El piso de Lucas se encontraba a diez minutos a pie de nuestra facultad. Yo tardé cuatro en llegar. Apenas podía respirar y, a mitad de camino, un pinchazo se había instalado en mi costado derecho. Parada frente al edificio, hice todo lo posible por llevar aire a mis pulmones de forma normal y dejar de boquear como un pez.
Me encaré con el portero automático y mi dedo acarició el botón del segundo izquierda. La resolución que me había llevado hasta allí flaqueó. No pensaba echarme atrás, pero ¿qué iba a decirle a Lucas? Ambos nos habíamos negado a dar un paso adelante en nuestra relación durante meses, escondiéndonos el uno del otro. Necesitaba empujarlo con tanta fuerza hacia mí que no fuera capaz de echarse atrás. Eso, claro está, si era verdad que estaba enamorado de mí. Aparté aquel pensamiento negativo y sonreí cuando una idea fue tomando forma en mi cabeza.
Rebusqué en el bolso hasta dar con el móvil y marqué el número de mi compañera de piso.
—¿Sabes si Lucas trabaja esta noche? —le pregunté de forma precipitada cuando descolgó.
—Creo que sí, pero puedo preguntarle a Carlos.
—Hazlo —le pedí—. Y necesitaré tu ayuda. Tengo un plan.
Alba había accedido a ayudarme cuando le supliqué que llamara a su exnovio, compañero de trabajo de Lucas, para pedirle un pequeño favor. Aunque a cambio tuve que prometer que me encargaría de todas las tareas de la casa durante dos meses. El tipo aceptó encantado, así que me marché directa a casa para prepararme. Si iba a cometer una locura, al menos la cometería enfundada en el vestido más corto que pudiera encontrar en mi armario.
Al final, me decanté por un palabra de honor ceñido y de color azul eléctrico. La zona del pecho estaba rodeada de gasa negra, que caía también sobre el resto del cuerpo. No lo había estrenado a la espera de una ocasión adecuada. Si esta no lo era, no lo sería ninguna. Me calcé unos tacones negros de aguja y me miré al espejo.
Era consciente de que iba demasiado arreglada para un jueves por la tarde, pero viendo lo bien que me sentaba, el protocolo en cuanto a la vestimenta en un bar universitario se podía ir al infierno. Me solté el pelo, derramando una cascada de ondas sobre mi espalda, y me maquillé con moderación.
Para cuando llegué al bar era un manojo de nervios. Aquella noche podía convertirse en la mejor de mi existencia o en un infierno en vida. Eché un vistazo rápido para asegurarme de que Lucas no estaba cerca y me deslicé con sigilo en el interior. El portero me miró de hito en hito cuando me oculté en la esquina que quedaba en sombras junto a la entrada. El plan era permanecer allí, escondida en lo alto de las escaleras, hasta que dieran las nueve de la noche. A esa hora, Jota, el ex de Alba, tendría que cumplir con su parte.
«Cinco minutos, solo son cinco minutos», me repetí.
Paseé la vista por el local y el corazón me dio un vuelco cuando vi a Lucas tras la barra. Llevaba una camiseta y vaqueros negros, y el pelo tan despeinado que me hizo sonreír. Atendía a dos chicas bastante más interesadas en él que en lo que les estaba sirviendo, aunque su expresión era seria y taciturna.
«Está triste, eso es bueno», argumentó mi yo sensato. Me mordí la lengua para no gritarle que se callase.
Esperé y esperé, tratando de no mirar el reloj cada dos segundos, mientras el bar no dejaba de llenarse de gente, incluyendo compañeros y conocidos de la facultad. Una hora más tarde, Jota apareció a mi lado y a punto estuve de empujarlo escaleras abajo para que se rompiera la crisma.
—Puntualidad —rezongué—. ¿Quieres que te explique lo que significa?
—Creí que te serviría de aliciente tener un buen público —comentó con malicia, señalando la sala abarrotada.
—Hazlo antes de que me arrepienta.
—Esto va a resultar divertido.
Depositó un objeto en mi mano y se dirigió hasta donde se encontraba el equipo de sonido. El volumen de la canción que estaba sonando descendió.
—Esta noche tenemos una petición musical muy especial. —La voz de Jota se escuchó alta y clara por toda la sala. Tragué saliva con dificultad—. Ya sabéis que normalmente no aceptamos solicitudes de este tipo, pero hoy vamos a hacer una excepción porque creemos que la ocasión lo merece.
Todos los camareros, incluido Lucas, dejaron lo que estaban haciendo y se volvieron sorprendidos hacia Jota. A su vez, entre los clientes se extendió un murmullo expectante.
—Todo tuyo, Ari —concluyó Jota.
Desde donde estaba observé a Lucas recorrer las caras de quienes le rodeaban en cuanto escuchó mi nombre.
Los primeros acordes de guitarra de Dame, de Revólver, retumbaron a través de los altavoces. Conocía la letra de memoria porque fue la canción que bailé con Lucas cuando nos conocimos en aquel mismo lugar. Aunque tendría que realizar algún ajuste sobre la marcha. Recé para no quedarme sin voz y fijé la vista en él, situándome sobre el primer escalón y agarrando con fuerza el micrófono.
Las luces se fueron atenuando, salvo los focos situados sobre él y los de la zona de acceso, donde yo me encontraba. Lucas me descubrió por fin y clavó su mirada en mí. Tuve que concentrarme para descender un escalón tras otro y no tropezar.
Lucas permanecía inmóvil, mirándome con la boca abierta. Al menos estaba sorprendido. Bueno, él, el resto de camareros y todos los clientes del bar.
Una vez entre la multitud, enfilé con decisión hacia el comienzo del mostrador. Él saltó sobre la barra para no perderme de vista. Sonreía de oreja a oreja. Envalentonada, tomé del brazo a un chico y le indiqué con la mano uno de los taburetes. Enseguida entendió lo que quería y me ayudó a subir.
La gente fue apartando sus bebidas mientras yo avanzaba contoneándome en dirección a Lucas. Mi corazón estaba a punto de explotar, pero no dejé de cantar. Todas las miradas estaban clavadas en nosotros.
Me detuve a un metro escaso de su cuerpo. Él soltó una carcajada y se le iluminó la cara al observarme bailar delante suyo. La adoración brillaba en sus ojos. Le amaba, le amaba como jamás había amado a nadie.
Dame una noche de tu vida.
Dame unas horas de tu amor.
Dame una noche de tu vida y mañana
prohibido el decir adiós.
—Dame una noche de tu vida —repetí, a pesar de que la canción ya había terminado—. Dame unas horas de tu amor. Dame una noche de tu vida y mañana prohibido el decir adiós.
La sala estalló en aplausos y vítores. Las rodillas comenzaron a temblarme en cuanto me quedé quieta. Si Lucas no decía algo pronto, estaba segura de que me desmayaría.
—¿Solo una noche? —me interrogó divertido, tomándome la cara con las manos.
Comprendí lo que me estaba preguntando.
—No pienso… volver a decirte… adiós —contesté con la voz entrecortada.
Su boca buscó la mía. Me besó sin contenerse, volcando en aquel beso todo lo que sentía por mí y haciéndome olvidar que varias decenas de personas nos estaban observando. Su lengua se entrelazó con la mía y me apretó con fuerza contra su cuerpo. Me separé de él lo justo para respirar, pero Lucas colocó una mano sobre mi nuca para atraerme de nuevo hacia sí y volvió a besarme. Se escucharon varios silbidos cuando sus manos descendieron por mis caderas.
A regañadientes, Lucas mordisqueó una última vez mis labios.
—Esto es lo más alucinante que nadie ha hecho por mí nunca —murmuró contra mi boca—. Te quiero, Ari. Te quiero, te quiero, te quiero…
Una gran sonrisa se dibujó en mi cara. Y las voces de mi cabeza se unieron a las ovaciones que lanzaba la gente que nos rodeaba.