—¡MÍRALOS! —susurró Amanda en tono disgustado al oído de Flick antes de volverse con movimiento elegante.
Amelia ocupó su lugar.
—Aunque estén bailando, siguen mirándonos de reojo. —Se agachó, se balanceó y siguió hablando en susurros—: Y normalmente hay uno apostado en la puerta, como Demonio ahora; así, si intentamos escapar con el pretexto de que se nos ha roto un volante o rasgado un lazo, ¡nos atrapan!
Flick sonrió a su pareja de baile y juntó la mano con la suya, sin dar señales de haber oído a las gemelas. Estaban bailando un cotillón, y, a su alrededor, todos los familiares de Louise Cynster que se encontraban en Londres en esos momentos, además de los amigos de la familia, llenaban su salón. Puesto que el baile era informal y todos los invitados se conocían, reinaba un ambiente de relajada jovialidad. La presencia de tantos jóvenes, así como de chicas y chicos de la edad de Heather, acentuaba aún más la sensación de celebración familiar.
Flick se agachó bajo la mano de su pareja y sonrió al inofensivo joven; las gemelas hicieron lo propio, sin que se reflejase en sus serenos rostros ningún indicio de su descontento.
Desde el día que las había conocido, habían tenido ocasión de hablar largo y tendido sobre las tendencias obsesivas de sus primos con respecto a la vigilancia continua que ejercían sobre ellas, pero Flick no las había creído del todo. Ahora sí las creía. Las vigilaban; y vio que para las gemelas eso resultaba muy irritante.
Si bien Gabriel y Lucifer estaban bailando, de vez en cuando se los veía entre la multitud, vigilando a las gemelas. En cuanto a Demonio, estaba a un lado del salón con la mirada fija en ellas, y ni siquiera se molestaba en disimular.
A primera vista, era un milagro que algún hombre con una pizca de instinto de supervivencia se atreviese a sacarlas a bailar; sin embargo, los caballeros más jóvenes —no mucho más mayores que las gemelas— parecían inmunes a cualquier amenaza: debido a su inocencia, no proyectaban sobre las gemelas ningún pensamiento ni deseo impuro, de modo que todos daban por sentado que con ellos estaban a salvo.
Por supuesto, estos jóvenes distaban mucho de reunir las cualidades que las gemelas exigían en un hombre, razón que agudizaba todavía más su irritación. Flick lo comprendía muy bien; hasta entonces sólo había bailado con esos caballeros jóvenes… y estaba muerta de aburrimiento.
Cuando la música calló y hubieron agradecido el baile y despedido a sus jóvenes parejas, Flick tomó a cada una de las gemelas del brazo.
—Sólo intentan protegeros; han conocido a demasiados sinvergüenzas y os quieren mantener alejadas de esa clase de hombres.
Amelia lanzó un suspiro.
—Eso está muy bien, pero su concepto de «sinvergüenza» es demasiado amplio.
Amanda soltó un bufido.
—Si creen que un caballero ha tenido alguna clase de pensamiento impuro, aunque sea sólo uno, entonces lo consideran un sinvergüenza.
—Lo cual reduce el abanico de posibilidades de forma bastante drástica.
—Y no nos ayuda en nada en nuestra campaña.
—¿Campaña? —Flick se detuvo junto a una esquina que albergaba tres macetas de las que se alzaban palmeras de grandes dimensiones.
Amanda miró a su alrededor, tomó a Flick de la mano y tiró de ella, y las tres se escabulleron en el espacio en sombra que había tras las palmeras.
—Hemos decidido… —empezó a decir Amanda.
—… tras hablarlo con Catriona —aclaró Amelia—, la mujer del valle, una especie de sabia.
—Que no vamos a esperar pacientemente, no vamos a limitarnos a estar guapas y esperar que los caballeros adecuados nos miren y decidan si van a pedirnos o no…
—No. —Amelia levantó la cabeza—. Vamos a decidirlo nosotras.
A Amanda le centellearon los ojos.
—Vamos a mirarlos nosotras a ellos y vamos a decidir a quién escoger, no a esperar a que nos escojan.
Flick se echó a reír y las abrazó.
—Desde luego, por lo que he visto hasta ahora, decididamente lo más sensato sería que os encargaseis vosotras mismas del asunto.
—Eso pensamos —convino Amanda.
—Pero dinos una cosa. —Amelia se echó hacia atrás para mirar a Flick a la cara—. ¿Escogiste tú a Demonio o te eligió él a ti?
Flick miró hacia el otro lado del salón, donde estaba Demonio, a sus ojos el hombre más atractivo de toda la reunión. Iba de negro, con una camisa y un fular de color marfil; bajo el resplandor de las arañas, parecía aún más peligroso que a plena luz del día. Estaba hablando con otro caballero; pese a ello, Flick era consciente de que él sabía exactamente dónde estaba ella.
Muy despacio, sus labios dibujaron una sonrisa: Demonio parecía, y para sus sentidos lo era, la encarnación de todos sus sueños, de su deseo, mucho más bello que cualquier estatua, que cualquier cuadro de un libro.
Miró a las gemelas.
—Yo lo escogí. —A continuación miró al otro lado de la sala—. Entonces tenía diez años, así que en realidad no fui consciente de ello, pero… sí, decididamente, yo lo escogí primero.
—¿Lo ves? —Amanda asintió con vehemencia—. Todas los habéis escogido: Honoria dice que ella no escogió primero, pero lo cierto es que lo hizo, tanto Patience como Catriona confesaron que ellas escogieron primero, y ahora tú también lo dices. Así que escoger es, obviamente, la mejor manera de actuar.
Flick las miró de nuevo, observó sus hermosos rostros y vio las obstinadas voluntades que escondían.
—Sí, seguramente es verdad —convino. Las gemelas se parecían mucho a ella.
—Será mejor que salgamos. —Amelia las empujó para que salieran de su escondite—. Mamá nos está buscando.
Compusieron una sonrisa cortés y se mezclaron con la multitud.
Sonriendo, Flick se separó de las gemelas; a pesar de que se había jurado a sí misma que no escudriñaría la habitación, sus sentidos trataron de localizar a Demonio. En los días anteriores sólo lo había visto brevemente en el parque, y en otra ocasión, por casualidad, en Bond Street. No habían intercambiado más que unos susurros sobre la organización, y no se había desprendido de su máscara de indolencia ni una sola vez.
Y siempre se habían visto en público.
Aquella tarde había llegado justo en el momento oportuno para acompañarlas al carruaje, por lo que no habían tenido ni un minuto para poder estar a solas para ponerse al día. Lo cual empezaba a resultar bastante frustrante.
Igual que el hecho de que no consiguiese localizarlo en el salón de baile.
Se detuvo frente a un busto de Julio César encaramado en un pedestal. Se puso de puntillas y, con el mayor disimulo posible, empezó a examinar la sala: sabía que Demonio tenía que estar por allí, en alguna parte.
De repente, la mano de él la agarró por el brazo.
Ella dio un respingo y se volvió.
Demonio estaba de pie junto al pedestal; no lo había visto allí hacía un momento. Rápidamente, la atrajo hacia sí, luego se volvió y la arrastró consigo, hasta que quedaron ocultos en la hornacina que había detrás del pedestal. Se colocó delante de ella y apoyó un brazo en lo alto del pedestal, tapándole la vista.
Flick parpadeó. En el salón de baile había tres hornacinas semicirculares, y delante de cada una de ellas algún ornamento, como las palmeras o el pedestal, de manera que quedaba un pequeño espacio detrás. Quienes deseasen un poco de intimidad siempre podían acudir a aquel espacio, parcialmente privado pero a la vista de todo el mundo.
Mirando al rostro de facciones duras de Demonio, Flick esbozó una sonrisa radiante.
—Hola… Te estaba buscando.
Con los ojos fijos en ella, vaciló un instante y dijo:
—Lo sé.
Ella escudriñó su rostro y sus ojos, pues no lograba interpretar su tono de voz.
—¿Has… mmm… descubierto algo acerca del dinero?
La contemplación de su belleza lo embriagó, y dejó que lo engullera la luz deseosa y acogedora de sus ojos, que lo cegara el brillo sensual que iluminaba su rostro. Los hombros de Demonio la ocultaban al resto de los presentes. Inspiró hondo y meneó la cabeza.
—No, pero hemos hecho algunos avances.
—¿Ah, sí? —Flick bajó la mirada y la fijó en sus labios mientras se humedecía los suyos con la lengua.
Apretando el puño que quedaba oculto tras el busto, Demonio asintió con la cabeza.
—Montague ha descartado algunos valores; se trata de instrumentos financieros a través de los cuales podría haberse ocultado esa suma de dinero. Hasta ahora los resultados han sido negativos, estamos estrechando el cerco.
Ella siguió mirándole los labios y luego descubrió que habían dejado de moverse; contuvo el aliento, levantó la vista y parpadeó.
—Es como si llevásemos toda la vida detrás de la organización. Conseguir atraparlos parece un sueño. —Hizo una pausa y dulcificó su mirada cuando la clavó en sus ojos—. ¿Crees que lo conseguiremos algún día? —le preguntó en un tono aún más dulce.
Demonio le sostuvo la mirada y trató de conservar la calma, de resistir el impulso de abalanzarse hacia delante, pasarle el brazo por la cintura y atraerla hacia sí. De agachar la cabeza, plantar sus labios en los de ella y responder a la pregunta que le formulaban sus ojos. Su vestido, un traje de seda azul plateado ajustado por debajo de sus pechos con unos cordones plateados y cuyos faldones ondeaban desde la cadera hasta los tobillos, no servía de gran ayuda. Su único elemento de recato era una estola de gasa sedosa que le cubría el escote y los vértices de los hombros. Le costaba un gran esfuerzo rememorar su pregunta.
—Sí. —Su voz era dura y áspera. Flick parpadeó para librarse de su embrujo, claramente perpleja ante el endurecimiento de su rostro.
Los músicos escogieron ese momento para dar comienzo a los compases de un vals… Demonio los habría estrangulado gustoso con las cuerdas de sus propios violines. Aunque gracias a la música estaban allí, en aquel momento. Miró el rostro de Flick y percibió la luz ansiosa en sus ojos y la invitación en su expresión. Y soltó una imprecación para sus adentros.
—Es… Es un… —acertó a decir, inspirando hondo— un vestido precioso.
Ella bajó la mirada.
—Es de Cocotte. —Extendió los faldones plateados, hizo una pirueta al compás del inicio del vals y luego lo miró—. ¿Te gusta?
—Muchísimo. —Lo decía sinceramente, con absoluta convicción. Cuando la había visto en las escaleras de Berkeley Square se había quedado boquiabierto. El vestido realzaba tanto su figura que se planteó la posibilidad de prohibirle que se lo pusiera, pero decididamente le gustaba… y también lo que había debajo. Tanto era así que le resultaba imposible tomarla en sus brazos y bailar aquel vals bajo la atenta mirada de su familia, entre quienes tanto interés suscitaba.
Hizo un ademán con una mano.
—A ver… Vuélvete otra vez. —No tuvo que esforzarse para no apartar la mirada de sus caderas cuando daba el giro—. Mmm… —Se quedó mirando la falda para no ver la decepción en los ojos de Flick. En el carruaje, ella le había dicho que Emily Cowper, una amiga de su madre, le había dado permiso formal para bailar el vals por tener ya la mayoría de edad. En esos momentos el baile estaba ya en su apogeo—. Es un corte muy bonito, algo distinto. Me gusta la caída de la falda. —Era un auténtico experto en el arte de la seducción, ¿podía hacerlo mejor? A continuación, se pondría a hablar del tiempo…
—¿Has tenido noticias de Newmarket?
Demonio alzó la vista; había oído el leve suspiro que había precedido a la pregunta. Ya no había asomo de entusiasmo en la mirada de Flick; parecía resignada, aunque con elegancia. Demonio se enderezó.
—No exactamente, pero un amigo de uno de los miembros del comité me ha dicho que nadie ha visto a Dillon, y nadie ha hablado todavía con el general.
—Bueno, eso supone un alivio. Sólo espero que Dillon no haga ninguna tontería mientras estamos en la ciudad. Será mejor que le envíe una carta mañana.
No dijo nada más; se quedó mirando a las parejas, que giraban sin cesar sobre el suelo del salón de baile. Demonio frunció los labios con fuerza. Pese a lo mal que se sentía por hacer que se perdiese su primer vals londinense, no lo lamentaba. Teniendo en cuenta que no podía bailarlo con ella, no habría soportado quedarse en el lateral del salón viéndola bailar en los brazos de algún otro hombre. Se habría convertido en la encarnación de su apodo, en un auténtico demonio, pues así era como se sentía ante la idea de verla en brazos de otro hombre.
Era mejor que se perdiera aquel vals.
—Me ha dicho Carruthers que Flynn está en plena forma.
Aquello atrajo su atención.
—¿Ah, sí?
—Lo entrena mañana y tarde.
—Carruthers me dijo que iba a intentar aumentar su capacidad de resistencia.
—Carruthers quiere que lo pruebe en las carreras de obstáculos —dijo, mirándola—. ¿Tú qué opinas?
—No me sorprende —repuso ella.
Lo que a él sí le sorprendió fue lo detallado de su opinión, lo mucho que entendía de caballos, el grado de entendimiento que había alcanzado con su primera montura en su establo. Por primera vez en su vida, había aprendido cosas y aceptado consejos sobre uno de sus propios caballos gracias a una mujer.
Para cuando hubieron terminado de hablar del futuro de Flynn, el vals ya hacía rato que había acabado y estaba a punto de comenzar otra pieza.
Un cotillón. Demonio se volvió y se encontró con un corrillo de hombres acechándolos, esperando su oportunidad de bailar con Flick. Él esbozó una sonrisa tensa y se volvió de nuevo hacia ella, que todavía permanecía semioculta por él. Su sonrisa se dulcificó cuando fue a tomarla de la mano.
—¿Me concedes el honor de bailar contigo este baile, querida?
Ella alzó la mirada y sonrió; el gesto iluminó su rostro y le anegó los ojos.
—Por supuesto. —Le tendió la mano y dejó que la acompañara al salón de baile.
Demonio hizo gala de toda su experiencia halagándola y haciéndole comentarios burlones pero elegantes, todo en su justa medida, la del redomado libertino que era. Cuando sus manos se encontraban y sus cuerpos casi se rozaban, ella sonreía, pero no centelleaba. Cualquiera que los observara, independientemente de la distancia a la que se encontrase, no vería en ella más que a una joven dama respondiendo de forma predecible a los avances de un experimentado mujeriego.
Que era justo lo que Demonio quería que viesen.
Al término del baile, Demonio realizó una elegante reverencia y entregó a Flick a su corte de admiradores, que aguardaban su turno impacientes. Satisfecho por haber soportado lo peor de la noche y haberle sacado el máximo provecho, se retiró al fondo de la sala.
Gabriel y Lucifer acudieron a su lado.
—¿Por qué hacemos esto? —masculló Lucifer, malhumorado—. Amanda me ha dicho de todo, la muy arpía. Sólo porque he insistido en bailar el vals con ella.
—A mí me ha tratado con total frialdad —explicó Gabriel—. No recuerdo cuándo fue la última vez que bailé con un iceberg. Si es que lo he hecho alguna vez. —Miró a Demonio antes de añadir—: Si esto es un avance de lo que nos depara la nueva temporada, creo que me iré de vacaciones.
Como Demonio, concentrado en la multitud danzante, no dijo nada, Gabriel siguió su mirada y vio cómo cortejaban a Flick.
—Vaya —murmuró Gabriel—. No te he visto bailando el vals, primo.
Demonio no apartó la vista.
—Estaba ocupado.
—Ya me he dado cuenta, discutiendo el destino de las legiones romanas, sin duda.
Demonio sonrió y, aunque con renuencia, desvió su atención de Flick, que no dejaba de charlar animadamente. Se desenvolvía en sociedad como pez en el agua.
—En realidad… —al oír el tono de voz que empleaba sus primos lo miraron con curiosidad—, estoy investigando un delito. —Les hizo un resumen de lo acontecido en Newmarket, y les contó todo cuanto sabía de las carreras amañadas y la organización, y lo que sospechaba sobre quiénes eran realmente.
—Cientos de miles —repitió Gabriel—. Tienes razón, ese dinero tiene que dejar algún rastro.
—Pero —repuso Lucifer— no necesariamente donde estás buscando. —Demonio arqueó una ceja, invitándolo a seguir—. Puede que estén en colecciones, de joyas sería lo más evidente, pero también las hay de cuadros y de otros objetos artísticos.
—Tú podrías investigarlo.
—Lo haré, pero si esas son las cantidades que tendrían que haber estado apareciendo en los últimos meses, yo ya me habría enterado. —Lucifer hizo una mueca—. A pesar de que es una posibilidad, dudo que ese dinero haya ido a parar a colecciones de arte.
Demonio asintió y vio que Gabriel se había quedado inmóvil, con la mirada perdida.
—¿Qué pasa? Gabriel volvió de su trance.
—Me preguntaba si… —Se encogió de hombros—. Tengo amigos que podrían saber si ese dinero ha cambiado de manos de forma clandestina. Haré correr la voz. Y si Montague se ocupa de la parte legítima del mundo de los negocios, nosotros deberíamos cubrir todas las calles de la ciudad. Demonio asintió con la cabeza.
—Lo cual nos deja una extensa área por cubrir.
—Sí —convino Lucifer—, nuestro propio territorio, sin ir más lejos.
—Bueno… —Gabriel enarcó una ceja—. Así que tendremos que aguzar el oído por si hay algo inusual: tías abuelas de las que nadie ha oído hablar que mueren de repente, antiguos jugadores que resucitan de pronto, etcétera.
—Cualquier cosa que se salga de lo común. —Demonio asintió enérgicamente y volvió a fijar la mirada en Flick.
Lucifer y Gabriel murmuraron unas palabras entre ellos y entonces una rubia enfundada en un vestido de seda verde atrajo la atención de Lucifer, quien se fue tras ella. Al cabo de un momento, Gabriel tiró a Demonio de la manga.
—No me muerdas ni hagas rechinar los dientes, pero voy a tener unas palabras con tu preciosidad de la melena de oro.
Demonio frunció el ceño: el clan Cynster nunca interfería en los asuntos de los otros. Además, Gabriel no le preocupaba.
Pero estaba intranquilo. La descripción que acababa de hacer Gabriel le había dado razones suficientes para estarlo: Flick destacaba, aun entre una multitud. Su cabellera dorada atraía todas las miradas, y sus angelicales rasgos las mantenían clavadas en ella. A la luz del sol, tenía el pelo de un oro refulgente; bajo las arañas de cristal relucía aún más, sus destellos dorados eran mucho más llamativos que los de los tirabuzones rubios y claros de las gemelas.
Atraía la atención dondequiera que estuviese, dondequiera que fuese, lo cual era un problema… para él: no quería que ella lo supiese.
Su franqueza era una de las cosas que más le gustaba de ella, la sinceridad absoluta de su alegría, sus sentimientos, cincelados en su rostro a la vista de todo el mundo. No se avergonzaba de sus sentimientos, y tampoco le asustaban, de ahí que los mostrara de forma tan abierta y directa. Con sinceridad y precisión.
Y eso representaba un problema para él.
Cuando estaban cerca y Flick lo miraba a los ojos, Demonio veía brillar literalmente en su rostro la conexión sensual que ambos compartían. El ansia insoportable, la impaciencia sensual, su entusiasmo y su vehemencia, y también su experiencia, se reflejaban con demasiada claridad. Lo había visto en el parque, la semana anterior, y también esa misma noche, antes del baile, en casa de su madre. Ante tal visión, una oleada de calor lo cubría de la cabeza a los pies, una vorágine de emociones le recorría todo el cuerpo, y lo último que quería era que esa sensación se desvaneciese. Y, a pesar de todo…
Flick era demasiado madura, demasiado serena para imaginar que estaba simplemente encandilada. Cualquiera que presenciase sus reacciones ante la presencia de Demonio descartaría que respondieran a un encandilamiento; lo que creerían era la verdad, que ya habían mantenido relaciones, él, un libertino de dilatada experiencia y ella, una jovencita inocente.
Demonio estaba convencido de que toda la culpa, si es que había que echarle las culpas a alguien, debía recaer enteramente sobre él. La sociedad, por desgracia, no lo vería así.
La reputación de Flick quedaría mancillada para siempre, ni siquiera el respaldo de los Cynster la protegería. A él no le importaba lo más mínimo, pues se casaría con ella de inmediato, pero sería demasiado tarde; a pesar de que con el tiempo las habladurías cesarían, aquello nunca se olvidaría. Su reputación quedaría destruida para siempre y nunca sería bien recibida en determinados círculos.
Por supuesto, no habrían tenido ningún problema si Flick se hubiese casado con él antes de haber ido a Londres, o incluso si se hubiera limitado a acceder a casarse; así, al menos, podían haber hecho un anuncio oficial de compromiso. Si hubiesen sido esas las circunstancias, la sociedad londinense habría hecho la vista gorda. Sin embargo, ahora ella estaba allí, bajo la tutela de su madre, interpretando el papel de una jovencita virtuosa. La alta sociedad, dado el caso, sería despiadada, se complacería en serlo.
Al verla charlar y reír tan animadamente, sin ninguna preocupación, fantaseó con la idea de reunirse con ella al día siguiente, a solas, y explicarle la cuestión en todas sus dimensiones. Al principio tal vez no le creería, pero recurriría a su madre, e incluso a sus tías, para que corroborasen sus palabras. Ellas no se horrorizarían, pero Flick sí. Estaba seguro de que entonces aceptaría casarse con él de inmediato.
Y ¿acaso no era eso lo que él quería?
Frunciendo los labios, se removió incómodo y se preguntó desde cuándo los deseos de una mujer, sus sentimientos y sus emociones inexplicablemente femeninas se habían vuelto tan importantes para él, y por qué. Era una pregunta sin respuesta, pero un hecho innegable. Así pues, no podía presionarla para que aceptase casarse con él.
Se incorporó e inspiró hondo. Si le decía que cuando se veían la expresión de su rostro era demasiado reveladora, tal vez reconocería el peligro y accedería a casarse solamente para evitar el escándalo. Pero eso no era lo que Demonio quería. Quería de ella un compromiso verdadero, un compromiso con él y con un futuro juntos, no una aceptación forzada por las imposiciones de la sociedad.
Si Flick accedía al matrimonio sin conciencia de sus implicaciones más profundas, entonces trataría de ocultar, de disimular, su espontaneidad. Y tal vez lo lograría.
Y Demonio tampoco quería eso: ya había tenido suficiente trato con mujeres que fabricaban sus emociones de manera artificial, y a quienes en realidad no les importaba nada ni nadie. La alegría transparente de Flick era algo valiosísimo para él, lo había sido desde el primer momento. No soportaba la idea de ver menguar el brillo de sus ojos, aunque fuera por una razón justificada.
Lo cual significaba… que iba a tener que encontrar alguna otra forma de protegerla.
La observó mientras bailaba al son de una nueva pieza, riendo alegremente, aunque sin aquella chispa especial que reservaba sólo para él. Pese a sus preocupaciones, pese a la ironía, esbozó una sonrisa al verla. Mientras se paseaba por la sala, con los ojos clavados en ella —su deleite, su deseo—, pensó en la mejor manera de proteger su buen nombre.
Parte de su plan era un paseo por el parque. Sencillo y eficaz, y ella no sabría lo bastante para darse cuenta de lo que Demonio estaba haciendo. Llegó a Berkeley Square bien temprano. Haciendo caso omiso de la mirada cómplice de Highthorpe, subió las escaleras que llevaban al salón privado de su madre, llamó una sola vez y entró.
Sentada en la chaiselongue, con unos anteojos apoyados en la nariz, su madre levantó la vista y sonrió. Tal como esperaba, estaba repasando las invitaciones de la mañana. Flick, sentada en una otomana delante de ella, la estaba ayudando.
—Buenos días, Harry. ¿A qué debemos este placer? —Se retiró los anteojos y levantó ligeramente la cabeza para que le diera un beso.
Demonio cumplió con diligencia e hizo caso omiso de su mirada burlona. Incorporándose, se volvió hacia Flick, quien ya se había puesto de pie.
—He venido a preguntarle a Felicity si le apetece dar un paseo por el parque.
Los ojos de Flick se iluminaron y una sonrisa transformó su rostro.
—Eso sería maravilloso. —Dio un paso adelante y le tendió la mano.
Demonio la tomó entre las suyas y mantuvo a Flick a una distancia prudente, sofocando la necesidad de atraerla más cerca o de permitir que se acercase. La miró a la cara por un instante y se empapó de su entusiasmo contagioso. A continuación, bajando la mirada, esbozó una sonrisa cortés y la acompañó a la puerta.
—Hace un poco de brisa, vas a necesitar tu chaqueta.
Ni por una sola fracción de segundo se desprendió de su máscara; Flick parpadeó, y luego su sonrisa se desvaneció levemente.
—Sí, claro. —Se volvió hacia Horatia—. Si le parece bien, señora.
—Por supuesto, querida. —Horatia sonrió e hizo un ademán para que se marchara. Flick se inclinó con reverencia y salió.
Si Demonio albergaba todavía alguna duda acerca de la amenaza que suponía el revelador semblante de Flick, se disipó por completo en cuanto captó la férrea mirada de su madre. En cuanto la puerta se cerró a espaldas de Flick, Horatia le lanzó una mirada inquisitiva y reprobatoria, potencialmente severa, pero la pregunta para la que deseaba una respuesta no era una pregunta que pudiera atreverse a formular.
Al fin y al cabo, no era más que una proposición para dar un paseo por el parque.
Mientras la confusión se agolpaba en la mirada de Horatia, Demonio inclinó la cabeza con su naturalidad habitual.
—Me reuniré con Felicity abajo, tengo que traer los caballos. —Sin interceptar la mirada afilada de Horatia, se volvió y logró escabullirse.
Flick no lo hizo esperar: bajó las escaleras dando saltos mientras él descendía con más calma. El desprecio que sentía Flick por la costumbre femenina de pasar largo rato acicalándose les proporcionó un insólito momento a solas. Demonio sonrió con naturalidad, aliviado por poder desprenderse de su máscara por un momento: la tomó de la mano, se la llevó a su brazo y la atrajo hacia sí.
Ella rio con dulzura, complacida y, con una sonrisa exuberante, se volvió hacia él. Demonio percibió el leve temblor que recorrió su cuerpo, sintió que sus nervios se tensaban, que se le aceleraba la respiración, y percibió la oleada de tensión que la recorrió de arriba abajo cuando sus cuerpos se rozaron aquel instante. Los ojos de Flick se abrieron y su pupilas se dilataron, sus labios se separaron… todo su rostro se dulcificó y centelleó.
Aun en la penumbra de las escaleras, era imposible no percibir la sensualidad que se ocultaba tras aquella cascada de emociones. Demonio la había instruido demasiado bien, y ahora estaba tan deseosa como él. La tentación de estrecharla entre sus brazos, de ladearle la cabeza y besarla con fuerza no lo había invadido nunca con tal intensidad. El deseo nunca se había mostrado tan implacable con él. Demonio, casi sin aliento, bajó la cabeza… y vio a Highthorpe junto a la puerta. Se detuvo, retrocedió de forma imperceptible y volvió a colocarse la máscara de indiferencia.
—Vamos, los caballos estarán refrescándose. Ella percibió su tensión, pero enseguida vio a Highthorpe. Asintió con la cabeza, y bajó las escaleras a su lado.
Después de abandonar la casa y de ayudar a Flick a subir a la calesa, Demonio dispuso de todo el trayecto hasta el parque para recuperar totalmente el control. Flick permaneció en silencio —de hecho nunca le había gustado hablar por hablar—, pero el placer que le procuraba haber salido con él se reflejaba en su rostro, y era evidente para todo el mundo. Por fortuna, la calesa era lo bastante amplia para que Demonio hubiese podido sentarse a una distancia prudente de Flick, de modo que su expresión era de simple felicidad, nada más.
—¿Has escrito ya a Dillon? —Tiró de las riendas con movimiento hábil para que los caballos traspasaran la verja del parque.
—Sí, esta mañana. Le he dicho que a pesar de que hemos perdido a Bletchley temporalmente, estamos seguros de que daremos con él de nuevo y que, mientras tanto, estamos siguiendo la pista del dinero obtenido con las carreras amañadas. —Con la mirada perdida, Flick arrugó la frente—. Espero que eso lo mantenga en la casa en ruinas. No queremos que crea que lo hemos abandonado y que se ponga a investigar por su cuenta y nesgo. Seguro que lo atraparían. Demonio la miró, y luego desplazó la vista hacia delante. Los carruajes de las grandes damas aparecieron delante de ellos, Manqueando la avenida.
—He estado pensando en enviar a Flynn a Doncaster. ¿Cómo crees que le sentaría la nueva pista?
—¿Doncaster? —Flick apretó los labios, y luego se dispuso a ofrecerle una animada respuesta.
No le costó conseguir que Flick siguiera hablando, analizando, comentando y discutiendo mientras veían pasar los elegantes carruajes. Demonio dudaba que se hubiese fijado en las distinguidas y respetables damas que ocupaban sus interiores y que los observaban sin disimulo, y, desde luego, no se había percatado del interés que con su presencia había suscitado, ni de las elocuentes miradas de aprobación que se intercambiaban las damas de mayor edad. Cuando aquellas mujeres, cuyas opiniones controlaban las reacciones de la alta sociedad en general, inclinaban sus cabezas con aire distinguido, Demonio respondía con una sofisticación que confirmaba las sospechas de estas. Flick, sin pestañear, también inclinaba la cabeza, imitándolo distraídamente, ajena a la reveladora imagen que ofrecía siguiendo su ejemplo y actuando según sus indicaciones.
—Si hablas en serio sobre lo de entrenar a Flynn para las carreras de obstáculos —dijo ella para concluir—, vas a tener que trasladarlo a Cheltenham.
—Bueno, sí, tal vez.
Cuando dirigió a los caballos de nuevo hacia las verjas, Demonio experimentó una sensación de triunfo. Lo había conseguido, había hecho su declaración, aunque de manera tácita. Todas y cada una de las matronas junto a cuyo coche de caballos habían pasado la había oído, alto y claro.
Y eso, por asombroso que pudiese parecerle, no había hecho mella en su susceptibilidad masculina; de hecho, sentía un alivio inconmensurable por haberlo proclamado de una forma tan definitiva: todas las damas importantes de la alta sociedad londinense sabían ahora que tenía la intención de casarse con la señorita Felicity Parteger. Todas darían por hecho que habían llegado a alguna clase de acuerdo y, lo más importante, las buenas señoras verían del todo correcto que él, siendo mucho mayor que ella y teniendo mucha más experiencia, se hubiese declarado a ella de este modo y luego le permitiese disfrutar de la temporada de bailes sin necesidad de retenerla a su lado.
Ahora nadie se extrañaría que mantuviese una distancia prudente entre ambos.
—Te llevaré de vuelta a Berkeley Square, y luego pasaré por el despacho de Montague a ver qué ha averiguado.
Flick asintió y la luz de sus ojos empezó a extinguirse.
—Cómo pasa el tiempo…