Capítulo 21

DESPUÉS de tantos años, sus instintos seguían siendo los mismos: Demonio se despertó antes que cualquier otra persona de la casa… y recordó de inmediato sus últimas palabras. Tensó el cuerpo y esperó a que una sensación de horror se apoderase de su cuerpo; sin embargo, lo único que sintió fue una paz inmensa, una certeza sutil de que todo estaba en orden en su mundo. Durante largo rato se limitó a permanecer allí tendido, disfrutando de esa sensación.

Al final, su reloj interior lo instó a entrar en acción. Todavía no había amanecido, pero tendría que marcharse pronto. Se puso de costado y estudió al ángel que yacía acurrucado a su lado. Se había quedado dormido estando todavía dentro de ella; durante la noche se había despertado y se había separado para, acto seguido, seguir durmiendo plácidamente junto a ella.

El despertar de Flick era una de las maravillas ya impresas —grabadas— en su mente. Sonriendo, Demonio tiró con suavidad de la sábana que la envolvía y la descubrió.

Flick se despertó al sentir que Demonio le separaba los muslos y le acariciaba dulcemente la carne suave que escondían. Ella nunca se despertaba rápidamente, no podía hacerlo. Para cuando su respiración se hubo acelerado lo suficiente como para abrir los ojos, estaba sofocada y húmeda, ansiosa y vacía. Justo antes de que tensase los músculos para moverse, Demonio se encaramó encima de ella y desplazó una mano sobre su trasero para que lo levantase al tiempo que le separaba los muslos con los suyos, duros como una roca.

La penetró, con ardor implacable. Se adentró en ella y la llenó por completo hasta que empezó a jadear, a aferrarse a él y a clavarle las uñas en la espalda. Él la cabalgó y ella se unió a él, y sus cuerpos se fundieron en uno solo, empujando, buscando, ascendiendo, galopando hasta que sus corazones estuvieron a punto de estallar y una lluvia gloriosa se derramó sobre ellos.

Un rato después, tumbada de espaldas y aún jadeando, Flick lo sintió todavía tenso y duro en su interior. Se cernió sobre ella, apoyándose en los codos y con la cabeza, inclinada, mientras su pecho se agitaba como un fuelle. Ambos estaban acalorados y sudorosos. El vello de su pecho le escoriaba los pezones; la piel de Flick estaba tan sensible que sentía su vello masculino en todo su cuerpo: en los antebrazos y las pantorrillas, en su abdomen, en su ingle… Sus miembros se tocaban en toda su extensión; estaban tan íntimamente unidos como era posible. Flick nunca lo había percibido físicamente con tanta intensidad… ni tampoco a sí misma.

El corazón de Demonio, cuyos latidos restallaban contra el pecho de ella, aminoró su palpitar. Entonces Demonio levantó la cabeza y la miró:

—¿Te he convencido?

Ella levantó los párpados y lo miró a los ojos; luego puso su cuerpo en tensión deliberadamente, cerrándose en torno a él, sonrió y dejó caer los párpados de nuevo.

—Sí.

Él gimió, lanzó un quejido, dejó caer la frente sobre la de ella y, como cabía esperar, la convenció de nuevo.

Cuando abandonó la habitación apresuradamente, precipitándose por los pasillos como si fuera un ladrón, Demonio juró para sus adentros que nunca más volvería a subestimar a un ángel.

Tuvo una mañana muy ajetreada, pero estuvo de vuelta en Berkeley Square hacia las once, confiando en que, ahora que la temporada estaba en pleno apogeo, su madre no habría bajado todavía. Tal como le había pedido antes de marcharse, Flick lo estaba esperando, y bajó deslizándose por las escaleras en cuanto Highthorpe abrió la puerta.

La luz de sus ojos, aquel brillo en su rostro, le cortó la respiración. Cuando atravesó el vestíbulo para dirigirse hacia él, el sol atravesó el parteluz y derramó todo su esplendor sobre ella. Demonio tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no estrecharla entre sus brazos y besarla hasta perder el sentido. Si Highthorpe no hubiese estado presente lo habría hecho.

Flick pareció leerle el pensamiento; la mirada que le lanzó al cruzar la puerta tenía como único propósito atormentarlo.

—Volveremos por la tarde. —Demonio dirigió este comentario a Highthorpe mientras la seguía por los escalones. Le dio alcance en la acera y la ayudó a subir a la calesa. Flick miró al pescante vacío.

—¿No viene Gillies?

—Ha ido a visitar a sus amigos en la ciudad. —Rescató las riendas del mozo que las había estado sosteniendo, le dio a este su propina y se subió junto a Flick. Arreó a los caballos y emprendieron el camino—. He hablado con Montague, tenemos gente por todas partes. Ahora que ya sabemos dónde buscar, encontraremos a Bletchley y a sus jefes. —Dobló una esquina—. Porque no nos sobra tiempo…

Flick lo miró.

—Eso mismo me estaba preguntando…

El Spring Carnival era la semana siguiente. Demonio hizo una mueca.

—Debería haber vuelto para hablar con el comité esta semana… pero esperaba poder averiguar algo más, al menos un vínculo o algún hecho que apoyase la versión de Dillon. Tal como están las cosas, deberíamos localizar a Bletchley mañana por la noche lo más tardar… Si está en Londres, no podrá esconderse. En cuanto dispongamos de más información volveré a Newmarket, como muy tarde el domingo. —Miró a Flick—. ¿Vendrás conmigo?

Ella pestañeó y abrió mucho los ojos.

—Por supuesto.

Sofocó una sonrisa y miró a sus caballos.

—No hemos encontrado ningún rastro del dinero, por ninguna parte, lo cual resulta un poco raro. Ahora creemos que tiene que estar circulando abiertamente entre las altas esferas en forma de apuestas y gastos, pero nadie ha repartido grandes sumas de dinero últimamente.

Sacudió las riendas y los caballos avanzaron más deprisa. Cuando pasaron junto a las puertas del parque, añadió:

—Siempre había creído que la organización era demasiado astuta para recurrir a sus propios sirvientes, pero es posible que cuando Dillon e Ickley se negaron a prestar sus servicios estando tan próximo el Spring Carnival no tuvieran otra elección que enviar a alguien que tuviesen a mano, alguien de confianza.

—¿De modo que el caballero para el que trabaja Bletchley podría ser un miembro de la organización?

—Es posible. Bletchley es un peón, pero todavía pueden estar utilizándolo. Como mozo de un caballero, tiene múltiples oportunidades de reunirse con otros caballeros; unas palabras aquí y allá no llamarían demasiado la atención. No habría necesidad de reuniones formales.

Flick asintió.

—Escribiré a Dillon y le diré que volveremos el domingo. —Su voz parecía aliviada. Al cabo de un momento se percató de que el lugar no le resultaba familiar—. ¿Adónde vamos?

Demonio la miró.

—Hay una subasta en Tattersalls, caballos de tiro, principalmente. No me importaría hacerme con un par. Pensé que te gustaría ir a mirar.

—¡Oh, sí! ¡Tattersalls! He oído hablar tanto de ese sitio, pero nunca he estado allí. ¿Dónde está?

Su batería de preguntas despejó las pocas dudas que le quedaban a Demonio: definitivamente, había descubierto a la única mujer de toda Inglaterra que prefería ver una subasta de caballos que pasear por Bond Street. Cuando, incapaz de disimular su agradecimiento, expresó este pensamiento en voz alta, ella se echó a reír.

—Pues claro, no seas ridículo. ¡Se trata de caballos!

Por acuerdo mutuo, pujó por un par de caballos grises, de carácter dócil y constitución ósea demasiado delicada para su gusto, pero no le dijo que eran para ella. Cuando los consiguió, Flick empezó a dar saltos de alegría y se pasó el tiempo que él tardó en realizar todos los preparativos para que se los llevasen a Newmarket familiarizándose con ellos. Demonio tuvo que sacarla de allí a rastras.

—Vamos, o nunca llegaremos a Richmond.

—¿A Richmond? —Consintiendo al fin en dejar que se la llevase del patio, Flick lo miró sorprendida—. ¿Por qué vamos allí?

La miró a los ojos.

—Para poder tenerte para mí solo.

Y así fue, durante un largo día lleno de pequeños placeres, de simples caprichos. Primero fueron al Star and Garter, en la colma, a disfrutar de un ligero almuerzo. Cuando Flick tomó asiento en una mesa para dos situada junto a una ventana que daba a los jardines, se dio cuenta de que los demás comensales no les quitaban el ojo de encima. Arqueó una ceja y miró a Demonio.

—¿No deberíamos haber traído alguna carabina o algo así para esta excursión? —Su tono era de mera curiosidad, no de queja.

Él la miró de hito en hito, y luego rebuscó en su bolsillo.

—He llevado esto al periódico Gazette, lo publicarán mañana. —Le dio un pedazo de papel—. Pensé que no te opondrías.

Flick alisó el papel, leyó las palabras allí inscritas y luego sonrió.

—Por supuesto que no. —Volvió a doblarlo y se lo devolvió; contenía un breve comunicado de su compromiso—. ¿Significa eso que podemos movernos libremente sin pisar los callos de la alta sociedad londinense?

—Sí, gracias a Dios. —Al cabo de un momento, rectificó—. Bueno, dentro de unos límites razonables.

Los límites razonables incluían un largo paseo por el parque, bajo los gigantescos robles y hayas. Dieron de comer a los ciervos y, cogidos de la mano, caminaron bajo la luz del sol. Pasearon y hablaron, pero no de la organización ni de Dillon ni de la sociedad, sino de sus planes, de sus esperanzas, de sus aspiraciones para el futuro en común que estaban a punto de compartir. Se rieron y se gastaron bromas el uno al otro, y compartieron besos fugaces, robados y provocativos, protegidos por las ramas de los árboles.

Aquellos besos los hicieron temblar a ambos, percibiéndose el uno al otro de repente. Por un acuerdo tácito, regresaron a la calesa y volvieron a hablar de la boda y de cuándo iba a ser.

Lo antes posible fue su decisión unánime.

Tal como Demonio suponía, cuando regresaron a Berkeley Square su madre los estaba esperando.

—La señora está en el salón del piso de arriba —les informó Highthorpe—. Deseaba verlo en cuanto usted regresase, señor.

—Gracias, Highthorpe. —Sin dejar de sonreír, Demonio hizo caso omiso de la mirada inquisitiva de Flick y, tomándola de la mano, la condujo escaleras arriba.

Cuando llegaron al salón privado de Horatia, llamó a la puerta, la abrió y entró, tirando de Flick.

Horatia, que ya había levantado la cabeza, le lanzó una mirada tan severa, tan impregnada de amenazadores augurios, que debería haberse quedado de piedra.

Sin embargo, Demonio sonrió.

—¿Cuánto se tarda en organizar una boda?

Al día siguiente, Flick fue a dar un paseo por el parque en compañía de Horatia y Helena. El anuncio de su compromiso con Demonio había aparecido publicado esa mañana, y Horatia estaba de exultante de alegría. De hecho, se había alegrado tanto por ellos que la noche anterior habían cancelado todos sus planes y habían celebrado una cena en famille para poder discutir los detalles de sus inminentes nupcias. Puesto que el único requisito que Demonio había impuesto era que debía celebrarse pronto, y Flick no había añadido nada más, Horatia estaba entusiasmada con los planes.

Naturalmente, se había informado a Helena; había aparecido en Berkeley Square a la hora del desayuno, lista para unirse a la fiesta. En esos momentos iba sentada en el carruaje junto a Horatia y ambas estaban informando en tono ceremonioso de los detalles a las demás venerables damas de su círculo social, todas las cuales se detenían junto al carruaje para comentar, felicitar y mostrar su beneplácito ante la buena nueva.

Flick estaba recostada en su asiento, con un aspecto radiante, y acogía con una sonrisa los buenos deseos de las damas. Según Helena y Horaria, eso era lo único que se esperaba de ella en aquellas circunstancias.

Así pues, más bien ociosa, Flick examinó los alrededores y se preguntó si Demonio aparecería por allí. Lo dudaba, pues no parecía entusiasmarle aquella parte de las convenciones sociales. De hecho, tenía la fundada impresión de que en cuanto se hubiesen casado Demonio tenía intención de llevársela de vuelta a Newmarket, a sus caballerizas, y mantenerla allí para el resto de sus días.

Un plan que contaba con su más absoluta aprobación.

Con los labios fruncidos, miró hacia la calzada, al enorme faetón que avanzaba majestuosamente hacia ellas por la avenida. Los caballos le llamaron la atención; observó a los animales, de un negro azabache, con admiración y luego se fijó en el flamante carruaje negro con adornos dorados; no era ostentoso pero sí extremadamente elegante.

Dejó caer sus ojos sobre el caballero que sujetaba las riendas, pero no lo conocía. Era mayor que Demonio, y tenía el pelo castaño y rizado y un rostro que sorprendía por su belleza fría. Sus facciones eran clásicas: una frente amplia y una nariz patricia entre unos pómulos finos. Tenía la tez muy blanca. Sus ojos eran fríos, las pestañas, muy tupidas, y su boca delgada no sonreía. En general, su expresión era de soberbia arrogancia, como si ni siquiera los aristócratas que flanqueaban la avenida mereciesen su atención.

Flick se quedó pensativa mientras el carruaje terminaba de pasar; estaba a punto de desviar la mirada cuando sus ojos se toparon con el mozo de librea que iba encaramado detrás. ¡Era Bletchley!

Flick se volvió hacia Horaria.

—¿Quién es ese caballero, el que acaba de pasar?

Horaria miró y dijo:

Sir Percival Stratton. —Compuso un gesto desdeñoso—. Decididamente, no pertenece a nuestro círculo. —Se volvió hacia lady Hastings.

Flick sonrió a la dama, pero tras su apariencia recatada su mente empezaba a urdir mil estrategias. Sir Percival Stratton… le sonaba ese nombre. Tardó unos minutos en recordar dónde lo había visto: en una invitación dirigida a la casa de Vane Cynster, que luego había sido enviada a los padres de este, puesto que Vane y Patience seguían en Kent.

Sir Percival iba a dar una fiesta de disfraces esa misma noche.

Flick no podía contener su impaciencia. En cuanto ella y sus futuras parientes políticas llegaron al vestíbulo de la mansión Cynster, se excusó y subió las escaleras a toda prisa… y a continuación fue directamente al salón privado antes de que llegaran Horatia y Helena. Cerró la puerta, corrió hasta la chimenea y buscó entre las invitaciones que habían dejado apiladas encima de la repisa. Había estado ayudando a Horatia a responder a las invitaciones; una mañana, había visto la de sir Percival al ordenar las invitaciones y la había colocado en la pila destinada a Vane y Patience. Cuando la encontró, la escondió entre los pliegues de su chal y luego se dejó caer en una silla al tiempo que la puerta se abría y entraban Helena y Horatia. Flick sonrió.

—Al final he pensado que tomaré el té en su compañía.

Así lo hizo y, a continuación, se excusó diciendo que se iba a descansar. Helena se marcharía enseguida y luego Horatia también se retiraría a descansar. Las tres tenían una noche llena de compromisos: una cena y dos bailes.

Aquello le daba unas horas para pensar qué hacer.

En el asiento que había junto a la ventana de su alcoba, examinó la gruesa tarjeta blanca, inscrita con legras negras. La invitación iba dirigida al señor Cynster, no al señor y la señora Cynster; sir Percival no debía de saber que Vane se había casado. El baile de disfraces de sir Percival comenzaba a las ocho. Por desgracia, iba a celebrarse en Stratton Hall, en Twickenham, y Twickenham estaba más allá de Richmond, lo cual significaba que tardaría horas en llegar hasta allí.

Apretando la mandíbula, Flick se puso en pie de un salto, se acercó al tirador de la campanilla y envió a un lacayo en busca de Demonio.

El lacayo regresó, pero no acompañado de Demonio, sino de Gillies. Se reunió con Flick en el salón trasero.

—¿Dónde está Demonio? —preguntó sin rodeos en cuanto la puerta se cerró tras el lacayo.

Gillies se encogió de hombros.

—Iba a reunirse con Montague y luego tenía unos asuntos en la ciudad. No me dijo dónde.

Flick soltó una imprecación para sus adentros y empezó a pasearse arriba y abajo de la habitación.

—Tenemos que estar en una cena a las ocho. —Lo cual significaba que no había razón para que Demonio regresase antes de las seis. Miró a Gillies y preguntó—: ¿Cuánto se tarda en llegar a Twickenham en un coche de caballos?

—Dos horas y media, puede que tres.

—Eso me imaginaba. —Siguió paseándose, y luego se detuvo frente a Gillies—. He encontrado a Bletchley, pero… —Lo informó del resto rápidamente—. Verás, es imprescindible que uno de nosotros esté allí desde el principio, por si la organización decide reunirse. Bien —gesticuló—, un baile de disfraces, ¿qué mejor ocasión para una reunión clandestina? Y aunque la organización no se reúna, es vital que nos movamos con rapidez: necesitaremos registrar la mansión Stratton en busca de pruebas y esta es la mejor manera de infiltrarnos, la ocasión perfecta para curiosear.

Cuando Gillies se la quedó mirando como si no diese crédito a sus oídos, ella se cruzó de brazos y le lanzó una mirada glacial.

—Como no tenemos forma de saber a qué hora va a volver Demonio, tendremos que dejarle un recado e ir nosotros solos. Uno de nosotros debe estar allí desde el principio. —Consultó el reloj de la repisa: eran ya más de las cuatro—. Quiero salir a las cinco. ¿Puedes prepararme un coche?

Gillies parecía afligido.

—¿Está segura de que no quiere reconsiderarlo? No le va a gustar que se haya marchado sin él.

—¡Tonterías! Sólo es un baile de disfraces y se reunirá con nosotros enseguida.

—Pero…

—Si no me llevas tú, buscaré un cochero.

Gillies dejó escapar un suspiro de resignación.

—De acuerdo, de acuerdo.

—¿Puedes conseguir un coche?

—Tomaré el segundo coche de la señora, será fácil.

—Bien. —Flick se quedó pensativa y, a continuación, añadió—: Deja una nota diciendo adónde hemos ido y por qué en Albemarle Street… Yo dejaré una aquí también. Una para Demonio y otra para lady Horatia. Con eso estará solucionado.

La expresión de Gillies era de escepticismo absoluto, pero se limitó a inclinar la cabeza y se marchó.

Gillies regresó a bordo del segundo coche de lady Horatia, un vehículo pequeño y negro. Ayudó a Flick a subir a su interior poco después de las cinco.

Flick se acomodó en el asiento y asintió mentalmente. Todo estaba saliendo según el plan. Para cuando hubo convencido a Gillies y regresado a su habitación, su sirvienta había regresado del desván con un dominó de color negro y una maravillosa máscara de plumas negras, que ahora viajaban con ella en el coche de caballos. Era una noche cálida y las nubes espesas avanzaban a escasa altura, caldeando aún más el ambiente. Se pondría el disfraz cuando llegasen a Stratton Hall; estaba segura de que nadie la conocería cuando lo llevara puesto.

Ciertamente, la máscara le sentaba muy bien, y el negro resaltaba el dorado de sus cabellos. Esbozó una sonrisa. A pesar de la gravedad del asunto, de la organización y del peligro, sintió una oleada de emoción cada vez más intensa… por fin estaban muy cerca. Por fin estaba pasando a la acción.

Con creciente nerviosismo, pensó en lo que le esperaba. Nunca había estado en un baile de disfraces, pues si bien en otros tiempos habían estado muy de moda, en aquellos días eran poco habituales. Se preguntó por qué sería y lo achacó a los cambios de la época.

De todas formas, estaba segura de que lograría arreglárselas. Había estado en numerosos bailes y fiestas y sabía muy bien cómo funcionaban. Y Demonio la seguiría en cuanto llegase a casa; era muy poco probable que algo saliera mal.

Oyó la amenaza de unos truenos, pero todavía eran muy distantes. Cerró los ojos, y sonrió.

Gillies le había asegurado que a Demonio no le haría ninguna gracia que se pusiera en peligro. Lady Osbaldestone la había avisado de que era un hombre muy protector, pero eso ella ya lo sabía. Sospechó que, cuando se reuniese con ella, el estruendo de su voz iba a ser mucho más poderoso que el trueno distante que acababa de oír.

Y, pese a todo, no le preocupaba lo más mínimo. Esperaba sinceramente que él nunca llegase a darse cuenta de que el conocimiento de su reacción no tenía fuerza disuasoria para ella. Si Flick creía que debía hacer algo, lo haría… y más tarde pagaría gustosa el precio que él le impusiese. Calmaría y aliviaría su instinto de posesión. Tal como había hecho en The Angel.

Balanceándose con el traqueteo del carruaje, se preguntó cuál sería su precio esa noche.

Demonio regresó a casa después de las seis, con una sonrisa alelada en el rostro y la escritura del número 12 de Clarges Street en el bolsillo… Y se encontró, esperándolo con estoica rigidez en el umbral de la puerta, con uno de los lacayos de Berkeley Square. El mensaje que le entregó lo dejó perplejo.

Entró en el salón privado de su madre cinco minutos después.

—¿Qué pasa? —En la nota no se lo contaba: era, prácticamente en su totalidad, un lamento, en el que imploraba su perdón; le pareció tan impropio de su madre que se preocupó de veras. Cuando la vio postrada en la cama, con las sales bajo la nariz, su preocupación fue en aumento—. ¿Qué es lo que ocurre?

—¡No lo sé! —Al borde de las lágrimas, Horaria se incorporó—. Felicity se ha ido al baile de disfraces de Stratton. Ten, lee esto. —Le tendió una nota arrugada—. Ah, y ha dejado otra para ti también.

Demonio cogió las dos notas. Miró la de su madre por encima, la apartó a un lado y leyó entonces detenidamente la que le había dejado a él, en la que, tal como imaginaba, daba muchas más explicaciones.

—Esta tarde en el parque me ha preguntado quién era Stratton, pero nunca habría imaginado… —Horaria alzó ambos brazos al cielo—. Bueno, ¿quién se lo iba a imaginar? Si hubiese sabido que se le iba a meter semejante idea en la cabeza, ¡no la habría perdido de vista!

Demonio releyó la nota que le había dejado Flick.

—¿Qué has hecho con los compromisos que teníais para esta noche?

—Ha sugerido que la excuse con el pretexto de que tiene jaqueca… ¡Y yo nos he excusado a ambas con el pretexto de que yo tengo jaqueca! ¡Cosa que es cierta!

Demonio la miró.

—No te preocupes, no le pasará nada.

—¿Cómo lo sabes? —Percatándose de pronto de su relativa calma, Horaria lo miró frunciendo el ceño—. ¿Se puede saber qué pasa?

—Nada por lo que debas alarmarte. —Le devolvió su nota y se metió la suya en el bolsillo. Flick le había dicho a Horaria que, de repente, le habían entrado unos deseos irresistibles de acudir a una fiesta de disfraces, así que se había ido a Stratton Hall esperando que Demonio se reuniera allí con ella—. Ya sé cómo son los bailes de disfraces de Stratton. —Al oír aquella confesión, Horatia lo miró aún con mayor suspicacia, pero él siguió hablando sin inmutarse—: Iré tras ella de inmediato. Sólo estará allí una hora sola antes de que llegue yo.

A pesar de que se sentía claramente aliviada, Horatia no pudo evitar fruncir el ceño.

—Creí que te ibas a poner como loco. —Soltó un bufido—. Está muy bien que yo no me preocupe, pero ¿por qué no estás tú preocupado?

Lo estaba, pero… Demonio arqueó las cejas con gesto resignado.

—Digamos que ya me estoy acostumbrando a la sensación.

Dejó a su madre con un gesto de perplejidad absoluta en el rostro y regresó a Albemarle Street. La nota de Gillies le daba más detalles. Se detuvo únicamente para recoger su invitación al baile de disfraces y para rescatar su viejo dominó y un sencillo antifaz del armario, y, en un coche de caballos de alquiler, fue tras los pasos de Flick una vez más.

Dos minutos después de haber franqueado con altanería el umbral de Stratton Hall, Flick se dio cuenta de que ninguna fiesta o baile de la alta sociedad podría haberla preparado para el baile de disfraces de sir Percival.

Dos gigantescos negros ataviados únicamente con taparrabos, turbantes y una cantidad ingente de oro, y sosteniendo sendos sables de aspecto amenazador, estaban apostados en el vestíbulo, con los brazos en jarras, montando guardia junto a las puertas al salón de baile. En el interior del mismo, cuya extensión ocupaba la totalidad de la planta baja de la casa, la escena era igual de exótica. El techo estaba cubierto de una seda azul tachonada de estrellas doradas, y las paredes, adornadas, con una mezcolanza de sedas, brocados y ornamentos de bronce, parecían salidas de Las mil y una noche.

Consciente de su disfraz, no se detuvo en el umbral a mirar, sino que, con la columna erguida y la barbilla bien levantada, con aire majestuoso, se mezcló directamente entre la multitud. En el centro de la estancia Flick vio una fuente a la que los invitados se acercaban para llenar sus copas de agua… y entonces se dio cuenta de que lo que manaba de ella no era agua, sino champán. La fuente estaba rodeada de mesas que exhibían un sinfín de manjares exquisitos; otras mesas estaban igualmente repletas de platos carísimos: marisco, faisán, caviar, huevos de codorniz… Flick vio incluso un pavo relleno de trufas.

El vino fluía por doquier, al igual que otros licores, y el ánimo de los invitados respondía en consonancia. Cuando se acercaba al fondo de la sala, oyó el sonido de un violín y vio un cuarteto de cuerda tocando en el jardín de invierno que se extendía detrás del salón de baile.

Había invitados por todas partes. La belleza de las mujeres, aún escondidas tras sus máscaras y dominós, era extraordinaria… todas eran despampanantes. Los hombres eran todos caballeros de la alta sociedad, Flick lo percibía en su acento, invariablemente refinado, y lo veía en sus ropas, pues muchos de ellos llevaban sueltos los dominós, como una capa, y en algunos casos se los habían echado atrevidamente por encima del hombro.

Desde el extremo de la sala, Flick dio una vuelta en busca de Stratton. Los ventanales que daban a la terraza estaban abiertos para aliviar el bochorno de la noche. Unos nubarrones negros avanzaban en grupúsculos, desfilando por el aire. Los truenos se oían de forma intermitente, pero la tormenta todavía estaba lejos.

—Bueno, bueno, bueno… ¿qué es lo que tenemos aquí? —Flick se volvió… y se encontró con la mirada penetrante y fría de Stratton—. Mmm… ¿Un hada de los bosques, tal vez, que ha venido a amenizarnos la velada? —Curvó sus finos labios, pero no había atisbo de calidez en su sonrisa.

Dejó de mirarla a la cara y, sin ningún tipo de disimulo, sus ojos la recorrieron de arriba abajo. Flick sintió un escalofrío.

—Estoy buscando a un amigo.

Un brillo calculador asomó a los ojos de Stratton.

—Estaré encantado de satisfacerte, querida, una vez comience la fiesta. —Levantó una mano. Flick retrocedió instintivamente, pero él fue demasiado rápido. La asió por la barbilla y le volvió el rostro a uno y otro lado, como si pudiese ver a través de su máscara. Sin duda era consciente de su resistencia, pero esta parecía complacerlo. A continuación, la soltó—. Sí, te buscaré luego.

Flick ni siquiera hizo un amago de sonrisa. Por suerte, otra dama reclamó la atención de Stratton; Flick aprovechó la ocasión para escabullirse.

La multitud, cada vez más numerosa, se estaba impacientando. Flick se mezcló entre la gente y cruzó la habitación con paso decidido, dejando a Stratton ante los ventanales. Además de la puerta principal del salón, había otras tres puertas más que conducían al interior de la casa. Los invitados hacían su entrada por la puerta principal y, hasta el momento, los únicos que habían utilizado las otras puertas habían sido los lacayos. El baile de disfraces estaba a punto de comenzar y, si bien el ambiente ya era más ruidoso que en los bailes a los que había acudido hasta entonces, acabaría siendo verdaderamente atronador.

Flick se detuvo a medio camino junto a una de las paredes interiores, dejando que la fuente y la vorágine que la rodeaba la separase de Stratton. El hombre era bastante alto, por lo que ella podía verlo. Esperaba que él no pudiese verla a ella. Desde donde estaba podía vigilar las puertas que conducían a la casa; si iba a celebrarse una reunión, dudaba que fuese en el salón, cada vez más concurrido.

Hasta que llegase Demonio, lo mejor que podía hacer era observar cualquier signo de concentración sospechosa de gente. Con el corazón un poco más sosegado, dio rienda suelta a la necesidad de frotarse la zona de la barbilla que Stratton le había tocado. Sin apartarse de la pared se dispuso a vigilarlo, a no perderlo de vista ni un minuto.

La reunión estaba adquiriendo tintes cada vez más obscenos; los invitados podían ser adinerados y de buena familia, pero Flick entendía ahora por qué los bailes de disfraces no estaban ya tan en boga entre las grandes damas. Aun después de haber pasado dos noches en brazos de Demonio, algunas de las cosas que vio la escandalizaron. Por suerte, había algunas reglas. Pese al modo en que se comportaban otras damas, que dejaban que los caballeros las manoseasen a su antojo por debajo de sus dominós, todos los caballeros presentes eran, al fin y al cabo, caballeros, y los que se detenían a hablar con ella la trataban con cortesía, aunque, como Stratton, con cierta intención depredadora.

Reconoció dicha intención sin dificultad, pero la mayor parte de los hombres la dejaban en cuanto les comunicaba que estaba esperando a un caballero en particular.

Por desgracia, siempre hay alguna excepción que confirma la regla.

—Entonces, ¿su caballero no ha aparecido todavía? —La abordó de nuevo uno de los más descarados—. Veo que sigue esperando… es una lástima malgastar el tiempo, una mujer tan bonita como tú…

Extendió la mano y acarició una pluma de la máscara. Flick se echó hacia atrás, pero su expresión ceñuda quedó oculta por la máscara.

—Tienes razón. —El amigo del más descarado apareció a su otro lado, recorriéndola de arriba abajo con mirada curiosa—. ¿Por qué no nos retiramos a una de las habitaciones del pasillo y así nos enseñas a mi amigo y a mí lo bonita que eres, eh? ¿Qué te parece? —Alzó la vista y unos ojos fríos escudriñaron los suyos—. Siempre puedes volver y reunirte con tu caballero más tarde.

Se aproximó a ella, mientras su amigo se acercaba a Flick por el otro lado, acorralándola entre ambos.

—No creo que a mi caballero le gustase esa idea —repuso Flick.

—No estábamos sugiriendo que se lo dijeses, querida —le susurró el primero al oído.

Flick volvió la cabeza hacia él y luego tuvo que volverla hacia el otro lado, pues su amigo empezó a susurrarle al otro oído.

—No queremos causarte ningún problema, sólo darte unos cuantos cachetes y hacerte cosquillas para distraernos un poco hasta que empiece la orgía.

¿Orgía? Flick se quedó patidifusa.

—Eso es, considéralo una especie de aperitivo, para hacer boca. Aquí estamos nosotros, con nuestros pajaritos inquietos cuando aún falta tanto tiempo para entrar en acción…

—Y aquí estás tú, una palomita impaciente esperando a ser desplumada, pero el palomo que has elegido no aparece.

—Así es, y un poco de toqueteo por aquí y de meneo por allá calmará la impaciencia de los tres, ¿no te parece?

Ambos se acercaron un poco más, bajando la voz, susurrándole cosas al oído en un tono cada vez más sugerente, soltándole rápidas y fogosas ráfagas verbales, un cúmulo de insinuaciones a cada cual más escandalosa y procaz. Tras su máscara, Flick estaba cada vez más horrorizada. ¿Los dedos de los pies? ¿Lenguas? ¿Varas?

Flick ya había tenido suficiente. Primero Stratton y ahora aquellos dos. Se habían acercado mucho a ella; se dio impulso con los brazos y les clavó sendos codazos en las costillas. Se echaron hacia atrás dando un grito ahogado, y ella los increpó:

—¡Nunca en toda mi vida había visto tanta arrogancia ni tanta presunción! Debería darles vergüenza: ¡hacerle proposiciones a un dama en esos términos! ¡Y sin la más mínima invitación! Piensen en cómo se escandalizarían sus señoras madres si les oyesen hablar así. —Ambos la miraban como si se hubiese vuelto loca. Flick les lanzó una mirada asesina y a continuación añadió—: En cuanto a esos apéndices inquietos… ¡sáquenlos a dar un paseo bajo la lluvia, a ver si así se calma su impaciencia!

Los fulminó con la mirada una vez más, se dio media vuelta para marcharse… Y se estampó con otro hombre: el suyo.

Demonio la rodeó con los brazos antes de que ella hiciese amago de apartarse de él. Asiéndole del dominó, Flick levantó la vista a su rostro enmascarado. Él permaneció con la mirada fija por encima de su cabeza, un momento y luego bajó la vista.

—¿Cómo me has reconocido? —preguntó Flick con gesto ceñudo.

Era la única mujer con el pelo de oro y atraía sus sentidos como si fuese un imán. Demonio arrugó la frente.

—¿Qué diablos creías que…?

—¡Chist…! —exclamó, mirando a su alrededor—. Ven, bésame. —Se puso de puntillas e hizo los honores. Cuando sus labios se separaron, susurró—: Esto parece ser una bacanal o algo así, de modo que intentemos hacer todo lo posible para no desentonar. —Deslizando los brazos por debajo de su dominó, se abalanzó sobre él. Demonio apretó los dientes y la desplazó un poco hacia atrás—. Esos dos caballeros que estaban hablando conmigo… Nunca te imaginarías lo que me… —Se interrumpió—. ¿Dónde han ido?

—De repente han recordado que tenían asuntos urgentes que atender.

—Ah.

Le lanzó una mirada recelosa, pero él optó por hacer caso omiso.

—Lo que quiero saber es por qué creíste conveniente… —No le quedó más remedio que interrumpir la frase y contener el aliento: Flick lo tenía cogido del cuello, y retorcía y aplastaba sus caderas contra él. Se la quedó mirando perplejo, ella le sonrió y acurrucó la cabeza en su pecho.

—He encontrado a Bletchley. Es el mozo de sir Percival.

Demonio escudriñó sus ojos, prendidos de ansiedad, de entusiasmo expectante, y dejó escapar un suspiro para sus adentros.

—Eso decía tu nota. —Arropándola más cómodamente en sus brazos, se movió para ver mejor la sala—. Supongo que has decidido que la organización se reunirá esta noche.

—Es la ocasión perfecta.

No podía estar más de acuerdo; mientras observaba el mar de gente, se fijó en las distracciones espontáneas que surgían aquí y allá.

—Los asistentes ni siquiera correrán el riesgo de que los reconozcan. —Bajó la cabeza y la miró a los ojos—. Vamos a dar una vuelta. En las fiestas de Stratton, siempre hay libertad para moverse por donde uno quiera. —Aparte de por las demás razones, quería alejar a Flick del centro de actividad, aunque, según todos los indicios, al baile de disfraces de sir Percival aún le quedaba cuerda para rato.

Colocándole con osadía la palma de la mano en el trasero, la condujo hasta la puerta más próxima. Bajó la vista, se encontró con su mirada escandalizada y arqueó una ceja nada inocente.

—Tenemos que hacer todo lo posible por no desentonar.

La pellizcó con los dedos… y, tras la máscara, la mirada de Flick se enardeció y un brillo peligroso asomó en el azul de sus ojos. Antes de que pudiera detenerla, Flick se le acercó, deslizó una mano ágil por debajo de su dominó y empezó a acariciarle la entrepierna.

Demonio contuvo el aliento y se quedó paralizado; ella ahogó una risa picara. Lo tomó de la mano y se acercó a la puerta.

—Venga, vamos. —La mirada que le lanzó habría convencido a cualquiera de los allí presentes de que su único propósito era participar activamente en el baile de disfraces de sir Percival.

Tratando de mantener la calma, Demonio le siguió la corriente al tiempo que pensaba en algunos de los detalles de su plan. Una vez en el pasillo, la atrajo hacia sí y la encerró en un abrazo, volviendo de este modo a la posición posesiva del principio. Cualquiera que pasase por el pasillo en penumbra pensaría que eran sólo un par de libertinos más en busca de un rincón tranquilo.

Otros muchos estaban haciendo lo mismo. Demonio se detenía delante de todas las puertas, le decía a Flick que lo besara, abría la puerta, sacaba la cabeza, examinaba rápidamente la habitación y murmuraba una disculpa incoherente antes de volver a salir de nuevo si ya estaba ocupada. Todas las habitaciones del piso de abajo lo estaban, algunas de ellas con grupos de gente; pese a todos sus esfuerzos, era imposible ocultarle a Flick las escenas de los juegos que transcurrían detrás de las puertas. Al principio se quedó rígida de estupor, pero cuando ya hubieron examinado todas las habitaciones de la planta de abajo, su reacción ya había cambiado y se había convertido en curiosidad.

Un hecho al que Demonio trató de restar importancia. Decididamente, para algunas de las cosas que veía no estaba preparada. Todavía.

—Ninguna reunión —murmuró Flick cuando regresaron al vestíbulo principal—. ¿No podríamos vigilar a Stratton y luego seguirlo cuando abandone el salón de baile?

—Tal vez eso no nos sirva. ¿Recuerdas lo que te dije acerca de que puede que el jefe de Bletchley no sea miembro de la organización?

Flick frunció el ceño.

—Stratton acaba de estrenar un faetón nuevo, y tendrías que haber visto sus caballos.

—Puede ser, pero aunque Stratton sea un tipo seco y adusto, también es extraordinariamente rico. —Demonio señaló a su alrededor—. Heredó una inmensa fortuna.

Flick hizo una mueca de decepción.

—Parecía un candidato tan prometedor…

—Sí, bueno, en fin… —Llegó al pie de las escaleras y se dispuso a subirlas—. Creo que deberíamos comprobar todas las habitaciones.

Otras parejas, congestionadas, levemente desmadejadas y jadeantes, bajaban las escaleras con alborozo mientras ellos subían. Demonio atrajo a Flick hacia sí con aire sugerente; ella iba un escalón por delante de él, por lo que sus cuerpos se frotaban el uno con el otro a medida que iban subiendo.

Llegaron a la galería, Flick hizo una pausa y susurró:

—¿No deberíamos mirar también fuera? Si en lugar de Stratton fuera alguno de sus invitados el que pretendiera reunirse con Bletchley, ¿no utilizaría el jardín?

—Está lloviendo, empezaron a caer gotas cuando llegué. Creo que podemos dar por hecho que todavía no ha habido ninguna reunión. Por tanto, creo que tendrá que celebrarse dentro, en alguna zona de libre acceso para los invitados.

Prosiguieron su búsqueda. Algunos de los dormitorios y las suites estaban ocupados, otros, en cambio, estaban vacíos, y aunque se toparon con multitud de reuniones ninguna era de la índole que andaban buscando. Flick ya casi se había dado por vencida cuando alcanzaron la última puerta del extremo del último pasillo.

Demonio colocó la mano en el pomo de la puerta y luego trató de hacerlo girar.

—Está cerrada con llave.

Demonio se volvió. Flick permanecía allí de pie, mirando la puerta con el ceño fruncido.

—¿Por qué con llave? —Volvió a mirar el pasillo—. Su dormitorio no lo estaba. —Miró la puerta tras la que dos parejas estaban enfrascadas en un enérgico revolcón sobre la gigantesca cama de Stratton—. Ni su vestidor, ni su estudio. —Señaló con la cabeza cada una de esas puertas, y luego se volvió para mirar la última puerta—. ¿Por qué iba a cerrar con llave esta puerta y no las demás?

Demonio la miró a los ojos, a su barbilla obstinada, y dejó escapar un suspiro. Apoyó la oreja en la puerta para comprobar si se oía algún ruido y luego miró por debajo, pero no se veía luz.

—No hay nadie dentro.

—Vamos a mirar —le pidió Flick—. ¿No puedes abrirla?

Demonio pensó en volver a repetirle que Stratton no era un buen candidato para participar en carreras amañadas, pero su súbito entusiasmo era contagioso. Extrajo la pequeña herramienta que llevaba consigo a todas partes, una navaja de varias puntas que servía para repasar los cascos de los caballos. En menos de un minuto ya había abierto la puerta. La habitación estaba vacía, dejó pasar a Flick, comprobó que el pasillo seguía desierto y luego cerró la puerta a sus espaldas.

Un brillo tenue iluminaba la estancia. Flick ajustó la mecha de una lámpara que ardía encima de un amplio escritorio y volvió a colocar la esfera de cristal que la cubría. Ambos miraron alrededor.

—Un despacho.

Demonio examinó los estantes y los libros de contabilidad que ocupaban una de las librerías. No era una sala demasiado grande. Había un sillón de cuero detrás del escritorio y una silla de madera delante. En una de las paredes se abrían varias ventanas que daban al río; en esos momentos ofrecían un panorama de lluvia incesante y nubarrones grises iluminados intermitentemente por los relámpagos. Los truenos sonaban cada vez más cerca.

—Mitad biblioteca también —señaló Flick, inspeccionando la pared de estanterías que había enfrente de las ventanas—. Me pregunto por qué los guarda aquí arriba. La biblioteca no estaba llena del todo.

Demonio se acercó a los estantes. Examinó los títulos de los libros, encontró algunos volúmenes sobre juegos de azar que le resultaron familiares, y unos cuantos no tan familiares sobre técnicas para hacer trampas en las cartas y sobre modos de manipular algunas formas de apuestas. Frunció el ceño y los examinó más detenidamente, agachándose para leer los títulos de los volúmenes del estante inferior.

—Interesante.

Su tono de voz había cambiado. Leyó los títulos de nuevo, se incorporó y regresó junto al escritorio con paso decidido.

Flick lo miró con aire inquisitivo. Él la miró cuando ella acudió a su lado y se quitó el dominó y la máscara.

—Esos de ahí —explicó, señalando con la cabeza el estante inferior, lleno de libros— son los registros completos de las carreras de los dos últimos años.

Flick pestañeó.

—¿Los registros completos?

Demonio asintió y abrió el primer cajón del escritorio.

—No es algo que se suela guardar en la biblioteca. Yo ni siquiera tengo un solo volumen.

—¿Y cómo…? —Sin terminar de formular la pregunta, Flick abrió el primer cajón de su lado del escritorio.

—El año pasado desapareció un tomo y nunca lo encontraron. Pero también posee los volúmenes más recientes… los de la temporada pasada.

—Una herramienta de lo más útil para amañar carreras.

—Eran el equipo ideal para la tarea que tenían entre manos: ambos conocían los nombres de todos los ganadores más recientes, así como los que se esperaba que ganasen la temporada siguiente.

Abrieron todos los cajones e inspeccionaron hasta la última hoja de papel.

—Nada. —Apartándose de un soplo un rizo rebelde de la frente, Flick se volvió y se sentó encima del escritorio.

Demonio hizo una mueca y se desplomó en el sillón de cuero. Sin el menor entusiasmo, recogió el último objeto del cajón del fondo: un libro de contabilidad encuadernado en piel. Lo colocó encima del escritorio, lo abrió y examinó los asientos. Al cabo de un momento, dio un resoplido.

—Ese faetón es nuevo, y pagó una bonita suma por él. En cuanto a los caballos, decididamente pagó demasiado.

—¿Algo más?

—El caviar ha subido dos libras la onza este último año: sus hábitos para llevar la contabilidad son tan estrictos como él mismo. Anota hasta la última transacción, hasta las apuestas perdidas que ha pagado.

Estudiando el gesto hosco de su rostro, Flick compuso una mueca de decepción.

—Supongo que no habrá ningún asiento bajo el concepto «carreras amañadas», ¿verdad que no?

Demonio empezó a menear la cabeza, pero se detuvo cuando una cifra en especial empezó a bailarle delante de los ojos. Se incorporó despacio, pasó una página hacia atrás, luego otra…

—¿Qué pasa?

—Recuérdame que le debemos a Montague una buena recompensa. —De no haber sido por la labor de su agente nunca se habría dado cuenta—. Las cantidades que estamos buscando, las sumas que se han obtenido después de cada carrera amañada…

—¿Sí?

—Están aquí. Según esto, son su principal fuente de ingresos.

—Creí que habías dicho que era rico.

Sin dejar de hojear el libro, Demonio contuvo una imprecación.

—Lo era… Debe de haber perdido su fortuna. —Dio unos golpecitos encima de una cifra—. Este ingreso de los fondos fue minúsculo el año pasado, luego se termina. Ha pagado enormes deudas… De juego, supongo. —Levantó la vista—. No llegó a arruinarse. Nadie se dio cuenta de que había logrado salir a flote porque sustituía los ingresos de las carreras amañadas para cubrir los ingresos perdidos con las inversiones. Siempre ha sido un derrochador, nada parece haber cambiado. Simplemente ha seguido viviendo como siempre.

—Salvo que corrompió y chantajeó a Dillon, a los jinetes y sabe Dios qué hizo con Ickley.

—O con otros. —Demonio examinó el libro—. Esto es demasiado voluminoso para que podamos llevárnoslo. —Hojeó las páginas, dejó el libro en el escritorio y arrancó cinco hojas.

—¿Con eso bastará?

—Eso creo. Aparecen las cantidades procedentes de tres carreras amañadas como ingresos y cinco valiosas adquisiciones que pueden atribuirse a Stratton, así como cuatro grandes deudas de dinero pagadas a miembros de la alta sociedad que estoy seguro de que corroborarán de quién recibieron dichas sumas. Además, su letra es fácilmente reconocible. —Examinó las páginas, las dobló y las guardó en el bolsillo interior de su levita. Devolvió el libro al último cajón—. Mañana llevaremos las hojas a Newmarket. Con un poco de suerte, no las echará en falta.

Cerró el cajón y miró a Flick.

Se oyó el crujido de un tablón del suelo del pasillo, el sonido de unos pasos que se detuvieron a cierta distancia y que a continuación, apresuradamente, avanzaban directamente hacia el despacho.