante actividad que había en el hipódromo a causa de la inminencia de la jornada de Craven —el Spring Carnival oficial del calendario inglés de carreras—, no le faltaban razones para merodear por los circuitos y los establos examinando su manada y las de sus principales rivales. A lomos de Iván el Terrible, resultaba sencillo no perder de vista a Bletchley en las zonas relativamente llanas y abiertas que rodeaban el Heath; poco a poco, Demonio acabó siendo el que vigilaba a la presa durante la mayor parte del día. Gillies, Cross e Hills se turnaban para mantener una vigilancia implacable pero discreta en las demás ocasiones, desde que Bletchley bajaba a desayunar hasta que recogía su candil y subía las escaleras para acostarse.

Bletchley no se percató del cerco en ningún momento, en parte debido a su concentración en la tarea que tenía entre manos. Se cuidaba mucho de no acercarse a los jinetes de forma demasiado descarada, y muchas veces se pasaba horas enteras simplemente observando y tomando notas, en busca, o eso sospechaba Demonio, de alguna debilidad, de algo con lo que coaccionar a los jinetes seleccionados para que aceptasen el encargo de sus jefes.

Al cuarto día, Flick se sumó a las labores de vigilancia de Demonio.

Disimulando su irritación por el hecho de que, desde que la dejó al pie de las escaleras de la mansión, Demonio no había hecho el más mínimo intento de verla, ni de informarle sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que habían descubierto él y sus hombres, abrió la sombrilla y avanzó con paso decidido por la hierba, entre los apriscos, con la mirada clavada en él.

La tenía a veinte metros de distancia cuando Demonio volvió la cabeza y la vio. Apoyado en la valla del último corral, había estado observando a los espectadores de los ejercicios de adiestramiento de su recua y de las de otros dos establos. Con la espalda pegada al tablón superior de la valla, las manos hundidas en los bolsillos de sus pantalones de montar, una pierna doblada y la bota colocada en el tablón inferior, parecía sutilmente peligroso.

A Flick le dio un vuelco el corazón y ahuyentó de su mente la idea de peligro. Estaba impaciente: quería hacer algo, dejar de esperar con los brazos cruzados a descubrir lo que había pasado mucho después de que hubiese pasado. Sin embargo, ya había lidiado con Dillon y el general el tiempo suficiente como para saber cómo acercarse a un hombre: no serviría de nada mostrarse impaciente o enfadada. Así que, exhibiendo una sonrisa radiante, se acercó a Demonio e hizo caso omiso de la arruga que le surcaba la frente.

—Una tarde estupenda, ¿no te parece?

—Desde luego.

Las palabras eran mordazmente evasivas. Demonio tenía la mirada ensombrecida, el azul de sus ojos parecía más oscuro. Sonriendo aún con dulzura, Flick se volvió y examinó la multitud.

—¿Dónde está Bletchley?

Incorporándose, Demonio la vio recorrer con la mirada la muchedumbre de espectadores, y luego suspiró para sus adentros.

—Debajo del roble a la izquierda, lleva un pañuelo rojo.

Divisó a Bletchley y lo estudió con detenimiento; contra su propia voluntad, Demonio la estudió a ella. Iba vestida una vez más de muselina fina, con diminutas hojas de helechos de color azul diseminadas sobre el blanco del vestido que, pese a todo, no llamó demasiado su atención: era más bien lo que había debajo del vestido lo que acaparaba todos sus sentidos.

Con un cuerpo de curvas suaves y una tez cremosa, parecía incluso comestible, de ahí la expresión ceñuda de Demonio. En cuanto la joven había hecho acto de presencia, el deseo apremiante e incontrolable, hambriento, se había apoderado de él, y eso lo había dejado perplejo, pues sus deseos no solían manifestarse de una forma tan independiente y desdeñosa con respecto a su voluntad.

Mientras la observaba, la estudiaba y bebía de ella, una suave brisa jugueteó con sus rizos y los puso en movimiento; también le alborotó la falda del vestido, fugazmente, y la adhirió a sus caderas, a sus muslos, a sus piernas esbeltas… a su trasero en forma de corazón.

Demonio desvió la mirada y se removió incómodo, aplacando la insistencia de su entrepierna.

—¿Se ha acercado ya a hablar con alguien? ¿O alguien se le ha acercado a él?

Localizando a Bletchley con la mirada, Demonio negó con la cabeza.

—Por lo visto, su tarea aquí, el trabajo que se suponía que debía hacer Dillon, consiste en establecer contacto con los jinetes y convencerlos para la causa de sus jefes. —Al cabo de un momento, añadió—: Hace unos días recibió una carta que le dio energías para mostrarse más activo todavía.

—¿Órdenes?

—Seguramente, pero dudo que se ponga en contacto con sus jefes por escrito.

—Lo más probable es que no sepa escribir. —Flick miró por encima de su hombro y se topó con la mirada de Demonio—. Así que todavía hay posibilidades de que la organización, o al menos uno de sus miembros, aparezca por aquí.

—Sí, al menos para comprobar el éxito de Bletchley.

—Sí. —Flick miró a Bletchley—. Yo me encargaré de vigilarlo el resto de la tarde. —Levantó la vista hacia Demonio—. Estoy segura de que tienes otros asuntos que atender.

—Pero, aunque así sea… —protestó él.

—Como ya te dije en otra ocasión, nunca sospechará que una jovencita está espiando todos sus movimientos: es el disfraz perfecto.

—Puede que no sepa que lo estás vigilando, pero te puedo garantizar que se dará cuenta de que lo sigues, si lo haces.

Se volvió para mirarlo de frente, y Demonio observó que endurecía la mandíbula.

—Bueno, aunque así sea…

—No. —Esa palabra, expresada de forma rotunda y categórica, la interrumpió bruscamente. Flick entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada, pero él simplemente añadió—: No hay razón para que te impliques en esto.

Los ojos de Flick, normalmente de un brillante pacífico, soltaban ahora chispas.

—Todo esto ha sido idea mía desde el principio, fui yo quien te invitó a ayudarme, y «ayudar» no significa relegarme a ser un cero a la izquierda.

Él sostuvo su mirada airada.

—Tú no eres un cero a la izquierda…

—¡Bien! —Con un brusco asentimiento, se volvió de nuevo hacia las pistas—. Entonces te ayudaré a vigilar a Bletchley.

Apartándose a un lado para evitar que lo decapitara con la sombrilla, Demonio soltó unos cuantos tacos entre dientes. Retrocedió un paso y se quedó mirando la curva de su espalda, sus caderas, las protuberancias redondas de sus nalgas mientras ella seguía allí de pie, obstinadamente intransigente, dándole la espalda.

—Flick…

—¡Mira! ¡Se marcha!

Demonio levantó la mirada y vio que Bletchley abandonaba su puesto al pie del roble y echaba a andar, con una despreocupación muy poco convincente, hacia uno de los establos vecinos. Demonio miró entonces a Flick, quien ya estaba girando sobre sus talones dispuesta a ir a la zaga de su presa, y tras vacilar unos instantes, entrecerró los ojos, curvó los labios y empezó a decirle:

—Puesto que estás tan resuelta a ayudar…

Se acercó a Flick, la tomó de la mano y luego del brazo, arrimándose y pegándose a ella, a su lado.

Parpadeando con furia, Flick levantó la vista.

—¿Qué quieres decir? —Hablaba en tono gratamente entrecortado.

—Si quieres ayudarme a vigilar a Bletchley, entonces tendrás que ayudar a facilitarnos el disfraz. —La miró enarcando las cejas—. Tú mantén la sombrilla en ese lado, y, en la medida de lo posible, mantén la cara vuelta hacia mí.

—Pero ¿cómo voy a ver a Bletchley?

Demonio empezó a andar y ella se vio obligada a unirse a él. Con una sonrisa de decidida resolución en el rostro, Demonio la miró.

—No hace falta que lo vigiles para que lo sigamos; lo que necesitamos saber es con quién se va a reunir.

Un vistazo rápido ratificó que Bletchley se dirigía a la parte posterior del establo que, a juzgar por los caballos que Demonio veía en el Heath, casi con toda seguridad estaría vacío. Con la colaboración no exactamente voluntaria de Flick, se concentró en dar la imagen de una pareja enteramente absorta el uno en el otro, que no despertara en Bletchley ningún interés.

Atrapada por la mirada de Demonio, por la mano firme que le inmovilizaba los dedos, por la fuerza y el poder que con tanta facilidad ejercía sobre ella, Flick trató por todos los medios de aparentar normalidad, de apaciguar el ritmo de su respiración y ralentizar el pálpito de su corazón, de relajar su columna rígida y pasear con aceptable naturalidad, con naturalidad suficiente para ponerse a la altura del réprobo que tenía a su lado.

Las miradas que Demonio lanzaba hacia delante, a la búsqueda de Bletchley, la tranquilizaban, confirmaban que su propósito era sin duda seguir al delincuente y presenciar la reunión que tuviese lugar detrás del establo. Demonio no tenía intención de ponerla nerviosa, de provocar que un temblor incontrolable le recorriese el cuerpo; eso era sólo un accidente, una consecuencia inesperada e intencionada. Por suerte, Demonio no se había dado cuenta; Flick puso entonces todo su empeño en tratar de serenarse y retomar el control de sus sentidos.

—¿Con quién crees que va a reunirse? —le susurró ella en un hilo de voz. Sus pulmones seguían sin funcionar al ritmo adecuado.

—No tengo ni idea —respondió él mirándola; sus espesas pestañas le oscurecían los ojos. Había bajado la voz y le hablaba en un ronroneo grave—. Reza porque sea uno de los miembros de la organización.

Su tono y su expresión adormilada eran desconcertantes y no la ayudaban en absoluto a recuperar la serenidad.

Demonio levantó la vista. Bletchley se había detenido en la esquina del establo. Bajo los ojos atentos de Demonio, Bletchley recorrió la multitud con la mirada y se detuvo cuando los vio. Con naturalidad, muy despacio, con una sonrisa lobuna dibujándose en sus labios, Demonio bajó la mirada hacia los enormes ojos de Flick.

—Sonríe —le ordenó.

Ella obedeció y esbozó una débil sonrisa. Demonio sonrió con más intensidad, levantó la mano que tenía libre y le acarició la mejilla con los nudillos.

Flick contuvo la respiración, se apartó un poco hacia atrás y se ruborizó; con gesto elegante, y una sonrisa muy evidente, la atrajo de nuevo hacia sí.

—Sólo estoy fingiendo —murmuró—. Es sólo un juego.

—Ya lo sé —le aseguró Flick mientras el corazón le latía desbocado. Por desgracia, él estaba jugando a un juego que ella desconocía por entero. Hizo todo lo posible por relajarse y por devolverle una sonrisa burlona y natural.

Demonio levantó un poco la cabeza para mirar por el rabillo del ojo: Bletchley había dejado de mirarlos. Le dio un último vistazo al Heath, se dio media vuelta y desapareció por la parte trasera del edificio.

Flick abrió los ojos como platos y se puso a andar inmediatamente. Él la obligó a detenerse, y la atrajo de nuevo a su lado de un tirón.

—No. —Ella alzó la vista, dispuesta a fulminarlo con la mirada. Él inclinó su rostro hacia ella y se le acercó, hasta casi rozarle la mejilla, para que la aparente conversación entre ambos pareciese una escena de seducción en toda regla—. No sabemos —dijo, rozándole la sien con los labios— con quién va a reunirse ni dónde están. Podrían estar detrás de nosotros.

—Ah. —Obedeciendo a la presión que ejercía en su brazo y con una sonrisa en los labios, Flick se armó de valor y apoyó su cuerpo en el de él, alojando el hombro y el brazo en la calidez de su pecho. Entonces, con la misma sonrisa dulce y alelada, se dejó llevar mientras seguían paseando.

Al cabo de unos minutos, cuando ya había recobrado el aliento, levantó la mirada y la clavó en sus ojos sonrientes.

—¿Qué piensas hacer?

—Ir a ver a Bletchley y a su amigo, por supuesto. —Torció la comisura de los labios exhibiendo una sonrisa decididamente burlona.

Habían llegado a la esquina del establo. Demonio no se detuvo, siguió avanzando sin cobijarse en la sombra que proyectaba la pared como lo había hecho Bletchley, y pasó de largo, encaminándose hacia el claro que había tras el establo cercado por una valla.

En cuanto hubieron doblado la esquina, Flick miró hacia delante. Demonio le soltó el codo, la agarró por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó.

A ella por poco se le cae la sombrilla.

—Ni se te ocurra mirarlo, se dará cuenta. —Le susurró estas palabras con los labios pegados a los suyos, y luego la besó de nuevo, brevemente.

Estaba mareada y aturdida, se había quedado sin aliento.

—Pero…

—No hay pero que valga. Tú haz lo que yo te diga y podremos oírlo todo, y verlo todo también. —Asiéndola por los hombros, oculto por la sombrilla abierta que Flick sujetaba apuntando temblorosamente hacia Bletchley, la miró de hito en hito y luego añadió, en voz grave y baja—: Si no te comportas, tendré que distraerte un poco más.

Lo miró con asombro y luego se aclaró la garganta.

—¿Qué quieres que haga?

—Concéntrate en mí, como si no supieses que Bletchley y su amigo existen.

Mantuvo la mirada fija en su rostro.

—¿Ha llegado ya su amigo? —No había podido comprobarlo antes de que él la besara.

—Todavía no, pero creo que alguien se acerca. —Ladeando la sombrilla, Demonio le lanzó una sonrisa; apoyó la mano levemente en su cadera, y la obligó a volverse. Sin dejar de mirarse a los ojos, siguieron caminando sin rumbo aparente.

Bletchley se había detenido a medio camino en la parte trasera del establo: no había duda de que esperaba la llegada de alguien. Por el rabillo del ojo, Flick le vio fruncir el ceño al percatarse de la presencia de ambos. Demonio inclinó la cabeza hacia Flick, le sopló al oído y, espontáneamente, ella se echó a reír.

Por supuesto, él insistió.

Sin otra opción que seguir el juego de aquella farsa, Flick siguió riéndose, retorciéndose y haciendo muecas. Sin dejar de reír, Demonio la atrajo más hacia sí y, con un solo movimiento, la hizo girar sobre sí misma, una y otra vez y dieron vueltas y más vueltas… hasta que él acabó de espaldas contra la valla, y ella ante él. Los ojos de Demonio emitían chispas maliciosas y su sonrisa era inequívocamente diabólica.

Flick respiraba con dificultad y tenía una sonrisa alelada y del todo natural en los labios.

—¿Y ahora qué? —susurró.

Parapetado tras la sombrilla, Demonio la miró a los ojos.

—Ponme la mano en el hombro, ponte de puntillas y bésame.

Flick lo miró perpleja y él arqueó las cejas con aire inocente, aunque la expresión que tenía en los ojos no lo era en absoluto.

—Ya lo has hecho antes.

Sí, lo había hecho, pero había sido distinto. Él lo había empezado. Y, sin embargo… no había sido difícil.

Frunciendo el ceño un instante, colocó la mano que le quedaba libre en el amplio hombro de él y se puso de puntillas. A pesar de ello, él tuvo que inclinarse; Flick se esforzaba por mantener el equilibrio sobre las puntas de los pies, pero finalmente no tuvo más remedio que dejar caer su cuerpo contra el de él, que apoyar los senos en su pecho firme, para que su boca alcanzara por fin los labios de Demonio.

Lo besó: fue un beso simple y suave. Cuando hizo amago de retirarse, las manos de él, una aferrándole la cintura y la otra abrazándole los dedos que sostenían la sombrilla, la sujetaron con firmeza. Mientras le estuvo acariciando los labios con lo suyos, Demonio no la soltó.

Ladeando a Flick y a la sombrilla en el ángulo adecuado, Demonio entornó los ojos y miró por debajo del ribete de volantes de la sombrilla. Bletchley, a unos diez metros de distancia, había estado paseándose, observándolos con desgana; sin duda consideraba que Demonio era un galán sin escrúpulos que pretendía seducir a una dulce doncella de campo. Sin embargo, a pesar de que los observaba, no estaba interesado en ellos. Acto seguido se incorporó de golpe, alerta, el otro hombre se aproximaba a él.

Demonio interrumpió el beso y soltó un improperio.

Flick parpadeó, pero él siguió sujetándola sin dejar que se moviera.

—No, no te vuelvas —le susurró cuando ella hizo ademán de volver la cabeza.

—¿Quién es?

Sus labios, que en ese momento estaban a la altura de los ojos de Flick, compusieron una mueca de fastidio.

—Otro jinete. —Sus palabras estaban cargadas de decepción.

—A lo mejor trae un mensaje de la organización.

—¡Chist! Escucha.

Apoyada en él, se dispuso a escuchar.

—A ver si lo entiendo.

Aquel tenía que ser el jinete; la voz era clara, no áspera.

—Me darás setenta y cinco libras el día anterior y cincuenta más el día siguiente si consigo que Cyclone no ocupe los primeros puestos. ¿Es eso?

—Eso es. Ese es el trato —repuso Bletchley—. Lo tomas o lo dejas.

El jinete permaneció en silencio, al parecer, pensando. Demonio miró a Flick y luego le pasó el brazo por la cintura, para sujetarla mejor.

—Relájate —le dijo entre dientes. Rozándole los labios con los suyos, le prodigó la más dulce de las caricias, antes de que el jinete hablara de nuevo.

—De acuerdo.

—Hecho.

—Ahora nos toca a nosotros —dijo Demonio sotto voce.

Al cabo de un instante, se echó a reír a carcajadas; sujetándola con más fuerza, la levantó en el aire, dio una vuelta entera, y luego la dejó en el suelo. Sonrió.

—Vamos, cariño, no queremos que las chismosas del lugar empiecen a preguntarse dónde nos hemos metido, ni mucho menos qué hemos estado haciendo.

Habló con voz lo bastante recia para que lo oyeran Bletchley y el jinete. Flick se ruborizó y se olvidó por completo del público que los acompañaba. Apretó con fuerza el puño con el que sujetaba la sombrilla, y se volvió hacia el Heath con brusquedad.

Con otra risa diabólica, esta vez también triunfal, y un ademán posesivo, Demonio le dio una palmada justo debajo de la cintura, y la hizo avanzar hacia la esquina del establo, un lugar seguro junto a la muchedumbre de espectadores.

En cuanto doblaron la esquina del establo, Flick trató de zafarse sin éxito de la mano de Demonio, que se la agarró todavía con más fuerza.

—Aún no podemos dejar de interpretar nuestros papeles. —El susurro de Demonio movió ligeramente los rizos que le cubrían la oreja—. Bletchley nos está siguiendo. Mientras pueda vernos tendremos que seguir con nuestra farsa.

Ella le lanzó una mirada cargada de alarma y suspicacia; el trasero le ardía.

Él le contestó con una sonrisa rapaz.

—¿Quién sabe? Tal vez este disfraz pueda resultarnos útil en los próximos días.

¿En los próximos días? Flick intentó no mostrarse tan escandalizada como lo estaba interiormente, pero, a juzgar por la expresión burlona y divertida de los ojos de Demonio, no lo consiguió.

Para su consternación, Bletchley volvió a colocarse a la sombra del roble que había junto a las pistas y siguió observando los ejercicios de entrenamiento durante la hora siguiente, de modo que continuaron con la vigilancia, y Demonio hizo honor a su apodo y ejercitó sus libertinos dones, recurriendo a una estratagema tras otra para crispar los nervios de Flick y hacerle perder la compostura, para ruborizarla y ayudarla a interpretar el papel de la damisela en apuros.

Sabía exactamente cómo provocarla, cómo conseguir que lo mirase a los ojos y se riera de él, de ellos y de sí misma. Sabía exactamente cómo tocarla, leve y fugazmente, para que sus sentidos enloqueciesen y su corazón galopase más deprisa que todos los caballos del Heath. Cuando Bletchley, después de haberse acercado a otro jinete que lo echó con cajas destempladas, se fue por fin en dirección a la ciudad, Flick se había ruborizado más veces que en toda su vida.

Aferrándose a su sombrilla como si fuera un arma, su última defensa, miró a Demonio a los ojos.

—Ahora me voy. Estoy segura de que podrás vigilarlo tú solo el resto de la tarde.

Él la miró, y ella no supo interpretar la expresión que vio en su mirada; por un instante le pareció que era cierta renuencia lo que reflejaba aquel azul, renuencia a dejar de interpretar sus papeles.

—No tengo que vigilarlo. —Demonio miró hacia el seto de la orilla del Heath y levantó la mano.

Gillies, apoyado en un poste, asintió con la cabeza y se fue a la zaga de Bletchley.

Demonio miró de nuevo a su acompañante.

—Ven, te llevaré a casa.

Con la mirada atrapada en la de él, Flick señaló la carretera.

—Tengo ahí al mozo con la calesa.

—Podemos decirle que se adelante. —Enarcó una ceja y buscó su mano—. Supongo que prefieres ir a casa en una calesa tirada por mis caballos que en un coche con un jamelgo como ese, ¿no?

Como experta en monturas, su respuesta era de prever. Inclinando la cabeza como lo hacía la realeza, accedió a su plan, dejó que él la tuviera a su lado y disfrutara de su lozanía un ratito más.

Estaba sentado en el sillón que tenía delante de la chimenea del salón, contemplando las llamas y viendo en ellas su rostro angelical, sus suaves ojos azules, y la luz curiosa y reflexiva que a veces desprendían cuando, una vez más, oyó que llamaban a su ventana. Demonio apretó los labios, y ni siquiera se molestó en soltar una imprecación, simplemente se puso en pie, dejó a un lado la copa de coñac que tenía en la mano y avanzó hacia la ventana.

Cuando corrió las cortinas, sintió un gran alivio al comprobar que en lugar de sus pantalones de montar llevaba una falda. Abrió la ventana.

—¿Es que no sabes entrar por la puerta?

Le contestó con una mirada recriminatoria.

—He venido a invitarte a que me acompañes a ver a Dillon.

—Creí que estábamos de acuerdo en que no debíamos ir a verlo.

—Eso era antes. Ahora que sabemos que Bletchley es el contacto y que se pasea por el Heath, deberíamos advertir a Dillon y ponerlo al corriente para que no se le ocurra hacer nada precipitado.

Dillon nunca se molestaría en hacer algo así. Demonio estuvo a punto de hacer aquel comentario en voz alta, pero se contuvo. No le hacía ninguna gracia que Flick cabalgara por el campo sola de noche, pero sabía que era inútil tratar de disuadirla. Intentando recordar dónde había puesto los guantes de montar, empuñó la manilla de la ventana.

—Me reuniré contigo en el establo.

Con gesto decidido, asintió con la cabeza y luego se deslizó entre las sombras.

Demonio cerró la ventana y fue a avisar a los Shephard de que estaría fuera unas horas.

Flick esperaba junto al establo principal, a lomos de Jessamy. Demonio abrió la puerta. En la penumbra del interior, iluminado únicamente por un rayo de luz de luna que se filtraba por la puerta, Demonio localizó los aperos y los llevó al corral de Iván. El enorme semental se sorprendió al verlo, y se asombró todavía más cuando lo ensilló y lo sacó afuera. Por suerte, antes de que Iván tuviera tiempo de protestar, vio a Jessamy.

Al advertir que su caballo ponía los ojos en la jaca, Demonio lanzó un gruñido y se encaramó a la silla de un salto. Al menos no le costaría ningún esfuerzo dirigir a Iván en su excursión nocturna: iría tras Flick de muy buen grado.

Ella, por supuesto, guio el camino.

Atravesaron sus tierras, rodeados por el manto nocturno de terciopelo. La casita en ruinas parecía desierta; era una figura oscura entre las penetrantes sombras de los árboles. Flick avanzó hasta el claro que había detrás y desmontó. Demonio la siguió y ató a Iván bien lejos de la yegua.

Se oyó el sonido de una ramita al romperse, y Flick se volvió hacia la casa.

—Somos nosotros, Demonio y yo.

—Ah —dijo una voz un tanto temblorosa desde la parte de atrás. Al cabo de un momento, Dillon preguntó—: ¿Vais a entrar?

—Pues claro. —Flick echó a andar hacia la casa justo cuando Demonio la alcanzó, y la siguió pegado a sus talones—. Hemos pensado —explicó Flick al tiempo que agachaba la cabeza a la entrada del cobertizo que conducía a la sala principal— que querrías saber lo que hemos descubierto.

Dillon levantó la vista, con el rostro iluminado por la luz del farol que había encendido.

—¿Habéis identificado a algún miembro de la organización?

Un brote de esperanza tiñó el tono de su voz. Tras sentarse en un taburete junto a la mesa, Flick hizo una mueca.

—No, todavía no.

—Oh. —Dillon torció el gesto y se desplomó sobre la silla del extremo de la mesa.

En el otro extremo de la mesa, Demonio se quitó los guantes mientras observaba con detenimiento a Dillon, y se fijó en la palidez y las arrugas que la semana anterior había labrado en sus mejillas. Era como si la realidad de su situación, cuya magnitud ya había comprendido del todo, y la inquietud ante la posibilidad de que lo encontraran y lo detuvieran estuviesen haciendo mella en su carácter ególatra e infantil. Si eso era así, entonces todo había sido para bien. Demonio retiró el último taburete destartalado de debajo de la mesa, tomó asiento y dijo:

—Hemos descubierto a tu escurridizo contacto.

Dillon levantó la vista: había un brillo de esperanza en sus ojos. Demonio miró a Flick y arqueó las cejas, preguntándose si quería contárselo a Dillon ella misma. Flick, sin embargo, le hizo una señal para que siguiese hablando. Volvió a mirar a Dillon.

—Tu hombre se llama Bletchley y es de Londres. —A continuación le describió brevemente a su presa.

Dillon asintió con la cabeza.

—Sí, es él, el hombre que me reclutó. Solía traerme las listas de los caballos y de los jinetes.

Flick inclinó el cuerpo hacia delante.

—¿Y el dinero?

Dillon la miró con brusquedad y luego se ruborizó, pero no apartó los ojos de ella.

—Sí, siempre me traía mi parte.

—No, me refiero al dinero para los jinetes. ¿Cómo les pagaba? ¿Te daba Bletchley el dinero que les correspondía?

Dillon arrugó la frente.

—No sé cómo les pagaba, yo no tenía nada que ver con eso. No es así como funcionaba cuando yo estaba metido en esto.

—Entonces, ¿cómo funcionaba? —preguntó Demonio.

Dillon se encogió de hombros.

—Era muy sencillo: la lista de jinetes indicaba cuánto debía ofrecerle a cada uno. Yo lo hacía, y luego informaba de si habían aceptado o no. No era yo quien tenía que entregarles el dinero después de la carrera.

—Después de la carrera —repitió Flick—. ¿Y qué me dices de los pagos antes de la carrera?

Dillon parecía aún más perplejo.

—¿Antes?

—Como adelanto —explicó Demonio.

Dillon negó con la cabeza.

—Pero es que no había ningún pago antes de la carrera, sólo un pago después. Y otra persona se encargaba de eso, no yo.

Flick frunció el ceño.

—Pues han cambiado el sistema.

—Es comprensible —dijo Demonio—. Ahora mismo van a por las carreras de la jornada de Craven, uno de los principales encuentros del calendario. Las apuestas en esas carreras son astronómicas, una o dos carreras amañadas y sacarán una buena tajada. Eso es algo que saben los jinetes. También saben que el riesgo de que les interroguen los comisarios es mucho mayor: siempre se presta mucha más atención a las carreras más importantes durante las jornadas principales.

Dillon arrugó el ceño.

—La temporada pasada no intentaron amañar ninguna de las carreras principales, la verdad.

—Es posible que hayan estado preparándose para esta temporada, o que se hayan vuelto más selectivos, más seguros, y ahora estén dispuestos a correr más riesgos con la esperanza de obtener mayores recompensas. Sea como fuere, los jinetes de las carreras del Spring Carnival obviamente pedirán más a cambio de hacer trampas. —Demonio miró a Dillon—. La cantidad que están dispuestos a ofrecer por las dos carreras es de ciento veinticinco libras.

—¿Ciento veinticinco? —La voz de Dillon expresaba incredulidad—. Sólo me dieron instrucciones de ofrecer setenta y cinco en una ocasión.

—De modo que el precio ha subido, y se están asegurando la actuación de los jinetes ofreciéndoles una parte ahora y otra después. Una vez aceptado el primer pago, el jinete queda más o menos comprometido, lo cual es menos arriesgado para la organización. —Demonio miró a Dillon—. Supongo que no les importa ofrecer un adelanto para que no se repita lo que sucedió en la primera carrera de este año.

Dillon asintió despacio.

—Sí, ya lo veo. De ese modo, el amaño está garantizado.

—Exacto. —Flick frunció el ceño—. ¿Oíste que alguno de los jinetes de la temporada pasada dijera algo respecto a la forma en que les pagaron?

Dillon palideció.

—Sólo a uno, a principios de la temporada. —Miró a Demonio—. El jinete no estaba demasiado contento, porque habían dejado el dinero en casa de su madre. Le ponía nervioso la idea de que la organización supiese dónde vivía su anciana madre.

Demonio miró a Dillon a los ojos. No le gustaba lo que estaba oyendo: los de la organización parecían muy inteligentes, y, por la experiencia que él tenía, los adversarios malvados, sin escrúpulos e inteligentes eran los peores. Suponía un reto mucho mayor e infinitamente más peligroso.

En circunstancias normales, eso avivaría aún más su interés, haría bullir la sangre de los Cynster que corría por sus venas. Pero en este caso, con sólo mirar a Flick, no hacía más que maldecir esa organización para sus adentros y desear que se fuese al diablo. Por desgracia, a juzgar por el rumbo que estaban tomando los acontecimientos, iba a tener que ser él quien los llevase hasta el infierno protegiendo al mismo tiempo a un ángel de las consecuencias de su más que segura implicación en la caída de la organización.

Si bien pensar en la organización no le hacía bullir la sangre, Flick en cambio sí lo conseguía, aunque, de un modo muy distinto, de un modo que hasta entonces no había experimentado. Aquello no era simple lujuria, sin más. Estaba muy familiarizado con ese demonio, y aunque sin duda participaba en el coro, no era su voz la que más se hacía oír. Aquella distinción formaba parte del impulso de proteger a Flick: si por él fuera, la ataría de pies y manos, la llevaría a una torre alta e inexpugnable con una sola puerta y un buen candado, y la encerraría allí hasta haber matado al dragón que ella estaba decidida a vencer.

Pero por desgracia…

—Será mejor que nos vayamos. —La joven recogió sus guantes y se puso en pie, haciendo rechinar el taburete contra el suelo.

Él se levantó más despacio, muy pendiente de la reacción de Flick y Dillon.

Dillon la miraba con atención, y ella no levantó los ojos hasta que se hubo puesto los guantes.

—Ya te mantendremos al corriente de nuestras averiguaciones, cuando descubramos algo. Hasta entonces, es mejor que no dejes que te vea nadie.

Dillon asintió con la cabeza. Extendió la mano, le tomó la suya y se la apretó.

—Gracias.

Ella hizo un ademán desdeñoso y se zafó de él, pero sin vehemencia.

—Ya te dije que sólo lo hago por el general.

La frase carecía de la fuerza que había caracterizado su actuación anterior, y Demonio dudó de que ella misma lo creyese.

Dillon torció los labios con arrepentimiento.

—Aun así. —Miró a Demonio y se levantó—. Tengo una deuda con vosotros que nunca os podré devolver.

Con gesto impasible, Demonio lo miró a los ojos.

—Ya se me ocurrirá algo, no te preocupes.

Dillon abrió mucho los ojos al oír su tono de voz. Con un asentimiento brusco, Demonio se volvió hacia Flick quien, con el ceño fruncido, se dirigió de nuevo a Dillon.

—Volveremos dentro de unos días. —Luego dio media vuelta y se marchó.

Demonio la siguió e inspiró hondo cuando se adentraban de nuevo en la noche. Un rápido vistazo al cielo reveló una cortina negra: las nubes habían engullido a la Luna. Dentro de la casa, la luz del farol menguó y luego se apagó. Intentando acostumbrarse a la oscuridad, los ojos de Demonio miraron alrededor mientras avanzaba por el claro; no se veía a ningún otro ser humano, estaban solos en la noche.

Flick no esperó a que la ayudara, se subió a la silla de inmediato. Demonio desató las riendas de Iván y montó muy deprisa, manteniendo inmóvil al semental mientras Flick se aproximaba con su yegua.

—Volveré a casa cruzando el parque. Nos veremos en el Heath mañana por la tarde.

—No.

Flick lo miró sorprendida. Antes de que pudiera protestar, él se explicó:

—Te acompañaré a Hillgate End. Ya es medianoche pasada, no deberías cabalgar sola a estas horas.

Flick no puso objeciones, pero Demonio percibió su reticencia. Lo escudriñó y cuando abrió la boca, sin duda para discutir, una brisa atravesó el claro e hizo temblar los árboles. El viento gimió con suavidad, inquietantemente, por entre las ramas, y luego el gemido se apagó con un suspiro, como un espíritu moribundo que no dejó tras de sí más que las hojas susurrantes apaciguándose despacio en la omnipresente oscuridad.

Flick cerró la boca y asintió.

—De acuerdo.

Tiró de las riendas y empezó a cabalgar; mascullando sus ya habituales imprecaciones, Demonio tiró de Iván y se dispuso a seguirla. No tardó en darle alcance; el uno junto al otro, atravesaron cabalgando la siguiente extensión de campo, el último de sus dominios. Al otro lado del seto, justo delante de ellos, se extendía la prolongación del antiguo parque de Hillgate End.

Ambos conocían una zona donde la espesura del seto se hacía menos densa; cruzaron por allí hasta llegar a un viejo camino de herradura. Flick guio el camino entre las sombras impenetrables de los árboles.

Pese a que buena parte de los senderos del parque se mantenían en buen estado para el paso de las caballerías, aquel no. Los arbustos se cernían sobre ellos a ambos lados del camino, y las ramas restallaban delante de sus rostros. Tuvieron que guiar a sus monturas al paso, era demasiado peligroso ir al trote. El camino estaba cubierto de moho, en algunos tramos muy húmedo, lo que creaba el peligro adicional de que los caballos pudieran resbalar. Ambos estaban muy atentos a sus preciadas monturas, pendientes de cualquier cambio en el peso, el músculo y el equilibrio de los animales.

Al general no le gustaba la caza, de modo que el parque se había convertido en un refugio para la fauna. Un tejón resopló y gruñó cuando pasaron junto a él; más tarde oyeron un crujido y luego vieron las huellas de un zorro.

—No sabía que el camino fuese tan malo. —Flick se agachó para sortear una rama baja.

Demonio lanzó un gruñido.

—Creía que esta era la ruta que utilizabas para ir y venir de la casa en ruinas. Es evidente que no.

—Por lo general tomo el camino del este, pero atraviesa el arroyo dos veces, y después de la lluvia de anoche quería evitarle a Jessamy el sufrimiento de subir y bajar por las orillas resbaladizas.

Demonio obvió el comentario de que Jessamy estaba sufriendo en ese momento; se encontraban en lo más profundo del bosque, rodeados de árboles centenarios que formaban una cubierta impenetrable sobre sus cabezas. Apenas veía a Flick, y todavía menos los desniveles del terreno. Por suerte, Jessamy e Iván veían mejor que él y avanzaban con paso seguro. Tanto él como Flick confiaban en sus monturas y dejaron que los caballos se guiasen por sí solos.

Al cabo de unos minutos, preguntó:

—¿Este camino no cruza también el arroyo?

—Sí, pero hay un puente. —Al cabo de un instante, Flick puntualizó—: O al menos había un puente la última vez que vine por aquí.

Demonio apretó los labios y no se molestó en preguntarle cuánto tiempo hacía de eso: ya se preocuparían del puente de madera podrida, posiblemente inexistente, cuando llegasen a él.

Pero antes de que lo alcanzasen empezó a llover. Al principio, el leve repiqueteo sobre las hojas que los rodeaban parecía poco importante, pero poco a poco el sonido se fue intensificando y del bosque empezaron a caer gotas incesantes. Flick sintió un escalofrío cuando le cayeron encima un par de goterones. Instintivamente, espoleó a su jaca para que apretase el paso.

—¡No! —gritó Demonio—. No la espolees. Es peligroso ir más rápido, ya lo sabes.

Su silenciosa aquiescencia le confirmó que ya lo sabía. Siguieron avanzando mientras se intensificaban la humedad y la sensación de frío.

Por encima de sus cabezas y de los árboles, el viento empezó a soplar con fuerza y a zarandear las hojas. Apretando la mandíbula, Demonio trataba de calcular cuánto camino les quedaría por recorrer, pero era la primera vez que pisaba ese sendero. No sabía cuántas veces serpenteaba y no podía ubicar adónde les llevaba, pero teniendo en cuenta que el camino atravesaba el arroyo una sola vez y que no habían avanzado demasiado…

No le gustaron las respuestas que se desprendían de sus cálculos: todavía les quedaba un largo trecho hasta la mansión.

Supieron con exactitud la distancia que les faltaba cuando los árboles se interrumpieron y Demonio vio ante sí el arroyo con un estrecho puente de troncos y tablones, y reconoció, en la orilla, la cabaña del carbonero.

Renegó entre dientes y, a modo de respuesta, en el cielo resonó un gran estruendo y empezó a llover torrencialmente. Ante la súbita tormenta, una auténtica cortina de agua que se interponía entre ellos y el puente, Jessamy y Flick empezaron a retroceder. Farfullando toda clase de atroces imprecaciones, Demonio se bajó del caballo y ató las riendas de Iván a un árbol; el semental, que estaba hecho de acero puro, parecía inmune a la tormenta. Irguiendo la testuz, olisqueó el aire y miró hacia el puente.

Hacia un puente que, si no estaba en buenas condiciones, se hundiría bajo sus pies.

—¡Quédate ahí! —le gritó Demonio a Flick.

Pasando junto a Jessamy, dio tres zancadas hacia el puente. Ajeno a la lluvia, comprobó la estructura a conciencia y luego se colocó en el medio y empezó a saltar. Los tablones no cedieron: el puente parecía lo bastante resistente.

Corriendo bajo el agua, le hizo una seña a Flick, desató las riendas de su caballo y volvió a montar. Pese al aguacero, no estaba empapado; el puente estaba protegido por un roble gigantesco que crecía en la orilla opuesta del arroyo.

Flick volvió la cabeza y, arqueando las cejas con aire interrogante, se quedó mirando a Demonio. Él le hizo señas de nuevo.

—Cruza tú primero.

Ella asintió, espoleó a Jessamy y ambas salieron al trote. Demonio tiró de las riendas de Iván y lo hizo avanzar intentando no separarse de la yegua. Sus pesados cascos resonaron en los tablones y, tras un par de ligeras zancadas, se encontraba sano y salvo en la otra orilla.

Flick lo esperaba bajo las tupidas ramas del roble; Demonio sofrenó al caballo junto a ella y le lanzó una elocuente mirada dándole a entender la inutilidad de discutir con él teniendo en cuenta el humor del que estaba.

—No hay posibilidad de llegar a la mansión con esta lluvia.

Con los ojos abiertos como platos, Flick lo miró con aire reflexivo y luego echó un rápido vistazo al claro que se abría ante ellos, cuya superficie ya estaba dando cobijo a multitud de diminutos riachuelos.

—Parará pronto, estos chubascos no suelen durar mucho.

—Exactamente. Así que vamos a esperar en la cabaña hasta que deje de llover.

Flick miró la cabaña e inmediatamente pensó en las telarañas y los bichos de toda clase que habría allí dentro. Tal vez incluso ratones. O ratas. Luego observó la lluvia que no cesaba y esbozó una mueca.

—Supongo que sólo será una hora o así.

Demonio sujetó las riendas con fuerza.

—Hay un pequeño establo al otro lado, ve directamente allí.

Flick se encogió de hombros, tiró de las riendas y se fue.

Al cabo de un segundo, Demonio la siguió.

El pequeño establo era suficiente para albergar a ambos caballos, pero con Demonio y Flick allí dentro prácticamente no quedaba espacio: era imposible no chocar entre ellos. Los brazos rozaban los pechos y los codos se clavaban en el estómago. Tratando de encontrar una correa suelta, Flick pasó sin querer la mano por el muslo de Demonio… y la apartó inmediatamente con un bochornoso «Lo siento».

Que él aceptó con un silencio tenso.

Al cabo de un minuto, intentando localizar a Flick con la mano para no golpearla al retirar la silla del lomo de Iván, Demonio acabó presionándole un pecho con los dedos. Sólo acertó a murmurar unas incoherentes palabras de disculpa: era demasiado experto en aquellas lides como para retirar la mano.

Flick se limitó a ahogar un gemido como respuesta.

Al fin terminaron, y los caballos, satisfechos una vez Demonio hubo atado a Iván con una rienda bien corta, permanecieron el uno junto al otro. Flick alcanzó a Demonio en la puerta y se agachó tras él, bajo la protección que proporcionaba su amplia espalda.

Él se volvió para mirarla y luego echó un vistazo fuera, examinando la parte delantera de la casa de piedra.

—Sabe Dios en qué estado se encuentra el interior.

—Los carboneros vienen cada año.

—En otoño —contestó categórico.

Ella hizo una mueca y él dejó escapar un suspiro.

—Iré a echar un vistazo. —Volvió la cabeza y añadió—: ¿Quieres esperar aquí? Es muy posible que no pueda ir más allá de la puerta.

Flick asintió con la cabeza.

—Esperaré aquí mientras lo compruebas. Llámame si todo está bien.

Demonio volvió a mirar fuera y luego avanzó a grandes zancadas hacia la puerta de entrada. Al cabo de un instante, Flick oyó el sonido de la madera crujiendo contra la piedra. Esperó, contemplando la lluvia incesante y escuchando el silencio húmedo. Junto a ella, los caballos se removieron, relincharon y luego se tranquilizaron. Lo único que oía era la respiración regular de los animales y el suave golpeteo de la lluvia…

Y un crujido vacilante y furtivo… Parecía paja y procedía de la parte posterior del establo.

Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Con ojos desorbitados, se volvió. Imágenes de ratas malvadas de ojos rojos invadieron su cerebro. Dio media vuelta y salió corriendo hacia la cabaña.

La puerta estaba abierta de par en par; sin pensárselo dos veces, entró.

—Espera. —Era la voz de Demonio—. He encontrado un farol.

Flick se quedó junto a la puerta y apaciguó su acelerado corazón. Él era grande, tenía los pies grandes. Llevaba paseándose por la cabaña al menos tres minutos, así que lo más probable era que para entonces cualquier roedor ya se hubiese dado a la fuga.

El ruido de una cerilla sobre la yesca quebró el silencio. Del farol brotó una luz intensa que luego se atenuó, y proyectó sobre la estancia un brillo cálido. Demonio volvió a colocar el cristal.

Dejando escapar el aire que hasta entonces había estado conteniendo, Flick miró a su alrededor.

—¡Está muy bien!

—Y que lo digas. —Demonio también estaba observándolo todo—. Recuérdame que felicite a los carboneros cuando los vea.

La cabaña estaba en perfecto orden y, a pesar de las inevitables telarañas, bastante limpia. La puerta había permanecido bien cerrada y los postigos de las ventanas echados, por lo que ningún visitante indeseado había invadido el hogar temporal de los carboneros.

Además, en la casa no había comida que pudiera atraer a los bichos. Las ollas, las sartenes y, lo que era más importante, la tetera, viajaban con sus dueños. Sin embargo, sí había leña apilada y seca en un rincón.

Demonio miró a Flick y luego se acercó a la chimenea.

—Será mejor que encienda el fuego. —Los dos estaban empapados.

—Bien.

Flick cerró la puerta y luego, frotándose los brazos, se adentró en el interior de la cabaña. Mientras Demonio se agachaba delante del hogar, escogiendo troncos y palos con los que prender el fuego, ella examinó los muebles. Sólo había un asiento, un viejo sillón procedente de la mansión. También había tres estrechos camastros, y todos los colchones estaban llenos de bultos. Flick se puso en cuclillas, tiró de una de las patas de madera del camastro que tenía más cerca y lo acercó hasta colocar el extremo frente a la chimenea, de costado. Satisfecha, se acomodó en él y lanzó un suspiro mientras relajaba los hombros.

Demonio se volvió, vio lo que había hecho y asintió. Al cabo de un instante las astillas empezaban a arder, y las removió con ahínco hasta obtener un buen fuego.

Flick observó crecer las llamas, las vio retorcerse y lamer la madera oscura. Pacientemente, Demonio siguió alimentando el fuego, colocó una rama tras otra hasta que cobró vida con mucha más fuerza.

El calor inundó la habitación y arropó a Flick, recorriéndole todo el cuerpo y eliminando la sensación de frío que le causaban sus prendas húmedas. Le invadió una oleada de satisfacción y bienestar; suspiró y empezó a hacer girar los hombros, primero uno y luego el otro; luego se detuvo y siguió observando las manos de Demonio, firmes y seguras, mientras iban apilando leños en el fuego.

Demonio tenía las manos como el resto de su cuerpo: grandes y esbeltas. Sus alargados dedos no titubeaban jamás, y agarraba los troncos con fuerza y seguridad. Se fijó en que sus movimientos eran justo los necesarios, rara vez hacía ademanes superfluos, y eso realzaba la sensación de control, de poder dominador, que impregnaba cada uno de sus actos.

Pensándolo bien, era un hombre perfectamente dueño de sí mismo.

Demonio no se levantó hasta que las llamas empezaron a devorar con ansia dos troncos enormes. Se desperezó y luego se volvió; un gigante intensamente masculino se quedó allí de pie, mirándola.

Aunque tenía la mirada fija en las llamas, Flick era consciente de que Demonio la estaba observando; sintió sus ojos sobre su rostro, más ardiente que el calor que manaba de las llamas. Apartó la vista del fuego, hacia el rincón que había junto a la chimenea, armándose de valor para levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.

De repente, en aquel rincón oscuro, vio moverse algo, el temblor de unos bigotes.

Un hocico puntiagudo y dos ojos rojos.

—¡Aaaaaargh! —Su grito estridente quebró el silencio. Se levantó de golpe, dando otro grito, y se abalanzó sobre Demonio, quien la abrazó de muy buen grado.

—¿Qué pasa?

—¡Una rata! —Sin apartar los ojos del oscuro rincón, se aferró a él con fuerza y le clavó las uñas en los brazos. Señaló hacia donde había visto el animal con la barbilla—. Allí, junto a la chimenea. —Enterró la cara en el pecho de Demonio—. ¡Haz que se vaya!

Su súplica era una expresión de pánico absoluto. Demonio vio al diminuto ratón de campo encogido de miedo frente a las piedras, y reprimió un suspiro.

—Flick…

—¿Se ha ido?

Esta vez Demonio dejó escapar el suspiro.

—Sólo es un ratón de campo atraído por el calor. Se marchará dentro de un momento.

—Avísame cuando se haya ido.

La miró con el ceño fruncido. Sólo le veía la coronilla de su melena rizada. Ladeando la cabeza, intentó verle la cara, pero la había enterrado en su pecho. De algún modo, había introducido sus manos en el abrigo de él y lo tenía agarrado, con una mano a cada lado de la espalda, como si le fuera la vida en ello.

Estaba pegada a él, de la cabeza a los pies.

Y además, estaba temblando.

Como una débil vibración, el temblor le recorría toda la columna vertebral. Instintivamente él la apretó contra sí y luego empezó a acariciarle la espalda de arriba abajo, muy despacio, con la intención de tranquilizarla.

Inclinando la cabeza, le murmuró algo al oído:

—No pasa nada. Se irá enseguida.

Percibía la respiración aterrorizada de Flick, su aliento atenazado en la garganta; no le respondió, pero movió la cabeza para indicar que lo había oído.

Permanecieron así, abrazados delante del fuego, esperando a que el ratón, aún petrificado de miedo, realizase algún movimiento.

Demonio se creía capaz de esperar paciente y estoicamente, pero al cabo de un minuto ya le había abandonado cualquier vestigio de estoicismo. El fuego, ahora una llamarada voraz, le había secado el cuerpo, y si bien Flick estaba aún empapada cuando había corrido a estrecharse contra él, ahora estaba entrando en calor: sus pechos, oprimidos contra los amplios pectorales de él, estaban empezando a calentarse, y el contacto con los muslos de Demonio había caldeado sus caderas. Ella, a su vez, también le estaba haciendo entrar en calor a él… no tardaría en nacer entre ambos un fuego mucho más abrasador que el que ardía en la chimenea.

Apretando los dientes, Demonio se dijo que era capaz de soportarlo. No creía que ella fuese consciente de la tesitura en que él se encontraba; estaba convencido de que sabría manejarla.

El calor entre ambos alcanzó su punto máximo y el perfume de Flick envolvió a Demonio embriagando todos sus sentidos. Cada vez era más consciente de la extrema suavidad que estrechaban sus brazos, de los cálidos pechos que se acurrucaban en él, de la sutil maleabilidad con que el cuerpo de ella le aturdía los sentidos, de la fuerza femenina de los brazos que rodeaban su cuello… Contuvo el aliento y la atrajo hasta lo más hondo de su alma. Cerrando los ojos, apretando la mandíbula, trató con todas sus fuerzas de impedir que su cuerpo respondiese.

Todo fue inútil. Las partes de su cuerpo se tornaron aún más tensas, y las duras… aún más duras. Inexorablemente y, pese a todo, con su inocencia, Flick activaba todos sus mecanismos de respuesta sensual.

En un acto de desesperación, trató de desasirse de ella, pero sólo consiguió que la joven negara con la cabeza repetidamente y se aferrase aún más a él. Apretando los dientes, logró moverla sólo un poco, desplazarla a un lado para evitar así que descubriese, de manera harto gráfica, hasta qué punto le estaba afectando el contacto con su cuerpo.

Estaba sufriendo y no sabía qué podía hacer al respecto. Estaba pagando por sus pecados de haber coqueteado con ella, jugueteado con ella, disfrutado de ella.

Y, sin embargo, no se arrepentía de nada en absoluto, ni de los días pasados, ni de ese momento.

Este pensamiento lo dejó perplejo y lo distrajo momentáneamente del plano físico. Sintiéndose agradecido por aquella sensación de alivio, a pesar de ser tan leve, siguió ese mismo hilo de pensamiento y trató de desentrañar el misterio de por qué Flick le atraía tanto.

Decididamente, no era para él simplemente una muchacha más con la que coquetear, como lo habían sido tantas otras. Nadie hasta entonces lo había hecho sentirse tan protector, nadie había despertado en él la clase de sentimiento que con tanta facilidad le provocaba ella. Eso era, sobre todo, lo que la diferenciaba del resto: los sentimientos que despertaba en él. Podía excitarlo sin proponérselo, cosa que de por sí ya era todo un descubrimiento, pero era aquella otra emoción que se apoderaba tan salvajemente de su cuerpo acompañando al deseo lo que le resultaba tan novedoso, tan adictivo.

Sin duda era diferente, algo que hasta entonces no había sentido. Era como si, con su inocencia, pudiese alcanzarle el alma y despertar en ella algo igualmente inocente, algo nuevo, brillante, algo que nunca había sabido que existía en su interior. Algo que ninguna otra persona había alcanzado jamás, ni siquiera rozado.

Arrugó la frente e intentó moverse, pero ella inmediatamente lo agarró con más fuerza. Demonio suspiró para sus adentros; estaba totalmente entregado a su instinto de protección, no podía soltarla. Tal vez debería tratar de pensar en Flick como si fuera una hermana.

Pero eso era imposible.

Flick, la que no temía a nada, tenía miedo de los ratones. Aquello le pareció conmovedor. Sin embargo, puesto que estaba verdaderamente aterrorizada, daba lo mismo que fuese un ratón que un dragón. La cuestión era cómo hacer que desapareciera el temor, no el inocente ratón.

Dejando escapar un suspiro de resignación, asió a Flick del brazo y la apartó de él.

—Flick, cariño, mira al ratón. Es un ratoncillo inofensivo, no te va a morder.

—Pero puede intentarlo.

—No mientras esté yo aquí. —Acercó los labios a la sien de ella, apartando su hermoso rostro de su pecho—. Venga, míralo. Es tan pequeño…

Con recelo, separó la cara del pecho de Demonio, apretándose aún con fuerza contra su cuerpo, y miró al diminuto roedor.

—Así, muy bien. Lo miraremos hasta que se vaya.

Pasaron un minuto en silencio mientras observaban al ratoncillo, que seguía paralizado, moviendo nerviosamente los bigotes. Demonio no podía moverse para asustarlo mientras Flick siguiese aferrada a él de aquel modo: A ella no le gustaría lo más mínimo que se acercase al ratón-dragón.

Al final, tranquilizado por el silencio y la inmovilidad de ambos, el ratón empezó a moverse hacia delante. Flick tensó todos los músculos de su cuerpo. El ratón salió de su rincón y se acercó a la sombra del borde de la chimenea. Llegó a la esquina y se paró.

Uno de los troncos se resquebrajó y la chimenea escupió chispas y astillas encendidas.

El ratón dio un salto y se escabulló por una pequeña rendija que había entre dos piedras.

—¡Rápido! —gritó Flick—. ¡Tapa el agujero!

Demonio tenía serias dudas de que el ratón fuese a volver, pero cogió una ramita de la pila de leña, se agachó ágilmente y la introdujo por la rendija.

—Ya está. Ahora estás a salvo. —Se levantó y se volvió.

Flick estaba a escasos centímetros de distancia. Lo siguió con la mirada y observó que volvía ligeramente la cabeza para asegurarse de que había sellado bien el agujero. Flick se levantó y, respirando agitadamente, se aferró a él de nuevo.

Demonio levantó la mirada y se detuvo en sus pechos, que subían y bajaban al ritmo de su jadeante nerviosismo. Tuvo que recurrir a sus excelentes reflejos para no reaccionar: paralizó todos sus músculos y tomó el control de cada uno de sus miembros. A continuación, muy despacio, fue alzando la mirada hasta encontrarse con la de ella.

Flick lo miró a los ojos y sintió que un escalofrío recorría su cuerpo; se dijo que eran los vestigios del miedo que había sentido. Pero el brillo en los ojos oscuros de él, la imagen de las ascuas ardiendo en el azul, le cortó el aliento y le provocó un leve mareo, al que siguió un impulso de regresar a sus brazos en busca, no de protección, sino del bienestar que sus sentidos le decían que iba a encontrar en ellos.

Con los ojos muy abiertos, los labios separados y las mejillas ligeramente encendidas, estuvo literalmente a punto de saltar la barrera del decoro.

Demonio dejó caer las pestañas: fue como si un par de persianas de acero la protegieran del calor llameante de sus ojos. Flick sintió que una urgencia insoportable le recorría la piel, desde los pechos hasta la punta de los dedos. Los nervios le impedían pensar con claridad y un hormigueo, seguido de una oleada de puro ardor, le recorrió todo el cuerpo.

Tomó aire y…

Él volvió ligeramente la cabeza y, con un gesto, señaló hacia el camastro y el sillón.

—¿Cuál prefieres?

Ella parpadeó y trató por todos los medios de apaciguar sus alborotados sentidos para recuperar el habla. Volvió a tomar aire.

—Me quedaré con el camastro. Tú puedes utilizar el sillón.

Él asintió. Esquivando sus ojos, Demonio le hizo señas para que se sentara en el asiento que había elegido. Sin saber muy bien qué estaba ocurriendo —con él, con ella misma, con aquel algo extraño que flotaba en el ambiente—, Flick se sentó en el camastro y levantó las rodillas hasta el pecho para poder apoyar las botas en el borde, fuera del alcance de cualquier otro roedor. Se abrazó las rodillas, apoyó en ellas la barbilla y contempló las llamas.

Demonio atizó el fuego y luego se sentó en el sillón. También él clavó la mirada en las llamas, reprimiendo el impulso de mirar a Flick, de observarla, de hacerse preguntas…

Aquel momento de certeza absoluta e inesperada había estado a punto de vencerlo, de derribar las defensas que había erigido entre los dos, entre la inocencia de Flick y sus propios demonios. Fue su inocencia pertinaz, la confusión inocente que, junto con una curiosidad igual de inocente y franca, podía leerse en sus ojos azules, lo que los había salvado, lo que le había dado a Demonio la fuerza necesaria para resistirse. El esfuerzo había dejado en él una huella de sufrimiento, mucho más intensa que antes, y sentía que temblaba por dentro, como si su fuerza se hubiera debilitado, casi extinguido.

Y eso significaba, ni más ni menos, que se había metido en un lío, que lo que había entre ellos iba mucho más allá de lo que él creía, de lo que él podía llegar a imaginar.

Incluso en ese momento, habiendo reconocido el peligro, la mitad de su cerebro estaba ocupada preguntándose cómo sería tener a un ángel entre las sábanas, imaginando, como lo había estado haciendo a lo largo de la tarde, hasta dónde podía extenderse el delicado rubor de su piel… Pero aunque aquellos pensamientos sobre ella eran sensuales, lo eran de una manera posesiva, decidida; los acompañaba de una necesidad imperiosa que no podía saciarse sino de una sola forma, que en este caso significaba…

Sólo pensarlo y ya sentía escalofríos. «Matrimonio» no era una palabra que utilizase con agrado, ni siquiera en su imaginación.

De repente, un crujido atrajo su atención hacia Flick, que, soñolienta y con las pestañas entornadas, se tendía de costado. Escondiendo las piernas debajo de su falda, la joven se arrellanó en el colchón, con la mirada aún fija en el fuego. Demonio se forzó a sí mismo a mirar también las llamas, e intentó mantener su mente en blanco por todos los medios.

Fuera, las gotas seguían cayendo en una lluvia incesante y densa.

Cuando su mente empezó a divagar de nuevo, Demonio intentó calcular qué hora era, pero no tenía ni idea de cuánto tiempo habían estado siguiendo el sendero por el parque. ¿Una hora? ¿Menos?

Al oír un suave suspiro, Demonio se volvió para mirarla… y ya no apartó los ojos de ella. Estaba dormida. Tenía una mano acurrucada debajo de la mejilla, y sus largas pestañas estaban inmóviles, como medias lunas pardas que acariciaran su piel teñida de rosa. Sus labios, ligeramente entreabiertos, brillaban débilmente, y componían la más bella tentación imaginable. El fuego le iluminaba la barbilla y proyectaba rayos dorados sobre su pelo. Demonio la miraba incansablemente, observando el ritmo regular de su respiración reflejado en el movimiento de sus pechos, firmemente sujetos por el terciopelo azul, en el subir y bajar de los volantes que le adornaban el cuello.

Todavía no estaba seguro de lo que ella sentía por él, pero no había detectado ninguna señal de cariz sensual en ella. Al principio se había preguntado si no sería simplemente demasiado joven, demasiado inocente, para haber desarrollado ese tipo de percepciones, pero ahora sabía que Flick, al menos, era más que capaz de tenerlas.

Lo cual le llevó a preguntarse cómo debía de verlo a él…

Seguía mirándola y pensando. No había ninguna necesidad de apartar los ojos de ella.