PESE a su elegancia lánguida, cuando los Cynster actuaban las cosas ocurrían muy deprisa. Después del almuerzo, Horatia hizo subir a Flick a su carruaje para ir a disfrutar del té en compañía de la familia.
—Governor’s Square no está muy lejos —le aseguró Horatia—. Y Helena se va a alegrar de conocerte tanto como yo.
—¿Helena? —Flick trató de recordar los nombres que Horatia había mencionado durante el almuerzo.
—Mi cuñada. La madre de Sylvester, más conocido como Diablo, ahora duque de Saint Ives. Helena es viuda. Ella y yo sólo tuvimos hijos varones; ella tuvo a Sylvester y a Richard y yo tuve a Vane y a Harry. Sylvester, Richard y Vane están todos casados… —Horatia miró a Flick—. ¿Harry no te lo ha dicho?
Flick negó con la cabeza y Horatia hizo una mueca burlona.
—Siempre se le olvidan esa clase de detalles. Bueno, pues verás… —Horatia se recostó hacia atrás y Flick le dedicó toda su atención—. Sylvester se casó con Honoria Anstruther-Wetherby hace más de un año. Sebastián, el hijo de ambos, tiene ocho meses. Honoria está encinta de nuevo, así que, si bien vendrán para no perderse la temporada de bailes, ahora los duques se encuentran en Cambridgeshire. Luego está Vane. Se casó con Patience Debbington el pasado noviembre. Patience también está en estado, de modo que tendremos que esperar varias semanas para verlos. En cuanto a Richard, se casó de forma harto inesperada en Escocia justo antes de Navidad. Eso supuso ciertas molestias, pues Sylvester, Honoria, Vane, Patience y Helena, y unos cuantos más, tuvimos que ir al norte, pero las cosas parecen haberse resuelto y Helena está encantada con la perspectiva de volver a ser abuela. Sin embargo —añadió Horatia, prosiguiendo con su perorata—, puesto que ni Honoria ni Patience, ni tampoco Catriona, la mujer de Richard, eran jovencitas necesitadas de orientación en esas cuestiones, ni Helena ni yo hemos tenido nunca a una joven damita bajo nuestra tutela por la que preocuparnos. —La miró con ojos brillantes, y le dio una palmadita en la mano—. Así que me temo, querida, que tendrás que soportar que las dos estemos totalmente pendientes de ti, porque eres nuestra última oportunidad para dedicarnos a estos temas, ¿sabes?
Flick sonrió espontáneamente.
—Al contrario, estaré encantada de contar con su ayuda. —Miró por la ventanilla para observar a las elegantes damas y caballeros que se paseaban por las calles—. La verdad es que no sé muy bien qué es lo apropiado en Londres. —Se miró el vestido, bonito pero no demasiado elegante, se sonrojó un poco y vio que Horatia la estaba mirando—. Por favor, aconséjeme al respecto, pues no me gustaría ser motivo de vergüenza para usted y para De… Harry.
—Tonterías. —Horatia le apretó la mano con gesto cariñoso—. Creo que no podrías suponer un motivo de vergüenza para mí aunque te lo propusieses. —Le guiñó un ojo—. Ni, desde luego, tampoco para mi hijo. —Flick se ruborizó y Horatia se echó a reír—. Con unos cuantos consejos, un poco de experiencia y un punto de descaro te desenvolverás muy bien.
Agradecida por la inyección de confianza, Flick se echó hacia atrás y se preguntó cómo abordar la cuestión que más le preocupaba. Era obvio que Horatia la veía como a su futura nuera, y eso era lo que ella misma esperaba ser algún día, pero lo cierto era que todavía no había aceptado a Demonio, y que no lo haría hasta que… Inspiró hondo y miró a Horatia.
—¿Le ha explicado De… Harry que yo todavía no he accedido…?
—Oh, sí, claro. Y no sabes cuánto te agradezco que tuvieses el buen tino de no aceptarlo inmediatamente. —Horatia frunció el ceño con aire reprobatorio—. Estas cosas deberían llevar su tiempo, al menos el suficiente para organizar una boda como Dios manda. Por desgracia, no es así como lo ven ellos. —Su tono de voz dejaba bien claro que estaba hablando de los miembros masculinos de la familia—. Si por ellos fuese, ¡pasaríais un momento por vicaría y luego te meterían en su cama sin ni siquiera pedir permiso!
Flick casi se quedó sin aliento y Horatia, que interpretó mal su sofoco, le dio unas palmaditas en la mano.
—Sé que no te importará que hable tan claro, eres lo bastante mayor para entender estas cosas.
Flick quiso asentir, pero se contuvo. Se había ruborizado porque entendía «aquellas cosas» demasiado bien y captó la perspicacia de Horatia: sin duda era así como Demonio lo había imaginado, sólo que había cambiado el orden y había pasado antes por su cama que por la vicaría.
—Creo que en este caso es necesario algo de tiempo, al menos un poco.
—¡Estupendo! —El carruaje dio una sacudida y luego se detuvo. Horatia levantó la vista—. Ah, ya hemos llegado.
El mozo abrió la portezuela, desplegó la escalerilla y luego ayudó a bajar del coche primero a Flick y luego a su señora. Horatia asintió y miró hacia la majestuosa casa a la que se accedía por una magnífica escalinata.
—La mansión Saint Ives.
Hacía una tarde espléndida, y por todo el césped y los jardines había dispuestas mesas, sillas y chaises-longues. Flick atravesó la casa acompañada de lady Horatia, pasaron junto al cortés mayordomo y salieron a la terraza. Observó en el césped a un grupito de señoras de edades muy variadas —desde una anciana hasta una chica recién salida de la escuela—, todas muy bien vestidas.
No había ni un solo hombre a la vista.
Las damas de cutis delicado se protegían del sol con sus sombrillas, que ora cubrían ora desvelaban elegantes peinados. Otras simplemente se recostaban en sus asientos, tomando el sol, riendo, sonriendo y charlando. El bullicio, si bien considerable, no era escandaloso, sino que invitaba a participar de la animación. Del grupo manaba una alegría, una sensación de tranquila jovialidad que resultaba inesperada teniendo en cuenta su carácter marcadamente aristocrático. Aquello no era elegancia mezclada con frivolidad estridente, sino la reunión de una familia elegante: la distinción era muy clara.
El elevado número de invitadas fue una sorpresa; Horatia le había asegurado que no sería más que una reunión de parientes y algunas amigas íntimas. Antes de que llegase a hacerse una idea de cuánta gente había en realidad, una hermosa dama algo mayor se acercó a darles la bienvenida cuando estaban bajando los escalones del jardín.
—¡Horatia! —La dama intercambió unos besos con su cuñada, pero enseguida clavó sus ojos en Flick—. ¿Y quién es esta joven? —Su amplia sonrisa y el brillo de sus ojos suavizaron el tono brusco de la pregunta.
—Déjame presentarte a la señorita Felicity Parteger, Helena, la viuda del duque de Saint Ives, querida.
Flick se inclinó para hacer una reverencia.
—Es un placer conocerla, duquesa.
Cuando se incorporó, Helena la tomó de la mano y dirigió una mirada inquisitiva y curiosa a Horatia.
—Felicity es la pupila de Gordon Caxton.
Helena parpadeó unos segundos y luego cayó en la cuenta de quién era.
—Ah…, el buen general. —Sonriendo a Flick, añadió—: ¿Está bien?
—Sí, gracias, señora.
Con el ímpetu de alguien que ya no puede resistir más la tentación de hablar, Horatia explicó:
—Harry ha traído a Felicity a la ciudad. Se quedará con nosotros en Berkeley Square y yo la introduciré en los bailes y las reuniones de sociedad.
Helena miró a Horatia a los ojos y su sonrisa se hizo cada vez más amplia. Volvió a mirar a Flick y exclamó, exultante de alegría:
—¡Querida, me alegro tantísimo de conocerte!
Antes de darle tiempo a pestañear, la duquesa le dio un abrazo entusiasta y luego, rodeándole la cintura con el brazo, la acompañó al jardín. Con un encanto francés irresistible, la viuda le presentó primero a sus cuñadas, luego a las damas más mayores y en último lugar a las más jóvenes, dos de las cuales, gemelas, recibieron instrucciones de asegurarse de que a Flick no le faltase de nada, incluyendo ayuda con los nombres y los parentescos.
Las dos gemelas eran las rubias más hermosas que había visto en su vida. Tenían la piel de alabastro, los ojos como lagunas de aciano y una sarta de tirabuzones casi tan rubios como los de ella. Esperaba que la mirasen con desdén, pues a pesar de ser más jóvenes que ella, sin duda pertenecían a una clase social más elevada, pero para su sorpresa ambas le dedicaron una sonrisa radiante, tan afectuosa como las que su tía y su madre le habían regalado, y se abalanzaron sobre ella para abrazarla.
—¡Qué bien! Creí que esta iba a ser simplemente una fiesta más, agradable pero poco emocionante. Y en cambio, ¡te hemos conocido!
Flick parpadeó y miró primero a una y luego a la otra, tratando de recordar cuál era cuál.
—Nunca me he considerado una persona emocionante.
—¡Ja! Tienes que serlo, de lo contrario Demonio nunca se habría fijado en ti.
La segunda chica se echó a reír.
—No hagas caso a Amanda. —Sonrió mientras Flick miraba a su alrededor—. Yo soy Amelia. Te acostumbrarás a diferenciarnos, no somos idénticas.
No lo eran, pero se parecían muchísimo.
—Y dinos —le preguntó Amelia—, ¿cuánto hace que conoces a Demonio?
—Queremos saberlo —intervino Amanda—, porque hasta hace poco ha estado tratando de volvernos locas vigilándonos en los bailes y en las fiestas más importantes.
—Así es. Sabemos que se fue a Newmarket hace unas semanas. ¿Es ahí dónde os conocisteis?
—Nos conocimos en Newmarket, sí —convino Flick—, pero vivo allí desde que tenía siete años y conozco a Demonio desde entonces.
Ambas chicas la miraron con gesto de asombro y luego Amanda arrugó la frente.
—¿Por qué demonios te ha tenido escondida de ese modo?
—Perdona que te lo preguntemos, pero eres mayor que nosotras, ¿verdad? Tenemos dieciocho años.
—Yo tengo veinte —respondió Flick. Las gemelas eran más altas y sin duda poseían más habilidades sociales, pero la diferencia era sutil; se había sentido mayor que ellas.
—Entonces —insistió Amanda—, ¿por qué no te trajo Demonio el año pasado? No es de los que hacen las cosas despacio, él no.
—Sí, suele ir siempre con prisas —repuso Flick—. La verdad es que no me trajo el año pasado porque… bueno, en realidad el año pasado él todavía no sabía de mi existencia.
Aquel comentario, por supuesto, llevó a más preguntas, a más revelaciones, lo cual despejó el camino para que Flick preguntase por qué Demonio las había estado vigilando.
—A veces creo que sólo lo hace para fastidiarnos, pero lo cierto es que me parece que no pueden evitarlo, los pobres. —Amanda meneó la cabeza—. Lo llevan en la sangre.
—Por suerte, una vez se casan dejan de molestar. Todavía interferirían si pudiesen, ya lo creo, pero Honoria, Patience y Catriona hasta ahora han mantenido a Diablo, Vane y Richard a raya. —Amelia miró a Flick—. Y ahora que estás tú aquí, mantendrás ocupado a Demonio.
—Con un poco de suerte —añadió Amanda con sequedad—, los demás también encontrarán alguna chica a la que idolatrar antes de que nos convirtamos en viejas solteronas.
Flick sonrió.
—Vamos, seguro que no son tan malos; no pueden espantar así a vuestros pretendientes…
—Conque no, ¿eh? —replicaron las gemelas al unísono y empezaron a narrarle toda una serie de anécdotas que ilustraban sus palabras, describiéndole de paso a Demonio desenvolviéndose en los bailes de sociedad… rodeado de mujeres hermosas. Al percatarse del interés de Flick, las hermanas trataron de quitar importancia a las conquistas de Demonio en Londres.
—No te preocupes por ellas, nunca le duran demasiado, y ahora estará demasiado ocupado contigo.
—¡Vigilándote a ti, para variar! ¡Gracias a Dios! —Amanda alzó los ojos al cielo—. Ahora sólo quedan dos.
Amelia se echó a reír y miró a Flick.
—Se refiere a Gabriel y Lucifer.
—¿Quién?
Las gemelas no pudieron contener la risa y le hablaron de sus primos más mayores, del grupo conocido como el «clan Cynster».
—Se supone que nosotras no sabemos nada del clan Cynster, de modo que no se lo digas a Demonio —le advirtió Amanda.
Siguieron hablando y le contaron una historia resumida de la familia, quién era hijo, hermano o hermana de quién. Llamaron a una chica más joven que ella —la única— para que se acercase, era su prima Heather y tenía casi dieciséis años.
—No me presentarán en sociedad hasta el año que viene —dijo Heather dejando escapar un suspiro—, pero mamá dijo que podría asistir a las reuniones familiares este año. La tía Louise va a dar un baile informal la semana que viene.
—Estarás invitada —le aseguró Amanda a Flick—. Nos aseguraremos de que tu nombre esté en la lista.
Amelia reprimió un resoplido burlón.
—Mamá se asegurará de que tu nombre esté en la lista.
Al cabo de unos minutos las llamaron para que repartiesen las tazas de té. Flick distribuyó su parte, desplazándose con agilidad entre las presentes. A pesar de que todas las damas junto a las que se detuvo hablaron con ella, ninguna comentó nada más allá de la información que había facilitado Horatia respecto a su visita, no hubo ni un solo comentario indiscreto, al menos que hubiese llegado a sus oídos. Todas la acogieron muy bien y si lo que pretendían era sonsacarle la historia de su vida a base de preguntas sutiles, sería lo menos que podría esperarse. Y, sin embargo, no había en ellas ni un atisbo de chismorrería o maledicencia, y no la juzgaban en absoluto; su cálida bienvenida, su aceptación sincera, la protección que le brindaba el grupo de forma tan abierta casi la abrumaban.
Una anciana de mirada perspicaz la tomó de la mano con fuerza.
—Si de repente te encuentras en un salón de baile, petrificada y sin saber qué hacer, acude a alguna de nosotras, incluso a una de esas frívolas cabezas huecas… —Los ojos castaños de lady Osbaldestone miraron a las gemelas y luego se volvieron hacia Flick—. Y pregúntanos qué hacer. Los bailes de sociedad pueden ser lugares confusos, pero para eso está la familia, no tienes que sentir vergüenza.
—Gracias, señora. —Flick hizo una inclinación—. Lo recordaré.
—Bien, y ahora dame una de esas galletitas. Me parece que Clara también querrá una.
Lady Osbaldestone no fue la única que acudió a ofrecerle ayuda y apoyo. Mucho antes de que terminase la tarde y de que ella y lady Horatia se dispusiesen a marcharse, entre abrazos, saludos y planes de reencuentro, Flick sintió que había sido acogida en el seno del clan Cynster, literalmente.
Acomodándose en el carruaje, Horatia cerró los ojos. Flick hizo lo mismo y repasó los acontecimientos de la tarde.
Eran personas increíbles. Ya sabía que la familia de Demonio era muy extensa, pero el que los Cynster hubiesen resultado estar tan unidos había sido una grata sorpresa. Ella nunca había tenido una verdadera familia, al menos desde que habían muerto sus padres; nunca se había sentido parte de la continuación de un todo, de un grupo que había tenido un antes y que también tendría un después, más allá de sus miembros individuales. Había estado sola desde que tenía siete años. El general, Dillon y el personal de Hillgate End se habían convertido en su sustituto de familia, pero aquello era muy distinto.
Si se casaba con Demonio, formaría parte una vez más de una familia de verdad, en la que habría otras mujeres con las que hablar, a las que recurrir en busca de apoyo, un lugar donde, por acuerdo tácito, los hombres cuidaban de las mujeres más jóvenes, aunque no fuesen sus hermanas.
En ciertos aspectos, todo aquello era nuevo para ella, y, en otros, a un nivel más profundo, con cierto sentido le resultaba familiar. Era una sensación maravillosa. Abrió los ojos y, con la mirada perdida, los fijó en la ventanilla, sonriendo, inmensamente feliz ante la perspectiva de convertirse en una Cynster.
Al cabo de dos días, Demonio, de un humor más bien hosco, hizo rechinar los dientes y encaminó a sus caballos zainos hacia el parque; era la tercera vez en otros tantos días que llegaba a casa de sus padres y descubría que la señorita Parteger había salido.
Había pasado por casa la misma tarde en que la había traído a la ciudad, suponiendo que estaría ahí sentada, sola y aburrida, mientras su madre dormía la siesta, pero se encontró con que habían estado chismorreando en casa de su tía Helena… y él sabía muy bien acerca de qué. Se había tragado su decepción, sorprendido ante esa sensación, y había pensado que, a fin de cuentas, para eso precisamente la había traído allí, para que su querida familia, en especial sus miembros femeninos, pudiese ayudarla a aceptar casarse con él. No tenía ninguna duda de que la convencerían, pues eran auténticas maestras en la ingeniería del matrimonio. Por lo que a él respectaba, podían hacer gala de todo su talento.
Así que había abandonado la casa sin dejar ningún recado, nada que pudiera alertar a su astuta madre de que estaba lo bastante impaciente por verla como para ir en persona. Tal como le había prometido a su madre, acudió a la cena pero descubrió que la visión de Felicity sentada en la mesa en compañía de sus padres no le calmaba el apetito.
El día anterior había llegado a las once, una hora del todo inocua; si se presentaba demasiado temprano, a la hora del desayuno, habría sido demasiado evidente. Highthorpe lo había mirado con simpatía y le había informado de que su madre, su tía y la joven dama habían salido de compras. Demonio sabía que eso significaba que iban a tardar horas en volver, y que cuando regresasen estarían de un humor típica y ridículamente femenino, ansiosas por contarle todas sus noticias y chismes, incapaces de prestarle atención.
Se había marchado sin protestar, pensando de nuevo que aquello formaba parte de las razones por las que había traído a Flick a la ciudad; quería que pudiese disfrutar de las diversiones que ofrecía Londres cuando fuese su esposa. Ir de compras, para la condición femenina, figuraba en uno de los primeros puestos de la lista de diversiones.
En otros aspectos, el destino estaba mostrándose más generoso: había llegado a sus oídos que los sobrinos de «Charlatán» Selbourne le habían contagiado paperas y que no se le esperaba en la ciudad en toda la temporada. Selbourne era una preocupación de la que por el momento podía olvidarse.
Ese día había llegado a Berkeley Square a media mañana, convencido de que Flick estaría esperándole para impresionarlo con uno de sus vestidos nuevos.
Su madre se la había llevado al parque.
Estaba pensando muy seriamente en tener unas palabras con su madre.
Atravesó Stanhope Gate con su calesa y estuvo a punto de arrollar a un landó que pasaba en dirección contraria; trató de dominar su irrazonable mal humor y apaciguar el pálpito urgente de sus venas. Le sorprendió la vehemencia de su reacción, la sensación de fastidio que se había apoderado de él. Se dijo a sí mismo que se debía simplemente al hecho de que se había acostumbrado a verla todos los días. Esa sensación se iría diluyendo, acabaría por desaparecer.
Tendría que hacerlo. En la ciudad, en el inicio de la temporada, sólo la vería de vez en cuando: en el parque, bajo la mirada atenta de las damas de la alta sociedad, o en algún salón de baile abarrotado de gente, con la misma supervisión. Las horas a solas con ella a las que se había acostumbrado en el campo ya no formaban parte de sus actividades diarias.
Enfiló la avenida y sustituyó su expresión ceñuda por su máscara indolente habitual.
Vio a Flick sentada en el cabriolé de su madre, sonriendo con dulzura a una hueste de caballeros que, paseándose en compañía de otras jóvenes damas por el césped, la miraban con curiosidad. Su madre estaba conversando animadamente con su tía Helena, cuyo landó estaba aparcado a su lado.
Sofocando un exabrupto, colocó su calesa detrás del coche de su madre y sofrenó a los caballos. Gillies acudió con presteza a sujetar las cabezas de los animales. Demonio desató las riendas, bajó de un salto y echó a andar hacia delante.
Flick había oído detenerse a la calesa y se había vuelto; le dedicó una espléndida sonrisa de bienvenida. Por un instante, Demonio se perdió en su mirada, en el brillo de sus ojos, su máscara se vino abajo y… empezó a esbozar su sonrisa burlona habitual.
Se detuvo justo a tiempo y la reemplazó por una expresión afable y una sonrisa fría. En sus ojos, sin embargo, brilló la pasión cuando se sumergieron en los de ella. Si su madre o su perspicaz tía llegaban a captar esa otra sonrisa habrían sabido demasiado.
Flick extendió la mano y él la tomó, inclinándose levemente.
—Me alegro de verte, querida.
Incorporándose, intercambió un cortés saludo con su madre y su tía, y luego volvió a dirigirse a Flick. No le había soltado la mano.
—¿Querrías dar un paseo conmigo por el césped?
—¡Oh, sí! —Se adelantó con ansia y Demonio comprendió de repente que lo que despertaba su interés eran las parejas que se paseaban por el césped: le daban envidia. Estaba acostumbrada a montar todos los días, y sin duda echaba de menos el ejercicio.
Con una sonrisa más franca, abrió la puerta del carruaje. Por encima de la cabeza de Flick, su madre lo miró y le murmuró en voz baja:
—Vestido nuevo.
Sonriendo para sus adentros, ayudó a bajar a Flick, contento de poder mirarla de arriba abajo.
—¿Es nuevo?
Ella le dedicó una sonrisa ingenua.
—Sí. —Soltándole la mano, dio una vuelta entera y luego se paró—. ¿Te gusta?
Su mirada se había quedado fija en su cuerpo, envuelto con delicadeza en una sarga de color azul lavanda. En ese momento levantó los ojos para mirarla a la cara… y se quedó sin habla. La cabeza le daba vueltas y el corazón le latía desbocado. La absoluta maravilla de su rostro, sus ojos, no sirvieron de ayuda… había olvidado lo que era estar locamente enamorado de un ángel.
Su madre y su tía los estaban observando atentamente; Demonio carraspeó y logró componer una sonrisa cortés.
—Estás… espléndida. —Estaba bellísima, deliciosa… y de repente Demonio sintió un apetito voraz.
Volvió a tomarle de la mano y se la llevó a su brazo.
—Llegaremos hasta los parterres y volveremos.
Oyó un divertido bufido procedente del carruaje, pero no miró atrás cuando echaron a andar por el césped: estaba demasiado ocupado disfrutando de la visión, y de la sensación de tener de nuevo a su ángel a su lado. Flick le sonrió, y los tirabuzones rubios le llamaron la atención.
—Te has hecho algo en el pelo.
—Sí. —Ella inclinó la cabeza a un lado y a otro para que él pudiese apreciar los sutiles cambios. Sus rizos siempre le habían enmarcado la cara, pero más alborotadamente. Ahora, gracias a la intervención de mano experta, el peinado era más completo, más estable, incluso más luminoso—. Me queda bien, me parece.
Demonio asintió.
—Es muy elegante. —Bajó la vista y la miró a los ojos—. Supongo que también complementará a tus nuevos vestidos de noche.
Flick abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¿Cómo lo has sabido?
Él sonrió.
—Ayer pasé por casa y me dijeron que habíais ido de compras. Al parecer, visitaste a una modista, y conozco a mi madre; el resto es fácil de imaginar.
—Helena también vino. Fue muy… —Hizo una pausa y luego le sonrió—. Muy agradable.
Satisfecho, Demonio le devolvió la sonrisa y luego apartó la mirada.
Pasearon en silencio, como lo habían hecho tantas veces en el Heath. Ninguno de los dos sintió la necesidad de recurrir a las palabras: disfrutaban plácidamente de su compañía mutua. Flick notó que la brisa le alborotaba los faldones del vestido, que rozaron los inmaculados pantalones bombachos de Demonio. La firmeza de acero que Flick sentía bajo sus dedos, la sensación de fuerza que manaba de él, la envolvía y la apresaba… era maravillosa.
Lo había echado de menos; se lo decía su corazón palpitante y se lo confirmaban sus sentidos exultantes de gozo. Levantó la cara hacia el sol y sonrió, enardecida por una emoción que no podía ser más que amor. A continuación lo miró a hurtadillas… y lo sorprendió mirándola. Demonio parpadeó y frunció el ceño. Cuando ella lo miró más abiertamente, su rostro se endureció.
—Pensé que tal vez te gustaría saber lo que hemos descubierto sobre Bletchley —dijo él, mirando hacia el frente.
Sintió una punzada de remordimiento. En los días anteriores, atrapada en el torbellino de sus propios descubrimientos, Flick se había olvidado de Dillon y sus problemas.
—Sí, claro. —Fortaleciendo el tono de su voz, inquirió—: ¿Qué habéis averiguado?
Por el rabillo del ojo, vio que Demonio hacía una mueca.
—Hemos confirmado que Bletchley llegó en la diligencia de Newmarket. Para en Aldgate. Hemos preguntado allí, pero nadie en la zona lo conoce. —Llegaron a los parterres y dieron media vuelta en el camino de gravilla—. Montague, mi agente, está organizando turnos de vigilancia en los lugares que los caballeros usan para reunirse con la chusma que contratan de forma ocasional. Si Bletchley aparece, volveremos a seguirle la pista.
Flick arrugó la frente.
—¿Es ese señor Montague el mismo al que viniste a ver hace poco? —Demonio asintió y ella añadió—: ¿Ha descubierto algo examinando el asunto relacionado con el dinero?
—Todavía no, pero hay muchas posibilidades de verificarlo. Acciones, bonos, depósitos, transacciones al extranjero… lo comprobará todo. Ya tiene los cálculos aproximados que necesitamos, las cantidades que se obtuvieron de cada carrera amañada la temporada de otoño, y de la primera carrera de este año.
—¿Es mucho?
Demonio la miró de hito en hito.
—Muchísimo.
Cuando llegaron al final del paseo, siguieron andando bordeando el césped y se fueron encontrando con otras parejas. Con su elegancia espontánea, Demonio las saludó moviendo cortésmente la cabeza y dedicándoles sonrisas distantes, y la animó a imitarlo. Flick reprodujo su corrección con una expresión serena y afable.
Una vez se vieron libres, Demonio la miró y luego apretó el paso. Flick lo siguió sin dificultad, pero se preguntó por qué tendría tanta prisa.
—La suma total que obtuvieron es enorme —prosiguió—; es del todo inconcebible que no aparezca por algún lado. Ese es un aspecto positivo. Por suerte, todavía nos quedan unas cuantas semanas antes de que tengamos que informar a los comisarios.
—¿Puedo yo hacer algo?
—No. —La censuró con la mirada—. Hablaré con Montague mañana o pasado si él no se pone en contacto conmigo. —Titubeó un momento y añadió—: Ya te haré saber lo que hayamos averiguado.
Ella asintió con la cabeza, pues casi habían llegado al carruaje. Cuando miró a Demonio a la cara, vio en ella la máscara de lánguida indolencia que parecía cubrir sus facciones y percibió el férreo control que infundía a sus movimientos, invistiéndolos de una indiferencia aparente. Supuso que así era él en Londres o, mejor dicho, que esa era la piel de lobo que empleaba para ocultar su verdadero yo.
Sin embargo, no entendió por qué razón no la miró a los ojos cuando la ayudó a subir al carruaje y le hizo una reverencia cortés.
Horatia le dio unas palmaditas en el brazo a su hijo.
—Hoy recibirás tu invitación a un baile informal que ofrece Louise. El baile es a principios de la semana que viene. Cuento con que seas nuestro acompañante, el de Felicity y el mío.
Demonio parpadeó.
—¿No te va a acompañar papá?
Horatia hizo un ademán desdeñoso.
—Ya conoces a tu padre. Querrá parar en White’s de camino.
Una expresión sombría ofuscó el rostro de Demonio y luego desapareció. Resignado, inclinó la cabeza.
—Como quieras.
Cuando se incorporó, sus ojos rozaron los de Flick, sólo por un segundo, lo justo para tranquilizarla. Despidiéndose con una reverencia de Horatia y Helena, se dio media vuelta.
—¡No llegues tarde! —gritó Horatia—. Cenaremos allí.
Demostró con un ademán que la había oído. Tomó las riendas, se subió de un salto a su calesa, hizo crujir la gravilla y desapareció.