Capítulo 13

FLICK lo miró con curiosidad.

—¿Lo conoces?

—Sí, claro. —Deslizando la llave en el bolsillo de su chaleco, Demonio la miró—. Todo el mundo en la alta sociedad conoce a Charlatán Selbourne.

—«¿Charlatán?».

Deteniéndose justo delante de ella, Demonio la miró a los ojos.

—Tiene la lengua muy afilada. —Flick escudriñó sus ojos, todo su rostro esbozó un silencioso «Oh»—. Lo que significa —continuó explicándole— que en todos los bailes de Londres, mañana por la noche, la novedad más jugosa será quién era en realidad la deliciosa y joven «viuda» a la que descubrió confraternizando conmigo en Bury St. Edmunds.

Los músculos de Flick se tensaron y de sus ojos saltaban chispas.

—No empieces otra vez con eso. Sólo porque me haya visto eso no me compromete. Él no sabe quién soy.

—Pero lo sabrá. —Demonio se dio unos golpecitos en la nariz con el dedo—. Así es como Charlatán consigue sus invitaciones, así se ha hecho un hueco en el seno de la alta sociedad: husmea en las indiscreciones que cometemos los demás y luego las susurra al oído de las casamenteras. —Sostuvo con serenidad la mirada de Flick—. Averiguará quién eres. Todo el mundo te conoce en Newmarket y ese será el primer lugar donde buscará. Gillies me describió la escena que montaste para conseguir esta habitación, y es justamente así como actuaría una dama que vive en las afueras de la ciudad, no en la misma ciudad, y que está deseosa de obtener una habitación en la que encontrarse con su amante.

Flick se cruzó de brazos y levantó la barbilla con tozudez.

—Sigo diciendo que no estoy en una situación comprometida.

—Lo estás. —Demonio no pestañeó—. Desde el mismo instante en que Selbourne vio tu rostro, la tuya es el paradigma de situación comprometida.

Flick entrecerró los ojos. Al cabo de un momento, añadió:

—Y aunque, teóricamente, lo estuviera, eso no cambia nada.

—Al contrario, lo cambia prácticamente todo.

—¿Ah, sí? ¿Como qué?

Extendió el brazo y la cogió de la mano; aunque algo desconcertada, Flick dejó que se la levantase. Le sujetó entonces la otra mano y se las llevó ambas a la altura de los hombros atrayéndola hacia sí. Demonio le soltó las manos y la rodeó por la cintura.

Flick rápidamente apartó las manos de sus hombros e intentó liberarse de él presionándole el pecho con fuerza.

—¿Qué haces?

Él la miró a los ojos y luego bajó la cabeza.

—Enseñarte cuántas cosas han cambiado.

Empezó a besarla… y no dejó de hacerlo, con energía pero sin forzarla, despacio pero sin tregua, hasta que ella se rindió. Cuando se entregó, Demonio la abrazó con fuerza y la besó durante un rato más. Ella respondió con su avidez habitual. Lenta y cada vez más insistentemente, volvió a recorrer los mismos pasos de antes hasta que la respiración de ambos se quebró, hasta que sus caderas volvieron a apretar con vehemencia sus muslos, hasta que una tórrida sensación se apoderó de sus sentidos y la pasión emborrachó sus mentes.

Y en ese momento Demonio levantó la cabeza.

Ella le agarraba con fuerza de las solapas.

—Tú no quieres casarte conmigo. En el fondo, no quieres.

Flick lo dijo sin convicción; tenía su cuerpo pegado al de Demonio y sentía en sus carnes su excitación descontrolada, de modo que no podía decir que ignoraba lo que quería él. Era un poderoso incentivo para rendirse, y sin embargo… Flick no quería que se casase con ella sólo por eso. Quería que se casase con ella por alguna otra razón, una razón más importante.

La tensión se apoderó del rostro de Demonio. La misma tensión que se había apoderado de ella. Su mirada, de un azul impasible, no se apartaba de ella, estaba fija en sus ojos. Los labios de Flick latían con fuerza. Sin darse cuenta, dejó caer su mirada y la clavó en los labios de Demonio, unos labios inteligentes, firmes y fuertes, como él. Los vio descender unos centímetros, y sintió que le acariciaban los suyos.

—Sí quiero casarme contigo. —La besó de nuevo, una promesa arrebatadora mientras sus manos se deslizaban por su espalda, atrayéndola hacia sí una vez más—. Voy a casarme contigo.

Acercó sus labios a los de ella y se besaron con impaciencia. Y con pasión. Flick podía soportar la fuerza del beso, pero el calor, aquella sensación abrasadora de fuego y llamas la derrotó. Él siguió besándola y Flick sucumbió. El fuego le recorrió las venas, se apoderó de cada miembro de su cuerpo, se adueñó de su cerebro.

Y Flick se abrasó, al igual que él. Había fuego en el tacto de sus manos, en sus labios, y pese al calor insoportable, todavía no tenía suficiente. Cuando sus miembros se derritieron y toda su determinación se evaporó, Flick trató de aferrarse a su buen juicio y soltó un par de imprecaciones para sus adentros. ¿Qué podía hacer para que la amase si se casaba con ella de esa manera?

¿Cómo detenerlo?

Como respuesta, Demonio intensificó su beso. A Flick le daba vueltas la cabeza. Sin sentir sus huesos, al borde de la debilidad absoluta, se desplomó en sus brazos, en su fuerza viril. En su calor sofocante.

—He soñado con casarme contigo.

Sus palabras no eran más que un susurro. La alejó de sí unos centímetros y sus caderas chocaron con el tocador.

—¿De veras? —Incapaz de respirar, Flick trató por todos los medios de abrir los ojos.

—Pues sí. —Apoyándola contra el tocador, Demonio retrocedió unos pasos.

La súbita pérdida de contacto con su cuerpo, que con tanta fuerza la había rodeado, la dejó desconcertada. Inspiró hondo mientras veía que Demonio se despojaba de su chaqueta y su chaleco y los arrojaba a una silla. Volvió a acercarse a ella, deslizando las manos por su cuerpo y tomándola de la cintura.

—¿Has soñado con nuestra boda? —A Flick le resultaba difícil de creer.

Los labios de Demonio dibujaron una sonrisa, pero su expresión permaneció inalterable.

—Mis sueños estaban más centrados en nuestra noche de bodas.

La atrajo hacia sí. Flick, con destellos en los ojos, completamente segura de lo que significaba la mirada de Demonio, intentó apartarlo de ella presionándole el pecho con las manos.

—No, ya sabes lo que opino de que nos casemos por esa razón.

No la obligó a acercarse más, no la empujó hacia él para vencer la resistencia que ella le oponía: se limitó a agachar la cabeza y le dio un sinfín de besos a lo largo de la mandíbula hasta alcanzar el lóbulo de la oreja. A continuación deslizó los labios más allá, para acariciar la piel sensible de detrás de su oreja.

Flick sintió un escalofrío.

—¿Tan horrible sería casarse conmigo?

Le murmuró aquellas palabras al oído y luego se retiró lo justo para que, cuando ella se volviese, sus ojos se encontraran con los suyos.

Estaban tan cerca el uno del otro que sus respiraciones se fundían en una sola. Con inocencia, Flick se sumergió en aquellos graves ojos azules, en su rostro serio y que ya tanto quería.

—No.

Él no se movió, no la levantó en volandas con expresión triunfal ni se puso a gritar de alegría: se limitó a esperar. Ella escudriñó sus ojos, su rostro, y luego inspiró hondo. A su alrededor reverberaba el aire, danzando con vida, investido de poder. La tentaba lo que Demonio le ofrecía, su promesa y tantas cosas más. Levantó una mano y acarició con sus delicados dedos la línea que unía uno de sus pómulos con la comisura de sus labios. Inspirando hondo de nuevo, se puso de puntillas y acercó sus labios a los de él.

Era una locura, una locura deliciosa, embriagadora y compulsiva, una necesidad súbita que la abrasaba, que la impulsaba, que la impelía. Era un impulso, puro, íntegro y muy potente… Flick no tenía ni idea de adónde la llevaría.

Y, sin embargo, lo besó, invitándolo, animándolo, desafiándolo; y se hundió en sus brazos, se sumergió en su abrazo y en su beso, que la sacó a flote, que la elevó hasta lo más alto, y volvieron a caer presa del fuego, presa de las llamas.

Demonio sabía muy bien que ella se había limitado a espolear sus caballos, que estaba galopando salvajemente con el viento de cara, sin ninguna meta en concreto. Era suficiente. Él ya era lo bastante experto para cabalgar con ella, para colocar sus manos con suavidad en las riendas y guiarla hacia donde él quisiese.

Tardó unos minutos en determinar los detalles, en planear el dónde y el cómo. Gracias a su desenfreno, a sus besos cada vez más tórridos, Demonio ya empezaba a sentir un ansia insoportable, pero eso era lo que menos le preocupaba. Nunca le había hecho el amor a una inocente, fuese salvaje o no, y ella parecía decidida a ponerle a prueba, a llevar al límite su experiencia, su capacidad de control.

Demonio liberó los labios de Flick, la sujetó por la cintura y la levantó del suelo para depositarla encima del tocador, mientras alababa para sus adentros al dios libertino que debía de estar observándolos: el tocador tenía la altura idónea.

Flick pestañeó con asombro. Su nueva posición le dejaba el rostro a más altura que el de Demonio. Estando ahí sentada con las piernas algo separadas y los pechos henchidos, Flick notó que Demonio le subía la falda hasta dejarle las rodillas al descubierto. Juntó las piernas de inmediato y se echó hacia atrás. Con los rizos alborotados, los labios hinchados y una expresión un tanto aturdida, lo miró a los ojos.

—¿Qué…? —Tuvo que interrumpirse para tomar aliento—. ¿Qué estás haciendo?

Los labios de Demonio dibujaron una sonrisa tranquilizadora, aunque no pudo disimular el ardor de sus ojos. Sin apartar la mirada de su rostro, Demonio dio un paso hacia delante y apoyó las caderas en sus rodillas inmovilizándole así las piernas. Bajó entonces la mirada hasta sus pechos y extendió la mano para tocar el primer botón de su corpiño.

—Voy a hacerte el amor.

—¿Qué? —Flick bajó la vista mientras el primer botón se liberaba de su ojal. Los dedos de Demonio atraparon el siguiente botón, y ella dio un grito ahogado y cerró las manos en torno a las muñecas de él—. No seas ridículo.

No había pensado con la cabeza hasta entonces y, por causa de él, su buen juicio estaba aturdido, y su cerebro aturullado. Desde luego, le era imposible pensar en ese momento. Tiró de las manos de Demonio una vez, luego con más fuerza, y no consiguió moverlas de donde estaban. Él siguió desabrochándole los botones.

—Puesto que mañana por la noche la alta sociedad de Londres al completo creerá que he pasado la noche contigo en tu cama, no veo razón para no hacerlo.

Lo miró a los ojos un instante, y vio en ellos un azul abrasador. La tentación y la promesa… ambas refulgían con claridad. Flick se tranquilizó con aquella visión.

¿Tranquilizarse? Debía de haberse vuelto loca… Él ya se había vuelto loco.

—Además —prosiguió él en el mismo tono bajo y pecaminosamente lánguido—, has dejado claro que exiges algo más que las normas sociales para acceder a casarte conmigo. —Le desabrochó el último botón y la miró a los ojos—. Tómate lo que vendrá a continuación como mi respuesta a tu exigencia.

Demonio le acarició el rostro con la manos y acercó sus labios a los suyos. Flick se armó de valor para rechazarlo, no pensaba dejarse vencer por la fuerza bruta.

Sin embargo, no había fuerza en sus besos. Demonio la mordisqueó, la besó y la sedujo de forma arrebatadora hasta que, entregada a la vorágine de sus sentidos, Flick lo asió y le devolvió sus besos. Ella percibió el sentimiento de triunfo de Demonio, pero no le importó: en ese instante necesitaba sentir sus labios sobre los suyos, necesitaba volver a sentir el fuego y las llamas, quería saber, ya no podía vivir sin saber más.

Y sabía que él podía enseñárselo, que se lo enseñaría.

Demonio, como si pretendiera con ello confirmar los pensamientos de Flick, la acogió con suma dulzura, la trajo hacia sí y jugueteó con ella, incitándola, encendiéndola…

Hasta que Flick sintió que la consumía un calor abrasador, demasiado tórrido para que cupiese en los confines de la carne.

Demonio se echó hacia atrás sin retirar sus labios de los de Flick, todavía besándola, pero con menos exigencia: los besos habían dejado de ser el centro de su atención. Dejó que sus manos se deslizaran por el rostro de aquel ángel hasta alcanzar la piel de su cuello, y luego la extensión de sus hombros. Sin prisas, los dedos largos de Demonio fueron descendiendo; con la más liviana de las caricias, le abrasaron los senos.

La carne de Flick cobró vida. Todo su sistema nervioso tembló, se sensibilizó y esperó, tensándose ante la expectativa.

Demonio interrumpió el beso. Flick mantuvo los ojos cerrados y trató de respirar. Despacio, con delicadeza, Demonio le acarició las suaves colinas de sus senos, acunando sus curvas en las palmas de las manos, con suavidad y firmeza a un tiempo, y ademán indiscutiblemente posesivo.

Flick, sin aliento, acogió de nuevo aquellos labios masculinos, que la rozaron, la acariciaron y la hechizaron de nuevo, confortándola. Sintió que sus pechos se henchían aún más, se acaloraban e iban ganando en rotundidad, hasta que empezaron a arderle.

El cuerpo de Demonio también estaba en llamas, pero él trató de hacer caso omiso de ello. Los pechos de Flick eran pequeños e insolentes, y se acomodaban plácidamente en las palmas de sus manos. Cerró el pulgar y el índice en torno a sus pezones y Flick dio un respingo, tensándose cada vez más. Con los labios en los de ella, aliviándola, complaciéndola, jugueteó un poco para darle tiempo a acostumbrarse al roce de sus dedos, reprimiendo el impulso de arrancarle el corpiño y desnudarla para complacer a sus propios instintos. Al final, ella lanzó un suspiro, y la tensión de su rostro dio paso a una crispación que Demonio reconoció enseguida: Flick estaba despertando al amor.

Cada roce, cada suave y alentadora caricia de Demonio, la acercaba un poco más al placer supremo. Y a él también.

Cuando Demonio liberó sus labios, apartó las manos de sus pechos y tanteó los festones de su corpiño ella no opuso resistencia. Sin embargo, sí levantó ligeramente los brazos y asió los dedos de Demonio.

Flick titubeó un instante.

Ambos jadeaban, tenían los sentidos encendidos, pero bajo control, eran plenamente conscientes de sus actos. En absoluto ajeno al pálpito de su corazón, a la pasión que trataba de mantener a raya, Demonio inspiró hondo y despacio, apretó la mandíbula y contuvo la necesidad acuciante de abalanzarse sobre Flick. Y esperó.

Ella tenía la mirada fija en el cuello de Demonio. Tomó aliento, lo contuvo y levantó la vista hasta clavarla en sus ojos.

No supo reconocer lo que afloraba en ellos, lo que había descubierto su mirada curiosa e inquisitiva; él se la quedó mirando, incapaz de reunir la energía suficiente para componer alguna clase de expresión, y rezó porque Flick no se echase atrás.

Y no lo hizo: endureció el mentón y sus labios dibujaron una sonrisa de absoluta seguridad en sí misma, mezclada con su perenne inocencia. Con un ademán casi recatado, apartó la vista de él, se sujetó el corpiño ya desabrochado y se lo abrió.

Sintiendo una especie de vértigo, Demonio la soltó y la dejó hacer. Aquella sonrisa, acompañada de su acción, le había golpeado con la fuerza de un vendaval y lo había dejado sin resuello. Cautivado, paralizado, la observó mientras ella se removía y dejaba al descubierto primero un hombro y luego el otro para, acto seguido, liberar sus brazos de las rígidas mangas.

Ella le dirigió entonces una mirada tímida e inquisitiva; él lanzó un suspiro y tomó el relevo.

Le bajó el vestido hasta la cintura y luego tuvo que detenerse para contemplarla, para admirar el milagro de la piel tersa y nívea que asomaba por el recatado vestido, para empaparse de la belleza de sus hombros desnudos, de sus brazos suavemente redondeados y de la delicada estructura de su cuello.

Su naturaleza libertina elaboró una lista de los detalles sobre los que volver con posterioridad y mayor detenimiento: el lugar donde latía su pulso en la base del cuello, donde el hombro se unía con la nuca, el inicio de las curvas convexas de sus senos… Sus pechos todavía permanecían ocultos, aunque no por completo; sus pezones asomaban erectos bajo la delicada tela, pero Demonio no podía apreciar el color, aunque imaginaba que serían de un rosa puro.

Demonio inspiró hondo como un ahogado que trata desesperadamente de tomar aire. Levantó las manos hacia el rostro de Flick, lo asió una vez más y atrajo sus labios hacia él.

Flick se sumergió por completo en aquel beso: el calor se hizo insoportable y se dejó arrastrar por él, inmersa en la marea de llamas abrasadoras. Si hubiera soplado el viento y ella hubiera llevado puesto un gorro, lo habría arrojado al aire sin dudarlo, abandonándose por completo. Había tomado ya su decisión.

Sabía que él la deseaba con toda su alma, lo veía en su rostro, en la pasión cincelada en sus facciones de roca, en el fuego que ardía en sus ojos. Su deseo era palpable, como si fuera un ser vivo: cálido como el sol, trataba de alcanzarla, al igual que las manos de Demonio, sus brazos y la totalidad de su cuerpo. Lo reconoció instintivamente, no necesitaba que nadie le explicase lo que era. La deseaba como un hombre desea a una mujer, y ella lo deseaba del mismo modo.

En cuanto a casarse, Demonio todavía no le había respondido a la pregunta de si podía nacer el amor del deseo intenso. Tampoco la había respondido ella, pero lo cierto es que no esperaba una sencilla declaración de amor, no de él. Si le declaraba su amor sería sincero, de eso podía estar segura. Pero sólo podría hacerlo si supiera que la amaba… y ella no creía que lo supiese. Y sin embargo…

Descubrió una luz en sus ojos, escondida tras el brillo ardiente, tras la pasión y el deseo: había un sentido en sus caricias, en sus besos, en todos sus actos. Y mientras brillase esa luz, mientras ella la percibiese, sabía que había esperanza.

Esperanza de que la amase, de que pudiesen formar un matrimonio basado en el amor, investido de amor. Estaba dispuesta a arriesgarlo todo con tal de obtener semejante premio. El destino le había brindado aquella oportunidad para hacer realidad su sueño más íntimo e inconfesable, y no pensaba desaprovecharla; la agarraría con ambas manos. Y haría todo cuanto pudiese por alcanzar ese sueño.

Se casaría con él, pero imponiendo sus propias condiciones. Demonio tendría que hacer algo más que seducirla, que enseñarle los secretos de la pasión, el deseo y la intimidad física, para que le diese el sí. Sin embargo, no tenía intención de pararse a explicárselo. Aquella noche era para ellos, su primera noche juntos.

Su primera vez con él.

Cuando él volvió a echarse hacia atrás, ella sonrió. Demonio le levantó los brazos y se envolvió con ellos los hombros. La miró a los ojos mientras la acercaba al borde del tocador. Escudriñó su rostro con la mirada crispada por la pasión. Le rodeó las caderas con un brazo, la levantó y le quitó el vestido. Una oleada de excitación recorrió el cuerpo de Flick: le hervía la sangre. Semidesnuda, en combinación, se atrevió a mirarlo a los ojos. Él arqueó levemente las cejas y a continuación deslizó las manos hacia arriba y le acarició los senos.

—¿Te gusta?

Dejando caer las pestañas, Flick echó la cabeza hacia atrás.

—Sí.

Pronunció la palabra entre jadeos, atenta únicamente a sus manos expertas, a sus dedos expertos, que la acariciaban y presionaban su cuerpo con suavidad. Pese al fino tejido de batista, el roce de sus dedos la abrasaba. Sus labios regresaron a los de ella. Le deslizó una mano por la espalda y la atrajo hacia sí una vez más, acercándola al borde del tocador.

Ella se dejó llevar sin pararse a pensar, pues su cabeza ya no obedecía a los dictados de la razón: lo único que podía hacer era sentir con cada uno de los poros de su piel. Sus sentidos gozaban de una libertad sin límites, liberados por su decisión, liberados por la noche.

Liberados por él. Sus besos la aferraban al mundo, pero era un mundo de sensaciones, un mundo de una excitación cuya existencia había ignorado hasta entonces, y de una promesa de dicha que quería para sí.

Demonio le aprisionó los labios con los suyos y la besó, con violencia, sin delicadeza, sin autocontrol. Era una fruta deliciosa y estaba a punto de ser suya: quería devorarla. Tras formular el pensamiento, sus labios abandonaron los de ella y descendieron despacio por la curva de su cuello hasta alcanzar el punto donde su pulso latía desbocado. Lamió aquella hondonada y luego la succionó con suavidad; alentado por sus jadeos, Demonio siguió adelante, recorriendo con los labios la curva de su nuca y descendiendo luego al cálido promontorio de sus pechos.

A través de la batista, un pezón erecto lo llamaba hambriento; Demonio lo sujetó con sus labios y Flick soltó un gemido escandalizado. Sin embargo, no trató de apartarlo de sí, y tampoco le dijo que se detuviese. Así que Demonio se dispuso a gozar de aquel festín de los sentidos, tratando de arrancarle más gritos de asombro y excitación. Mucho antes de levantar la cabeza, ya lo había conseguido, pues obtuvo de los labios de Flick un coro de murmullos de agradecimiento.

Volvió a besarla en los labios, separándolos por completo, hurgando en su suavidad, engulléndolo todo y pidiendo más. Ella le respondió ansiosa, sin la fuerza brutal de la pasión viril, pero con un entusiasmo tan elocuente que estuvo a punto de ponerlo de rodillas.

Con brusquedad, Demonio dejó de besarla, asombrado al descubrir que respiraba con tanta agitación como ella. Apartando a un lado sus rizos, deslizó los labios por la suave concavidad que se escondía bajo su oreja mientras sus dedos deshacían con movimiento experto los cordones de su combinación.

De pronto, la rapidez se había convertido en algo esencial. Era imperativa.

Ella lanzó un suspiro, una tensa exhalación que retumbó fruto de la excitación contenida; al oírla el cuerpo de Demonio tembló literalmente. El aroma de ella, que lo embriagaba para atormentarlo, venía a añadirse a su ansia insoportable. Miró hacia abajo, a la suave camisa interior de batista que ocultaba su cuerpo a sus ojos; sintió un deseo irrefrenable de arrancárselo, pero su instinto se lo desaconsejó. Estar sentada desnuda en lo alto de una mesa bajo la luz de las velas podía ser demasiado la primera vez.

Hasta entonces, todo había salido según su plan. Ella había reaccionado de forma extraña en un par de ocasiones, pero él había resuelto la situación. Su intención era seducirla, pero esta vez, necesitaba hacer algo más. Tenía que ser delicado, y no sólo porque tenía presente su inocencia en todo momento, de forma dolorosamente insoportable, sino porque no la quería únicamente para una o dos veces: la quería para siempre. Así pues, el momento tenía que ser decisivo, tan decisivo como fuese necesario para que ella volviese a desearlo, con tanta vehemencia y entusiasmo como él la desearía la próxima vez.

Un nuevo reto; con ella todo eran retos. Era una de las cosas que tanto lo atraían de ella.

Deshizo los cordones de su combinación, aflojó la pretina, se la bajó, y a continuación le levantó rápidamente las piernas y tiró de la prenda hasta que tropezó con los pies. Los sorteó y la arrojó junto a su vestido. Luego su propio fular y su camisa siguieron el mismo camino. Cuando retrocedió unos centímetros para colocarse a la altura de sus rodillas, le quitó los zapatos.

Flick esperaba, prácticamente temblando de excitación; levantó los brazos y luego el rostro y lo recibió de nuevo con la boca hambrienta. Él se abalanzó sobre ella y dejó que lo condujera a donde quisiese mientras le quitaba el liguero y le bajaba las medias, con cuidado de no tocar su piel desnuda. Ella estaba tan absorta en el beso que Demonio no sabía si se había percatado de que, ya sin medias, estaba sentada a la luz de las velas cubierta únicamente con su camisa interior. La delicada prenda le llegaba a la mitad del muslo; él tomó uno de los pliegues y tiró de él, pero Flick se había sentado encima.

Preparándose mentalmente para la acción, llenó sus pulmones de aire y retomó el control del beso. Cuando estuvo seguro de que volvía a estar al frente de la situación, colocó las manos en sus caderas, sujetándola y dándole tiempo a que se acostumbrase al tacto de sus manos. Su camisa era tan fina que en realidad no resultaba un obstáculo, ni para sus manos ni para sus sentidos.

Ella se puso un poco tensa, pero se calmó de inmediato; en cuanto lo hizo, Demonio deslizó sus manos por su piel. Recorriéndola, navegándola, explorándola y descubriéndola, le acarició los muslos, las rodillas y las pantorrillas. A continuación, con suavidad pero con firmeza, le asió las rodillas y las separó.

Flick no intentó unirlas de nuevo, pero se resistió… un instante. A continuación, vacilante pero ansiosa, dejó que Demonio empujase un muslo a cada lado y que diese un paso adelante para colocarse entre ambos.

Antes de que Demonio pudiera lanzar un suspiro victorioso, Flick dejó caer su mano del hombro de él y la deslizó hasta su pecho. Una oleada temblorosa recorrió la totalidad del cuerpo de Flick —y también del de él—; los dedos de Demonio se enredaron en las marañas de su pelo, y las manos de ella se posaron con timidez sobre el músculo cálido que cubría el corazón de Demonio.

Durante un instante eterno, Demonio se limitó a existir; tenía los cinco sentidos concentrados en ella y sólo en ella, en sujetar las riendas de su seducción. Su despertar también se estaba convirtiendo en un despertar para él, en el preámbulo de un mundo donde los placeres eran más intensos que los que había conocido jamás.

La tensión que mantenía el cuerpo de Flick en vilo, a la expectativa, rígido, era pese a todo intensamente frágil. Demonio presentía que con un solo movimiento en falso, uno solo, podía hacer añicos todo el embrujo. Y a ella también.

Cuando la mano de Flick recorrió con suavidad la llanura de su pecho, Demonio volvió a respirar. Dominando a sus demonios interiores con mano férrea, alteró levemente la dinámica del beso alentando a Flick a seguir explorando, y se sintió aliviado, aunque más tenso, cuando así lo hizo.

Poco a poco él la fue atrayendo hacia sí, acercándola al borde del tocador. Cuanto más avanzaba, más se separaban sus muslos, hasta que, finalmente, todavía parcialmente cubiertos por la tela fina de la camisola, quedaron abiertos de par en par, contra las caderas de Demonio.

Se había abierto para él.

Tardó varios minutos en dominar el deseo incontenible que lo instaba a no esperar más; lo que vendría después debía ser perfecto, tenía que ser lo correcto. Nada en toda su vida le había importado tanto como aquello.

Demonio deslizó la mano por el hueco de su espalda, y demoro allí unos instantes, asiéndola con solidez y mano segura. A continuación levantó la cabeza imperceptiblemente, interrumpiendo el beso, pero dejando que los labios la rozaran. Con los ojos entornados, contempló el rostro de Flick mientras él deslizaba la mano por debajo de la camisa, con la misma suavidad con que le había recorrido todo el cuerpo, y le acariciaba poco a poco la superficie sedosa de su muslo.

Flick pestañeó y él la miró a los ojos: tenía las pupilas dilatadas encerradas en dos círculos de un asombroso azul. Ella se echó a temblar, contuvo el aliento y luego dejó escapar el aire muy despacio. Él le acarició el muslo, el prolongado músculo tembloroso, y luego la delicada parte interna, sin dejar de ascender, rozándole los labios con los suyos cada vez que ella temblaba, dejando que se aferrara a él cuando, con el dorso de los dedos, le acariciaba la parte baja del abdomen.

A continuación, muy despacio, dejó que sus dedos descendiesen por el pliegue que coronaba la parte superior de uno de sus muslos y luego del otro; después, quebrando el beso, hundió con suavidad dos dedos entre los rizos sedosos que se escondían entre sus muslos.

Flick contuvo el aliento y un agudo estremecimiento le recorrió el cuerpo. Tenía los ojos cerrados, pero Demonio no apartaba la mirada de su rostro, observaba cómo sus expresiones —de inquietud, de excitación, de intenso placer y urgencia apremiante— le iban alterando las facciones mientras él la acariciaba; luego separó los suaves pliegues y la acarició de manera más íntima. Flick ya estaba ardiendo, ya estaba henchida y llena; Demonio siguió moviendo los dedos y enseguida notó la humedad: había encontrado el meollo escondido en su cáscara. Lo acarició en círculo con un dedo humedecido y la respiración de Flick se aceleró y todo su cuerpo se estremeció. Aferrándose a los viriles hombros con furia, buscó desesperadamente sus labios.

Él la besó, pero fue un beso leve; quería que se concentrara en sus dedos, no en sus labios. Empujándola ligeramente con la mano que la sujetaba por la espalda, la atrajo hacia sí un poco más para tenerla cerca, muy cerca, casi al borde. Instintivamente, Flick levantó las piernas y lo agarró de las caderas para mantener el equilibrio.

Si Demonio hubiese podido exhibir una sonrisa triunfal, lo habría hecho. Flick estaba enteramente a su merced, a la de sus manos, a la de todo su cuerpo. La tocó, la acarició y, a continuación, con mucha suavidad, se internó en sus cavernas húmedas y prometedoras. Haciendo caso omiso del súbito incremento de la tensión en su cuerpo, adentró un dedo y a continuación, en el instante en que ella contuvo la respiración, lo deslizó despacio e inexorablemente hasta el corazón mismo de su ardor.

Ella retiró los labios de los de él con un grito ahogado, y Demonio sintió en sus propios huesos el estremecimiento que se apoderó de ella. La totalidad de su cuerpo se cerró en torno a su dedo. Volviendo a cubrir sus labios, la besó, ahora no con un beso leve sino con virulencia y pasión, sin dejar de acariciarla.

Flick no podía pensar, no podía razonar… no podía imaginar cómo iba a sobrevivir a aquello. Tenía calor, un calor abrasador, sentía que su piel era pasto de las llamas. El fuego que había empezado en un lugar recóndito de su interior se había propagado por todos sus miembros. Y en la espera de la próxima caricia, de la próxima invasión a su intimidad, su tensión nerviosa subió hasta tal punto que creyó que iban a estallar.

Si le hubiese quedado algo de aliento, se habría echado a llorar… de puro placer.

No lo entendía. Ni siquiera podía pensar en lo que Demonio le estaba haciendo, en lo que estaba permitiendo que le hiciese. Estaba tan aturdida que no podía concentrarse. Jamás había imaginado que la intimidad física podía ser tan sorprendente, tan extática, tan enloquecedora.

Tan maravillosamente deliciosa.

Y ni siquiera habían llegado a la culminación, al momento en que sus cuerpos se fundirían en uno solo. Sabía lo que eso implicaba, y sin embargo…

Saber poco es siempre peligroso.

Por fortuna, Demonio era un amante experimentado, extremadamente experimentado a juzgar por el estado de excitación al que la había llevado. Flick estaba jadeando, retorciéndose, lista para experimentar la próxima sensación, su próxima caricia, la siguiente sorpresa que él le tendría reservada.

Si no se apresuraba y se la daba pronto, estaba convencida de que se le detendría el corazón.

Demonio era plenamente consciente del estado de Flick: no había dejado de estar pendiente de ella ni un solo momento. Lentamente, retiró el dedo de sus recovecos e introdujo otro más, abriéndola, preparándola. Ella se retorció y se adaptó a la perfección. Él ahondó aún más… y el gemido de Flick se transformó en un suave sollozo. Recostó la frente en el hombro de Demonio, y él sintió sus cálidos jadeos rozándole la piel.

Ya no había necesidad de sujetarla: Flick no iba a echarse atrás. Enterró una mano entre sus muslos sin dejar de marcar el mismo ritmo lento y repetitivo, mientras con la otra se desabrochaba los botones de los pantalones y se los bajaba hasta las caderas. Dio las gracias al cielo por llevar puesto aquel traje de ciudad, con zapatos en lugar de botas. Se quitó los zapatos con los pies, dejó caer los pantalones al suelo y los apartó con un puntapié.

Ella percibió los movimientos de Demonio y lo retuvo por los hombros con manos avariciosas, atrayéndolo hacia ella. Demonio perdió momentáneamente el equilibrio, se dejó arrastrar por ella… y luego contuvo un grito de dolor: su palpitante erección había golpeado el borde del tocador.

Flick seguía teniendo los muslos abiertos como alas de mariposa, y las rodillas hincadas en las caderas ahora desnudas de Demonio. Él tomó aliento, le levantó un poco la cabeza, y volvió a encontrarse con sus labios. La atrapó en un beso y fue retirando la mano de su ardor húmedo; con la mano que tenía apoyada en su espalda, la atrajo hacia sí un centímetro más… hasta que la ancha punta de su lanza embistió suavemente su ardiente cavidad.

Con un movimiento brusco, Flick se retiró hacia atrás e interrumpió el beso. Abrazada a sus hombros, parpadeó aturdida cuando sus miradas se encontraron. Se humedeció los labios y luego miró hacia la cama.

—¿No vamos a…?

—No. —Él apenas podía hablar. El esfuerzo de mantenerse inmóvil, apostado a su entrada, la humedad de ella escaldándolo como miel caliente, le estaba derritiendo los músculos—. Así será más fácil para ti, al menos esta vez. —Era una mujer menuda; quedarse tumbada debajo de él, bajo su peso, no era una buena opción… no la primera vez.

Los labios de Flick dibujaron una expresión de sorpresa. Se aventuró a mirar hacia abajo, pero su camisola, tensada a la altura de sus muslos, le impedían la visión. Carraspeó antes de decir:

—¿Y cómo…?

Demonio contuvo una sonrisa.

—Muy sencillo. Justo… —Impulsó el cuerpo hacia delante mientras tiraba de ella, arrastrándola al borde mismo del mueble… y se hundió en su interior—. Así.

Conservaría el recuerdo de la expresión de Flick como un tesoro: tenía los ojos muy abiertos mientras él la penetraba, adentrándose muy despacio, poniendo a prueba la suavidad de su carne. Su cavidad interior era muy estrecha, pero Flick no se tensó, no la abandonó la pasión. Demonio sintió que su cuerpo inexperto se entregaba a él, y la penetró con calma, llenando cada cavidad de manera inexorable hasta que la totalidad de su miembro quedó sumergida en su dulce ardor.

Flick soltó una expresión de sorpresa que horadó el aire. Él entornó los ojos y ella inspiró hondo. Y fue en ese instante cuando ella se tensó.

Enardecida, se cerró en torno a él, con tanta fuerza que Demonio creyó perder la razón.

La atrapó en sus labios y consiguió a duras penas controlar las riendas y reprimir la salvaje urgencia de tomarla por la fuerza: su boca, su ardorosa suavidad, la exquisita promesa de su cuerpo. Pese a que todo le daba vueltas, Demonio logró serenarla y, de este modo, se serenó él también.

Tras liberar los labios de Flick, Demonio tomó aire, intentó dominar sus instintos —demasiado primarios, demasiado crudos—, la sujetó ante él, se retiró hacia atrás y entró de nuevo en su hogar.

Su virginidad apenas había sido un leve escollo. Eso no le había sorprendido, pues Flick llevaba montando a horcajadas toda su vida y seguía haciéndolo, de modo que no había habido dolor, sólo placer mientras él la inundaba, mientras se retiraba y entraba de nuevo.

Aunque le temblaban los músculos por el esfuerzo, Demonio mantuvo el ritmo muy lento para que ella pudiese acostumbrarse al grado de intimidad, al deslizarse de su miembro en su interior, al ritmo flexible y regular, a la repetición elemental.

Demonio oía su propia respiración entrecortada y estaba tan tenso que le dolían los pulmones. Sin embargo, por fin se encontraba dentro de ella, y era tan acogedora, era un lugar tan tórrido y placentero en el que atracar, que estaba decidido a prolongar el dulce tormento hasta el final.

Estaba muy húmeda, ardiente; sus muslos se cernían sobre él mientras la amaba. Luego se retorció, apretándose contra él. Aferrándose a sus hombros, abrazándole las caderas con las rodillas, Flick arqueó la espalda y siguió su ritmo. Y lo alcanzó, con su cuerpo cálido y flexible, el cuerpo femenino más delicioso y gratificante que había conocido jamás. Casi no podían respirar y, pese a todo, los labios de ambos se fundían y se mantenían unidos, adaptándose al mismo ritmo que sus cuerpos, al mismo ritmo que sus corazones.

Flick estaba acostumbrada a cabalgar, y Demonio se fue dando cuenta de la importancia de este hecho a medida que ella le iba siguiendo el ritmo flexionando el cuerpo con agilidad. Probablemente Flick iba a aguantar tanto como él… lo cual era algo que haría temblar al más fuerte de los hombres.

Y este pensamiento lo ayudó a tensar los músculos aún más, a concentrarse aún más. Los susurros que Flick dejaba escapar mientras se amoldaba al nuevo ritmo no eran quejas, de modo que Demonio le cubrió los labios con los suyos y sujetándola con fuerza le dio lo que se merecía: una larga y lenta cabalgada hasta el placer supremo.

Flick lo seguía con entusiasmo, satisfecha de comprobar que podía hacerlo, complacida de que el ritmo regular contrariamente a lo que ella había creído en un principio no la hubiera apabullado en absoluto. Aquel primer instante en que lo había sentido tan dentro de ella… incluso ahora se estremecía al revivir el sensual recuerdo. Todavía era muy consciente del momento de su unión, de la presión interna, de la plenitud que tan extraña le resultaba, sobre todo porque hasta entonces no había sentido el vacío en esa parte de su cuerpo. Sin embargo, ahora él la estaba cabalgando hasta lo más hondo con tanta suavidad, con tanta facilidad, que había recuperado algunos de sus pensamientos.

Aunque no todos. Era como si el ardor que los unía hubiese alcanzado un nuevo grado, otro plano, en el que Flick navegaba por un placer inmenso pero con suficiente conciencia para apreciar la sensación. En cuanto a su cuerpo…

Dejó escapar un grito ahogado, e interrumpió el beso para tomar aire arqueando su cuerpo bajo los poderosos brazos de Demonio con un claro propósito. Su piel irradiaba calor, igual que la de él. Salvo por el calor, aquello se asemejaba mucho a montar. Nunca habría imaginado que podía hacerse así, y le estaba resultando bastante fácil.

Demonio agachó la cabeza y Flick sintió que sus labios le recorrían el cuello. Se aferró a sus anchos hombros y ladeó la cabeza para que él pudiese seguir su recorrido. Abrió los ojos para cambiar de posición: apretó las caderas con más ímpetu, sujetó las de Demonio con más fuerza y le colocó las manos en la espalda.

Y vio el espejo de la pared, junto a la puerta… que estaba justo enfrente de ellos. El reflejo le robó el aliento, despertó su cerebro y centró toda su atención; estaba fascinada por lo que veían sus ojos: el espejo reflejaba la parte trasera de Demonio, hasta las pantorrillas, y Flick le vio doblar la columna cada vez que la penetraba, y vio que sus nalgas se tensaban y se relajaban al ritmo de cada embestida.

El espectáculo era fascinante.

No pudo evitar recordar a Bletchley en circunstancias similares, pero lo cierto es que no había punto de comparación, en ningún aspecto. Ni en los músculos de acero, largos y tensos, que se flexionaban en la espalda y las piernas de Demonio, ni en el ritmo decidido y regular ni, desde luego, en el poderoso resultado.

Cada embestida profunda la colmaba de lleno, cada movimiento eficaz y, aparentemente, realizado sin esfuerzo alguno: el resultado de una fuerza instruida y preparada. Una fuerza controlada.

Bletchley se movía a trompicones encima de esa mujer. Un contraste absoluto con el modo en que Demonio la llenaba: profunda, implacable y, por supuesto, repetitivamente.

Observando sus embestidas, sintiendo el resultado en lo más hondo de su ser una fracción de segundo después, se concentró en la sensación y acabó de nuevo en el centro de la vorágine. Al calor y al torbellino de sensaciones.

Entornó los ojos y estuvo a punto de cerrarlos cuando él alteró el movimiento y lo convirtió en una embestida constante. Primero lo vio y luego lo sintió. Cerró los ojos con fuerza para saborear mejor el momento y, al instante, volvió a abrirlos. Quería ver para adaptar sus expectativas al ritmo de él, para poder sacar el máximo partido a cada uno de sus embates, para estremecerse en sus brazos cuando Demonio ahondaba más y más… hasta que al final, cuando el calor alcanzó una nueva cumbre, sus pestañas se rindieron.

Era como atravesar el fuego al galope.

La excitación, la tensión y la inquietud se apoderaron de ella, junto con una necesidad imperiosa y urgente. Ambos estaban jadeando, recurriendo a sus últimas reservas de energía y de fuerza para cubrir la etapa final.

Demonio volvió la cabeza y le rozó los labios, sólo un instante. Ella sintió que deslizaba la mano, un hierro candente, por debajo de su camisola. Piel contra piel, cerró la mano alrededor de su pecho, desplazó los dedos, encontró su pezón erecto… y ejerció una leve presión.

Ella gritó. El sonido, cargado de placer absoluto, retumbó por toda la habitación. Volvió a acariciarle la piel y la encontró ardiendo en una llama incandescente.

Rodeada de fuego y llamas, fluyeron por su cuerpo ríos de placer líquido y un ansia inaplazable, una marea enardecida. La marea subió y llegó aún más alto, consumiendo su cuerpo, aturdiendo su mente y sus sentidos, elevándolos con una irrupción de pasión en estado puro.

Hacia arriba, cada vez más arriba.

La mano de Demonio se desplazó por su carne enfebrecida, del pecho a la cadera, y luego se prolongó hasta la parte posterior de su cuerpo, donde empezó a acariciarla. Con un grito ahogado, Flick le abrazó los hombros y se levantó levemente. Al cabo de un instante, Demonio deslizó la mano por detrás y le acarició las nalgas con movimiento experto, evocador y posesivo para, acto seguido, acariciar la línea que se extendía por debajo de aquellas carnes prietas.

Flick se estremeció y creyó que se rompía en mil pedazos, creyó estallar a causa del calor y del creciente frenesí. Demonio la dejó de nuevo encima del mueble y la echó hacia atrás, colocándole de nuevo las manos en las caderas. Flick, sin pensarlo dos veces, levantó las piernas y le envolvió con ellas la cintura.

Demonio la llenó de inmediato, completamente; cuando retrocedió, hundió los dedos en los rizos húmedos que mostraban sus muslos abiertos, hasta el tesoro que ya había probado con anterioridad.

La tocó… y la realidad tembló bajo los pies de Flick. Se aferró a él desesperada, tratando de dominar sus sentidos, aquel torbellino de sensaciones…

—Suéltate. —Sus labios rozaron los de ella un segundo, tórridos—. Da rienda suelta a tu corazón.

Ella oyó la áspera orden cuando él volvió a tocarla. Lo obedeció y se dejó llevar…

Su mundo estalló en pedazos.

Perdió sus conexiones sensoriales… y todo contacto con la realidad. Se vio arrasada por una fuerza que no era capaz de describir, caliente y poderosa, que la había lanzado directamente al placer, a un placer tan intenso que llegaba hasta la mismísima alma.

La rodeaba como un mar y la dejó flotando en éxtasis.

Para su sorpresa, recobró los sentidos, fortalecidos pero centrados únicamente en él. Sintió sus manos duras, primero acariciándola y luego asiéndola con fuerza, sintió que una fuerza se apoderaba de su cuerpo… y, cuando Demonio se adentró aún más en su carne líquida, sintió que esa misma fuerza se apoderaba también de él. Y oyó su gemido gutural cuando la fuerza lo atrapó a él también.

Luego Demonio se unió a ella en el vacío, y Flick sintió su calor en el vientre. Sintió el calor de su cuerpo mientras se aferraba a él, y cayó rendida.

Ante la fuerza que yacía bajo su pasión.

Mucho más tarde, en lo más hondo de la noche, Flick se despertó. Despacio, como siempre. Su mente trataba por todos los medios de liberarse de las ataduras del sueño para, irremisiblemente, caer en las garras de la confusión.

Su sistema nervioso dio el vertiginoso salto de la somnolencia a la excitación: todavía aturdida por el sueño, no conseguía entender por qué. Todo estaba a oscuras, y ella yacía de espaldas en mitad de una confortable cama. Un hormigueo que había comenzado en la parte baja de su abdomen, justo encima de su vello púbico —eso era lo que la había despertado—, estaba subiendo poco a poco por el resto de su cuerpo: por encima de su estómago, por el ombligo, por la cintura… cada vez más arriba.

Parte de su cerebro la espoleaba para que reaccionase, pero tenía los miembros demasiado entumecidos, placenteramente entumecidos, para realizar cualquier movimiento brusco. El hormigueo se había transformado en un cosquilleo que le acariciaba los senos, Y unos besos cálidos recorrieron primero una curva y luego la otra.

La boca de Demonio capturó su pezón.

Flick lanzó un atormentado suspiro y cobró vida de repente, aunque no como su razón habría pretendido. Atrapada entre las manos de Demonio, arqueó la espalda y le ofreció abiertamente uno de sus pechos, manjar que él aceptó gustoso, lamiendo primero la punta y acogiéndolo luego todo en su boca.

Flick oyó un grito ahogado y suave, y entonces se dio cuenta de que había sido ella quien lo había emitido. La humedad cada vez más intensa volvió a cogerla por sorpresa, y miró hacia abajo.

—¿Qué…?

No podía verlo en la oscuridad, pero podía percibir su presencia. El corazón empezó a palpitarle con fuerza y luego, cuando sintió las piernas poderosas y velludas de Demonio entre las suyas, cuando el sólido peso de sus caderas le separó los muslos, se aceleró aún más. El calor de su cuerpo al cernirse sobre ella, a escasos centímetros de distancia, la hizo estremecerse. Cuando se dio cuenta de que sus sentidos no la habían engañado, de que no había ya ninguna prenda, por fina que fuese, entre ellos, de que sus maliciosos labios y su boca aún más maliciosa estaban haciendo enloquecer su piel desnuda y de que, de un momento a otro, el cuerpo duro y tórrido de Demonio yacería directamente, piel contra piel, sobre ella… se le desbocó el corazón.

—Relájate.

Ese susurro grave y profundo surgió de la oscuridad cuando Demonio desenterró la cabeza de entre sus pechos. Al cabo de un momento, añadió, a modo de explicación:

—Te deseo otra vez.

Aquellas cuatro roncas palabras le llegaron directamente al corazón… y luego a las entrañas. Él le había levantado la camisola hasta la altura de los brazos, y cuando tiró de esta, Flick no tuvo más remedio que inspirar hondo y obedecer: levantó los brazos y dejó que le quitase la prenda de hilo fino pasándosela por la cabeza.

Y se quedó desnuda debajo de él.

Lo que siguió fue una segunda lección de placer puro. En la oscuridad de la noche, en las simas de la cama, Demonio la tocó, la acarició y luego, cuando su cuerpo ya no podía más, volvió a llenarla de nuevo.

Permaneció tumbada de espaldas y dejó que la sensación invadiese cada rincón de su cuerpo, supliendo con la mente lo que no veían sus ojos. Las sábanas de algodón los protegían como un caparazón y con su frescor alivió la fiebre que Flick sentía en su piel. El colchón era lo bastante grueso para protegerla de los vigorosos envites de su posesión.

Yacían abrazados y Demonio se erguía sobre ella, como un amante en sombra en la noche; permaneció encima de ella dejando que sus cuerpos hicieran aquello para lo que parecían haber nacido. Tanto el uno como el otro.

Flick no podía negar que disfrutaba inmensamente, que empeñaba gustosa todo su corazón y su alma en el esfuerzo, tanto como él. Disfrutaba sintiendo que el cuerpo de Demonio se fundía con el suyo, disfrutaba con la profunda sensación de realización que venía después, con aquella última rendición final.

Disfrutaba del peso de él cuando se desplomaba, vencido, encima de ella.

Disfrutaba de la sensación de tenerlo tan adentro, en lo más hondo de su cuerpo.

Demonio se despertó cuando el alba tiñó el cielo y entró en la habitación para arañar la cama con sus pálidos dedos. Con la luz de la mañana, Demonio vio a un ángel —su ángel— profundamente dormido a su lado.

Le daba la espalda, doblada sobre su estómago.

Durante largo rato, contempló sus rizos dorados mientras unos recuerdos muy vividos asomaban a su cerebro. Luego, despacio, con cuidado de no despertarla, se recostó sobre un codo, levantó la sábana con suavidad y la retiró hacia abajo.

Era más perfecta de lo que pensaba, más hermosa de lo que habría imaginado jamás. Cuando la luz que se derramaba sobre ellos se hizo más intensa, recorrió todo su cuerpo con la mirada, se empapó de ella y del espectáculo de sus curvas firmes y sus esbeltos miembros cubiertos por una piel de marfil impoluta, una piel suave como la seda y que se acaloraría con gustosa rapidez si él la tocaba.

Detuvo la mirada en los suaves hemisferios de su trasero. Al pensar en la respuesta de Flick y ver aquella imagen, sucumbió de inmediato a la avidez de la pasión.

Apretó los dientes y trató de pensar, trató de razonar con su carne acalorada.

Lo único que recordaba era la avidez de Flick, su entusiasmo y su pasión sin límites, sincera y abierta.

Y el hecho de que se había acercado a ella con extrema delicadeza la primera vez, y que Flick no se había puesto tensa en absoluto cuando la había poseído por segunda vez.

Naturalmente, no debería haberse mostrado tan exigente y poseerla una segunda vez apenas horas después de la primera, pero lo cierto es que estaba desesperado, preso de una necesidad irrefrenable de asegurarse de que no había sido un sueño, que la mujer más sensual que había conocido en su vida era un ángel de Botticelli.

Si era sensato, no pensaría en eso, en el ardor con el que había respondido, en la facilidad con que se había adaptado y en la naturalidad con que se había unido a él en la cabalgada salvaje. Una cabalgada más salvaje y sin duda más larga de lo que había pretendido en su inicio.

Pero ella la había disfrutado… y también había disfrutado la segunda vez.

¿Disfrutaría una tercera vez?

Su mano ya había entrado en contacto con sus nalgas antes incluso de haber formulado el pensamiento.

Flick se despertó y notó que tenía las nalgas enardecidas y que la mano de Demonio se estaba deslizando por debajo de su cadera. Demonio levantó ligeramente a Flick y le colocó una almohada debajo de las caderas, luego la dejó y se aseguró de que estuviera bien acomodada sobre su estómago. Esto le pareció a Flick un tanto extraño, pero lo cierto es que todavía estaba adormecida.

—¿Mmm? —murmuró, en tono de pregunta.

Él se inclinó sobre ella, la miró a los ojos, que aún no había abierto del todo, y la besó en el hombro.

—Sólo quédate quieta.

Flick esbozó una sonrisa soñolienta y cerró los ojos.

Demonio volvió a colocar la mano sobre su trasero para acariciarlo suavemente, pero con firmeza, dejando un rastro de fuego sobre la piel ya ardiente y abrasada. Se le aceleró la respiración, y cuando Flick volvió a murmurar de nuevo una pregunta incoherente, él movió las manos. Los largos dedos de Demonio se deslizaron entre sus muslos, entre los suaves pliegues de carne. La acarició y luego hundió sus dedos en ella. Flick sintió que se cernía sobre ella, notó el pelo de su pecho rozándole la espalda, y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo… Justo hasta donde Demonio estaba ahondando sus dedos.

Demonio silenció una imprecación, y luego retiró los dedos. Cambió de postura y su cuerpo hundió la cama cuando lo colocó sobre el de ella. Le separó las piernas con las suyas y, asiendo su rodilla derecha, tiró de ella para flexionar esa pierna, dejando la rodilla casi al mismo nivel que su cintura… e introdujo sus caderas en el espacio que acababa de abrir, justo detrás de sus nalgas.

Ella parpadeó con furia y percibió el tacto de una mano grande, apoyada en su hombro, aplastándola con su peso. El corazón se le aceleró y se le subió a la garganta cuando sintió el peso de él contra su trasero… y luego dejó de latir cuando sintió que algo duro y familiar penetraba en su interior.

Soltó un grito ahogado cuando él se deslizó con vehemencia hasta dentro… hasta el fondo.

Demonio se quedó inmóvil, con las caderas ancladas a las nalgas de Flick, bajó la cabeza y le derramó un beso en el hombro.

—¿Estás bien?

Desnuda, bajo el cuerpo igualmente desnudo de él, unidos como los sementales y las yeguas, sintiendo a Demonio palpitando en el mismísimo centro de su ser… Flick estaba más que bien, estaba al borde del éxtasis.

—Sí. —Pronunció la palabra con ansia, cargada de una dulce tensión que no supo disimular. Él inclinó la cabeza y le rozó la oreja con los labios.

—No tienes que hacer nada. Sólo quédate quieta.

A continuación le hizo el amor hasta que ella gritó de placer.