—¡ADELANTE! —Demonio se encaramó al carruaje de la mansión y un mozo cerró la portezuela tras él. El carruaje emprendió la marcha y luego salió del patio de la posada.
—¿Estás seguro de que Gillies sabrá arreglárselas solo? —preguntó Flick—. No hace falta que me acompañes todo el camino hasta Hillgate End.
Acomodándose junto a ella, Demonio la miró y luego se recostó hacia atrás.
—Gillies es perfectamente capaz de encontrar a Bletchley y seguirle de vuelta a Londres.
Había bajado a desayunar y a disponer que le subiesen una bandeja a Flick cuando se encontró con Gillies, apostado junto a la puerta principal. Por lo visto, Bletchley ya había salido para acudir al combate de boxeo.
—Lo he oído hablar con el posadero —había dicho Gillies— sobre los coches especiales que han organizado, que van directamente desde aquí a Londres.
Tras su escasa actividad la noche anterior, parecía probable que Bletchley hubiese estado haciendo tiempo en Newmarket únicamente para asistir al combate de boxeo, pero… no podían estar seguros de que no hubiese preparado una cita en las inmediaciones del combate. Ni a él ni a Gillies les parecía demasiado probable, pues hablar de carreras amañadas rodeados de una multitud donde podía haber tantos oídos interesados parecía una soberana estupidez, algo de lo que la organización no había dado muestras hasta entonces. Gillies no había seguido a Bletchley, pero estaba esperando instrucciones.
—Salió esta mañana con la misma gente con la que estaba charlando anoche y se fue directo al combate.
Cabía la posibilidad de que la reunión se celebrase después del combate, aunque, teniendo en cuenta cómo solían acabar esa clase de eventos, eso tampoco parecía demasiado probable. Y, sin embargo…
Demonio había alterado sus planes y había enviado a Gillies tras Bletchley para vigilarlo y seguirlo a todas partes, incluso a Londres si era necesario.
—Gillies sabe con quién tiene que ponerse en contacto en Londres, montaremos turnos para vigilar a Bletchley. Tendrá que reunirse con sus jefes tarde o temprano.
Flick compuso un mohín de impaciencia, pero Demonio hizo caso omiso. Se sentía aliviado de que Bletchley se fuese hacia el sur. Sin él, las posibilidades de que Flick pudiera ponerse en peligro menguaban de forma considerable.
Después de enviar a Gillies al combate de boxeo, había contratado a un cochero para que condujese el carruaje de vuelta a Hillgate End, había roto su ayuno con calma y sin prisas, había pagado la cuenta de Flick sin dar ninguna clase de explicación y había vuelto arriba para acompañarla, oculta tras el velo y bajo la capa, donde la aguardaba el carruaje.
Para entonces el combate ya había dado comienzo, por lo que en la posada no quedaba nadie para presenciar su marcha conjunta. La única traba del plan era Iván el Terrible, que en esos momentos iba atado a la parte de atrás del vehículo.
Iván detestaba ir atado, sobre todo a un carruaje. Iba a estar de un humor de perros cuando llegase el momento de regresar a casa. Sin embargo, Demonio no estaba en condiciones de preocuparse por Iván, porque antes de regresar a su hogar tenía todavía muchos asuntos que resolver. El más acuciante iba sentado junto a él, disfrutando despreocupadamente del paisaje, sin que la más leve señal de vergüenza aflorase a su rostro angelical… Cosa que le sorprendía extraordinariamente.
Tenía treinta y un años y se había ido a la cama con montones de mujeres; ella en cambio no tenía más que veinte y acababa de pasar su primera noche con un hombre. Con él. Y, pese a todo, su aplomo era a todas luces genuino. Se había abochornado bastante, le habían subido violentamente los colores cuando Demonio la había dejado en la habitación y se había ido en busca del desayuno. Pero al volver, la había encontrado tan serena como de costumbre; era la misma mujer de siempre: imperturbable y segura de sí misma. Claro que, para entonces, ya volvía a estar vestida.
Al abandonar los confines de Bury se quitó el velo; Demonio le lanzó una rápida mirada furtiva y descubrió en su rostro una expresión serena: sus labios dibujaban una leve sonrisa y los ojos le brillaban levemente. Le pareció que estaba rememorando los sucesos de la noche y disfrutando de sus recuerdos.
Demonio se removió en su asiento y luego se puso a mirar por la ventana y a repasar sus planes.
Flick estaba pensando en lo sucedido la noche anterior, y esa misma mañana, y también en lo mucho que había disfrutado. Todavía se sentía maravillosamente, como si todo su cuerpo resplandeciese, de la cabeza a los pies. Si la saciedad era eso, entonces sin duda lo aprobaba, lo cual la llevaba a reafirmarse aún más en su decisión.
Parecía bastante claro: Demonio podía llegar a amarla, de eso estaba segura. Lo único que tenía que hacer era asegurarse de que así fuese antes de acceder a casarse con él.
Tenía que conseguir que se enamorase de ella. Si se le hubiera ocurrido pensar eso hacía apenas un mes se habría reído de buena gana y pensado que era del todo imposible, pero ahora las perspectivas eran muy halagüeñas. A juzgar por la noche anterior y esa mañana, diría que ya estaba medio enamorado.
Se preocupaba por ella, la tenía muy en cuenta y era evidente que disfrutaba procurándole placer. La había complacido en todos los rincones de su cuerpo, de mil maneras distintas y, al acabar, había seguido siendo considerado y atento, en su habitual estilo dominante.
Realizó el trayecto sumida en sus placenteros recuerdos, pero cuando pasaron por Newmarket sintió que el corazón le daba un vuelco y se forzó a dejar de pensar en aquello. En los días venideros iba a tener muy pocos ratos de placer, al menos hasta que él fuese para amarla.
Lo miró a hurtadillas, y luego apartó la vista y volvió a repasar sus planes.
Demonio le dirigió la palabra cuando cruzaron las puertas de Hillgate End.
—Por si te lo preguntas, pienso decirle al general que, debido a una circunstancia involuntaria, anoche, uno de los mayores chismosos de Londres nos vio juntos en una habitación de la posada más preminente de Bury y que, en consecuencia, has accedido a convertirte en mi esposa.
Flick volvió la cabeza y lo miró a los ojos.
—No, no he accedido.
Su rostro se endureció.
—Has accedido a muchas cosas desde anoche, exactamente ¿a qué crees que no has accedido?
Su tono era preciso y sus palabras cortantes. Flick hizo caso omiso de la advertencia.
—No he accedido a convertirme en tu esposa.
El semblante de Demonio era la viva imagen de la frustración. Se incorporó bruscamente.
—Flick, esta vez tu situación es verdadera y extraordinariamente comprometida. No tienes elección…
—Claro que sí —dijo, sosteniéndole la mirada—. Todavía puedo decir que no.
Demonio la miró y entrecerró los ojos.
—¿Y por qué ibas a decir que no?
—Tengo mis razones.
—¿Y cuáles son, si puede saberse?
Lo miró pensativa y luego respondió:
—Ya te dije que para acceder a casarme contigo necesitaba una razón que no fuera meramente circunstancial. Y lo que hiciste anoche lo fue.
Demonio frunció el ceño, negó con la cabeza y su expresión se ensombreció.
—Te lo diré de otra manera. Le contaré al general lo que te he dicho antes y, si sigues sin aceptarme en matrimonio, le contaré también el resto: que pasé toda la noche en tu cama… y la mitad de ella dentro de ti.
Ella arqueó las cejas, lo miró reflexiva y luego desvió la vista.
—Sabes que no se lo dirías.
Demonio se la quedó mirando, contemplando su perfil magnífico, su mentón decididamente firme, su nariz ladeada hacia arriba… y reprimió la tentación de abalanzarse sobre ella.
Tenía razón, por supuesto, él nunca sería capaz de hacer algo que pudiese perjudicarla de ese modo ante el general, una de las pocas personas que le importaban de veras. El general seguramente entendería por qué había actuado así, pero no entendería su negativa. Igual que él.
Con el propósito de relajarse, Demonio se recostó en el asiento y miró por la ventanilla. Los caballos seguían golpeando el suelo con sus herraduras.
—¿Qué excusa diste en tu casa para ir a Bury? —Formuló la pregunta con la mirada de frente, pero sintió clavados en él los ojos de Flick, y al cabo de un instante oyó su respuesta.
—Que iba a ver a Melissa Blackthorn, su familia vive a las afueras de Bury. Solemos visitarnos la una a la otra así, sin avisar.
Demonio permaneció pensativo un instante.
—Muy bien. Ibas a visitar a la señorita Blackthorn… Gillies se ofreció a llevarte con la esperanza de presenciar el combate, pero cuando llegasteis a Bury la calle estaba cortada por el tráfico de entrada a la ciudad y te quedaste atrapada en todo el jaleo. Oscureció y seguías atrapada. Como no estabas familiarizada con los combates de boxeo, buscaste alojamiento en la posada del Angel. —Miró a Flick—. Con un poco de suerte, nadie se enterará de tu disfraz ni de la escena que montaste para conseguir habitación.
La joven se encogió de hombros.
—Bury está muy lejos. Ningún miembro del personal de la casa tiene familia tan lejos.
Demonio hizo un mohín de enfado.
—Eso espero. Bien, estabas en la posada cuando yo llegué con la intención de asistir al combate de boxeo. Subí a verte… y entonces lord Selbourne nos vio. Por eso, esta mañana te traje directamente aquí para poder aclarar la situación. —Miró a Flick—. ¿Ves algún cabo suelto?
Ella negó con la cabeza, y luego compuso una mueca de disgusto.
—Pero detesto tener que engañar al general.
Demonio miró por la ventanilla.
—Teniendo en cuenta que hemos evitado toda alusión a Dillon y a la organización no tiene sentido que se lo contemos ahora. —Con eso sólo conseguirían disgustar al general, sabiendo además que todo ese embrollo era consecuencia de la ayuda que Flick le estaba prestando a Dillon.
Las sombras del camino de entrada se proyectaron sobre el carruaje; algunos metros más adelante, el sol bañaba con sus rayos la mansión. El carruaje se detuvo, Demonio abrió la portezuela, descendió y luego ayudó a bajar a Flick. Jacobs abrió la puerta principal antes de que llamasen. Demonio acompañó a Flick hasta la sala, y allí la soltó.
La señora Fogarty apareció muy alborotada, haciéndole mil preguntas a Flick, quien fue sorteándolas con habilidad. Flick le lanzó a Demonio una mirada alerta e inquisitiva, que él acogió con frialdad absoluta. Flick arrugó la frente un instante, pero tuvo que recomponer el gesto para atender a la señora Fogarty. Seguida de cerca por el ama de llaves, Flick se dirigió a su habitación.
Demonio la vio marcharse, y luego torció un poco los labios, sólo un poco, en las comisuras. Retos… más retos. Dio media vuelta y echó a andar hacia la biblioteca.
—Bueno, a ver si lo he entendido bien.
Sentado en la silla que había detrás del escritorio, el general se recostó hacia atrás y empezó a tamborilear con los dedos.
—A ti y a Felicity os han vuelto a ver en una situación aparentemente comprometida, sólo que esta vez la persona que os ha visto se complacería enormemente en destruir la reputación de Felicity. Pese a todo, tú estás más que dispuesto a casarte con la muchacha, pero ella es muy terca y se resiste a darte el sí. Así que en lugar de obligarla a casarse contigo, me sugieres que acceda a enviarla con tu madre, lady Horatia, para que disfrute de los placeres de la temporada de bailes en Londres. Bajo la tutela de tu madre, aún sin una declaración formal, se dará por hecho que la pretendes, pero su estancia con ella dará a Felicity tiempo para acostumbrarse a la situación y aceptar que su matrimonio contigo es la opción más sensata. —Miró a Demonio—. ¿Lo he entendido bien?
De pie ante los ventanales, Demonio asintió.
—Por supuesto, si en el transcurso de su estancia en Londres conoce a otro caballero y desarrolla por él un afecto duradero que es correspondido, le doy mi palabra de que le dejaré vía libre sin poner objeciones. Es su felicidad, su reputación, lo que me interesa preservar a toda costa.
—Sí, claro, claro. —Los ojos del general parpadearon—. Bien, entonces no veo razón para que se oponga a pasar una temporada en Londres. En cualquier caso le hará mucho bien descubrir todo lo que se ha perdido estando aquí encerrada con un viejo.
Sonó la campana del almuerzo, el general se rio y se puso de pie.
—Mi chica va a ir a la capital. Vamos a decírselo, ¿eh?
Demonio sonrió satisfecho y echó a andar hacia el comedor junto al general.
—¿A Londres? —Flick clavó sus ojos en Demonio, que estaba sentado frente a ella en la mesa del almuerzo.
—Ajá, a la capital. A mi madre le encantará que te quedes unos días con ella.
Era todo tan transparente…
Flick miró a su derecha: el general se estaba sirviendo una segunda ración de guisantes mientras asentía con aire afable. No parecía muy preocupado por su reputación, cosa que suponía debía agradecer a Demonio; Flick no habría podido soportarlo si el anciano se hubiese disgustado por eso. Y, sin embargo, estaba convencida de que su serenidad, sabedor de que su reputación, si no destruida, había quedado al menos mancillada, se debía a que creía de veras que, tras unos días en Londres bajo la tutela de lady Horatia, Flick cambiaría de opinión y acabaría aceptando a su protegido como su marido.
Había muchas posibilidades de que estuviese en lo cierto; ella, ciertamente, así lo esperaba.
Y había un buen número de razones para seguirle el juego a Demonio, una de las más importantes el hecho de que Bletchley se había ido a Londres, y, si bien nunca hasta entonces había sentido el más mínimo interés por los asuntos y las reglas de la alta sociedad, si iba a casarse con Demonio no le vendría mal un poco de práctica en ese terreno. También sintió una súbita curiosidad por saber cómo —y con quién— Demonio pasaba los días en Londres.
Aparte de todo lo demás, si pretendía conseguir que se enamorara de ella necesitaba estar con él.
Mirándolo fijamente a los ojos, asintió con la cabeza.
—Sí, creo que eso me gustaría.
Él sonrió.
—Bien, te llevaré allí mañana.
—¿Cómo narices ha podido ocurrir? —A primera hora de la mañana siguiente, ya de camino a Londres en la calesa tirada por los poderosos caballos zainos de Demonio, Flick se volvió e increpó a Gillies, que iba sentado detrás—. Pensaba que lo estabas siguiendo.
Gillies parecía angustiado. Fue Demonio quien respondió.
—Creíamos que Bletchley estaba planeando tomar uno de los coches especiales que iban a Londres desde Bury, porque Gillies le había oído preguntar dónde podían cogerse. Después de vigilar a Bletchley durante todo el combate sin que ocurriera nada de particular, Gillies, de forma muy razonable, se dirigió a la salida por la que se regresaba a Bury y esperó a que pasara Bletchley, pero este no apareció.
—¿Ah, no? —Flick miró de nuevo a Gillies.
Este hizo una mueca de disgusto.
—Debió de subirse a algún coche de vuelta a Newmarket.
—Y luego alquiló un caballo y, con el mayor descaro del mundo, apareció por el camino de entrada de la mansión. —Demonio apretó los dientes. Eso había sido demasiado; por fortuna, Bletchley no había visto a Flick, ni ella lo había visto a él.
Flick se recostó en el asiento.
—Por poco se me cae un jarrón de las manos cuando Jacobs me dijo que había venido a preguntar por Dillon.
—Por suerte, Jacobs se deshizo de él. —Demonio sofrenó las cabalgaduras al pasar junto a un carro, y luego volvió a sacudir las riendas—. Bletchley volvió al Rutland Arms y cogió el correo de la tarde a Londres.
—Así que lo hemos perdido.
Demonio miró a Flick y sintió cierto alivio al ver únicamente una expresión ceñuda en su rostro.
—De momento. Pero lo encontraremos tarde o temprano, no te preocupes.
—Londres es muy grande.
—Cierto, pero es posible mantener vigilados los lugares donde Bletchley pueda reunirse con un grupo de caballeros. Las personas de clases sociales diversas no se mezclan fácilmente en cualquier sitio. Limmers, Tattersalls y algunos locales más, no tan manidos.
—¿Y no será como buscar una aguja en un pajar?
Demonio dudó unos instantes, y luego compuso una mueca de preocupación.
—Tiene que haber alguna forma de identificar a los posibles miembros de la organización con la que resulte más sencillo seguir a alguien hasta el lugar donde tiene lugar la reunión, si es que se celebra, e identificar de este modo a toda la organización.
—¿Qué forma?
Los ojos de Flick estaban clavados en su rostro. Demonio, sin apartar la mirada de los caballos, que iban al galope, relató la conversación que había mantenido con Heathcote Montague y lo que esperaban descubrir.
Al término de la explicación de Demonio, Flick se recostó hacia atrás.
—Así que no hemos dejado de ayudar a Dillon, sino que nuestras pesquisas han cambiado de dirección.
—Hablando de Dillon, ¿sabe que te has ido de Newmarket?
—Le envié un mensaje a través de Jiggs; le dije que le explicase a Dillon que teníamos que seguir unas pistas en Londres, que no sabía cuándo íbamos a volver, pero que debía seguir escondido hasta que volviésemos. Le prometí que le escribiría para contarle lo que íbamos descubriendo. Jiggs le entregará mis cartas.
Demonio asintió. Por lo menos había logrado alejarla de Dillon; mientras estuviese en Londres podría concentrarse en él y en sí misma. Estaba seguro de que su madre la ayudaría en ese empeño y al mismo tiempo le negaría a Flick —una jovencita a su cargo— el permiso para perseguir a Bletchley, a la organización o a cualquier otro villano. Pese al hecho de que tanto Bletchley como la organización estaban en Londres, se sentía muy optimista sobre el hecho de llevar allí a Flick.
En cuanto al peligro que entrañaba lord Selbourne, eso estaba, al menos por el momento, controlado, pues su señoría había ido directamente a Norfolk a visitar a su hermana.
La calesa avanzaba en dirección sur bajo el sol de la mañana, y las ruedas giraban con suavidad sobre la gravilla de la carretera. Pese a haber perdido a Bletchley, pese a haber tenido que modificar sus planes para adaptarlos a la cabezonería de cierto ángel, Demonio se sentía en paz con el mundo. Había tomado la decisión correcta, pues aquel era el camino para que Flick le diera el sí. Ya era suya, eso era innegable, pero si iban a tener que pasar por un noviazgo formal se alegraba de poder trasladarlo a Londres. Al fin y al cabo era su terreno. Estaba ansioso por enseñárselo todo, por alardear de ella. Su inocencia de ojos chispeantes aún lo conmovía: a través de su mirada veía, desde una nueva perspectiva, aspectos de su propio mundo que había considerado aburridos durante mucho tiempo.
La miró a hurtadillas; la brisa se llevaba sus rizos y jugueteaba con los lazos de su sombrero. Tenía los ojos muy abiertos y la mirada fija en el camino. Sus labios, de un rosa delicado, eran turgentes, exuberantes y dibujaban una leve sonrisa. Tenía un aspecto verdaderamente delicioso.
Demonio desvió la vista hacia delante bruscamente, invadido de pronto por el recuerdo del sabor de Flick. Apretando los dientes, trató de ahuyentar el recuerdo: iba a tener que mantener a sus demonios interiores a raya una buena temporada, así que no tenía sentido provocarlos e incitarlos. Esa era la única desventaja de poner a Flick bajo la tutela de su madre: estaría a salvo de todos los demás, pero también de él… aunque Flick desease lo contrario, una idea intrigante y prometedora. Cavilando sobre aquella posibilidad, Demonio desplazó el látigo por la oreja de uno de sus caballos y los arreó para que apretaran el paso.
Junto a él, Flick veía pasar el paisaje con ojos complacidos y expectantes. Con cada kilómetro recorrido aumentaba su entusiasmo; le resultaba difícil conservar la calma. Pronto llegarían a Londres, pronto vería a Demonio en su otro hábitat, pronto descubriría su otro aspecto. Sabía que estaba considerado un mujeriego empedernido y, pese a todo, hasta entonces sólo lo había conocido en el entorno del campo; tenía una vaga idea de que el Demonio de Londres sería distinto del que ella conocía. Flick se pasó gran parte del viaje imaginando, fantaseando con una presencia más digna, más elegante y más poderosa, con todo el glamour que le investiría el estar en sociedad, una capa que recubría su verdadero carácter, todos los rasgos que a ella le eran tan familiares.
Se moría de ganas de verlo.
Pese a haber perdido a Bletchley, le resultaba imposible reprimir su alegría. Estaba de un humor radiante, tenía el corazón contento y esperaba con ansia empezar una vida completamente distinta: avanzaba en una dirección del todo inesperada para ella. Casarse con Demonio… la idea ya le daba vértigo, un sueño que nunca se había atrevido a soñar. Y ahora estaba entregada en cuerpo y alma a conseguir ese objetivo, y no dudaba ni por un momento de que lo lograría. Teniendo en cuenta su buen humor, era imposible dudarlo.
Por todo lo que había oído acerca de Londres, la ciudad le proporcionaría el marco ideal para animar a Demonio a que este le entregase su corazón. Luego todo sería perfecto y su sueño se haría realidad.
Estaba allí sentada junto a él, prácticamente incapaz de contener su impaciencia, esperando a que Londres asomase por el horizonte.
Cuando lo hizo, Flick empezó a pestañear… y arrugó la nariz y se estremeció al oír el estridente barullo de las calles, atestadas de carruajes de todos los tamaños. Nunca había imaginado un lugar tan rebosante de humanidad: viniendo de la amplia llanura de Newmarket Heath Londres resultaba un espectáculo sumamente perturbador. Se sintió apabullada por la cantidad de seres humanos, por el ruido, la miseria, y los pícaros y golfillos que había por todas partes.
Hacía años había vivido en Londres durante un periodo de tiempo muy breve, con su tía. No recordaba haber visto entonces nada de lo que estaba viendo ahora, pero después de todo, de aquello hacía ya muchos años. Mientras Demonio se concentraba en la conducción de sus caballos, que ahora sorteaban el tráfico con habilidad, se acercó a él hasta percibir el calor de su cuerpo a través de su ropa.
Sintió cierto alivio al ver que las zonas más modernas de la ciudad se asemejaban más a lo que ella recordaba: calles tranquilas flanqueadas por edificios elegantes, impecables jardines vallados rodeados de casas… Desde luego, aquella parte de la ciudad era mejor, más limpia y más hermosa que sus recuerdos de Londres. Su tía había vivido en Bloomsbury, que no era un barrio ni mucho menos tan elegante como Berkeley Square, adónde la llevaba Demonio.
Sofrenó a los caballos delante de una mansión de dimensiones colosales: era lo más impresionante que había visto nunca. Cuando Gillies tomó las riendas y Demonio se apeó de la calesa, Flick levantó la vista para admirar la fachada de tres plantas, y entendió el significado de la expresión «no estar a la altura».
Demonio la tomó de la mano; aplacando sus temores, Flick se deslizó por el asiento y dejó que la ayudase a bajar hasta el suelo. Aferrándose con fuerza al mango de su sombrilla, tomó el brazo que él le ofrecía y subió los escalones a su lado.
Si la casa era imponente, un tanto amenazadora, el mayordomo, Highthorpe, era aún peor. Cuando les abrió la puerta, miró a Flick por encima del hombro.
—Ah, Highthorpe, ¿cómo va esa pierna? —Demonio le dedicó una afectuosa sonrisa al mayordomo, y ayudó a Flick a traspasar el umbral—. ¿Está la señora en casa?
—Mi pierna ha mejorado mucho, gracias, señor. —Highthorpe abrió un poco más la puerta y se inclinó con deferencia; luego la cerró tras ellos y se volvió, suavizando un poco su actitud almidonada—. La señora, según creo, está en su refugio.
Demonio esbozó una sonrisa radiante.
—Esta es la señorita Parteger, Highthorpe. Va a quedarse una temporada con mamá. Gillies traerá su equipaje.
Quizá no fue más que una ilusión óptica provocada por la luz que se colaba por la claraboya, pero Flick habría jurado ver un destello de curiosidad en los ojos de Highthorpe. Este sonrió mientras le hacía una nueva reverencia.
—Encantado. Le diré a la señora Helmsley que le prepare una habitación enseguida y mandaré que lleven allí su equipaje. Sin duda deseará refrescarse después de tan largo viaje.
—Gracias. —Flick le devolvió la sonrisa; Highthorpe de repente parecía mucho más amable.
Demonio la tomó de la mano.
—Te dejaré en la sala de estar mientras voy a buscar a mamá. —Abrió una puerta y la hizo pasar.
Después de echar un vistazo a la elegante sala azul y blanca, se volvió de nuevo hacia él.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? Siempre podría quedarme con mi tía…
—Mamá estará encantada de conocerte. —Pronunció la frase como si ella no hubiese dicho nada—. Estaré de vuelta en unos pocos minutos.
Demonio salió y cerró la puerta a sus espaldas. Flick se quedó mirando los paneles blancos de la puerta… pero él no volvió a entrar. A continuación dejó escapar un suspiro y miró a su alrededor.
Examinó el sofá de damasco blanco y se fijó en el abrigo de pieles que llevaba puesto: era viejo y pasado de moda. Le parecía un sacrilegio poner ambos tejidos en contacto, de modo que optó por permanecer de pie y se alisó la falda, tratando en vano de eliminar las arrugas. ¿Qué pensaría lady Horatia, la dama que poseía semejante sala de estar, tan bien amueblada y elegante, de ella, con aquel atuendo tan vulgar?
La pregunta le pareció retórica.
Flick oyó un ruido a su espalda y la puerta se abrió de par en par: entró una señora alta y de una elegancia imponente… y se abalanzó sobre ella, con una sonrisa radiante en el rostro y los ojos iluminados con una expresión de bienvenida; Flick no acertaba a imaginar qué podía haber hecho para merecer tal recibimiento. Sin embargo, no había malinterpretación posible en el cariño con el que lady Horatia la abrazó.
—¡Querida mía! —Lady Horatia le rozó el rostro con su mejilla perfumada, se incorporó y se mantuvo a un metro de distancia, no para inspeccionarle el abrigo de pieles sino para mirarla a la cara—. Estoy encantada de conocerte y de darte la bienvenida a esta casa. Además —empezó a decir con los ojos clavados en Demonio—, tengo entendido que disfrutaré del placer de presentarte en sociedad. —Mirando de nuevo a Flick, lady Horatia sonrió exultante—. ¡Será maravilloso!
Flick sonrió con sinceridad y gratitud.
Lady Horatia compuso una sonrisa aún más intensa; sus ojos azules, muy parecidos a los de Demonio, chispeaban con expresividad.
—Ahora podemos despedir a Harry y empezar a conocernos. —Flick parpadeó sorprendida, y luego cayó en la cuenta de que se refería a Demonio—. Puedes volver luego, a cenar. —Lady Horatia arqueó una ceja de manera burlona—. Supongo que no tendrás ningún otro compromiso, ¿verdad?
Demonio —Harry— se limitó a sonreír.
—Por supuesto que no. —Miró a Flick—. Te veré a las siete. —Despidiéndose de ella y luego de su madre con un saludo, se volvió y se dirigió a la puerta, que se cerró despacio a sus espaldas.
—¡Bien! —exclamó lady Horatia, y sonrió exultante—. ¡Por fin!