PARA Flick, la visita a la biblioteca fue el comienzo de una semana la mar de peculiar.
Demonio la llevó de vuelta a la mansión siguiendo la ruta más larga posible con la excusa de ejercitar a sus caballos negros. Cuando accedió a dejarle a ella las riendas de nuevo, Flick se abstuvo de realizar cualquier comentario respecto a su arrogancia y su prepotencia puesto que, dicho sea de paso, lo cierto es que no tenía otra cosa mejor que hacer y, desde luego, nada comparable a la sensación de conducir aquella calesa mientras el aire le alborotaba el pelo y sujetaba con fuerza las riendas con sus manos. La euforia absoluta de manejar ese vehículo, diseñado para alcanzar y resistir altas velocidades, mientras el par de caballos negros recorrían los caminos con paso majestuoso, había surtido efecto: Flick estaba hechizada.
Cuando Demonio detuvo la calesa frente a la mansión, Flick sonreía con tanto entusiasmo que, aunque hubiera querido reprenderlo, no habría podido.
Lo cual, a juzgar por el brillo de sus ojos, era exactamente lo que había planeado Demonio.
Regresó a la mansión a la mañana siguiente, aunque en esta ocasión no había ido a visitarla a ella; se pasó una hora con el general hablando de una raza de caballos que este había estado investigando. Por supuesto, el general lo invitó a que se quedara a almorzar y él aceptó de buen grado.
Más tarde, Flick lo acompañó hasta el establo. Ella esperaba algún comentario por su parte, pero aparte de una ingeniosa observación acerca de lo mucho que estaba disfrutando del paisaje —pues el viento agitaba la falda de Flick—, Demonio no dijo nada. Sus ojos, no obstante, parecían inusitadamente brillantes y su mirada, especialmente penetrante; pese al viento, Flick no sentía frío.
Pasaron los días y Demonio los iluminó todos con sus visitas. Flick no sabía cuándo le vería aparecer, ni tampoco dónde, así que se pasaba el día pendiente de oír sus pisadas.
Además, no era sólo su mirada la que era penetrante: de vez en cuando Demonio la tocaba, simplemente le ponía la mano en la espalda o le deslizaba los dedos por la mano hasta la muñeca. Cada vez que esto ocurría, ella se quedaba sin aliento, y se sonrojaba.
El peor momento llegó una tarde en la que Demonio apareció y la convenció para que lo acompañase a los entrenamientos del Heath, pues seguía vigilando a Bletchley durante los ejercicios de la mañana y de la tarde.
—Últimamente Hills y Cross están realizando las labores de vigilancia porque es más difícil que los identifiquen a ellos que a Gillies o a mí.
Estaban en el Heath, y Flick sujetaba el mango de su sombrilla plegada con las manos.
—¿Ha hecho Bletchley algún acuerdo más? ¿Ha amañado más carreras?
Demonio negó con la cabeza.
—Empiezo a preguntarme…
Como él no acabó la frase, ella insistió:
—¿Qué?
Él la miró y luego dibujó una mueca y miró hacia el otro lado del hipódromo, donde entrenaba su cuadra. Bletchley estaba merodeando debajo de su roble favorito; desde allí podía ver entrenar a los caballos de tres establos diferentes.
—Empiezo a preguntarme —prosiguió Demonio— si tiene más carreras que amañar. Ha estado charlando con los jinetes, eso es cierto, pero últimamente parece que lo que pretende es congraciarse con ellos. Aparte de las tres carreras amañadas que ya conocemos, que son todas para las jornadas del Spring Carnival, no ha cerrado más tratos con nadie.
—¿Entonces?
—Entonces es posible que todas las carreras que la organización quiere para el Spring Carnival ya estén amañadas, que sólo sean esas tres. Teniendo en cuenta de qué carreras se trata, deberían bastarle hasta al más avaricioso de los hombres. Me pregunto si Bletchley no estará sólo matando el tiempo hasta que sus jefes lleguen para hablar con él y si mientras está tratando de averiguar todo lo posible sobre los jinetes para que luego le resulte más fácil amañar la siguiente tanda de carreras, dentro de unos meses, tal vez en las jornadas de julio.
Flick miró a Bletchley.
—¿Busca puntos flacos en los jinetes? ¿Algo que le dé alguna ventaja sobre ellos?
—Bueno… Posiblemente.
En cuanto Demonio apartó la mirada de Bletchley y posó sus ojos sobre ella, Flick detectó el momento exacto en que la mente de Demonio dejó de pensar en las carreras amañadas y se centró en… lo que fuese que pensaba cuando la miraba a ella.
Al sentir un suave tirón en uno de sus rizos, Flick se volvió y se encontró con el rostro de Demonio mucho más cerca, a escasos centímetros…
—Deja de mirarlo así, se va a dar cuenta.
—No estoy mirando a Bletchley. —Flick le miraba los labios, que empezaron a dibujar una sonrisa y luego se aproximaron imperceptiblemente…
Ella se puso algo nerviosa, parpadeó y lo miró a los ojos.
—Será mejor que demos un paseo. —El coqueteo no tenía nada de malo, pero no pensaba permitir que le diera ninguno de sus embriagadores besos allí, en el Heath, delante de todo el mundo.
Los labios de Demonio hicieron una mueca, pero asintió con la cabeza.
—Sí, tal vez sea mejor.
Demonio le indicó que se volviera y, una vez tuvo la mano de Flick apoyada en su brazo, empezaron a pasear por la orilla del Heath… mientras ella esperaba con toda su alma que él tomase la iniciativa como hacía habitualmente y le guiase hasta un establo vacío.
Pero para su incomprensible disgusto, él no lo hizo.
A la mañana siguiente, la llevó a la ciudad para que saboreara los bollos de The Twig and Bough, los cuales, según Demonio, eran exquisitos. A continuación pasearon por High Street, donde la señora Pemberton les sonrió desde su carruaje e intercambiaron con ella corteses saludos.
Flick estaba segura de que la esposa del párroco nunca la había mirado con semejantes ojos de aprobación, lo cual, más que cualquier otra cosa, y mucho más que la insistencia de sus torpes sentidos o las dudas de su mente fantasiosa, le hizo preguntarse qué era lo que pretendía Demonio, lo que pretendía en realidad.
Flick había montado caballos de pura raza toda su vida, hacía mucho tiempo que había aprendido a dejar a un lado las emociones y los pensamientos que pudieran ponerla nerviosa. Hasta el momento, o eso pensaba ella, había logrado con éxito hacer caso omiso de las incertidumbres que la compañía constante de Demonio le habían provocado, pero tras su encuentro con la señora Pemberton ya no podía pasar por alto el hecho de que parecía, a todas luces, que la estaba cortejando. Seduciendo.
Tal como él mismo había dicho.
¿Acaso aquella noche la luz de la luna le había alterado el juicio…? ¿O se lo había alterado a ella?
La pregunta exigía una respuesta, sobre todo porque la presencia continua de Demonio estaba alterándola más allá de lo soportable. Puesto que, aunque formulada de distinta forma, se trataba de la misma pregunta que le había estado rondando por la cabeza durante toda la semana anterior y para la que no había obtenido respuesta alguna, era evidente que sólo había una forma de zanjar la cuestión. Al fin y al cabo, se trataba de Demonio, alguien a quien conocía prácticamente de toda la vida. No le había dado miedo recurrir a él para pedirle ayuda con Dillon y él se la había brindado, así que…
Esperó a la mañana siguiente, a que hubieran tomado el camino de la mansión para ir a dar una vuelta por las pistas y tener así la oportunidad de conducir a los poderosos caballos negros de Demonio en la calesa. Sin darse tiempo a pensar, a echarse atrás, Flick le preguntó a bocajarro:
—¿Por qué te comportas así, por qué pasas tanto tiempo conmigo?
Demonio volvió la cabeza con brusquedad y un ceño incipiente le ensombreció la mirada.
—Ya te lo dije. Te estoy cortejando.
Ella parpadeó. La severa advertencia en la mirada de Demonio no era demasiado alentadora, pero Flick estaba resuelta a dejar las cosas claras de una vez por todas.
—Sí —convino, en tono pausado y cuidadoso—. Pero eso fue sólo… —Alzó una mano para dibujar una voluta imaginaria en el aire.
Cumpliendo su amenaza, Demonio frunció el ceño y aminoró el paso de los caballos.
—¿Sólo qué?
—Bueno —prosiguió ella, encogiéndose de hombros—, sólo esa noche. Bajo la luz de la luna.
Demonio sofrenó a los caballos por completo.
—¿Y estos días atrás? Ha pasado casi una semana. —Demonio estaba horrorizado. Conteniendo a regañadientes una imprecación, trabó el freno, soltó las riendas y siguió hablando—. No me digas que no te has dado cuenta —entrecerró los ojos y la miró fijamente—. Que no has estado prestando atención.
Ella le devolvió una mirada interrogadora y su perplejidad fue aumentando a medida que fue captando el mensaje que transmitía la de él.
—Hablas en serio.
La estupefacción que reflejaban las palabras de Flick lo dejó petrificado.
—¿En serio? —Se cogió con fuerza a la barandilla que había delante de ella, golpeó con la otra mano el asiento y la miró fijamente a los ojos—. ¡Pues claro que hablo en serio! Pero ¿qué diablos crees que he estado haciendo todos estos últimos días?
—Pues… —Dada la furia que transmitía su tono de voz, Flick decidió que sería más sensato no decir nada. No le estaba gritando, pero Flick casi deseaba que hubiese sido así. Por alguna razón, sus palabras crispadas y su tono entrecortado le parecían más amenazadores que los gritos.
—No acostumbro acompañar a los bailes a mocosas sin experiencia sólo por el gusto de ver sus sonrisas inocentes.
Parpadeó.
—No, ya me lo imagino.
—Puedes estar segura de que no. —Apretó la mandíbula y entrecerró los ojos—. Entonces, ¿qué es lo que te has imaginado, eh?
Si hubiese habido algún modo de eludir la pregunta, Flick lo habría empleado, pero por la expresión que vio en sus ojos Demonio no pensaba cambiar de tema así como así. Y, de hecho, había sido ella quien lo había sacado a colación, y seguía queriendo saberlo todo. Sosteniendo su mirada, dijo:
—Creí que sólo era un simple coqueteo.
Entonces fue él quien parpadeó.
—¿Coqueteo?
—Una manera de matar el tiempo. —Extendió las manos y se encogió de hombros—. Por lo que yo sé, decirle a una mujer que quieres seducirla estando a solas en un patio y bajo la luz de la luna puede ser una práctica habitual, una conducta del todo normal para…
La cautela interrumpió sus palabras. Lo miró y él le sonrió.
—¿Para un crápula como yo?
Flick quiso fulminarlo con la mirada.
—¡Sí! ¿Y cómo iba a saber yo si…?
Demonio examinó su rostro con el ceño aún fruncido.
—Te doy mi palabra de que cuando te digo que te estoy cortejando, lo estoy haciendo. —Volviéndose hacia delante, empezó a desatar las riendas.
Flick enderezó el cuerpo.
—Sí, de acuerdo, pero todavía no me has dicho por qué.
Con la mirada concentrada en los caballos, Demonio dejó escapar un suspiro entre dientes. Liberó el freno.
—Porque quiero casarme contigo, por supuesto.
—Sí, pero eso es lo que no entiendo. ¿Por qué quieres casarte conmigo?
Si no dejaba de preguntarle por qué todo el tiempo acabaría estrangulándola. Con la mandíbula firme, sacudió las riendas y los caballos echaron a andar. Sentía la mirada de Flick clavada en su rostro.
—No esperes que me crea que de repente se te ha metido en la cabeza que tienes que casarte conmigo. Ni siquiera sabías de mi existencia, bueno, excepto como una mocosa con trenzas, hasta que me pillaste a lomos de Flynn. —Se volvió para mirarlo a la cara—. Así que ¿por qué?
Al enfilar la curva de la carretera, los caballos siguieron avanzando al paso.
—Quiero casarme contigo porque eres la esposa adecuada para mí. —Anticipándose a su siguiente «por qué», Demonio añadió—: Eres un buen partido: provienes de una buena familia y estás muy bien relacionada. Eres la pupila del general, has crecido aquí y eres toda una experta en el mundo de los caballos. —Tenía preparadas toda clase de excusas—. En resumen, formamos una pareja excelente. —La miró con dureza—. Un hecho del que todo el mundo parece haberse dado cuenta excepto tú.
Flick miró hacia delante y él volvió a concentrarse en sus caballos. No estaba seguro de poder dar crédito a sus oídos, pero le pareció oírla respirar con agitación. Lo cierto es que alzó la cabeza con gesto altivo.
—En mi opinión, eso es de una sangre fría horrible.
¿Sangre fría? ¡Ahora sí que iba a estrangularla! Sólo de pensar hasta qué punto ella le había calentado la sangre… Le había estado hirviendo a fuego lento durante más de una semana, y una punzada de deseo ardiente le había horadado el cuerpo cada vez que ella se le había acercado… y qué decir de las veces que la había tenido en sus brazos, tensa y cálida, pegada a su cuerpo…
Apretó los dientes y oyó que le crujía la mandíbula. En ese momento, uno de los caballos se plantó; inspirando hondo, Demonio tiró de las riendas y resolvió la situación para, acto seguido, soltar el aire muy despacio.
—También quiero casarme contigo —dijo, dejando escapar las palabras entre dientes— porque te deseo.
Sintió clavada en él su mirada inquisitiva e inocentemente curiosa. No era tan insensato como para sostenerle la mirada en ese instante y descubrir en sus ojos esa perplejidad que lo invitaba a hacerle una demostración. Flick había perfeccionado esa mirada hasta el punto de atraerlo a aguas más profundas. Intentando concentrarse en las orejas de uno de los caballos, Demonio siguió conduciendo.
—Exactamente, ¿qué es lo que…?
Demonio tomó aliento.
—Quiero que me calientes la cama. —Quería que lo calentase a él—. El hecho de que te desee como un hombre desea a una mujer es secundario. Simplemente añade un nuevo elemento al hecho de cortejarte y a nuestro matrimonio definitivo. —Rápidamente cambió de enfoque y se centró en el aspecto que sospechaba que había suscitado en ella la confusión: Flick era franca y directa y había malinterpretado su sutileza. Para ella, sutileza era sinónimo de chanza, de broma, no era seria por definición—. Teniendo en cuenta tu edad y tu inexperiencia, como deseo casarme contigo es necesario un periodo de cortejo, de noviazgo, durante el cual mi conducta debe seguir un patrón preestablecido.
Estaba conduciendo peligrosamente rápido. En contra de sus deseos, tiró de las riendas para aminorar la marcha y avanzar a un paso más seguro. Había seguido una ruta tortuosa en la que, para volver a Hillgate End, no era necesario parar y dar media vuelta. Eso era muy conveniente, pues, teniendo en cuenta su estado de ánimo y la curiosidad implacable de Flick, detenerse hubiera sido sinónimo de insensatez.
Flick había estado escuchándolo con mucha atención. Demonio percibió la preocupación en su voz cuando repitió:
—Un patrón preestablecido.
—La sociedad establece que puedo cortejarte, pero no puedo atosigarte ni ser demasiado insistente u obrar demasiado abiertamente. Eso no sería lo correcto. Tengo que ser sutil. No debería decirte cómo me siento, no es así como se hacen las cosas. No debería tratar de verte clandestinamente ni debería besarte y, desde luego, no debería mencionar que te deseo y ni siquiera transmitirte el más leve indicio de que así es. Se supone que no debes saber nada acerca del deseo. —Tiró ligeramente de las riendas para que los caballos tomaran una curva y luego siguieron al paso—. De hecho, esta conversación no debería estar teniendo lugar. La señora Pemberton y compañía sin duda la calificarían de extremadamente impropia.
—¡Eso es ridículo! ¿Cómo voy a saberlo si no pregunto? Y no puedo preguntarle a nadie más acerca de esto… sólo a ti.
Demonio captó el tono de incertidumbre que había en su voz; buena parte de la tensión que lo atenazaba cedió, engullida por una oleada de emoción a la que empezaba a acostumbrarse y que Flick y sólo Flick era capaz de provocar. La acompañaba una necesidad de protección, pero no era ese el sentimiento más intenso.
Dejó escapar un suspiro, pero se resistió a dirigirle la mirada: todavía no estaba seguro de tener la situación bajo control, todavía no sabía con certeza si sería capaz de soportar esa mirada interrogativa y llena de perplejidad que le dedicarían sus ojos azules.
—Puedes preguntarme lo que quieras cuando estemos a solas. Puedes decirme lo que desees, pero debes tener mucho cuidado de no dejar que lo que digamos en privado influya de algún modo en tu manera de comportarte cuando estemos en público.
Flick asintió con la cabeza. La posibilidad de que pudiese prohibirle hacerle preguntas, sobre todo acerca de temas como el deseo, la había alterado: por un instante, había temido que fuese a erigir un muro entre ellos, pero, por fortuna, no fue así.
Y, sin embargo, seguía sin entenderlo del todo bien. El hecho de que de veras quisiese casarse con ella ya era lo bastante difícil de aceptar. El que quisiese casarse con ella porque la deseaba… eso quedaba más allá de su capacidad de comprensión. Había supuesto que siempre sería una niña a ojos de él pero, por lo visto, eso había cambiado.
A medida que la calesa seguía avanzando, empezó a cavilar sobre la noción del deseo. El concepto en sí, tanto en general como específicamente, la intrigaba. Recordaba muy bien la reluciente red que él había tendido a su alrededor, la tentación, la promesa bajo la luz de la luna. Su experiencia más allá de todo eso era inexistente, todo lo que sabía procedía de lo que había oído secretamente en las conversaciones que las criadas mantenían acerca de sus pretendientes. Sin embargo, había cierto aspecto que, por mucho que lo analizaba, seguía sin comprender.
Flick inspiró hondo y, tras fijar la mirada en el camino que se extendía ante ellos, de donde Demonio no apartaba los ojos, le preguntó:
—Si me deseas… —Sintió que el rubor le teñía las mejillas, pero siguió hablando de todos modos—. Si me deseas como un hombre desea a una mujer, ¿por qué te pones rígido cuando nos tocamos? —Demonio no respondió de inmediato, así que ella prosiguió—: Como aquella noche en el patio cuando nos besamos, te paraste de repente. ¿Eso se debía a las normas sociales? —Se aventuró a mirarlo—. ¿O a algo más?
Demonio tensó todos sus músculos al percibir su mirada, y ella lo percibió y también lo vio. Percibió la súbita rigidez como si se tratase de sus propias entrañas, y vio que los músculos de su brazo se iban tensando bajo la tela de la manga hasta que todos los nervios quedaron perfectamente perfilados. Y cuando Flick levantó los ojos hacia su rostro, le pareció duro como el mármol. Presa del asombro más absoluto, Flick levantó un dedo y lo hincó en el antebrazo de Demonio: era como intentar hurgar en una roca con el dedo.
—Igual que ahora. —Lo miró arrugando la frente—. ¿Estás seguro de que no es aversión?
—No… No es aversión. —Demonio no supo cómo había logrado hablar. Sujetaba las riendas con tanta fuerza que rezó porque los caballos no escogiesen ese preciso instante para encabritarse—. Créeme —reiteró, y tuvo que esforzarse para tomar aliento—, no es aversión.
Al cabo de un momento, ella insistió.
—¿Y entonces?
Le había dicho que podía preguntarle cuanto quisiese. Si no se apresuraba a casarse con ella y a meterla en su cama, acabaría con él con sus preguntas. Demonio dejó escapar un suspiro y sintió la piel de su pecho tensa como un tambor. Inspiró hondo para coger fuerzas, y trató por todos los medios de aplacar sus demonios internos. Con la voz temblorosa por el esfuerzo de no reaccionar ante las palabras de Flick, contestó:
—Aquella noche bajo la luz de la luna, si no hubiese parado cuando lo hice, si no te hubiese llevado de vuelta al salón de baile de inmediato, me habría abalanzado sobre ti, habríamos acabado bajo el magnolio del patio de la parroquia y te habría poseído.
—Ah. —En su voz se percibía una mezcla de agrado y fascinación.
—Hasta tenía planeada la forma de llevar a cabo mi tropelía: te habría tumbado sobre la hilera de piedra que rodea el árbol y te habría levantado la falda. No habrías podido detenerme.
Demonio se arriesgó a mirarla. Flick se ruborizó levemente y se encogió de hombros.
—Eso no lo sabremos nunca.
Demonio contuvo una réplica y, entrecerrando los ojos, volvió a mirarla de hito en hito.
Ella alzó la vista, lo miró a los ojos y se ruborizó aún más. Apartó la mirada y, al cabo de un momento, se removió incómoda en su asiento.
—Está bien. Entiendo lo del patio, pero ¿por qué ocurre? ¿Por qué te quedas paralizado, como ahora? Incluso lo hiciste ayer en el Heath cuando te di un golpe sin querer. —Frunciendo el ceño, alzó la mirada—. No es posible que quieras poseerme cada vez que me ves.
«Oh, sí, claro que es posible», pensó Demonio para sus adentros. Hizo rechinar los dientes y obligó a los caballos a avanzar a paso más lento.
—El deseo es como una enfermedad: una vez lo has contraído, con cada nuevo encuentro empeoras.
Se sintió profundamente agradecido cuando ella recibió aquel comentario con un chasquido desdeñoso. Flick miró hacia delante, pero al cabo de un instante Demonio volvió a sentir en su rostro una de sus intensas miradas.
—No me voy a desmoronar, ¿sabes? No me pondré histérica, ni…
—Es muy probable que lo hagas —dijo él tan represivamente como pudo.
Ella soltó de nuevo ese chasquido desdeñoso.
—Bueno, pues sigo sin entenderlo, si piensas casarte conmigo de todos modos…
A Demonio no le pasó por alto el contenido de sus palabras, no pudo resistirse a volver ligeramente la cabeza para descubrir en los ojos de Flick curiosidad y una resuelta invitación a…
Reprimiendo una virulenta imprecación, volvió a centrar la mirada en el camino. Tal vez su explicación había empeorado las cosas; hasta el momento, había conseguido mantener a sus demonios a raya, pero ¿qué ocurriría si a ella se le ocurría empuñar el látigo?
«Oh, no, no, no, no…», pensó. Sabía quién era él y quién era ella, y que estaban a universos de distancia el uno del otro. Ella tardaría años, o meses de aprendizaje intensivo, en alcanzar el grado de conocimiento sexual que poseía él. Sin embargo, Demonio le adivinaba el pensamiento, sabía el rumbo que habían tomado sus inocentes anhelos. Tenía que disuadirla, apartar de su mente cualquier idea de lanzarse a ese proceloso mar. No podía ser así, sencillamente. O al menos no con él.
Por desgracia, ella nunca lo había temido. De algún modo, había pasado de considerarlo como una especie de hermano mayor a verlo como un igual, y ambas cosas eran erróneas. Le ardía la mandíbula y también el resto del cuerpo. En cuanto al cerebro, simplemente le dolía.
—No va a ser de ese modo. —El esfuerzo de explicar cosas sobre las que no quería arriesgarse a pensar lo estaba llevando al límite del agotamiento.
—Ah.
Se había convertido en una artista de la pronunciación de los «ah»: cada vez que los oía Demonio acababa explicándose.
—El deseo lleva a la seducción física, pero en tu caso, en nuestro caso, eso no va a traducirse en un revolcón rápido e ilícito ni en un patio, ni en ningún otro sitio.
Demonio esperaba oír otro «ah», pero Flick preguntó:
—¿Por qué?
Porque pensaba enseñarle a ser su propio ángel caído. Desechó este pensamiento.
—Pues porque…
Trató de encontrar las palabras y luego parpadeó. Si no hubiese estado conduciendo la calesa, habría levantado las manos en el aire y se hubiera dado por vencido. Apretando la mandíbula, echó mano del látigo.
—Porque eres una criatura inocente y te mereces algo mejor que eso. Y yo sé actuar de un modo mejor. —Oh, sí, aquello también afectaba a su ego—. Te seduciré como mereces ser seducida, despacio, muy despacio. La inocencia no es algo de lo que debas librarte como si fuera un zapato viejo. Tiene un valor físico, un valor pasional, por sí sola. —Frunció aún más el ceño y siguió mirando fijamente a uno de sus caballos—. La inocencia no debería mancillarse, no debería deslustrarse, debería dejarse que floreciese a su debido tiempo. Lo sé. —Estas dos últimas palabras eran una mezcla de certeza y aseveración—. Que la inocencia florezca lleva su tiempo, requiere cuidado, dedicación y maestría. —Habló en tono más grave al añadir—: Hace falta pasión y deseo, compromiso y devoción para hacer que el capullo de la inocencia florezca, para animarlo a desarrollarse para que forme una flor completa sin un solo pétalo dañado.
¿Seguía hablando de la inocencia de ella o se refería a algo más, algo de lo que él era tan inocente como ella?
Demonio sintió un gran alivio cuando ella permaneció callada, sentada en silencio y reflexionando sobre sus palabras. Él también reflexionó, acerca de todo lo que quería, acerca de la magnitud de su deseo.
Percibía la presencia de Flick con cada poro de su piel. Sentía el latido de su propio corazón, palpitando en su pecho, en las puntas de sus dedos, golpeteándole las entrañas. Durante un prolongado espacio de tiempo, el único sonido que se oyó en esa calesa fueron los cascos de los caballos y el repetitivo traqueteo de las ruedas.
Entonces ella se removió en su asiento.
La miró de reojo y vio que fruncía el ceño… y despegaba los labios…
—Y por el amor de Dios, no te atrevas a preguntar por qué.
Sintió que ella lo fulminaba con la mirada. Por el rabillo del ojo, vio que alzaba la nariz en el aire, cerraba los labios, entrelazaba las manos con remilgo y se disponía a contemplar el paisaje con gesto resuelto.
Con la mandíbula firme, Demonio chasqueó el látigo.
Cuando llegaron a las puertas de Hillgate End, Demonio se había recuperado lo bastante como para recordar lo que había estado intentando decirle a Flick durante el paseo.
Cuando los caballos enfilaron la avenida en sombra, Demonio la miró de reojo y se preguntó qué convenía revelarle. Pese a sus quebraderos de cabeza con ella, no se había olvidado de la organización, y sabía que ella tampoco.
Lo cierto era que cada vez se sentía más inquieto, pues llevaban semanas siguiendo a Bletchley y prácticamente no habían descubierto nada acerca de la organización, sólo que parecía estar muy bien estructurada. Teniendo en cuenta las circunstancias, no le gustaba la idea de concentrar todas sus esperanzas en Bletchley, de modo que había tratado de buscar alternativas. Se le había ocurrido recurrir al clan Cynster en busca de ayuda, pero todavía no lo había hecho. Vane y Patience estaban en Kent; Gabriel y Lucifer se encontraban en Londres, pero tenían que vigilar a las gemelas. A Richard, según las últimas noticias, lo tenía muy ocupado su bruja de Escocia, y Diablo estaría pendiente de la siembra de primavera. Aunque así fuese, Diablo estaba razonablemente cerca, en Somersham. Si las cosas se ponían peliagudas, podía recurrir a Diablo, pero teniendo en cuenta que todo lo relacionado con las carreras de caballos era precisamente la especialidad de Demonio, no tenía sentido pedir ayuda todavía. Tenía que avistar al enemigo antes de llamar a la caballería.
Para lo cual…
Detuvo la calesa ante la escalinata con elegancia y se bajó del vehículo. Tomando a Flick de la mano, la ayudó a bajar y luego la acompañó hasta los escalones.
—Mañana me voy a Londres. Tengo negocios que atender. —Se detuvo al pie de la escalinata.
Cuando ya había subido dos escalones, Flick se detuvo y se volvió para mirarlo: había multitud de preguntas en sus ojos.
—Volveré pasado mañana, seguramente tarde.
—Pero ¿qué pasa con Bletchley?
—No te preocupes. —Captó su mirada azul—. Gillies, Hills y Cross se ocuparán de él.
Flick parpadeó.
—Pero ¿y si ocurre algo?
—Dudo que así sea, pero Gillies sabrá qué hacer.
Gillies no le inspiraba a Flick la misma confianza que su jefe, pero aún así asintió con la cabeza.
—Muy bien —le dijo a Demonio mientras le tendía la mano—. Espero que tengas buen viaje.
Tomándola de la mano, enarcó una ceja.
—¿Y que vuelva pronto?
Flick arqueó las cejas con altivez.
—Supongo que nos veremos a tu regreso.
La miró a los ojos y le recorrió la mano con los dedos: la levantó un poco, le dio media vuelta y apretó los labios en la parte posterior de su muñeca.
A Flick se le aceleró el corazón y se quedó sin aliento.
Demonio esbozó una malévola sonrisa.
—Puedes estar segura de eso.
La soltó, hizo una elegante reverencia y volvió junto a sus caballos.
Flick lo observó mientras se subía al vehículo, arreaba a los caballos con autoridad incuestionable y enfilaba el camino de la carretera. Lo estuvo mirando hasta que desapareció de su vista, engullido por las sombras de los árboles.
Flick arrugó la frente muy despacio, se volvió y subió las escaleras. La puerta no estaba cerrada con llave; entró en la casa y la cerró a sus espaldas. Cuando atravesó la entrada, saludó a Jacobs con una sonrisa distraída y luego siguió andando hacia la terraza para luego salir al jardín. El jardín por el que había paseado tantas veces con Demonio.
Si alguien le hubiese dicho hacía apenas tres semanas que la idea de no ver a cierto caballero durante dos largos días iba a entristecerla de aquel modo, que socavaría su entusiasmo durante su ausencia, sin duda se habría echado a reír.
Sin embargo, no se vio en absoluto. No es que fuese a caer en la apatía ni en la lasitud: tenía demasiadas cosas que hacer… como por ejemplo decidir qué sentía respecto al deseo.
Consideró la cuestión mientras paseaba entre los árboles hasta alcanzar el sendero arropado de glicina. Con las manos entrelazadas a la espalda, empezó a andar arriba y abajo por encima de la gravilla.
Quería casarse con ella, es más, tenía la firme intención de hacerlo. Y esperaba que ella aceptase; era evidente que creía que así lo haría.
Después de aquella tarde y de su conversación abierta, Flick al menos ya sabía lo que él pretendía: quería casarse con ella por todas las razones socialmente aceptables, y porque la deseaba. Lo cual la obligaba a plantearse una gran pregunta, formidable: ¿le iba a dar ella el sí?
No era una pregunta que hubiese esperado tener que responder. Ni en sueños habría imaginado que él, su ídolo, su caballero ideal, querría casarse con ella, una cría con trenzas ya crecidita, que la miraría y que sentiría deseo por ella. La única razón que le permitía plantearse la cuestión y contemplar las perspectivas con asombrosa serenidad era que no acababa de creérselo.
Todavía le parecía un sueño, y sin embargo…
Sabía que él hablaba en serio.
Cuando llegó al final del paseo, consultó el reloj que había encima de la arcada del establo. Todavía faltaba una hora para el almuerzo. A su alrededor todo estaba en silencio, no se veía a nadie más. Se volvió y echó a andar de nuevo, tratando de organizar sus pensamientos de modo razonable.
El primer punto que debía considerar era obvio: ¿amaba a Demonio?
Para su sorpresa, la respuesta a esa pregunta era fácil.
—Llevo años amándolo en secreto —murmuró.
La confesión le dejó en el estómago una sensación muy extraña.
Estaba tan desconcertada, la había dejado tan perpleja descubrir que su corazón había tomado una decisión hacía ya tanto tiempo y no se lo había dicho, que no dio ese punto por resuelto, no aceptó que ya lo tenía decidido y pasó al siguiente hasta que hubo llegado al final del paseo.
—Siguiente: ¿me ama él a mí?
No hubo respuesta. Volvió a repasar mentalmente todas sus conversaciones, pero nada de lo que él había dicho arrojaba luz sobre esa pregunta. Hizo una mueca de preocupación.
—¿Y si no me ama?
La respuesta a esa pregunta era concluyente: si no la amaba, entonces ella no podía casarse con él. Su certeza era absoluta, la llevaba grabada en su interior, en el fondo de su alma.
Para ella, amor y matrimonio iban de la mano. Sabía que no era la opinión de la sociedad, pero era la suya, y respondía a sus propias reflexiones. Sus padres se habían amado muchísimo, se veía en sus rostros, en su modo de comportarse cada vez que se encontraban en la misma habitación. Tenía siete años cuando los había visto por última vez: apoyados en la barandilla del barco, se despedían de ella mientras iban alejándose cada vez más del muelle. Si bien las facciones de ambos se habían ido desdibujando con los años, Flick seguía recordando con toda nitidez ese brillo que siempre le había acompañado.
Le habían dejado una fortuna, y también un recuerdo. Les estaba agradecida por la fortuna, pero valoraba aún más el recuerdo. Saber cómo podía llegar a ser el amor y el matrimonio era un legado precioso e imperecedero, una herencia a la que no podía dar la espalda.
Quería ese mismo brillo para sí misma, siempre lo había querido. Había crecido con esa esperanza. Además, por todo lo que había deducido del general y su esposa, Margery, la suya también había sido una unión bendecida con el mismo brillo.
Lo cual la llevaba de nuevo hasta Demonio. Frunciendo el ceño, siguió paseándose arriba y abajo, pensando en sus razones para casarse con ella. Sus razones socialmente aceptables estaban muy bien, pero eran superficiales y en absoluto esenciales. Podía desecharlas, se podían dar por descontado.
En cuyo caso, sólo le quedaba el deseo.
Bastaba un minuto para resumir todo lo que ella sabía acerca de ese asunto. Preguntas como «¿El deseo implica amor?» o «¿El amor implica deseo?» quedaban más allá de su capacidad de respuesta. Hasta la semana anterior ni siquiera sabía qué era el deseo, y, si bien ahora sabía cómo era, su experiencia al respecto seguía siendo mínima. Un hecho que su reciente conversación con Demonio había puesto de manifiesto.
Estaba claro que todavía le quedaba mucho que aprender acerca del deseo, hubiese o no amor por medio.
Durante la media hora siguiente continuó paseando y cavilando; cuando sonó la campana del almuerzo ya había llegado a una conclusión clara, que suscitaba una nueva y sencilla pregunta. Mientras caminaba de vuelta a la casa, iba pensando que había hecho muchos progresos.
Había llegado a una conclusión definitiva e inviolable, completamente inalterable: se casaría por amor o no se casaría. Quería amar y ser amada, era eso o nada.
En cuanto a su pregunta, era directa y pertinente: ¿era posible empezar con deseo, un fuerte deseo, e ir progresando hasta llegar al amor?
Alzando el rostro hacia el sol, cerró los ojos. Se sentía más tranquila, segura de lo que quería y de cómo encarar lo que estaba por venir.
Si Demonio quería casarse con ella, si quería que ella le diera el sí cuando le pidiese la mano, entonces tendría que enseñarle unas cuantas cosas más acerca del deseo y convencerla de que su pregunta tenía una respuesta afirmativa.
Abrió los ojos y se levantó un poco el vestido. Subió los escalones y entró a almorzar.