Capítulo 2

FLICK ladeó la barbilla, una barbilla delicada y puntiaguda. Tenía un aspecto decididamente obstinado.

—Me estoy haciendo pasar por un mozo de cuadra en tus establos, para…

—¡Menuda broma más estúpida! Si crees que puedes tomarme el pelo…

—No es ninguna broma. Hablo en serio. —El azul de sus ojos centelleó y su expresión se tornó beligerante—. Lo hago por el general.

—¿El general? —El general sir Gordon Caxton era vecino y mentor de Demonio y el tutor de Felicity, alias Flick. Demonio frunció el ceño—. ¿No me estarás diciendo que el general está al tanto de esto?

—¡Pues claro que no!

Flynn se movió; con los labios apretados, Demonio esperó a que Flick apaciguara al enorme caballo zaino.

Lo repasó con la mirada, irritada y considerada al mismo tiempo, y luego la fijó en su semblante.

—Es por Dillon.

—¿Dillon?

Dillon era el hijo del general. Flick y Dillon eran más o menos de la misma edad. Los recuerdos más recientes que Demonio guardaba de Dillon eran de un muchacho de pelo castaño que se pavoneaba por Hillgate End, la casa del general, con aires de importancia.

—Dillon se ha metido en un lío.

Demonio tuvo la certera impresión de que la chica se había reprimido para no añadir: «Otra vez».

—Se ha involucrado, sin querer, en un asunto de carreras amañadas.

—¿Qué? —La palabra salió demasiado bruscamente de sus labios y tuvo que tranquilizar a su montura. Cuando oyó «carreras amañadas» un escalofrío le recorrió el cuerpo. Flick lo miró frunciendo el ceño.

—Es cuando pagan a los jinetes para que se dejen ganar o para que provoquen algún problema o…

La fulminó con la mirada.

—Ya sé lo que significa una carrera amañada, pero eso no explica qué haces tú implicada en ese asunto.

—¡Yo no estoy implicada! —La indignación le coloreó las mejillas.

—Entonces, ¿qué haces fingiendo ser un mozo de cuadra?

Sus ojos azul claro se encendieron.

—¡Si dejaras de interrumpirme podría explicártelo!

Demonio trató de controlar su temperamento, apretó la mandíbula y esperó con una expresión mordaz en el rostro. Tras un momento de tenso silencio, sus ojos azules se toparon con una mirada azul, Flick asintió con la cabeza y levantó su naricilla respingona en el aire.

—Hace unas semanas, un hombre se acercó a Dillon y le pidió que le transmitiera un mensaje a un jinete acerca de la primera carrera de la temporada. Dillon no vio ninguna razón para negarse, así que accedió a hacerlo. Supongo que creyó que se trataría de alguna broma o bien de algo relacionado con las carreras, pero accedió a transmitirle el mensaje al jinete, aunque al final no lo hizo. No pudo. Tenía un poco de fiebre y la señora Fogarty y yo insistimos en que se quedase en cama. Le escondimos la ropa, así que no tuvo más remedio que hacernos caso. Por supuesto, no nos dijo por qué insistía tanto en levantarse de la cama. No nos dijo nada por el momento. —Hizo una pausa para tomar aliento—. Así que no pudo comunicarle el mensaje. Eran instrucciones para amañar la carrera, de modo que, al final, la carrera no fue amañada. Al parecer el hombre que se puso en contacto con Dillon forma parte de una especie de organización, una banda de alguna clase, y como la carrera no fue amañada y ellos no lo sabían, perdieron mucho dinero.

»Vinieron unos hombres en busca de Dillon, unos matones. Por suerte, a Jacobs y a la señora Fogarty no les gustó su aspecto y les dijeron que Dillon se había marchado. Así que ahora se está escondiendo de ellos y teme por su vida.

Demonio soltó un suspiro y se echó hacia atrás en la silla. Por lo que sabía de los desagradables personajes relacionados con las carreras de caballos amañadas, Dillon tenía buenas razones para preocuparse. Se quedó mirando a Flick.

—¿Dónde se esconde?

Ella irguió la espalda y lo miró directamente a los ojos.

—No puedo decírtelo, a menos que estés dispuesto a ayudarnos.

Demonio le devolvió la mirada acompañándola de una expresión aún más severa y decididamente más agraviada.

—¡Pues claro que estoy dispuesto a ayudaros! ¡Faltaría más! —¿Quién creía que era él? Masculló una maldición para sus adentros—. ¿Cómo le sentaría al general que acusasen a su único hijo de amañar carreras de caballos?

Flick relajó de inmediato su semblante. Demonio sabía que no podía haber dicho nada más convincente, al menos para ella. Sentía auténtica devoción por el anciano general, tanta como una verdadera hija, y trataba de protegerlo a toda costa. Lo admiraba muchísimo, igual que él a ella. Así que asintió con la cabeza con aprobación.

—Exacto. Y esa es, me temo, una de nuestras principales preocupaciones, porque el hombre que habló con Dillon sabía a ciencia cierta que era el hijo del general.

Demonio sintió un escalofrío: el general era la autoridad más preeminente en pura sangres ingleses e irlandeses, y era admirado por cualquiera que estuviese relacionado con las carreras de caballos; la organización había sabido planear bien su objetivo.

—Bueno, ¿y dónde se esconde Dillon?

Flick lo miró con aire reflexivo antes de contestar.

—En la casa en ruinas que hay al final de tus tierras.

—¿De mis tierras?

—Era más seguro que cualquier otro lugar de la finca Caxton.

No podía objetar nada, pues la finca Caxton comprendía únicamente la casa y el parque que la rodeaba. El general había invertido una fortuna en bonos y no le hacían falta propiedades que le diesen más quebraderos de cabeza. Había vendido sus hectáreas hacía muchos años, y parte de ellas se las había comprado el propio Demonio. Le lanzó una mirada a Flick, que estaba sentada cómodamente a horcajadas sobre Flynn.

—Mis caballos, mi casa… ¿de qué más has estado disponiendo?

Sus mejillas se tiñeron de un leve rubor, pero no contestó. Demonio no pudo evitar fijarse en la delicadeza de su tez, seda de color marfil tintada ahora de un pálido rosa. Era el sueño de cualquier pintor, hasta Botticelli se habría rendido a sus pies. La idea le trajo a la memoria los ángeles del pintor, ataviados con trajes transparentes, y al instante se imaginó a Flick vestida del mismo modo. Acto seguido se preguntó qué aspecto tendría aquella piel marfileña, que suponía debía de extenderse por la totalidad de su cuerpo, cuando cayese presa de la pasión…

Bruscamente, dejó de soñar despierto. Por Dios santo… ¿en qué estaba pensando? Flick era la pupila del general, y poco más que una niña. ¿Cuántos años tenía? La miró y arrugó la frente.

—Nada de lo que has dicho explica qué estás haciendo aquí, vestida así y entrenando a mi último campeón.

—Estoy intentando identificar al hombre que se puso en contacto con Dillon. Él asegura que lo conoció de noche, que no llegó a verlo lo bastante bien como para reconocerlo, para describirlo. Ahora que Dillon no puede hacerle de mensajero, ese hombre tendrá que contactar con otra persona, alguien que pueda hablar sin dificultad con los jinetes de carreras.

—¿Así que te paseas por mis establos mañana y tarde con la esperanza de que ese hombre se ponga en contacto contigo? —La miró horrorizado.

—Conmigo no. Con uno de los otros, los mozos más mayores, que conocen a todos los jinetes. Estoy allí para vigilar y para enterarme de todo lo que pueda.

Siguió mirándola mientras pensaba en todas las lagunas de su historia. Era evidente que tendría que llenarlas una a una.

—¿Cómo demonios lograste persuadir a Carruthers para que te contratara? ¿O es que no sabe nada?

—¡Pues claro que no sabe nada! Nadie lo sabe, pero no me resultó difícil que me contratara. Me enteré de que Ickley había desaparecido; a Dillon le dijeron que Ickley había accedido a actuar de mensajero esta temporada, pero que había cambiado de idea en el último momento. Por eso hablaron con Dillon. Fue así como supe que Carruthers necesitaba a alguien.

Demonio compuso una sonrisa y Flick siguió hablando.

—Así que me vestí de la forma adecuada —explicó, al tiempo que gesticulaba señalando su atuendo— y fui a ver a Carruthers. Todo el mundo en Newmarket sabe que Carruthers no ve bien de cerca, así que no creí que fuese a tener ningún problema. Lo único que tenía que hacer para que me contratase era montar a caballo delante de él.

Demonio contuvo un resoplido.

—¿Qué me dices de los demás? ¿Y los otros mozos, los jinetes? No todos están medio ciegos.

Flick le lanzó una mirada cargada de la más pura condescendencia femenina.

—¿Has estado alguna vez en un establo y te has fijado en cuántas veces los hombres, sean los mozos o los entrenadores, se miran unos a otros? A los caballos sí, pero a los seres humanos que trabajan con ellos no les lanzan más que una ojeada. Los otros me ven a todas horas, pero nunca me miran. Tú eres el único que me ha mirado.

La acusación impregnó su tono de voz. Demonio tuvo que reprimirse para no contestarle que habría tenido que estar muerto para no mirarla. También se contuvo para no decirle que debería dar gracias de que la hubiese mirado: sólo de pensar en el lío en que tan despreocupadamente se había metido, enfrentándose sola a una banda que se dedicaba a amañar las carreras, se le ponían los pelos de punta.

Aquella clase de bandas eran muy peligrosas, las controlaban hombres para quienes la vida de los demás no significaba nada. La vida de personas como Ickley. Demonio se propuso averiguar qué le había sucedido a Ickley. La idea de que Flick pudiese estar ofreciéndose como su sustituta le daba escalofríos. Al mirarla a la cara, al observar su expresión abiertamente decidida, estuvo a punto de rescindir allí mismo el contrato que su finca le había hecho.

El recuerdo del modo en que le había visto ladear la barbilla hacía sólo unos minutos le ayudó a contenerse. Una barbilla pequeña y fina, delicadamente afilada, y sin duda demasiado obstinada.

Había muchos cabos sueltos todavía, muchas cosas que todavía no entendía.

Los caballos se estaban enfriando y el sol hundía sus pies despacio en el horizonte. Su montura se movió nerviosa y los faldones de su levita se agitaron en el aire. Demonio inspiró profundamente.

—Volvamos, luego iré a ver a Dillon.

Flick asintió con la cabeza y espoleó a Flynn.

—Yo también iré a verlo. Bueno, tengo que hacerlo; es ahí donde me cambio de ropa y de caballo.

—¿De caballo?

Le lanzó una mirada recelosa.

—No podría aparecer por el establo con Jessamy, seguro que se darían cuenta.

Demonio recordó entonces que Jessamy era una yegua exquisita de sangre de excepcional pureza; el general la había comprado el año anterior, al parecer, para Flick. La miró con aire inquisitivo.

—¿Y entonces?

Ella inspiró profundamente y miró hacia delante.

—Entonces tomo prestada la vieja jaca que corre por tu patio trasero. No la hago correr más que a medio galope, eso sí. La cuido mucho.

Cuando levantó la vista, él la miró directamente a los ojos.

—¿Y hay algo más que hayas tomado prestado?

Sus ojos azules parpadearon con insistencia.

—Me parece que no.

—Está bien. Ahora volveremos a los establos y luego tú montarás la jaca y te irás. Yo iré en mi calesa. Iré primero a casa, luego saldré y me reuniré contigo. Nos encontraremos en el roble partido de la carretera de Lidgate.

Flick asintió con la cabeza.

—Muy bien, pero ahora tenemos que darnos prisa; venga, vamos. —Inclinó el cuerpo hacia delante y, con toda facilidad, hizo que Flynn fuera al paso, luego al trote y por último al galope.

Y él se quedó rezagado, mirándola como un pasmarote. Después de soltar una imprecación, tiró de las espuelas con fuerza y fue tras ella.

Llegó al roble partido antes que ella.

Bastante más tarde, cuando Flick apareció en mitad de la carretera, trotando a lomos de la jaca, Demonio ya había decidido que, ocurriera lo que ocurriese con Dillon, se aseguraría de dejar bien clara una cosa: a partir de ese momento él tomaba las riendas de la situación. Ella le había pedido su ayuda y él iba a prestársela, pero según sus propias condiciones.

Desde ese momento él marcaría el paso y ella lo seguiría.

Mientras Flick se acercaba, desplazó su mirada del rostro de Demonio a su montura, un veloz caballo de caza gris que respondía al significativo nombre de Iván el Terrible. Era un animal magnífico y orgulloso con muy mal temperamento, peligroso y potencialmente mortal. Cuando la jaca estuvo bien cerca, Iván entornó un ojo y piafó.

La jaca era demasiado vieja como para prestarle la más mínima atención. Sin embargo, Flick sí arqueó las cejas y repasó con mirada experta las características más sobresalientes del animal al tiempo que tiraba de la brida.

—Estoy segura de que no lo había visto antes —señaló.

Demonio no respondió. Esperó y esperó a que ella acabara de examinar a su caballo y se decidiera a mirarle a la cara. Entonces le dedicó una sonrisa.

—Lo compré a finales del año pasado.

Flick abrió ligeramente los ojos, de repente clavados en el rostro de Demonio. Murmuró un «ah» y apartó la mirada.

Cabalgaron el uno junto al otro, la jaca avanzando lenta y pesadamente e Iván remachando sus cascos sobre el suelo con implacable desdén.

—¿Qué le has dicho a Carruthers? —preguntó Flick, mirándolo de reojo.

Cuando habían vuelto al establo, Flick iba delante. Carruthers estaba de pie, con los brazos en jarras, en la puerta del establo. A espaldas de Flick, Demonio le había hecho señas para que se apartase; Carruthers lo había mirado con expresión perpleja, pero cuando Flick había pasado al trote con Flynn se había apartado a un lado y la había dejado pasar sin hacerle preguntas. A esa hora, Carruthers y el vigilante nocturno, un jinete retirado, eran los únicos que quedaban en la cuadra.

Después de entregarle las riendas de su caballo al vigilante nocturno para que lo desensillara, Demonio se había acercado a Carruthers para tranquilizarlo.

—Le he dicho que te conocía desde que éramos niños en Lidgate, y que temías que, al reconocerte, hubiese decidido despedirte inmediatamente. —Estaba anocheciendo; cabalgaban tan rápido como se lo permitía la jaca—. Sin embargo, al ver lo bien que montas y convencido de las ganas que tienes de trabajar con mis caballos, finalmente he decidido permitir que conserves tu empleo.

Flick frunció el ceño.

—Pues ha entrado y me ha echado, me ha dicho que ya se encargaba él de Flynn y que me fuera a mi casa sin dilación.

—Le he dicho que conocía a tu madre enferma y lo mucho que se preocupaba. Le he dado instrucciones a Carruthers de que no te asigne tareas que te retengan hasta tarde y que deberías marcharte a casa con suficiente antelación para que no se te hiciese de noche en el camino.

A pesar de que cabalgaba contemplando el paisaje, sin ponerle los ojos encima a Flick, Demonio percibía su mirada recelosa. Aquello lo reafirmó en su convicción de que no debía informarle de las demás instrucciones que le había dado a su entrenador. Carruthers, quien por fortuna no era de naturaleza imaginativa ni entrometida, se lo había quedado mirando con cara de sorpresa, y luego se había limitado a encogerse de hombros y mostrar su conformidad.

Abandonaron la carretera y tomaron una pista de tierra que se extendía entre dos prados. La jaca percibió la cercanía del hogar y de la cena, y arrancó al trote; Iván, forzado a permanecer junto a ella, aceptó la orden con su mal genio característico, meneando la cabeza y tirando de las riendas cada escasos metros.

—Salta a la vista que el animal necesita un poco de ejercicio —comentó Flick.

—Lo haré correr más tarde.

—Me sorprende que le permitas semejante comportamiento.

Demonio se contuvo las ganas de soltarle un comentario mordaz.

—Él ha estado aquí y yo he estado en Londres, y nadie más que yo puede montarlo.

—Ah.

Flick levantó la mirada y miró hacia delante, hacia el bosquecillo en el que se adentraba la pista; se puso a examinar los árboles.

Por el rabillo del ojo, Demonio la escudriñó. Había examinado con tanta atención su caballo que probablemente ya lo conocía con todo detalle y, sin embargo, a él apenas le había dirigido una mirada. Iván era sin duda un animal muy bello, como todos sus caballos, pero él no estaba acostumbrado a ocupar el segundo puesto con respecto a su montura. Quizá podía parecer arrogante, pero conocía muy bien a las mujeres, de todas las edades y condiciones.

No sólo no lo había mirado, sino que sus sentidos, bien entrenados después de años de escaramuzas con el sexo opuesto, no detectaban ni el más mínimo indicio de inquietud —ni el más remoto interés— en la mujer que cabalgaba a su lado. Lo cual, de acuerdo con su experiencia, era extraño. Muy extraño.

El hecho de que su falta de interés estuviese elevando el suyo a un grado nada desdeñable no le pasó desapercibido. No le sorprendía, pues era un cazador nato. Cuando la presa no corría a guarecerse, él —o al menos esa parte de él que funcionaba primero según el instinto, y luego según la lógica— entendía que lo estaba retando.

Cosa que, en este caso, era del todo absurda.

No había ninguna razón por la que una chica como Flick, que había crecido rodeada de la tranquilidad del campo, tuviese que sentir inquietud de ninguna clase, y mucho menos sexual, por la presencia de un caballero como él, especialmente alguien a quien conocía de toda la vida.

Demonio arrugó la frente, sujetando las riendas mientras Iván trataba de levantarse apoyándose sobre sus patas traseras. Enfadado, el enorme caballo gris soltó un bufido. Demonio consiguió reprimir el suyo.

Todavía no tenía una idea exacta de la edad de la chica. Volvió a mirarla y confirmó los detalles que había advertido instintivamente: siempre había sido menuda, aunque no la había visto en años recientes. Y aunque esta vez todavía no la había visto desmontada de un caballo, dudaba que su cabeza le llegase al hombro. Su figura seguía siendo un misterio, salvo por su trasero, decididamente femenino, el clásico corazón invertido, de curvas redondas y elegantes. El resto de su cuerpo quedaba completamente disimulado por su atuendo de mozo de cuadra. No podía distinguir si se había vendado los pechos para protegérselos, tal como hacían muchas amazonas, pero en general, parecía tener unas buenas proporciones. Delgada y esbelta… Podía tener un cuerpo exquisito.

En el camino de vuelta a los establos se había tapado la nariz y la barbilla con la bufanda, por lo que la tela ocultaba la mayor parte de su rostro. En cuanto al pelo, lo llevaba recogido bajo la gorra con tanto esmero que, más allá del hecho de que era tan dorado como él recordaba, le era imposible saber cómo lo tenía. Se le habían soltado unos cuantos mechones a la altura de la nuca, y le brillaban en el cuello como si fueran de hilo de oro.

Sin dejar de mirar hacia delante, sintió un nudo en el estómago. No sólo le molestaba que hubiese un montón de cosas que todavía no sabía de ella, sino el mismo hecho de que quisiera saberlas. Era Flick, nada más y nada menos que la pupila del general.

El general sir Gordon Caxton había sido su mentor en todos los asuntos relativos a los caballos desde que tenía seis años, edad a la que lo había conocido en el transcurso de una visita a su difunta tía abuela Charlotte. A partir de entonces, cada vez que había estado en la zona había pasado el máximo tiempo posible con el general, aprendiendo todo cuanto pudiera enseñarle acerca de los purasangres. Gracias al general, a sus conocimientos que tan generosamente había compartido con él y a su apoyo, Demonio era ahora uno de los más importantes criadores de caballos de calidad de las islas Británicas.

Estaba en deuda con el general, un hecho que jamás podría olvidar. Se consoló con ese pensamiento mientras cabalgaba junto a Flick entre los árboles, más allá de los cuales se erguía la vieja casa.

Aunque antaño había sido la finca de un terrateniente, ahora se hallaba a un paso de convertirse en una ruina. Vista desde el sendero lleno de surcos que conducía serpenteando hasta la puerta deteriorada y algo alabeada, la estructura parecía inhabitable. Sólo si se examinaba de cerca se podía discernir que el tejado de la sala principal todavía estaba en su mayor parte intacto y que las cuatro paredes que lo circundaban seguían en pie.

Con un ademán imperioso, Flick guio el camino hasta la casa. Alzando levemente la vista al cielo, Demonio la siguió y se adentró en un claro de hierba rodeado de árboles. Un agudo relincho les dio la bienvenida. Con impaciencia, Flick espoleó a la jaca. Al otro lado del claro, Demonio vio a Jessamy, una bonita yegua de pelo dorado, crin y cola claras y las proporciones más exquisitas que jamás hubiese visto jamás. Estaba amarrada a una larga correa.

Iván también vio a Jessamy y coincidió con la opinión de Demonio. Corto aún de rienda, Iván retrocedió y relinchó. Demonio se salvó de una bochornosa caída gracias a sus excelentes reflejos. Reprimió una imprecación, forcejeó con el caballo y luego lo obligó a dirigirse al otro lado del claro, haciendo caso omiso de las miradas de agravio de Flick, Jessamy y la jaca.

Después de desmontar, Demonio ató las riendas de Iván a un árbol de grandes dimensiones.

—Pórtate bien —le ordenó antes de dar media vuelta y dejar al semental, con la cabeza en alto, completamente ensimismado en lo que veían sus ojos al otro lado del claro.

Tras desatar a la jaca, Flick arrojó su silla de montar a un tronco y dio una cariñosa palmadita a Jessamy, quien era evidente que la adoraba. A continuación, de nuevo con un movimiento imperioso e insistente, le indicó a Demonio el camino hacia el extremo opuesto de la casa.

Murmurando entre dientes, Demonio fue tras ella dando grandes zancadas.

Rodeó la casa; no había ni rastro de Flick. Por ese lado, la casa tenía adosado un cobertizo, pero no había soportado el paso del tiempo tan bien como el edificio principal: la pared externa se estaba derrumbando y la mitad del tejado había desaparecido. Flick se había escabullido por una obertura, una puerta que nunca había aparecido en ningún plano de la casa. Al oír su voz procedente de la sala principal, Demonio se agachó bajo las vigas combadas; introdujo los hombros por el estrecho agujero, avanzó con sigilo entre los escombros y entró en la casa.

Y vio a Flick de pie junto a Dillon Caxton, que estaba sentado en el extremo de una vieja mesa, envuelto en varias mantas, ella estaba inclinada sobre él; cuando entró Demonio se incorporó de golpe, frunciendo el ceño y con la mano todavía en la frente de Dillon.

—No parece que tengas fiebre.

Dillon no respondió, y clavó sus ojos grandes y oscuros, flanqueados por unas pestañas largas y negras, en Demonio. Luego tosió, miró a Flick y después a Demonio.

—Ah… Hola. ¡Adelante! Me temo que aquí dentro hace bastante frío, no nos atrevemos a encender la lumbre.

Demonio no pudo evitar pensar que la casa era de su propiedad, y se limitó a asentir con la cabeza. En un paisaje tan llano, cualquier indicio de humo sería fácilmente detectable, y el humo procedente de una zona deshabitada sin duda atraería la atención. Sosteniendo la mirada cada vez más recelosa de Dillon, salvó los escasos pasos que lo separaban del extremo de la mesa y decidió sentarse en un taburete que parecía lo bastante robusto para soportar su peso.

—Flick me ha contado que hay unos caballeros cuya compañía preferirías evitar.

El rubor tiñó las pálidas mejillas de Dillon.

—Ah, sí. Flick dijo que estarías dispuesto a ayudar. —Con la mano, de largos dedos, se apartó hacia atrás el grueso mechón de pelo oscuro que le caía, al más puro estilo byroniano, sobre la frente y esbozó una tímida sonrisa—. No sabes cuánto te lo agradezco.

Demonio sostuvo la poco creíble mirada de inocencia de Dillon durante unos instantes, luego se acercó el taburete y se sentó, sin mencionar que se estaba involucrando en asunto que, como propietario de purasangres de carreras, preferiría poner directamente en manos de los tribunales, únicamente por el general y por Flick.

Dillon miró a Flick, que estaba arrugando un poco la frente.

—Flick no me ha dicho cuánto te ha contado.

—Lo suficiente para comprender lo que he pasado.

Demonio apoyó los brazos en la mesa, miró a Dillon y no le gustó lo que vio. El hecho de que Flick estuviese de pie junto a Dillon con ese aire protector contribuyó sólo en parte a la impresión que estaba teniendo; mucho más reveladores eran sus recuerdos, los comentarios recogidos a lo largo de los años y los hechos objetivos del actual embrollo, que no correspondían a lo que Flick había descrito tan inocentemente, sino a lo que él sabía que debían ser.

No dudaba de que la chica le había relatado con exactitud todo cuanto le habían contado, pero la verdad era mucho más cruda, de eso estaba seguro.

Su sonrisa contenía la dosis exacta de camaradería masculina para ganarse la confianza de un jovencito como Dillon.

—Me gustaría oír la historia directamente de tus labios. Empecemos con el encuentro con el personaje que te pidió que actuaras como mensajero.

—¿Qué quieres saber?

—El cómo, el cuándo, el dónde. Las palabras que te dijo.

—Bueno, pues fue hace casi tres semanas, justo antes de la primera carrera del año.

—¿Justo antes?

Dillon contestó afirmativamente con la cabeza.

—Dos días antes.

—¿Dos días? —Demonio arqueó las cejas—. Eso es muy poco tiempo para amañar una carrera, ¿no te parece? Por lo general, esa clase de organizaciones elaboran sus planes con mucha antelación. Es una necesidad insoslayable, dado el número de corredores de apuestas y de otros personajes secundarios que se necesitan.

Dillon lo miró con perplejidad.

—¿Ah, sí? —Entonces una sonrisa le iluminó el rostro—. De hecho, el hombre dijo que habían contratado a otro mensajero, Ickley, un mozo que solía trabajar en sus establos, para hacer el trabajo, pero que se había desdicho en el último momento, así que necesitaban a otra persona.

—Y entonces se pusieron en contacto contigo, ¿por qué?

La pregunta pilló a Dillon desprevenido y se limitó a encogerse de hombros.

—No lo sé, supongo que buscaban a alguien relacionado con los caballos, que conociese a los jinetes y los sitios adecuados adónde para según qué.

Flick tomó asiento en un taburete. Ahora fruncía el ceño aún más, pero esta vez miraba a Dillon.

—¿Y por qué crees tú que ese hombre no te pidió que le dijeses quién era el jinete en concreto y así poder hablar él mismo con él?

Dillon arrugó mucho el entrecejo y, al cabo de un momento, meneó la cabeza.

—No te sigo.

—Supongo que te preguntarías por qué necesitaba ese hombre un mensajero, ¿no? —Dillon miró a Demonio fijamente—. Si los mensajes eran del todo inocentes, ¿por qué necesitaba contratarte, a ti o a cualquiera, para transmitirlos?

La característica sonrisa de Dillon volvió a aflorar a sus labios.

—Ah, pero es que los mensajes no eran inocentes, ¿sabes?

—Sí, claro que lo sé —le aseguró Demonio—, pero tú no lo sabías antes de que te contrataran, ¿no?

—Bueno… no.

—Entonces, ¿por qué no le dijiste a ese hombre quién era el jockey, simplemente? ¿Por qué hacer de mensajero?

—Pues porque… Supongo que pensé que no querría que lo vieran… bueno, la verdad es que no.

Dillon volvió a mirar a Demonio a los ojos.

—No, claro que no. Dime, ¿cuánto te pagaron?

Dillon se puso pálido de repente y sus ojos se volvieron más oscuros, más salvajes.

—No… no sé de qué me hablas.

Demonio le sostuvo la mirada sin pestañear.

—Te sugiero que no mientas, no es este un buen momento para mentiras. ¿Cuánto te pagaron?

Dillon se ruborizó.

Flick se puso de pie de un salto.

—¿Aceptaste dinero? —A sus espaldas, el taburete se desplomó sobre las losas del suelo—. ¿Aceptaste dinero por transmitir un mensaje para amañar una carrera?

El tono de acusación que había en su voz habría hecho temblar al mismísimo demonio, pero no a Dillon.

—Sólo fueron cincuenta libras… sólo por un mensaje. No pensaba volver a hacerlo, había decidido que esta sería la última vez. Por eso contrataron a Ickley.

—¿Has dicho «la última vez»? —Flick lo miró perpleja—. ¿Qué quieres decir con eso de «la última vez»?

El rostro de Dillon adoptó un aire testarudo; Flick apoyó ambas manos sobre la mesa y lo miró a los ojos.

—Dillon, ¿cuánto tiempo llevas haciéndolo? ¿Cuánto tiempo llevas aceptando dinero por hacer de mensajero para esos hombres?

Intentó mantenerse en silencio, soportar la exigencia en su voz, el desprecio de su mirada.

—Desde el verano pasado.

—¿El verano pasado? —Flick se incorporó de golpe e hizo temblar la mesa con su nerviosismo—. ¡Santo Dios! ¿Por qué? —Miró a Dillon a los ojos—. ¿Se puede saber qué diantres se te pasó por la cabeza?

Demonio permaneció en silencio, como un ángel vengador. Flick sin duda le llevaba ventaja.

Malhumorado, Dillon se apartó de la mesa.

—Fue por el dinero, ¿por qué si no? —contestó en un tono desdeñoso, pero el desdén no hizo mella en la justificada furia de Flick.

—El general te da una asignación muy generosa, ¿por qué ibas a querer más dinero?

Dillon estalló en carcajadas, apoyó los brazos sobre la mesa y evitó la mirada escandalizada de Flick. Sin embargo, nada de eso logró aplacar su enfado.

—Y aunque necesitases más, sabías que sólo tenías que pedirlo. Yo misma siempre estoy… —Se interrumpió, parpadeó y luego su mirada se encendió con una llamarada de ira. Volvió a arremeter contra Dillon—. Has vuelto a apostar en las peleas de gallos, ¿no es así? —Sus palabras traslucían desprecio, pura repugnancia—. Tu padre te lo prohibió, pero tú tenías que seguir haciéndolo. ¡Y ahora…! —Una profunda rabia se apoderó de ella y empezó a gesticular violentamente.

—Las peleas de gallos no son tan malas —replicó Dillon, todavía con irritación—. Es algo que hacen otros caballeros. —Miró a Demonio.

—A mí no me mires —repuso Demonio—. No son mi estilo, la verdad.

—¡Son repugnantes! —Flick miró directamente a Dillon—. ¡Y tú también eres repugnante! —Se dio media vuelta y rebuscó en un montón de ropa que había en una vieja cómoda—. Voy a cambiarme.

Demonio atisbo los faldones de terciopelo azul de un elegante traje de montar cuando la mujer pasó como un torbellino junto a él en dirección al cobertizo adosado.

Se hizo un profundo silencio en la sala principal y Demonio no hizo nada por quebrarlo. Observó a Dillon revolviéndose en su asiento, y luego lo vio erguir la columna y relajarla de nuevo en el acto. Cuando lo creyó oportuno, Demonio sugirió:

—Creo que será mejor que me lo cuentes todo.

Con la mirada fija en la mesa, concentrándose en el dedo índice con el que dibujaba círculos sobre la superficie rayada, Dillon exhaló una bocanada temblorosa.

—Estuve haciendo de mensajero toda la temporada de otoño. Debía mucho dinero en Bury Saint Edmunds; me dijeron que tenía que saldar la deuda antes de que terminase el año; de lo contrario vendrían a hablar con el general. Tenía que sacar el dinero de alguna parte. Luego el hombre, el que trae los mensajes, me encontró. —Hizo una pausa, pero no levantó la vista—. Siempre he creído que fue mi acreedor quien lo condujo hasta mí, para asegurarse de que pagaría el dinero que le debía.

A Demonio le pareció muy plausible. Dillon se encogió de hombros.

—Además, era muy fácil… dinero fácil, o eso pensé.

Se oyó un bufido procedente del cobertizo; Dillon se ruborizó.

—Bueno, el año pasado fue fácil. Entonces, cuando el hombre trajo los mensajes para las últimas semanas de las carreras, le dije que ya no lo iba a hacer más. Él me contestó: «Ya veremos», y lo dejamos ahí. No esperaba volverlo a ver, pero dos noches antes de la primera carrera de este año me encontró. En una pelea de gallos.

El sonido procedente del cobertizo era lo bastante elocuente: una mezcla de incredulidad, frustración y furia. Dillon esbozó una mueca de dolor.

—Me explicó que Ickley se había echado atrás y que yo tendría que hacer el trabajo hasta que encontrasen «un sustituto adecuado». Fue eso lo que dijo. —Dillon hizo una pausa y a continuación añadió—: Creo que eso significa alguien sobre el que ejerzan algún tipo de coacción, porque me dijo, con total desfachatez, que si no accedía le dirían a las autoridades lo que había hecho y se asegurarían de que todo el mundo supiese que soy el hijo del general. En fin, lo hice y recogí el mensaje y el dinero. Y entonces me puse enfermo.

Demonio casi sintió lástima por él. Casi. De no ser por el general y por el suspiro de decepción que Flick acababa de soltar a sus espaldas.

Al cabo de un momento, Dillon se incorporó con aire cansino.

—Eso es todo. —Miró a Demonio a los ojos—. Lo juro. Tienes que creerme.

Demonio no respondió. Apoyó los antebrazos encima de la mesa e hizo crujir los dedos: había llegado la hora de hacerse cargo de la situación.

—En mi opinión, tenemos dos objetivos: uno, mantenerte fuera del alcance de la organización hasta que, dos, hayamos identificado a tu contacto; seguido para dar con sus jefes, con la organización; desenmascarado al menos a uno de los miembros de dicha organización y podamos presentar ante un tribunal pruebas suficientes para que, si te entregas como un simple peón de una trama mucho más intrincada, puedas pedir clemencia.

Dillon levantó la vista y palideció, pero no apartó la mirada de los ojos de Demonio. Transcurrieron unos instantes, y Demonio arqueó las cejas.

Dillon tragó saliva y asintió con la cabeza.

—Está bien, de acuerdo.

—Así que necesitamos identificar a tu contacto. Flick dijo que no llegaste a verlo con claridad.

Dillon negó con la cabeza.

—Siempre tenía mucho cuidado: venía a verme al anochecer o aparecía de repente entre las sombras.

—¿Cuánto mide? Y ¿qué constitución física tiene?

—Una estatura entre mediana y alta, y de cuerpo robusto. —El rostro de Dillon se iluminó de pronto—. Su voz es muy característica, es muy ronca y áspera, como si tuviese algún problema de garganta, y con acento de Londres.

Demonio asintió con la cabeza, pensativo. Acto seguido, habló en voz alta:

—La idea de Flick es la única opción razonable. Tendremos que vigilar las pistas y los establos para ver quién se aproxima a los jinetes de carreras. Yo me encargaré de eso.

—Yo te ayudaré.

La voz provenía de detrás de él; Demonio se giró y luego se levantó casi sin darse cuenta. Por suerte, Flick tenía los ojos puestos en Dillon, le miraba con severidad: eso le permitió a Demonio recobrar la expresión antes de que ella le mirara a los ojos. Cuando lo hizo, él le devolvió la mirada con aire impasible, sin moverse.

Sus suposiciones eran ciertas: Flick no le llegaba al hombro, y unos rizos de oro reluciente formaban una aureola alrededor de su rostro; no llevaba bufanda ni gorra, así que podía verla por entero, y lo que vio lo dejó sin respiración. Su figura, esbelta y elegante, enfundada en terciopelo azul, obtuvo su beneplácito inmediato. Estilizada y armoniosa, pero con curvas firmes en los lugares pertinentes. No había duda: antes llevaba el torso cubierto con una venda ajustada, pues ahora la turgencia de sus pechos inundaba el ajustado corpiño del traje de un modo inequívocamente femenino.

Avanzó hacia delante con paso garboso y seguro, y luego se inclinó para dejar su ropa de mozo de establo, perfectamente doblada, encima de la cómoda: en ese momento Demonio recordó lo que le había permitido descubrirla bajo ese disfraz. Parpadeó e inspiró hondo: lo necesitaba. Parecía un ángel vestida de terciopelo azul. Un ángel todavía muy enfadado. Hizo caso omiso de Dillon y se dirigió a Demonio:

—Yo me encargaré de vigilar tus establos. Tú puedes vigilar los otros establos y los lugares a los que yo no puedo acceder.

—No hay ninguna necesidad…

—Cuantas más personas haya vigilando más probabilidades tendremos de verlo. Y yo oiré cosas que a ti, como propietario de la yeguada, te resultará difícil oír. —Lo miró fijamente a los ojos—. Si contrataron a Ickley, hay muchas posibilidades de que traten de echarle el guante a uno de tus jinetes. Tienes bastantes favoritos en las carreras de este año.

Flynn entre ellos. Demonio le sostuvo la mirada: Flick apretó la mandíbula, luego la ladeó, y le miró con un destello de rebeldía y de pura obstinación en los ojos.

—Tiene razón —intervino Dillon—. Hay muchos establos que cubrir en Newmarket, y a Flick ya la han aceptado como uno más de tus mozos.

Demonio le lanzó una elocuente mirada y Dillon se encogió de hombros.

—No corre ningún peligro, es a mí a quien buscan.

Si Demonio hubiese estado más cerca le habría propinado una patada; entornó los ojos, y estuvo tentado de hacerlo de todos modos. Sólo lo detuvo el hecho de que todavía no sabía con qué ojos veía Flick a Dillon: si se reservaba para sí el derecho de darle una patada o si saldría en defensa del chico si él le infligía a Dillon cualquiera de los castigos que tan justamente merecía.

Dillon se dirigió a Flick.

—Podrías intentar incluso trabajar en alguno de los otros establos.

Flick lo miró con aire despectivo.

—Me limitaré a vigilar el establo de Demonio, él puede encargarse de los otros.

Su voz era fría y distante. Dillon se encogió de hombros con aire petulante.

—No tienes por qué ayudar, si no quieres.

En ese momento bajó la vista hacia la mesa y eso le permitió esquivar la furia que despedían los ojos de Flick.

—Para que te quede bien claro —dijo ella—: Sólo te estoy ayudando por el bien del general, por lo que podría suponer para él el hecho de que te detengan sin pruebas de ninguna clase contra esa supuesta organización. Por eso, y sólo por eso, te estoy ayudando.

Con la cabeza bien alta, giró sobre sus talones y salió por la puerta.

Demonio se quedó quieto y miró a Dillon, que no dejaba de mirar la mesa con el ceño fruncido.

—Quédate aquí. Si valoras tu vida, no dejes que le vea nadie.

Dillon abrió mucho los ojos; tras asentir bruscamente con la cabeza, Demonio siguió a Flick bajo la penumbra del crepúsculo. La encontró ensillando a Jessamy con movimientos rápidos y violentos. No le ofreció su ayuda, pues sospechaba que era capaz de ensillar a la yegua con los ojos cerrados y, de hecho, no estaba del todo seguro de que no lo estuviese haciendo en ese momento.

En su rostro se adivinaban la tristeza y la ira, una profunda decepción. Apoyando los hombros contra un árbol, Demonio miró al otro lado del claro donde Iván seguía atado exactamente en la misma posición que una hora antes: mirando embobado a su nuevo amor. Arqueando las cejas, se volvió de nuevo hacia Flick, cuya cabeza sobresalía por el lomo de Jessamy. Volvió a admirar el halo dorado, las delicadas facciones que adornaba.

Estaba furiosa con Dillon, dolida porque no le hubiese dicho la verdad y conmocionada por los detalles de esa misma verdad. Sin embargo, una vez que su ira se hubiese aplacado, ¿qué pasaría entonces? Ella y Dillon eran más o menos de la misma edad, se habían criado juntos. Demonio no sabía con certeza qué trascendencia podía tener aquello, pero no podía evitar preguntarse hasta qué punto era verdad la última afirmación de Flick. ¿De veras estaba poniendo en peligro su reputación únicamente por el general? ¿O acaso era también por Dillon?

La examinó detenidamente, pero no llegó a ninguna conclusión. Fuera cual fuese la respuesta, él la protegería como mejor pudiera.

Levantó la vista al cielo para contemplar las estrellas que acababan de salir y oyó un suspiro, reprimido de inmediato. Estaba tardando mucho en ensillar a la yegua.

—Es muy joven. —Sin saber muy bien por qué, se sintió obligado a salir en defensa de Dillon.

—Es dos años más mayor que yo.

¿Y cuántos años tenía ella entonces? Demonio deseó saberlo con toda su alma.

—¿Qué crees que le pasó a Ickley?

Demonio se quedó pensativo un momento; no creía que el silencio de ella significase que no esperaba una respuesta.

—O bien se ha escondido, en cuyo caso lo último que desearíamos es dar a conocer su escondite, o bien… nunca lo sabremos.

Flick emitió un leve sonido, una especie de zumbido, con la garganta, una disimulada expresión de angustia.

Demonio se apartó del árbol. En la oscuridad creciente, ya no podía verle la cara con nitidez. En ese momento ella se apartó del lado de Jessamy, sacudiéndose las manos. Demonio se paseó alrededor de la yegua.

—Puedes continuar trabajando en mi establo de momento, hasta que identifiquemos a ese hombre. —Si hubiese estado en sus manos la habría obligado a marcharse de su establo, incluso de Newmarket, hasta que hubiese pasado el peligro… pero su cabezonería era un obstáculo insalvable.

Se volvió hacia él.

—Si intentas deshacerte de mí, me buscaré un trabajo en otro establo. Hay más de uno en Newmarket.

Ninguno tan seguro como el suyo.

—Carruthers te seguirá dando trabajo hasta que yo le diga lo contrario. —Cosa que haría en cuanto localizasen al contacto de Dillon—. Pero sólo podrás montar en el hipódromo, tanto por la mañana como por la tarde.

—Esos son los únicos momentos del día que importan, de todos modos. Es el único momento en que no se mira con recelo a los extraños que merodean por el Heath.

Tenía toda la razón.

Había pensado ayudarla a montar en la silla dándole un empujoncito, pero finalmente, con una expresión de dureza en el rostro, extendió los brazos, le rodeó la cintura y la elevó en el aire.

El deseo se extendió por el cuerpo de Demonio como la lava líquida, una quemazón acuciante que lo dejó hambriento. Tuvo que obligarse a sí mismo a posarla con suavidad sobre la silla, a soltarla, a sujetar la espuela mientras ella introducía en ella su bota menuda… Y a no arrastrarla consigo de nuevo al suelo, entre sus brazos.

La quería en su cama.

Esta súbita revelación fue para él como una coz propinada por uno de sus purasangres, y lo dejó dolorido y sin resuello, temblando por dentro. Levantó la vista… y se la encontró ladeando la cabeza, mirándolo.

Flick frunció el ceño y tiró de las riendas.

—Vamos —dijo, y, espoleando a Jessamy, salió trotando del claro.

Demonio soltó una imprecación. Atravesó el claro dando grandes zancadas, tiró con fuerza de las riendas de Iván y luego recordó el doble nudo que había hecho para atarlo. Tuvo que detenerse un momento para deshacerlo, y a continuación se subió a la silla.

Y la siguió.