Elogio de Mitril Hall
El dragón envuelto en llamas descendió con rapidez y la luz del fuego se fue desvaneciendo lentamente hasta convertirse en un diminuto punto brillante en la base del barranco de Garumn.
Drizzt llegó al borde del abismo y se acercó a Catti-brie y Wulfgar. La muchacha sostenía entre sus manos el casco cubierto de piedras preciosas y ambos observaban con expresión desesperada el barranco. Los dos estuvieron a punto de caer al volverse y ver a su querido amigo que regresaba de la tumba. Ni siquiera la aparición de Artemis Entreri los había preparado para volver a ver a Drizzt.
—¿Cómo? —murmuró Wulfgar con voz entrecortada, pero Drizzt lo interrumpió. Ya llegaría el momento de dar explicaciones; ahora tenía un asunto mucho más urgente entre manos.
Al otro lado del precipicio, junto a la palanca que controlaba el puente, Artemis Entreri permanecía de pie, sujetando a Regis por el cuello, con una perversa sonrisa en los labios. El medallón de rubíes colgaba ahora del cuello del asesino.
—Déjalo marchar —le dijo Drizzt con voz calma—, tal como acordamos. Tienes la gema.
Entreri soltó una carcajada y empujó la palanca. Con un estremecimiento el puente de piedra voló en pedazos y se precipitó en la oscuridad del abismo.
Drizzt había creído estar en lo cierto al suponer que Entreri había cogido a Regis para asegurarse de que él lo perseguiría, y así poder continuar con su desafío personal con él. Pero ahora que había derrumbado el puente y había cortado la única vía aparente de escape de Drizzt y sus amigos, mientras los incansables aullidos de los sabuesos de las sombras se acercaban cada vez más a sus espaldas, las teorías del drow parecían derrumbarse. Enojado ante aquella incongruencia, el elfo actuó con rapidez y, como había perdido su propio arco en la habitación oval, asió a Taulmaril y se dispuso a colocar una flecha.
Entreri reaccionó con la misma rapidez. Se acercó al saliente y, tras coger a Regis por el tobillo, lo sostuvo con una mano por el borde del abismo. Wulfgar y Catti-brie percibieron la extraña relación que existía entre Drizzt y el asesino y comprendieron que era mejor dejar que el drow manejara la situación. Dieron un paso atrás y permanecieron inmóviles y abrazados.
Drizzt detuvo sus movimientos y se quedó mirando sin parpadear al asesino, esperando que hubiera un desliz en las defensas de Entreri.
El asesino agitó el cuerpo de Regis peligrosamente y soltó otra carcajada.
—El camino hasta Calimport es muy largo, drow. Ya tendrás oportunidad de cazarme.
—Nos has cerrado la salida —replicó Drizzt.
—Un inconveniente necesario, pero seguro que encontrarás el modo de salir de esto, aunque tus amigos no lo consigan. ¡Te esperaré!
—Iré —prometió Drizzt—. Pero no necesitas al halfling para asegurarte de que saldré en persecución tuya, malvado asesino.
—Eso es cierto. —Rebuscó en su bolsa y, tras extraer un diminuto objeto, lo lanzó al aire. La figura dio vueltas en el aire y luego cayó, pero Entreri la cogió un instante antes de que quedara fuera del alcance de su mano y se precipitara en el abismo. Volvió a lanzarlo al aire. Era algo pequeño, oscuro…
Entreri lo lanzó por tercera vez y la sonrisa burlona de sus labios se ensanchó al ver que Drizzt bajaba el arco.
Guenhwyvar.
—No necesito al halfling —declaró Entreri sin inmutarse, mientras alargaba el brazo con el que sostenía a Regis.
Drizzt dejó caer el arco mágico al suelo pero continuó con la vista fija en el asesino.
Entreri colocó de nuevo a Regis sobre el saliente.
—Pero mi dueño exige el derecho a matar a este pequeño ladrón. Piensa en un plan, drow, pues los sabuesos se acercan. Solo tendrás más posibilidades. ¡Deja a esos dos y saldrás con vida! Luego, ven conmigo y acabaremos el asunto que tenemos pendiente. —Se echó a reír una vez más y desapareció en la oscuridad del túnel.
—Conseguirá salir —dijo Catti-brie—. Bruenor decía que ese pasadizo era un camino directo para salir de las salas.
Drizzt miró a su alrededor, intentando encontrar algún modo de atravesar el abismo.
—Según las propias palabras de Bruenor —prosiguió Catti-brie, mientras señalaba a mano derecha, hacia el extremo sur de la caverna—, hay un saliente pero hacen falta varias horas de camino.
—Entonces, echad a correr —contestó Drizzt, con los ojos todavía fijos en el túnel del otro lado del barranco.
Cuando los tres compañeros llegaron al saliente, el eco de los ladridos y los destellos de luz que se divisaban al norte les indicó que los sabuesos de las sombras y los duergars habían entrado en la caverna. Drizzt los condujo a través de aquel estrecho sendero, con la espalda pegada en la pared mientras se abría paso a paso camino hacia el otro lado. El barranco yacía a sus pies y en el fondo se veía aún el destello del fuego, un inexorable recuerdo del destino de su amigo barbudo. Tal vez había sido lo mejor que Bruenor muriera aquí, en el hogar de sus antepasados, pensó. Quizás el enano había satisfecho por fin el anhelo que tanto había significado en su vida.
Sin embargo, aquella pérdida se le hacía intolerable a Drizzt. Los años que había pasado junto a Bruenor lo habían ayudado a conocer a un amigo compasivo y respetuoso, un amigo en quien se podía confiar siempre y en cualquier circunstancia. A pesar de que Drizzt no cesaba de repetirse que Bruenor estaba ahora satisfecho, que el enano había subido hasta la cima y había ganado su batalla personal, aquellos pensamientos no disipaban en absoluto el dolor que sentía el drow ahora, en el terrible momento de su muerte.
Cuando empezaron a avanzar por el barranco que se había convertido en la tumba de Bruenor, Catti-brie se enjugó las lágrimas que acudían a sus ojos. La expresión que lucía la mirada de Wulfgar desmentía su aparente estoicismo. Para Catti-brie, Bruenor había sido un padre y un amigo que le había enseñado a ser fuerte pero que la había tratado con ternura. Toda la seguridad de su mundo, su familia y su hogar yacía humeante allí abajo, en la espalda de un diabólico dragón.
Wulfgar sintió que se le entumecían los músculos y el frío gélido de la muerte le hizo darse cuenta de lo frágil que podía ser la vida. Drizzt había vuelto, pero ahora había desaparecido Bruenor. Por encima de todas las emociones de júbilo y pesar imperaba una oleada de inestabilidad, una trágica sucesión de imágenes heroicas y leyendas narradas por los bardos que él no esperaba. Bruenor había muerto con gran valentía y fuerza y la historia de su osado salto pasaría de boca en boca durante muchos años, pero nunca podría llenar el vacío que en ese momento sentía Wulfgar.
Siguieron avanzando por el otro lado del abismo y se apresuraron a emprender el camino de regreso hacia el norte hasta llegar al túnel final y librarse de las sombras de Mithril Hall. Cuando llegaron al extremo de la caverna, los duergars los descubrieron. Los enanos empezaron a lanzar exclamaciones e insultos contra ellos mientras los sabuesos de las sombras rugían amenazadoramente y arañaban el borde del otro lado del barranco. Pero sus enemigos no tenían forma de llegar hasta ellos, a menos que siguieran el sendero por el estrecho saliente, así que Drizzt se introdujo sin encontrar obstáculos en el túnel que pocas horas antes había tomado Entreri.
Wulfgar se apresuró a seguirlo, pero Catti-brie se detuvo a la entrada y desvió la vista hacia atrás, hacia la horda de enanos grises que se apiñaba en el otro lado del barranco.
—Ven —le pidió Drizzt—. Nada podemos hacer ya aquí y Regis necesita nuestra ayuda.
Catti-brie entornó los ojos y los músculos de su mandíbula se tensaron cuando colocó una flecha en el arco y disparó. La estela de plata silbó a través de la multitud de duergars y le robó a uno de ellos la vida, mientras obligaba a los demás a desperdigarse en busca de cobijo.
—Por ahora no haré nada —murmuró Catti-brie con voz severa—, ¡pero pienso volver! Y quiero que esos perros grises lo sepan. ¡Volveré!