9


No hay honor

—¿Por qué os acercáis a la ciudad antes del alba? —preguntó el guardián nocturno de la puerta norte al emisario de la caravana mercante que se había detenido junto a las murallas de Luskan. Jierdan, apostado junto al guardián, observaba con especial interés la escena seguro de que aquel grupo procedía de Diez Ciudades.

—Respetaríamos las reglas de la ciudad si el asunto que nos trae no fuera urgente —respondió el portavoz—. No hemos descansado en dos días.

Otro hombre asomó la cabeza por el grupo de carretas con un cuerpo fláccido sobre los hombros.

—Asesinado en la carretera —explicó el portavoz—. Y otro miembro del grupo, secuestrado: Catti-brie, la hija del propio Bruenor Battlehammer.

—¿Una muchacha enana? —inquirió Jierdan con brusquedad, cuyas sospechas apuntaban en otra dirección pero no deseaba mostrar su interés por miedo a que pudiera verse implicado.

—No, enana no, una mujer —se lamentó el portavoz—. La mujer más hermosa de todo el valle, tal vez de todas las tierras del norte. El enano la recogió cuando era una niña huérfana y la adoptó como hija propia.

—¿Orcos? —preguntó el guardián nocturno, más preocupado por los posibles riesgos del camino que por la suerte de una única mujer.

—No, no fue obra de los orcos —contestó el portavoz—. El secuestro de Catti-brie y el asesinato del conductor se ejecutaron con cautela y sigilo. De hecho, no descubrimos lo ocurrido hasta la mañana siguiente.

Jierdan no necesitaba más información, ni siquiera una descripción más completa de Catti-brie, para encajar las piezas del rompecabezas. Su relación con Bruenor explicaba el interés que Entreri pudiera tener en ella. Jierdan observó el horizonte hacia el este, donde empezaban a despuntar los primeros rayos del alba, ansioso por acabar con sus deberes en la muralla y poder ir a contarle sus descubrimientos a Dendybar. Aquella pequeña noticia sería una ayuda para aliviar el enojo del mago moteado por haber perdido el rastro del drow en el muelle.

—¿Así que no los ha encontrado? —siseó Dendybar a Sydney.

—No ha encontrado nada más que un rastro antiguo —respondió la joven maga—. Si todavía están por los alrededores del embarcadero, van muy bien disfrazados.

Dendybar se quedó en silencio para considerar el informe que acababa de darle su aprendiz. Había algo fuera de lugar en todo aquel montaje. Cuatro personajes tan característicos no podían haberse desvanecido de esta forma.

—¿Has averiguado algo sobre el asesino o sobre su acompañante?

—Los vagabundos de los muelles le temen e incluso los delincuentes lo tratan con respeto.

—Así que nuestro amigo es conocido en los bajos fondos —musitó Dendybar.

—Un asesino a sueldo, diría yo —razonó Sydney—. Probablemente del sur…, quizá de Aguas Profundas, aunque si así fuera habríamos oído hablar de él con anterioridad. Tal vez proceda de algún lugar de más al sur, de las tierras que están más allá de nuestro control.

—Interesante —respondió Dendybar, intentando formular una teoría que encajara con todas las variables—. ¿Y la muchacha?

Sydney se encogió de hombros.

—No creo que lo acompañe de buen grado, aunque hasta el momento no ha hecho paso alguno para librarse de él. Además, cuando tú viste al jinete en la visión de Morkai, cabalgaba solo.

—La secuestró —dijo inesperadamente una voz a sus espaldas. Jierdan estaba en el umbral de la puerta.

—¿Qué significa esto? ¿Vienes sin avisar? —preguntó Dendybar en tono despreciativo.

—Tengo noticias…, no podía esperar —respondió Jierdan con osadía.

—¿Han abandonado la ciudad? —inquirió Sydney con voz recelosa, para aumentar la rabia que leía en el pálido rostro del mago moteado. Sydney comprendía bien los peligros y las dificultades de los muelles y casi sentía lástima por Jierdan por despertar la cólera del despiadado Dendybar en una situación que estaba fuera de su control. Sin embargo, Jierdan continuaba siendo su competidor en la lucha por ganarse el favor del mago moteado y no permitiría que la compasión se interpusiera en el camino de sus ambiciones.

—No —le espetó Jierdan—. Las noticias que traigo no tienen nada que ver con el grupo del drow. —Desvió la vista hacia Dendybar—. Hoy ha llegado una caravana de Luskan…, en busca de la mujer.

—¿Quién es? —inquirió Dendybar, súbitamente muy interesado y olvidando la cólera que le había producido la intrusión.

—La hija adoptiva de Bruenor Battlehammer —contestó Jierdan—. Cat…

—¡Catti-brie, claro! —siseó Dendybar, familiarizado con los personajes más importantes de Diez Ciudades—. ¡Debí haberlo adivinado! —Se volvió hacia Sydney—. Mi respeto por ese jinete misterioso crece día a día. ¡Encuéntralo y tráemelo!

Sydney asintió, aunque en el fondo temía que la tarea estuviera más allá de sus posibilidades y que la petición de Dendybar fuera más difícil de satisfacer de lo que el mago creía.

La mujer pasó la noche entera, hasta primeras horas del día siguiente, buscando en los callejones y en la zona de los muelles. Pero, aunque utilizó todos los contactos que poseía y los trucos mágicos a su disposición, no halló rastro de Entreri y Catti-brie ni a nadie capaz de pasarle información que pudiera ayudarla en su búsqueda.

Fatigada y frustrada, volvió a la Torre de Huéspedes al día siguiente y pasó de largo el pasillo que conducía a la habitación de Dendybar, a pesar de que tenía instrucciones de informarle directamente a su regreso. Sydney no estaba de humor para escuchar los gritos del mago moteado cuando se enterara de su fracaso.

Se introdujo en una pequeña habitación, situada justo debajo del tronco principal de la Torre de Huéspedes, en la rama del norte, por debajo de las habitaciones del Dueño de la Espiral del Norte, y, tras cerrar con llave todas las puertas, las selló mediante un hechizo mágico para evitar intrusiones no deseadas.

Apenas se había dejado caer sobre su cama cuando la superficie del espejo de espionaje empezó a girar y a brillar.

—Maldito seas, Dendybar —gruñó, suponiendo que su maestro era el causante de aquella turbulencia. Tras colocar su cansado cuerpo frente al espejo, clavó la mirada en su superficie, intentando armonizar su mente con el remolino para clarificar la imagen. Con gran alivio, comprobó que no se encontraba frente a Dendybar sino frente a un mago de una distante ciudad, un posible pretendiente que la despiadada Sydney mantenía con falsas esperanzas para poder manipularlo a su antojo.

—Saludos, bella Sydney —la saludó el mago—. Espero no interrumpir tu sueño, pero tengo noticias muy interesantes.

Por regla general, Sydney hubiera escuchado en silencio al mago fingiendo sentir interés por su historia, y luego se hubiera excusado con gran cortesía. Pero ahora, con la exigente petición de Dendybar cargada sobre los hombros, no tenía paciencia para distracciones.

—¡No es un buen momento! —le espetó.

El mago, emocionado como estaba por sus noticias, no pareció darse cuenta del tono de voz categórico.

—En nuestra ciudad ha ocurrido algo maravilloso —empezó.

—¡Harkle! —gritó Sydney para detener el parloteo del mago.

El hombre se detuvo, con aire abatido.

—Pero, Sydney… —protestó.

—En otro momento —insistió ella.

—Pero, ¿es acaso frecuente hoy en día poder ver y hablar con un elfo oscuro? —persistió Harkle.

—No puedo… —Sydney se interrumpió de pronto, al asimilar las últimas palabras de Harkle—. ¿Un elfo oscuro? —tartamudeó.

—Sí —dijo Harkle con orgullo al ver que sus palabras parecían haber impresionado a su amada Sydney—. Su nombre es Drizzt Do’Urden. Salió de Longsaddle hace apenas dos días. Te lo hubiera contado antes, pero la mansión estaba revolucionada con todo el asunto.

—Cuéntamelo con más detalles, querido Harkle —susurró Sydney con voz seductora—. Cuéntamelo todo.

—Necesito información.

Susurro se estremeció al oír aquella voz inesperada y adivinó de inmediato quién era su interlocutor. Sabía que estaba en la ciudad y sabía también que era el único que podía burlar sus defensas e introducirse en sus habitaciones secretas.

—Información —repitió Entreri, emergiendo de las sombras tras un biombo.

Susurro introdujo el bote de ungüento medicinal en su bolsillo y observó de arriba abajo al hombre. Los rumores decían que era el asesino más despiadado y ella, acostumbrada a tratar con asesinos, supo al instante que dichos rumores decían la verdad. Percibió el poder de Entreri y la coordinación absoluta de sus movimientos.

—Los hombres no entran en mi habitación sin ser invitados —le advirtió con voz desafiante.

Entreri se situó en una posición más cómoda para estudiar a la osada mujer. También había oído hablar de ella; una superviviente de las crudas callejuelas, hermosa y mortífera. Ahora, al parecer, había perdido una batalla, pues tenía la nariz rota y dislocada, aplastada contra la mejilla.

Al darse cuenta de que la estaba examinando, Susurro irguió el torso y echó los hombros hacia atrás con orgullo.

—Un desafortunado accidente —susurró.

—No es asunto mío —respondió Entreri—. He venido en busca de información.

La mujer dio media vuelta y continuó con su rutina, intentando aparentar un aire despreocupado.

—Mis precios son elevados —contestó con frialdad.

Volvió a girarse para observar a Entreri y la intensa pero atemorizadora mirada que vio en sus ojos le dijo que, sin lugar a dudas, su vida iba a ser la única recompensa que obtendría con su cooperación.

—Busco a cuatro personas —empezó Entreri—. Un enano, un drow, un hombre joven y un halfling.

Susurro no estaba acostumbrada a aquellas situaciones. No tenía arqueros apostados para protegerla, ni guardaespaldas dispuestos a salir por una puerta secreta a una señal suya. Intentó simular calma, pero Entreri sabía que la embargaba un profundo temor. La mujer rio entre dientes y señaló su nariz rota.

—Me encontré con el enano y el elfo, Artemis Entreri —pronunció su nombre despacio, con la esperanza de que, al ver que lo reconocían, el hombre se colocara a la defensiva.

—¿Dónde están? —preguntó Entreri, sin inmutarse—. ¿Y qué querían de ti?

La mujer se encogió de hombros.

—Si todavía permanecen en Luskan, no sé dónde están. Lo más probable es que se hayan marchado. El enano tiene un mapa de las tierras del norte.

Entreri meditó sus palabras.

—Tu reputación te sobrestima —declaró con tono sarcástico—. ¿Aceptas que te peguen una paliza y los dejas escapar?

Susurro entornó los ojos encolerizada.

—Escojo mis batallas con cuidado —siseó—. Los cuatro son demasiado peligrosos para acciones de venganza frívola. Prefiero dejar que se vayan a donde quieran. No quiero volver a verlos en mi vida.

La calma que reflejaba el rostro de Entreri se alteró ligeramente. Ya había estado en la taberna de Cutlass y le habían contado el destrozo que había provocado Wulfgar. Y ahora esto: una mujer como Susurro no se acobardaba con facilidad. Tal vez debería evaluar de nuevo la fuerza de sus oponentes.

—Ese enano no teme a nada —continuó la mujer, percibiendo el nerviosismo de su interlocutor y deseando hurgar más en la llaga—. Y ten cuidado con el drow, Artemis Entreri —añadió en tono serio con la intención de que sintiera el mismo nivel de respeto que ella por los cuatro compañeros—. Anda por sombras que no podemos ver y embiste desde la oscuridad. Invoca a un demonio en forma de gran pantera y…

Entreri dio media vuelta y empezó a alejarse, ya que no tenía la más mínima intención de dejar que Susurro continuara ganándole ventaja.

Al ver que la táctica surtía efecto, Susurro no pudo resistir la tentación de lanzar un dardo final.

—Los hombres no acuden a mi habitación sin ser invitados —repitió.

Entreri pasó a la habitación adyacente, y la mujer oyó cómo se cerraba la puerta que conducía al callejón.

—Escojo mis batallas con cuidado —susurró al vacío de la habitación, recobrando parte de su orgullo con la amenaza.

Se volvió hacia un pequeño tocador y extrajo el bote de ungüento, satisfecha consigo misma. Examinó su herida en el espejo que había sobre la mesa: no era demasiado grave. El bálsamo la borraría, como había hecho con todas las demás cicatrices que le había producido su profesión.

Comprendió su estupidez al ver el reflejo de una sombra en el espejo y sentir una corriente de aire en la espalda. Pero su trabajo no perdonaba los errores ni ofrecía nunca segundas oportunidades. Por primera y última vez en su vida, Susurro había dejado que su orgullo se antepusiera a su sentido común.

Un último gemido salió de sus labios cuando la daga de pedrería se hundió profundamente en su espalda.

—Yo también elijo mis batallas con cuidado —le susurró Entreri al oído.

Al día siguiente, Entreri se encontró frente a un lugar en el que no quería entrar: la Torre de Huéspedes del Arcano. Sabía que acudía allí como último recurso. Convencido ahora de que los compañeros habían abandonado Luskan hacía días, el asesino necesitaba ayuda mágica para volver a encontrar su rastro. Le había costado casi dos años seguir los pasos del halfling hasta Diez Ciudades y su paciencia se estaba agotando.

Acompañado con reticencia pero obedientemente por Catti-brie, se acercó al edificio y al instante lo condujeron a la sala de audiencias de Dendybar, donde lo estaban esperando el mago moteado y Sydney.

—Han abandonado la ciudad —dijo Entreri con brusquedad, antes de saludar siquiera.

Dendybar sonrió para demostrar a Entreri que aquella vez tenía él la sartén por el mango.

—Hace poco menos de una semana —respondió con calma.

—Y tú sabes dónde están —razonó Entreri.

Dendybar asintió, con la sonrisa todavía en los labios.

Al asesino no le gustaba aquel juego. Se dedicó durante largo rato a medir las fuerzas de su oponente, intentando encontrar un indicio que le mostrara las intenciones del mago. Por su parte Dendybar hacía exactamente lo mismo, todavía muy interesado en hacer una alianza con aquel asesino formidable…, pero sólo en términos que lo favorecieran.

—¿El precio de la información? —preguntó Entreri.

—Ni siquiera sé tu nombre —respondió Dendybar.

«Es bastante justo», pensó el asesino, al tiempo que hacía una profunda reverencia.

—Artemis Entreri —dijo, lo suficientemente seguro de sí mismo como para decir la verdad.

—¿Y por qué buscas a los compañeros, llevando secuestrada a la hija del enano? —presionó Dendybar, jugando su baza con el fin de provocar cierta inquietud en el cruel asesino.

—Eso es asunto mío —siseó Entreri, y por la forma en que frunció el entrecejo Dendybar supo que sus palabras lo habían molestado.

—También es asunto mío si vamos a formar una alianza —gritó Dendybar, al tiempo que se ponía de pie para parecer alto y omnipotente, y así intimidar a Entreri.

Al asesino le preocuparon muy poco las tácticas del mago, concentrado como estaba en sopesar el valor de una alianza semejante.

—Yo no te he preguntado por qué los estás buscando tú —respondió al fin—. Dime únicamente cuál de los cuatro te interesa.

Ahora le tocaba el turno a Dendybar de evaluar la mutua colaboración. Deseaba tener a Entreri de su lado, por lo menos porque le daba miedo tener al asesino trabajando contra él. Además, le satisfacía no tener que hablar del objeto que anhelaba a aquel hombre tan peligroso.

—El drow tiene algo que me pertenece o sabe dónde puedo encontrarlo —dijo al cabo—. Quiero que me lo devuelva.

—Y el halfling es mío —declaró Entreri—. ¿Dónde están?

Dendybar se acercó a Sydney.

—Han pasado por Longsaddle y van camino de Luna Plateada, a más de dos semanas de distancia hacia el este.

Los nombres eran desconocidos para Catti-brie pero se alegraba de que sus amigos les llevaran una buena ventaja. Necesitaba tiempo para idear un plan, aunque dudaba mucho de su eficacia mientras estuviera en manos de unos hombres tan poderosos.

—¿Y cuál es tu propuesta? —preguntó Entreri.

—Una alianza.

—Ya tengo la información que necesitaba —se burló Entreri—. ¿Qué puedo ganar con hacer una alianza contigo?

—Mis poderes pueden ayudarte a encontrarlos y también a derrotarlos. No son un grupo de personas débiles. Considéralo como un beneficio mutuo.

—¿Tú y yo persiguiéndolos por esas tierras? Me da la impresión de que tú encajas más ante un libro y detrás de un escritorio, mago.

Dendybar clavó la mirada en el arrogante asesino.

—Te aseguro que puedo llegar a donde deseo con más eficacia de la que podrías imaginar —gruñó, intentando calmarse con rapidez, ya que estaba interesado en ultimar el trato—. Aun así, permaneceré aquí. Sydney irá en mi lugar y Jierdan, el soldado, la escoltará.

A Entreri no le agradaba la idea de viajar con Jierdan, pero decidió no insistir sobre ese punto. Sería interesante, y de gran ayuda, compartir la persecución con la Torre de Huéspedes del Arcano, así que decidió aceptar los términos del acuerdo.

—¿Y ella? —preguntó Sydney, señalando a Catti-brie.

—Viene conmigo —fue la rápida respuesta de Entreri.

—Por supuesto —aceptó Dendybar—. No tengo intención de perder un rehén tan valioso.

—Somos tres contra cinco —razonó Sydney—. Si las cosas no salen tan bien como vosotros dos suponéis, la muchacha puede conducirnos al fracaso.

—¡Ella viene conmigo! —ordenó Entreri.

Dendybar había encontrado ya la solución. Se volvió y dedicó una sonrisa irónica a Sydney.

—Llévate a Bok.

La expresión del rostro de Sydney se alteró por completo, como si hubiera perdido todo interés por la caza ante la sugerencia de Dendybar.

Entreri no acababa de decidir si le gustaba el cariz que estaba tomando la situación y Dendybar, al percibir la expresión incómoda del asesino, se llevó a Sydney a un pequeño cuarto lateral separado por una cortina.

—¡Bok! —llamó la mujer suavemente al llegar allí, con un leve temblor en la voz.

Una figura pasó a través de la cortina. El monstruo, de casi dos metros y medio de altura y uno de hombro a hombro, se acercó arrastrando los pies hasta colocarse junto a la mujer. Parecía un hombre enorme y, de hecho, el mago había utilizado miembros humanos para su creación, pero Bok era más grande y más corpulento que cualquier humano, casi del tamaño de un gigante, y había sido dotado mágicamente de una fuerza que ni siquiera tenía medida en el mundo natural.

—Un gólem —explicó Dendybar con orgullo—. Mi propia creación. Bok podría matarnos a todos ahora mismo e incluso tu daga no te sería de gran ayuda, Artemis Entreri.

El asesino tenía sus dudas pero no pudo disimular por completo que aquel monstruo lo había intimidado. Dendybar había inclinado sin duda la balanza de su acuerdo para su propio beneficio, pero Entreri sabía que, si ahora se echaba hacia atrás en su alianza, se encontraría al mago moteado y sus secuaces conspirando en su contra y compitiendo con él en la búsqueda del grupo del enano. Además, sabía que él tardaría semanas, tal vez meses, en alcanzar a los viajeros por vías normales y no dudaba que Dendybar podía hacerlos llegar hasta ellos con más rapidez.

Catti-brie se sentía igualmente incómoda por pensamientos similares. No sentía el más mínimo deseo de viajar con aquel monstruo horrible, pero se preguntaba qué carnicería podía llegar a encontrarse cuando alcanzara por fin a Bruenor y los demás si Entreri decidía romper la alianza.

—No temas —le aseguró Dendybar—. Bok es inofensivo, incapaz de pensar por sí mismo porque, como puedes ver, no tiene mente. El gólem ejecuta mis órdenes, o las de Sydney, y se dejaría quemar vivo si se lo pidiésemos.

—Tengo asuntos pendientes en la ciudad —declaró Entreri, que no dudaba de las palabras de Dendybar y no sentía deseos de escuchar nada más sobre el gólem—. ¿Cuándo nos vamos?

—Será mejor por la noche —respondió Dendybar—. Acércate hasta el césped que hay frente a la Torre de Huéspedes cuando se ponga el sol. Nos encontraremos allí e iniciaréis el viaje.

A solas en su habitación, salvo por la compañía de Bok, Dendybar dio unos golpecitos sobre los musculosos hombros del gólem con profundo cariño. Bok era su baza oculta, su protección contra la resistencia que pudiesen ofrecer los compañeros y la traición de Artemis Entreri. Pero le costaba separarse del monstruo, ya que éste desempeñaba asimismo un importante papel protegiéndolo de los posibles sucesores de la Torre de Huéspedes. Dendybar había hecho correr la voz entre los demás magos de que aquel que quisiera enfrentarse a él tendría que tratar primero con Bok, incluso si Dendybar moría.

Sin embargo, el camino era largo y el Dueño de la Espiral del Norte no podía olvidar sus deberes si confiaba en mantener su título. En especial teniendo en cuenta que el archimago, comprendiendo el peligro de las ocultas aspiraciones de Dendybar a la torre central, buscaba una excusa para librarse de él.

—Nada puede detenerte, mi cielo —dijo Dendybar al monstruo. En realidad, no hacía más que reafirmar sus propios miedos por haber elegido enviar a la maga sin experiencia en su lugar. No dudaba de su lealtad, ni de la de Jierdan, pero ni a Entreri ni a los héroes del valle del Viento Helado podía tomárselos a la ligera—. Te he dado el poder necesario para perseguirlos —prosiguió Dendybar mientras lanzaba al suelo el ya inútil pergamino y el tubo que lo envolvía—. El drow es tu objetivo y ahora puedes percibir su presencia por lejos que estés. ¡Encuéntralo! ¡No vuelvas a mí sin traer a Drizzt Do’Urden!

Un gruñido gutural salió de los labios azules de Bok, el único sonido que el instrumento sin mente era capaz de emitir.

Entreri y Catti-brie encontraron al grupo de magos ya reunido cuando llegaron a la Torre de Huéspedes a última hora de la noche.

Jierdan permanecía solo y apartado, no muy entusiasmado con la idea de participar en la aventura, aunque sabía que no le quedaba elección. El soldado temía al gólem y no confiaba en Entreri. Sin embargo, temía muchísimo más a Dendybar, y los peligros desconocidos que pudiera depararle el camino no tenían ni punto de comparación con los peligros seguros que tendrían que afrontar ante el mago moteado si rehusaba ir.

Sydney se separó de Bok y Dendybar y se acercó a recibir a sus compañeros.

—Saludos —dijo, más interesada ahora en mantener una relación pacífica y no competitiva con su formidable compañero—. Dendybar está preparando nuestros caballos, aunque la cabalgata hasta Luna Plateada será rápida.

Entreri y Catti-brie desviaron la vista hacia el mago moteado. Bok permanecía junto a él, manteniendo a la vista un pergamino desplegado mientras Dendybar vertía un líquido humeante de un vaso de precipitados sobre una pluma blanca y entonaba las palabras del hechizo.

Una espesa niebla empezó a formarse a los pies del mago, se arremolinó y fue espesándose en algo con forma definida. Dendybar dejó en marcha la transformación y se alejó unos pasos para volver a repetir todo el ritual. Cuando apareció el primer caballo mágico, el mago estaba creando ya el cuarto y último.

Entreri alzó las cejas.

—¿Cuatro? —preguntó a Sydney—. Ahora somos cinco.

—Bok no sabe cabalgar —contestó, divertida—. Correrá a nuestro lado.

Se volvió y se encaminó hacia Dendybar, dejando a Entreri sumido en sus pensamientos.

—Por supuesto —murmuró Entreri para sí mismo, y por primera vez la presencia de la criatura antinatural no le pareció tan aterradora.

Catti-brie, en cambio, había comenzado a ver las cosas desde un punto de vista diferente. Era evidente que Dendybar había decidido enviar a Bok más para sacar ventaja sobre Entreri que para asegurarse la victoria sobre sus amigos, y Entreri también debía de haberse dado cuenta.

Sin saberlo, el mago había creado el tipo de ambiente tenso que Catti-brie deseaba, una situación que tal vez lograra encontrar el modo de explotar.